* «Al instante me pregunté: “Pero ¿cómo se concretará eso?” Poco tiempo después conocí a buenas personas que me orientaron hacia un sacerdote… No sabía si sería capaz de hablar con él, de abrirme. ¿Qué tenía que hacer? ¿Con qué disposiciones había que ir? La verdad es que no lo sabía, pero todo sucedió solo. Mi corazón se abrió, mi alma se abrió. Dios fue más fuerte que las fuerzas del mal. Concretamente ese día fue el de mi confesión. La confesión de mis pecados, el reconocimiento de que no iba bien. Le pregunté al sacerdote: “¿Cree que Jesús puede hacer algo concreto por mí?” Sentí una transformación física y psicológica. De un día para otro, era otro hombre. Lloré durante cinco días, experimenté Su misericordia. Jesús vino a buscarme por medio de ese sacerdote»
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