* «Yo ya había elegido a una mujer, y la había elegido para siempre. Además, mi mujer y yo habíamos sido plenamente conscientes, en muchas ocasiones, de la presencia de Dios entre nosotros, como cuando llegaron nuestros hijos… El Señor me ayudó a discernir que, aunque el amor más perfecto es aquel en que los dos se entregan sin medida, ahora Él me pedía: ‘Te toca ser testigo de un amor fiel’»