La Campaña contra el Hambre en este 2008 quiere, ¡cómo no!, luchar contra el subdesarrollo en el Tercer Mundo, que supone muchas cosas, muchos derechos no alcanzados, muchas agresiones contra la vida, muchas consecuencias para seres humanos en sí inaceptables. Lo más elemental es tener qué comer; pero el no comer depende de muchos factores: mal reparto de los bienes de este mundo y sus recursos suficientes para todos, mercados injustos que condenan a regiones a pobrezas endémicas, y un largo etcétera. También depende de que haya madres sanas, que puedan alimentar a sus hijos y que no mueran o contraigan algunas secuelas casi irreversibles al dar a luz. He aquí un derecho y una esperanza.
Nuestro rico primer mundo está muy sensibilizado respecto a este tema. Es rarísimo que una mujer muera hoy entre nosotros al dar a luz a su bebé; también es muy infrecuente que un niño muera por falta de alimento o una nutrición deficiente, que le lleve a contraer tantas enfermedades. Pero eso no es así en el Tercer Mundo, en los países llamados del Sur. No podemos permanecer insensibles ante este enorme problema.
La organización católica de lucha contra el hambre y el subdesarrollo, Manos Unidas, quiere trabajar en este ámbito de la educación para el desarrollo, enunciándolo así: "Madres sanas: derecho y esperanza". Es trabajar, en realidad en el objetivo 5º del milenio de la Organización Mundial de la Salud. Como afirmaba Benedicto XVI en Deus caritas est, el orden justo de la sociedad y de los Estados es una tarea principal de la política. Los estados que no se rigieran según la justicia se reducirían a una gran banda de ladrones. La Iglesia no debe sustituir al Estado o las organizaciones internacionales. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen de la lucha por la justicia. Manos Unidas, por ello, es también una ONG católica que moviliza todos sus recursos para las causas justas y urgentes. Y mejorar la salud materna lo es.
Leed los materiales proporcionados por Manos Unidas y veréis las dimensiones del problema y cuánto incide la salud materna en el capital humano de su hogar y cómo la educación mejora la salud de las propias madres. Es bueno, en este sentido, lo que dice el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 230: «La paternidad y maternidad humanas (...) tienen en sí mismas, de manera esencial y exclusiva, una semejanza con Dios, sobre lo que se funda la familia, entendida como comunidad de vida humana, como comunidad de personas unidas en el amor».
Permitidme, por último, narraros una experiencia vivida por mí mismo en África. Creo que en el año 1992 viajé a Zimbabwe, país con problemas inenarrables, pero con gente impresionantemente buena y acogedora. Un domingo fui invitado por una religiosa soriana a celebrar la Eucaristía y convivir con la Comunidad cristiana en un lugar llamado, me parece, Mnembusía, en la joven Diócesis de Gokwe. En aquel poblado, tras una impresionante misa, con la alegría que la fe da a los africanos, visité el "hospital". Era un lugar con medios precarísimos, donde se intentaba curar tantas enfermedades tropicales (el SIDA no estaba tan extendido entonces) y donde las mujeres que podían daban a luz a sus hijos. La Hermana, enfermera, me decía que en ese lugar nacían al año el doble de niños que en Soria.
Tengo grabada en mi mente y en mi corazón la experiencia de ese día. Viví como Obispo lo que seguro hoy se ha agravado: la precariedad de la salud materna, la alegría de la vida naciente, el coraje de las madres y misioneros para afrontar problemas aquí resueltos en nuestra patria. Os pido que esta Campaña de Manos Unidas la viváis con fuerza y con esfuerzo económico. Decimos que defendemos la vida: ahí está la ocasión para mostrarlo. Gracias de antemano por cuanto hagáis.
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sábado, 9 de febrero de 2008
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