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sábado, 19 de noviembre de 2011

Raad Salam escapó de Iraq para no ser asesinado a causa de su fe cristiana: “Nuestras espadas están afiladas sobre vuestros cuellos”

* ”Actualmente quedan, aproximadamente, menos de 300.000 cristianos, que viven perseguidos: queman sus negocios e, incluso, los matan. A mi primo, de 29 años, le mataron en la puerta de una farmacia, delante de su mujer y su hija de 5 años que, desde entonces, no puede hablar. Mi padre murió de angustia, con 64 años, porque quemaron todos sus negocios delante de sus ojos. Seis meses más tarde, mi tío murió, también de lo mismo”

* ”Siempre he tenido una fe absoluta en Dios. Siempre he sentido la ayuda de Dios y su fuerza, el Espíritu Santo, en mi corazón”

19 de noviembre de 2011.- Raad Salam pudo escapar de Iraq. Tras años de encarcelamientos, persecución y de ver cómo asesinaban a sus hermanos en la fe, este cristiano sirio-caldeo, doctor en Filología Árabe y también experto en Islam, llegó a España. Desde aquí, trabaja para dar a conocer la situación de sus hermanos cristianos iraquíes, y para poner fin a la persecución religiosa en el mundo. El XIII Congreso Católicos y vida pública que se celebra en Madrid cuenta con su presencia. Este es su testimonio:

(Raad Salam /Alfa y Omega) Los problemas de la persecución que sufrí en mi país se remontan a mi niñez. Los musulmanes me reprochaban de incrédulo y me decían que el fin de los cristianos era el infierno si no nos convertíamos al Islam. Como niño, mi único refugio era mi familia; mi madre me consolaba cuando llegaba llorando a sus brazos, leyéndome salmos de la Biblia, especialmente el salmo 23, cuando dice El Señor es mi Pastor, nada me falta. Leer más...

viernes, 2 de mayo de 2008

Cuando Irak todavía nos importaba / Autor: Jorge Enrique Mújica

Oír que hoy han muerto 130 personas en Irak nos parece tan obvio como si dijesen que del cielo cae lluvia.

Cuando vimos caer las primeras bombas y derribarse las casas y morir a los niños, reprobamos, nos conmovimos, rechazamos la violencia y nos dimos cuenta del horror que significaba la guerra.

Las cifras de muertos que a diario se sucedían nos impresionaban y las escenas de infantes sin padres, de mujeres sin esposo, de abuelos sin nada, nos conmovían hasta las lágrimas.

Sólo los de fría sangre toleraban las imágenes de muerte que la prensa nos regalaba y pocos eran los que al final del telediario se quedaban sin ese vacío que nace de la impotencia de no poder paliar el sufrimiento.

Las imágenes siempre crueles, el número de cadáveres siempre alto, los rostros sin nombre de la soledad y el hambre convivieron y siguen conviviendo a diario con nosotros.

El primer instinto es de rechazo pero, poco a poco, el rechazo natural hacia el dolor ajeno y las ganas de sosegarlo se han ido mitigando. ¿A base de qué? A fuerza de rutina.

Ahora se escucha con triste indiferencia el número de caídos cuando las bombas de los terroristas estallan y dejan en la tristeza a decenas de deudos diariamente.

Escuchamos, vemos o leemos que hoy han muerto “130” personas en Irak (por decir una cifra) y nos parece tan obvio, tan como si se dijese que del cielo cae la lluvia. Y más bien nos extraña cuando los difuntos son mucho menos o no forman parte de la nota de prensa de cada jornada.



¿Nos hemos acostumbrado a la muerte? Quizá sí porque no nos toca de cerca, porque nos parece lejana, porque es un hecho ordinario, lamentablemente. Y es que la muerte es más muerte cuando está a nuestro lado, cuando se le llega a tentar con la propia mano.

Qué extraño… Si sucede un atentado en otro lugar del planeta, como por ejemplo una ciudad del primer mundo europeo, el corazón late de prisa y la conmoción otra vez llega. Quizá el número de muertos no llegue en un solo atentado al que diariamente se repite en medio oriente, pero lleva la huella de la novedad y la sorpresa.

Pero, ¿es que no valen lo mismo las vidas de palestinos, iraquíes y libaneses que la de ingleses, holandeses y españoles? No, no es comparar un dolor con otro ni suscitar polémica a como dé lugar; ambas tragedias son reprobables y las dos deben siempre evitarse. Pero el botón sirve de muestra para evidenciar la enfermedad de esa otra rutina.

“El hombre muere tantas veces cuantas pierde a los suyos”, escribió Publilio Siro.

Quizá en nosotros se está extinguiendo ese interés profundo por el prójimo. Que es ya una forma inconsciente de morir viviendo.

Hay muchos Irak a los que ya nos hemos acostumbrado y con los cuales convivimos indiferentes, adormilados, estoicos.

En su obra maestra Tomás de Kempis escribió: “Dichoso el que tiene siempre ante sus ojos la hora de su muerte”.

Muerte, sí, que nunca está aislada de la vida de los demás, con los demás, para los demás.


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Fuente: Forum Libertas