¡Qué cosas hay que oír! Todo esto me recuerda al título de una vieja película española: «¿Por qué lo llaman amor, cuando quieren decir sexo?». ¿Por qué hablan de laicidad, cuando quieren decir laicismo? A nosotros, los católicos, la laicidad no nos da ningún miedo. ¿Cómo podía dárnoslo, si Cristo fue el inventor de la sana distinción entre lo sagrado y lo profano, cuando dijo aquello de «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»? El problema no es la laicidad, sino el laicismo. Y el problema del laicismo no radica en que margine los derechos de Dios, sino en que reduce e incluso pretende eliminar los derechos de los que creen en Dios. Dicen que quieren gobernar como si Dios no existiera y en realidad están gobernando como si no existiéramos los cristianos. Pero existimos, aunque se nieguen a reconocerlo.
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jueves, 3 de julio de 2008
Poli bueno, poli malo / Autor: Santiago MARTÍN
(La Razón) Los socialistas están utilizando con la Iglesia el viejo juego del poli bueno y el poli malo. La vicepresidenta es el poli bueno y, de vez en cuando, sale algún poli malo que amaga como si fuera a dar y que, dé o no dé, sirve para dejar al poli bueno en un magnífico lugar. En esta ocasión, la función de cascarrabias le ha tocado -no sé si por iniciativa propia o cumpliendo órdenes-al secretario federal de Política Municipal y Libertades Públicas del PSOE, Álvaro Cuesta. Ha vuelto a la carga con lo de la nueva formulación de la ley de libertad religiosa, dejando caer que está llegando la hora de replantearse los acuerdos entre el Estado español y la Santa Sede. También ha soltado otras perlas, como que hay que reforzar la laicidad, porque sin ésta «el objetivo de la igualdad queda mutilado» o como que «el modelo confesional conspira contra la mujer y contra la igualdad entre hombres y mujeres».
¡Qué cosas hay que oír! Todo esto me recuerda al título de una vieja película española: «¿Por qué lo llaman amor, cuando quieren decir sexo?». ¿Por qué hablan de laicidad, cuando quieren decir laicismo? A nosotros, los católicos, la laicidad no nos da ningún miedo. ¿Cómo podía dárnoslo, si Cristo fue el inventor de la sana distinción entre lo sagrado y lo profano, cuando dijo aquello de «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»? El problema no es la laicidad, sino el laicismo. Y el problema del laicismo no radica en que margine los derechos de Dios, sino en que reduce e incluso pretende eliminar los derechos de los que creen en Dios. Dicen que quieren gobernar como si Dios no existiera y en realidad están gobernando como si no existiéramos los cristianos. Pero existimos, aunque se nieguen a reconocerlo.
¡Qué cosas hay que oír! Todo esto me recuerda al título de una vieja película española: «¿Por qué lo llaman amor, cuando quieren decir sexo?». ¿Por qué hablan de laicidad, cuando quieren decir laicismo? A nosotros, los católicos, la laicidad no nos da ningún miedo. ¿Cómo podía dárnoslo, si Cristo fue el inventor de la sana distinción entre lo sagrado y lo profano, cuando dijo aquello de «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»? El problema no es la laicidad, sino el laicismo. Y el problema del laicismo no radica en que margine los derechos de Dios, sino en que reduce e incluso pretende eliminar los derechos de los que creen en Dios. Dicen que quieren gobernar como si Dios no existiera y en realidad están gobernando como si no existiéramos los cristianos. Pero existimos, aunque se nieguen a reconocerlo.
jueves, 29 de mayo de 2008
Jugar a la contra / Autor: Santiago MARTÍN
Dicen que el consejo que se ha traído de Roma la Ejecutiva del episcopado es el de «jugar a la contra». O sea, ser moderados, no provocar al Gobierno y esperar a que sea él quien mueva ficha (léase, ampliación del aborto, aprobación de la eutanasia o modificación lesiva de la actual legislación que regula las relaciones Iglesia-Estado).
Creo que es, en esencia, lo que ha hecho la Conferencia Episcopal en el trienio anterior -presidido por alguien supuestamente bien visto por los socialistas, como monseñor Blázquez- y es lo que va a seguir haciendo en este próximo trienio.
De las tres grandes manifestaciones que se convocaron en los cuatro años del anterior gobierno de Zapatero, dos eran claras jugadas de «contra» -la de la familia y la de la educación-; la tercera, la convocada el 30 de diciembre, no hubiera tenido la resonancia que alcanzó si hubiera tenido lugar en otra fecha, no tan cercana a las elecciones.
En todo caso, estoy de acuerdo con lo de «jugar a la contra» en lo que se refiere a movilizar a la gente en defensa de principios y libertades. La Iglesia no es un partido político, no es la «muy noble y leal oposición», ni debe aspirar a serlo. En cambio, creo que tenemos que pasar decididamente al ataque en lo que se refiere a la evangelización.
A veces no nos quedará más remedio -por desgracia- que hablar en contra de algo, pero lo normal debería ser hablar a favor. A favor, ante todo, del propio Dios, de sus derechos, de su amor. A favor de la vida, de la familia, de la mujer, de los que sufren.
Por cierto, en este campo tenemos mucho que ofrecer a un Gobierno que se enfrenta a una crisis económica de envergadura. La red parroquial de la Iglesia, con sus delegaciones de Cáritas, es ya un colchón amortiguador para tantas situaciones dramáticas.
No en vano, espiritualidad y caridad han sido desde hace dos mil años nuestras especialidades.
Artículos relacionados:
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«Una palabra comprometida en la Iglesia»
El Papa recuerda la importancia de las mujeres en la historia de la Iglesia
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Fuente: La Razón
Creo que es, en esencia, lo que ha hecho la Conferencia Episcopal en el trienio anterior -presidido por alguien supuestamente bien visto por los socialistas, como monseñor Blázquez- y es lo que va a seguir haciendo en este próximo trienio.
De las tres grandes manifestaciones que se convocaron en los cuatro años del anterior gobierno de Zapatero, dos eran claras jugadas de «contra» -la de la familia y la de la educación-; la tercera, la convocada el 30 de diciembre, no hubiera tenido la resonancia que alcanzó si hubiera tenido lugar en otra fecha, no tan cercana a las elecciones.
En todo caso, estoy de acuerdo con lo de «jugar a la contra» en lo que se refiere a movilizar a la gente en defensa de principios y libertades. La Iglesia no es un partido político, no es la «muy noble y leal oposición», ni debe aspirar a serlo. En cambio, creo que tenemos que pasar decididamente al ataque en lo que se refiere a la evangelización.
A veces no nos quedará más remedio -por desgracia- que hablar en contra de algo, pero lo normal debería ser hablar a favor. A favor, ante todo, del propio Dios, de sus derechos, de su amor. A favor de la vida, de la familia, de la mujer, de los que sufren.
Por cierto, en este campo tenemos mucho que ofrecer a un Gobierno que se enfrenta a una crisis económica de envergadura. La red parroquial de la Iglesia, con sus delegaciones de Cáritas, es ya un colchón amortiguador para tantas situaciones dramáticas.
No en vano, espiritualidad y caridad han sido desde hace dos mil años nuestras especialidades.
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Fuente: La Razón
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