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martes, 2 de diciembre de 2025

Papa León XIV en homilía en Beirut, 2-12-2025: «Es en la luz de la fe, en la promesa de la esperanza y en la alegría de la caridad donde Dios ha pensado nuestra vida y todos estamos llamados a no resignarnos ante el mal que se extiende»

* «La Palabra del Señor nos invita a encontrar las pequeñas luces que brillan en lo hondo de la noche, tanto para abrirnos a la gratitud como para estimularnos al compromiso común en favor de esta tierra. Como hemos escuchado, el motivo del agradecimiento de Jesús al Padre no es por obras extraordinarias, sino porque revela su grandeza precisamente a los pequeños y humildes, a aquellos que no llaman la atención, que parecen contar poco o nada, que no tienen voz. De hecho, el Reino que Jesús viene a inaugurar tiene precisamente esta característica de la que nos habló el profeta Isaías: es un brote, un pequeño retoño que surge de un tronco (cf. Is 11,1), una pequeña esperanza que promete el renacimiento cuando todo parece morir. Así se anuncia al Mesías y, al venir en la pequeñez de un brote, sólo puede ser reconocido por los pequeños, por aquellos que sin grandes pretensiones saben percibir los detalles ocultos, las huellas de Dios en una historia aparentemente perdida»    

 

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa León XIV 

* «Todos debemos unir nuestros esfuerzos para que esta tierra pueda recuperar su esplendor. Y sólo hay una forma de hacerlo: desarmemos nuestros corazones, dejemos caer las armaduras de nuestras cerrazones étnicas y políticas, abramos nuestras confesiones religiosas al encuentro mutuo, despertemos en lo más profundo de nuestro ser el sueño de un Líbano unido, donde triunfen la paz y la justicia, donde todos puedan reconocerse hermanos y hermanas y donde, finalmente, se pueda realizar lo que nos describe el profeta Isaías: «El lobo habitará con el cordero y el leopardo se recostará junto al cabrito; el ternero y el cachorro de león pacerán juntos» (Is 11,6)»

 2 de diciembre de 2025.- (Camino Católico)  “Hoy debemos decir como Jesús: ‘¡Te alabamos, Padre!’. Te damos gracias porque estás con nosotros y no nos dejas vacilar. Al mismo tiempo, esta gratitud no debe quedarse en un consuelo íntimo e ilusorio. Debe llevarnos a la transformación del corazón, a la conversión de la vida, a considerar que es precisamente en la luz de la fe, en la promesa de la esperanza y en la alegría de la caridad donde Dios ha pensado nuestra vida. Y, por eso, todos estamos llamados a cultivar estos brotes, a no desanimarnos, a no ceder a la lógica de la violencia ni a la idolatría del dinero, a no resignarnos ante el mal que se extiende” ha reflexionado el el Papa León XIV en la homilía de la misa que ha presidido en el Waterfront de Beirut, última actividad de su viaje apostólico al Líbano. 

El Pontífice ha instado a los cerca de 150 mil presentes a unir “esfuerzos para que esta tierra pueda recuperar su esplendor” y para hacerlo ha invitado a “desarmar los corazones” y a dejar “caer las armaduras de las cerrazones étnicas y políticas”. Y ha clamado: “¡Líbano, levántate! ¡Sé morada de justicia y de fraternidad! ¡Sé profecía de paz para todo el Levante!”



Antes de dirigirse al Waterfront de Beirut, León XIV acudió al puerto para una oración silenciosa en el lugar de la explosión del 2020, manifestando su cercanía y solidaridad a las familias de las más de 200 personas fallecidas en la catástrofe.


Hablando en francés, el Santo Padre ha iniciado su homilía agradeciendo al Señor por “tantos dones recibidos por su bondad”, en estos “días intensos que hemos compartido con alegría” y “por lo que nos ha permitido vivir juntos”.




Al término de la misa, el Papa León ha dirigido un fuerte llamamiento a la paz, palabra clave de su pontificado: “Con mi primer viaje apostólico, realizado durante el Año jubilar, he deseado hacerme peregrino de esperanza en Medio Oriente, implorando a Dios el don de la paz para esta amada tierra, marcada por la inestabilidad, las guerras y el dolor”. 


El Pontífice invita a buscar la paz en el Señor, sobre todo en los momentos de desánimo y desesperación. “Contemplémoslo con esperanza y valentía —afirma en inglés— invitando a todos a recorrer el camino de la convivencia, la fraternidad y la paz”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Papa, cuyo texto íntegro y el del llamamiento del final de la Misa es el siguiente:




VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD LEÓN XIV A TURQUÍA Y EL LÍBANO

CON PEREGRINACIÓN A İZNIK (TURQUÍA)

CON MOTIVO DEL 1700 ANIVERSARIO DEL PRIMER CONCILIO DE NICEA

(27 de noviembre - 2 de diciembre de 2025)

SANTA MISA I DOMINGO DE ADVIENTO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

"Beirut Waterfront" (Beirut)

Martes de la 1ª semana de Adviento,  2 de diciembre de 2025

Queridos hermanos y hermanas:

Al finalizar estos días intensos, que hemos compartido con alegría, celebramos nuestra acción de gracias al Señor por tantos dones recibidos de su bondad, por el modo en que se hace presente entre nosotros, por su Palabra que se nos ofrece en abundancia y por lo que nos ha permitido vivir juntos.

También Jesús, como acabamos de escuchar en el Evangelio, tiene palabras de gratitud para el Padre y, dirigiéndose a Él, reza diciendo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra» (Lc 10,21).

Sin embargo, la dimensión de la alabanza no siempre encuentra espacio dentro de nosotros. A veces, agobiados por las fatigas de la vida, preocupados por los numerosos problemas que nos rodean, paralizados por la impotencia ante el mal y oprimidos por tantas situaciones difíciles, nos sentimos más inclinados a la resignación y a la queja que al asombro del corazón y al agradecimiento.

La invitación a cultivar siempre actitudes de alabanza y gratitud la dirijo precisamente a ustedes, querido pueblo libanés. A ustedes, que son destinatarios de una belleza singular con la que el Señor ha adornado su tierra y que, al mismo tiempo, son espectadores y víctimas de cómo el mal, en sus múltiples formas, puede empañar esta maravilla.

Desde esta explanada que se asoma al mar, también yo puedo contemplar la belleza del Líbano cantada por la Escritura. El Señor ha plantado aquí sus altos cedros, los ha alimentado y saciado (cf. Sal 104,16), ha perfumado las vestiduras de la esposa del Cantar de los Cantares con el aroma de esta tierra (cf. Ct 4,11) y, en Jerusalén, ciudad santa revestida de luz por la venida del Mesías, anuncia: «Hasta ti llegará la gloria del Líbano, con el ciprés, el olmo y el abeto, para glorificar el lugar de mi Santuario, para honrar el lugar donde se posan mis pies» (Is 60,13).

Al mismo tiempo, sin embargo, esa belleza se ve oscurecida por la pobreza y el sufrimiento, por las heridas que han marcado su historia —acabo de rezar en el lugar de la explosión, en el puerto—; se ve oscurecida por los numerosos problemas que los afligen, por un contexto político frágil y a menudo inestable, por la dramática crisis económica que les oprime, por la violencia y los conflictos que han despertado antiguos temores.

En un escenario de este tipo, la gratitud cede fácilmente paso al desencanto, el canto de alabanza no encuentra espacio en la desolación del corazón, la fuente de la esperanza se seca por la incertidumbre y la desorientación.

Sin embargo, la Palabra del Señor nos invita a encontrar las pequeñas luces que brillan en lo hondo de la noche, tanto para abrirnos a la gratitud como para estimularnos al compromiso común en favor de esta tierra.

Como hemos escuchado, el motivo del agradecimiento de Jesús al Padre no es por obras extraordinarias, sino porque revela su grandeza precisamente a los pequeños y humildes, a aquellos que no llaman la atención, que parecen contar poco o nada, que no tienen voz. De hecho, el Reino que Jesús viene a inaugurar tiene precisamente esta característica de la que nos habló el profeta Isaías: es un brote, un pequeño retoño que surge de un tronco (cf. Is 11,1), una pequeña esperanza que promete el renacimiento cuando todo parece morir. Así se anuncia al Mesías y, al venir en la pequeñez de un brote, sólo puede ser reconocido por los pequeños, por aquellos que sin grandes pretensiones saben percibir los detalles ocultos, las huellas de Dios en una historia aparentemente perdida.

Es también una indicación para nosotros, para que tengamos ojos que sepan reconocer la pequeñez del retoño que surge y crece incluso en medio de una historia dolorosa. Pequeñas luces que brillan en la noche, pequeños brotes que despuntan, pequeñas semillas plantadas en el árido jardín de este tiempo histórico, también nosotros podemos verlos, aquí y también ahora. Pienso en su fe sencilla y genuina, arraigada en sus familias y alimentada por las escuelas cristianas; en el trabajo constante de las parroquias, las congregaciones y los movimientos para responder a las preguntas y necesidades de la gente; me vienen a la mente los numerosos sacerdotes y religiosos que se dedican a su misión en medio de múltiples dificultades; así como también los laicos, comprometidos en el campo de la caridad y en la promoción del Evangelio en la sociedad. Por estas luces que con esfuerzo tratan de iluminar la oscuridad de la noche, por estos brotes pequeños e invisibles que, sin embargo, abren la esperanza en el futuro, hoy debemos decir como Jesús: “¡Te alabamos, Padre!”. Te damos gracias porque estás con nosotros y no nos dejas vacilar.

Al mismo tiempo, esta gratitud no debe quedarse en un consuelo íntimo e ilusorio. Debe llevarnos a la transformación del corazón, a la conversión de la vida, a considerar que es precisamente en la luz de la fe, en la promesa de la esperanza y en la alegría de la caridad donde Dios ha pensado nuestra vida. Y, por eso, todos estamos llamados a cultivar estos brotes, a no desanimarnos, a no ceder a la lógica de la violencia ni a la idolatría del dinero, a no resignarnos ante el mal que se extiende.

Cada uno debe poner de su parte y todos debemos unir nuestros esfuerzos para que esta tierra pueda recuperar su esplendor. Y sólo hay una forma de hacerlo: desarmemos nuestros corazones, dejemos caer las armaduras de nuestras cerrazones étnicas y políticas, abramos nuestras confesiones religiosas al encuentro mutuo, despertemos en lo más profundo de nuestro ser el sueño de un Líbano unido, donde triunfen la paz y la justicia, donde todos puedan reconocerse hermanos y hermanas y donde, finalmente, se pueda realizar lo que nos describe el profeta Isaías: «El lobo habitará con el cordero y el leopardo se recostará junto al cabrito; el ternero y el cachorro de león pacerán juntos» (Is 11,6).

Este es el sueño que se les ha confiado, es lo que el Dios de la paz pone en sus manos: ¡Líbano, levántate! ¡Sé morada de justicia y de fraternidad! ¡Sé profecía de paz para todo el Levante!

Hermanos y hermanas, yo también quiero decir, repitiendo las palabras de Jesús: “Te alabo, Padre”. Elevo mi acción de gracias al Señor por haber compartido estos días con ustedes, mientras llevo en mi corazón sus sufrimientos y sus esperanzas. Rezo por ustedes, para que esta tierra del Levante esté siempre iluminada por la fe en Jesucristo, sol de justicia, y, gracias a Él, conserve la esperanza que no declina.

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Llamamiento del Santo Padre al finalizar la Santa Misa en Beirut

Queridos hermanos y hermanas:

En estos días, con mi primer viaje apostólico, realizado durante el Año jubilar, he deseado hacerme peregrino de esperanza en Medio Oriente, implorando a Dios el don de la paz para esta amada tierra, marcada por la inestabilidad, las guerras y el dolor.

Queridos cristianos del Levante, cuando los resultados de sus esfuerzos de paz tardan en llegar, los invito a alzar la mirada al Señor que viene. Contemplémoslo con esperanza y valentía, invitando a todos a recorrer el camino de la convivencia, la fraternidad y la paz. ¡Sean constructores de paz, anunciadores de paz, testigos de paz!

Oriente Medio necesita actitudes nuevas, para rechazar la lógica de la venganza y la violencia, para superar las divisiones políticas, sociales y religiosas, para abrir capítulos nuevos bajo el signo de la reconciliación y la paz. La vía de la hostilidad mutua y de la destrucción en el horror de la guerra ha ido demasiado lejos, con los deplorables resultados que están a la vista de todos. Necesitamos cambiar de camino, necesitamos educar el corazón para la paz.

Desde esta plaza, rezo por todos los pueblos que sufren a causa de la guerra. Rezo también por Guinea-Bisáu, deseando una solución pacífica de las controversias políticas. Y no olvido a las víctimas del incendio en Hong Kong, así como a sus queridas familias.

Y ruego especialmente por el amado Líbano. Pido nuevamente a la comunidad internacional que no se escatimen esfuerzos para promover procesos de diálogo y reconciliación. Dirijo un apremiante llamamiento a cuantos están investidos de autoridad política y social, aquí y en todos los países marcados por guerras y violencia: ¡escuchen el clamor de sus pueblos que invocan la paz! Pongámonos todos al servicio de la vida, del bien común y del desarrollo integral de las personas.

Finalmente, a ustedes, cristianos del Levante, ciudadanos de estas tierras por derecho propio, les repito: ¡ánimo! Toda la Iglesia los mira con afecto y admiración. Que la Bienaventurada Virgen María, Nuestra Señora de Harissa, los proteja siempre.

PAPA LEÓN XIV






Fotos: Vatican Media, 2-12-2025

domingo, 30 de noviembre de 2025

Papa León XIV en homilía del I domingo de adviento: «Si queremos ayudar a las personas vigilemos con la oración, los sacramentos, viviendo en la caridad, desechemos las obras de las tinieblas»

* «Los frutos de la acción de Dios en nuestra vida no son un don sólo para nosotros, sino para todos. La belleza de Sión, ciudad en la montaña, símbolo de una comunidad renacida en la fidelidad que es signo de luz para hombres y mujeres de cualquier origen, nos recuerda que la alegría del bien es contagiosa. Encontramos confirmación de ello en la vida de muchos santos»   

  

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa León XIV 

* «Mientras pedimos, con las palabras del Papa Juan, que ‘se realice el gran misterio de aquella unidad que con ardiente plegaria invocó Jesús al Padre celestial, estando inminente su sacrificio’ (Discurso de apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, 11 octubre 1962, 8.2), renovamos hoy nuestro ‘sí’ a la unidad, ‘que todos sean uno’ (Jn 17,21), ‘ut unum sint’» 



Camino Católico.- "Si realmente queremos ayudar a las personas con las que nos encontramos, vigilemos sobre nosotros mismos, como nos recomienda el Evangelio (cf. Mt 24,42); cultivemos nuestra fe con la oración, con los sacramentos, vivámosla coherentemente en la caridad, desechemos —como nos ha dicho san Pablo en la segunda lectura— las obras de las tinieblas y vistámonos con la armadura de la luz (cf. Rm 13,12). El Señor, a quien aguardamos glorioso al final de los tiempos, viene cada día a llamar a nuestra puerta. Estemos preparados (cf. Mt 24,44) con el compromiso sincero de una vida buena, como nos enseñan los numerosos modelos de santidad de los que es rica la historia de esta tierra”.


Lo ha dicho el Papa León XIV en su homilía, en la Santa Misa del I domingo de Adviento, que ha presidido la tarde de este sábado 29 de noviembre, en el Estadio Volkswagen Arena de Estambul, en el marco de su primer Viaje Apostólico a Turquía y el Líbano, con su peregrinación a İznik, con ocasión del 1700 aniversario del primer Concilio de Nicea.




El Pontífice, ha destacado la unidad en tres niveles: “dentro de la comunidad, en las relaciones ecuménicas con los miembros de otras confesiones cristianas y en el encuentro con los hermanos y hermanas que pertenecen a otras religiones”: “Queremos caminar juntos, valorando lo que nos une, derribando los muros del prejuicio y la desconfianza, favoreciendo el conocimiento y la estima mutua, para dar a todos un fuerte mensaje de esperanza y una invitación a convertirse en ‘artífices de la paz’”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Papa, cuyo texto íntegro es el siguiente:




VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD LEÓN XIV A TURQUÍA Y EL LÍBANO

CON PEREGRINACIÓN A İZNIK (TURQUÍA)

CON MOTIVO DEL 1700 ANIVERSARIO DEL PRIMER CONCILIO DE NICEA

(27 de noviembre - 2 de diciembre de 2025)

SANTA MISA I DOMINGO DE ADVIENTO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

"Volkswagen Arena" (Estambul)

Sábado, 29 de noviembre de 2025

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos esta Santa Misa en la víspera del día en que la Iglesia recuerda a san Andrés, apóstol y patrono de esta tierra. Y al mismo tiempo comenzamos el Adviento para prepararnos a rememorar, en Navidad, el misterio de Jesús, Hijo de Dios, «engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre» (Credo Niceno-Constantinopolitano), como declararon solemnemente hace 1700 años los Padres reunidos en el Concilio de Nicea.

En este contexto, la liturgia nos propone, en la primera lectura (cf. Is 2,1-5), una de las páginas más bellas del libro del profeta Isaías, donde resuena la invitación dirigida a todos los pueblos a subir al monte del Señor (cf. v. 3), lugar de luz y de paz. Me gustaría, pues, que meditáramos sobre nuestro ser Iglesia, deteniéndonos en algunas imágenes contenidas en este texto.

La primera es la del “monte elevado sobre la cima de los montes” (cf. Is 2,2). Nos recuerda que los frutos de la acción de Dios en nuestra vida no son un don sólo para nosotros, sino para todos. La belleza de Sión, ciudad en la montaña, símbolo de una comunidad renacida en la fidelidad que es signo de luz para hombres y mujeres de cualquier origen, nos recuerda que la alegría del bien es contagiosa. Encontramos confirmación de ello en la vida de muchos santos. San Pedro conoce a Jesús gracias al entusiasmo de su hermano Andrés (cf. Jn 1,40-42), quien, a su vez, junto con el apóstol Juan, es llevado al Señor por el celo de Juan el Bautista. San Agustín, siglos más tarde, llega a Cristo gracias a la ardiente predicación de san Ambrosio, y así muchos otros.

En todo esto, también para nosotros hay una invitación a renovar en la fe la fuerza de nuestro testimonio. San Juan Crisóstomo, gran pastor de esta Iglesia, hablaba del encanto de la santidad como un signo más elocuente que muchos milagros. Decía que “el prodigio fue y pasó, pero la vida cristiana permanece y edifica continuamente” (cf. Homilías sobre el Evangelio de san Mateo, 43, 5), y concluía: “Vigilemos, pues, sobre nosotros mismos, para beneficiar también a los demás” (cf. ibíd.). Queridos hermanos, si realmente queremos ayudar a las personas con las que nos encontramos, vigilemos sobre nosotros mismos, como nos recomienda el Evangelio (cf. Mt 24,42); cultivemos nuestra fe con la oración, con los sacramentos, vivámosla coherentemente en la caridad, desechemos —como nos ha dicho san Pablo en la segunda lectura— las obras de las tinieblas y vistámonos con la armadura de la luz (cf. Rm 13,12). El Señor, a quien aguardamos glorioso al final de los tiempos, viene cada día a llamar a nuestra puerta. Estemos preparados (cf. Mt 24,44) con el compromiso sincero de una vida buena, como nos enseñan los numerosos modelos de santidad de los que es rica la historia de esta tierra.

La segunda imagen que nos transmite el profeta Isaías es la de un mundo en el que reina la paz. Él lo describe así: «con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra» (Is 2,4). ¡Con qué urgencia percibimos hoy esta llamada! ¡Cuánta necesidad de paz, de unidad y de reconciliación hay a nuestro alrededor, y también en nosotros y entre nosotros! ¿Cómo podemos contribuir a responder a esta exigencia?

Para comprenderlo, nos ayudamos del “logotipo” de este viaje, en el que uno de los símbolos elegidos es el puente. Puede hacernos pensar también en el famoso gran viaducto que, en esta ciudad, cruzando el Estrecho del Bósforo, une dos continentes: Asia y Europa. Con el tiempo, se han añadido otros dos pasos, de modo que actualmente hay tres puntos de unión entre las dos orillas. Tres grandes estructuras de comunicación, intercambio y encuentro; imponentes a la vista, pero tan pequeñas y frágiles si se comparan con los inmensos territorios que conectan.

Su triple extensión a través del Estrecho nos hace pensar en la importancia de nuestros esfuerzos comunes por la unidad en tres niveles: dentro de la comunidad, en las relaciones ecuménicas con los miembros de otras confesiones cristianas y en el encuentro con los hermanos y hermanas que pertenecen a otras religiones. Cuidar estos tres puentes, reforzándolos y ampliándolos de todas las formas posibles, forma parte de nuestra vocación de ser una ciudad construida sobre la montaña (cf. Mt 5,14-16).

Ante todo, como decía, dentro de esta Iglesia están presentes cuatro tradiciones litúrgicas diferentes —la latina, la armenia, la caldea y la siríaca—, cada una de las cuales aporta su propia riqueza espiritual, histórica y de experiencia eclesial. Compartir estas diferencias puede mostrar de manera eminente uno de los rasgos más bellos del rostro de la Esposa de Cristo: el de la catolicidad que une. La unidad que se consolida en torno al altar es un don de Dios y, como tal, es fuerte e invencible, porque es obra de su gracia. Al mismo tiempo, sin embargo, su realización en la historia está confiada a nosotros, a nuestros esfuerzos. Por eso, como los puentes sobre el Bósforo, necesita cuidado, atención, “mantenimiento”, para que el tiempo y las vicisitudes no debiliten sus estructuras y para que sus cimientos permanezcan sólidos. Con la mirada puesta en el monte de la promesa, imagen de la Jerusalén celestial, que es nuestra meta y madre (cf. Ga 4,26), pongamos entonces todo nuestro empeño en favorecer y fortalecer los lazos que nos unen, para enriquecernos mutuamente y ser, ante el mundo, un signo creíble del amor universal e infinito del Señor.

Un segundo vínculo de comunión que nos sugiere esta liturgia es el ecuménico. Lo atestigua también la participación de los Representantes de otras confesiones, que saludo con vivo aprecio. La misma fe en el Salvador, en efecto, nos une no sólo entre nosotros, sino con todos los hermanos y hermanas que pertenecen a otras Iglesias cristianas. Lo experimentamos ayer, en la oración en İznik. También este es un camino que recorremos juntos desde hace tiempo, y del que fue gran promotor y testigo san Juan XXIII, vinculado a esta tierra por intensos lazos de afecto recíproco. Por eso, mientras pedimos, con las palabras del Papa Juan, que «se realice el gran misterio de aquella unidad que con ardiente plegaria invocó Jesús al Padre celestial, estando inminente su sacrificio» (Discurso de apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, 11 octubre 1962, 8.2), renovamos hoy nuestro “sí” a la unidad, «que todos sean uno» (Jn 17,21), «ut unum sint».

Un tercer vínculo al que nos remite la Palabra de Dios es el que nos une a los miembros de comunidades no cristianas. Vivimos en un mundo en el que, con demasiada frecuencia, la religión se utiliza para justificar guerras y atrocidades. Sin embargo, nosotros sabemos que, como afirma el Concilio Vaticano II, «la relación del hombre para con Dios Padre y con los demás hombres sus hermanos están de tal forma unidas que, como dice la Escritura: “el que no ama, no ha conocido a Dios” (1 Jn 4,8)» (Decl. Nostra aetate, 5). Por eso queremos caminar juntos, valorando lo que nos une, derribando los muros del prejuicio y la desconfianza, favoreciendo el conocimiento y la estima mutua, para dar a todos un fuerte mensaje de esperanza y una invitación a convertirse en “artífices de la paz” (cf. Mt 5,9).

Queridos hermanos, hagamos de estos valores nuestros propósitos para el tiempo de Adviento y, más aún, para nuestra vida, tanto personal como comunitaria. Que nuestros pasos se muevan como sobre un puente que une la tierra con el cielo y que el Señor ha tendido para nosotros. Mantengamos siempre la mirada fija en sus orillas, para amar con todo el corazón a Dios y a los hermanos, para caminar juntos y poder encontrarnos todos, algún día, en la casa del Padre.

PAPA LEÓN XIV













Fotos: Vatican Media, 29-11-2025