*"Nosotros, sacerdotes, tendremos que acostumbrarnos a pedir la unción del Espíritu antes de emprender una acción importante al servicio del Reino: cuando hay que tomar una decisión, cuando hay que hacer un nombramiento, cuando hay que escribir un documento, cuando hay que presidir una comisión, cuando hay que preparar una predicación. Yo lo he aprendido a cuenta propia. En ocasiones, he tenido que dirigir la palabra a un gran auditorio, en un idioma extranjero, quizá recién llegado de un largo viaje. Oscuridad total. El idioma en el que tenía que hablar me parecía que nunca lo había hablado, sentía incapacidad para concentrarme en un esquema, en un tema. Y el canto inicial estaba a punto de acabar... Entonces me he acordado de la unción y, de prisa, he elevado una breve oración: "¡Padre, en nombre de Cristo, te pido la unción del Espíritu!.""
* "El padre Lacordaire trazó un perfil del sacerdote católico, que hoy día puede parecer demasiado optimista e idealizado, pero volver a encontrar el ideal y el entusiasmo por el ministerio sacerdotal es precisamente lo que hace falta en este momento y, por este motivo, lo volvemos a escuchar al concluir esta meditación: "Vivir en medio del mundo sin ningún deseo por los propios placeres; ser miembro de toda familia, sin pertenecer a ninguna de ellas; compartir todo sufrimiento; quedar al margen de todo secreto; curar toda herida; ir todos los días desde los hombres hacia Dios para ofrecerles su devoción y sus oraciones, y regresar desde Dios a los hombres para llevarles su perdón y su esperanza; tener un corazón de acero por la castidad y un corazón de carne para la caridad; enseñar y perdonar, consolar y bendecir y ser bendecido para siempre. Oh Dios, ¿qué tipo de vida es éste? ¡Es tu vida, sacerdote de Jesucristo!" (H. Lacordaire, citado por D. Rice, Shattered Vows, The Blackstaff Press, Belfast 1990, p.137)." Leer más...
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