Momento privilegiado para vivir la salvación
En el tiempo de Navidad, recordamos, de manera muy poética que Jesús nació
en una cueva en Belén y que Maria Lo colocó en un recipiente donde los animales comían. ¡Es todo
poético!
Nosotros también cantamos lindos versos con suaves melodías que exaltan
esa realidad.
Lo que las personas no saben es que Jesús estaba naciendo en un lugar no
solamente antihigiénico, y también impuro. La ley de Dios dada por Moisés
prohibía terminantemente que un niño viniera a nacer en un lugar así. Aquel lugar era "impuro" y el niño que allí naciera también sería "impuro".
¿Por qué tendría que Dios preocuparse en establecer una ley así? Porque Él
quería un pueblo. Un pueblo enteramente suyo. Él necesitaba, además de
esto, que ese pueblo se perpetuara. Esa era una de las leyes preventivas para que su pueblo fuera saludable y fuerte y así continuara de generación en generación.
Pero hay otra pregunta más seria y más importante: ¿Por qué permitiría
el Padre que su Hijo naciera en un lugar así? Más aún: ¿naciera "impuro"?
¿Cómo podría el Puro por excelencia nacer en un lugar impuro? La respuesta
nos revela un maravilloso misterio. Nuestra salvación comienza ya en el
nacimiento de Jesús. En aquel momento en que el Verbo de Dios, hecho carne, viene a habitar entre nosotros.
Por eso es que a los treinta años, Él recibe el bautismo de Juan, que era un bautismo de penitencia: porque Él había asumido, desde su nacimiento, toda la impureza de la humanidad. Por
eso es que Juan Bautista, Lo apunta como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Es porque Él había asumido sobre sí todo el pecado del mundo.
Por eso es que Él se aproxima de los pecadores y convive con ellos. Es
porque Él se hace pecado esde su nacimiento. Por eso es que Él se aproxima y recibe a los leprosos, que eran los impuros por excelencia de su época, los toca y los cura. Por eso es que Él escoge la casa de Lázaro, que era leproso, como lugar de su reposo en Betania, una aldea de leprosos.
Nuestra salvación ocurre en plenitud en el Calvario donde Jesús, crucificado en la cruz enclavó los pecados de toda la humanidad, en todos los tiempos. Eso es real. Pero es muy importante asumirlo de manera bien personal: Jesús asumió sobre sí mis y tus pecados y los llevó sobre sí a la cruz y allí los enclavó definitivamente.
Hay aún otra pregunta mucho más seria que las anteriores: si es así, ¿por qué el mundo continúa como está y por qué es que las personas continúan como son? Es porque nuestra
salvación, que ya se realizó, necesita ser asumida por cada uno de nosotros. Es sólo asumir.
Es sólo recordar lo que sucedió con aquellos ladrones que fueron crucificados con Jesús. Este se volvió hacia el Señor y dijo: "Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar. "Él le respondió: "En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso". La salvación estaba sucediendo. Él inmediatamente la asumió. ¿Qué merecimiento él tenía? Ninguno. ¿Qué de bueno hizo? Nada. Él sólo creyó y asumió; recibiendo de Jesús la garantía: "Hoy estarás conmigo en el
Paraíso".
La Navidad es fiesta y es necesario festejarla con todo lo que podamos. Pero, recordándo de que la Navidad es el inicio de nuestra salvación y ella es el momento privilegiado para que cada uno de nosotros asumamos personalmente la salvación que ya se realizó. Yo y tú necesitamos asumir de corazón lo que aquel ladrón asumió en lo alto de la cruz. Hagamos de todo para que nuestros familiares y aquellos que nos son más próximos también asuman la propia salvación, que ya sucedió. Esta es la mejor manera de vivir esta Navidad.
Por eso yo sólo tengo para decir: ¡Una santa y feliz Navidad para ti y tu familia y un bendecido año 2008!
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Fuente: Comunidad Canción Nueva
lunes, 17 de diciembre de 2007
La espera, el precio de la felicidad / Autor: Renan Félix
En la expectativa de la llegada del Señor
Mi madre suele decir que aprovechamos más la espera, el preparativo para la fiesta que la fiesta en sí. La felicidad está en aguardar, en prepararse, en estar en la expectativa de ese momento de felicidad. Esperar nos da vida, nos “desinstala” y nos alegra. La felicidad tiene el precio de la espera.
Pregunte a una novia cuánto es bueno esperar al novio llegar. Pregunte a una madre como es buena la expectativa del parto. Pregunte a un enfermo como la certeza de una visita lo rehace. La espera es un precio que pagamos por la felicidad del momento. Es como un viaje en que es necesario pasar horas, tal vez días, para llegar al destino, al lugar tan soñado.
El tiempo del Adviento es eso: la expectativa de la llegada del Señor, que vino hace más de dos mil años, pero que volverá en breve. Por eso es que aún vestida de morado, el sentimiento que la Iglesia vive es diferente. No es el del dolor del desierto de la Cuaresma, sino el de la espera de la vuelta gloriosa del Hijo de Dios. La Iglesia vive en este tiempo un mezcla de alegría y dolor. Alegría de la certeza de la vuelta del Señor y el dolor de la espera. Esperamos la vuelta de Aquel que es El amado, de Aquel que da sentido a nuestras vidas.
Para mí, una de las mejores descripciones de la expectativa de la llegada de la persona amada es la utilizada por el autor francés Saint-Exupéry – en su célebre obra “El pequeño príncipe” – en la declaración de amor del zorro para el amigo príncipe: “Si tú vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, desde las tres yo comenzaré a ser feliz. Mientras más la hora esté llegando, más yo me sentiré feliz. A las cuatro horas, entonces, estaré inquieta y agitada: descubriré el precio de la felicidad”
Así debe estar nuestra alma en el tiempo del Adviento: inquieta y agitada por la expectativa de la venida del Señor. Inquieta para ser mejor, para estar en santidad y preparada para la vuelta de Jesús. Y agitada por llevar tantas otras almas a que esperen ansiosas la manifestación del Señor.
Al contrario del zorro, nosotros no sabemos la hora exacta en que el Señor vendrá; por eso necesitamos comenzar a ser felices ahora. La gran certeza, que tenemos, es que la hora está llegando, y como el cerro, cada día estamos más felices. La alegría nos invade porque el Señor está volviendo.
La gran diferencia en la expectativa de la venida del Señor es que cuando Él llegue la alegría va a ser mucho mayor. No podemos imaginar cuánto seremos felices, cuanto nuestros corazón estará en fiesta por que aprendió a esperar. Será felicidad sin límite.
“Enjugará toda lágrima de sus ojos y ya no habrá muerte, ni luto, ni grito, ni dolor, porque pasó la primera condición”. (Ap 21,4)
Esa felicidad eterna nos da la esperanza para aguardar, para sufrir las demoras y las dificultades en el camino. La espera tiene sentido porque la felicidad tiene nombre: Jesucristo. Aprendí con el zorro el precio de la felicidad. Aprendí con La Iglesia a esperar al Señor y a clamar “Maranathá: ¡Ven, Señor Jesus!” (Ap 22,21).
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Fuente: Comunidad Canción Nueva
Mi madre suele decir que aprovechamos más la espera, el preparativo para la fiesta que la fiesta en sí. La felicidad está en aguardar, en prepararse, en estar en la expectativa de ese momento de felicidad. Esperar nos da vida, nos “desinstala” y nos alegra. La felicidad tiene el precio de la espera.
Pregunte a una novia cuánto es bueno esperar al novio llegar. Pregunte a una madre como es buena la expectativa del parto. Pregunte a un enfermo como la certeza de una visita lo rehace. La espera es un precio que pagamos por la felicidad del momento. Es como un viaje en que es necesario pasar horas, tal vez días, para llegar al destino, al lugar tan soñado.
El tiempo del Adviento es eso: la expectativa de la llegada del Señor, que vino hace más de dos mil años, pero que volverá en breve. Por eso es que aún vestida de morado, el sentimiento que la Iglesia vive es diferente. No es el del dolor del desierto de la Cuaresma, sino el de la espera de la vuelta gloriosa del Hijo de Dios. La Iglesia vive en este tiempo un mezcla de alegría y dolor. Alegría de la certeza de la vuelta del Señor y el dolor de la espera. Esperamos la vuelta de Aquel que es El amado, de Aquel que da sentido a nuestras vidas.
Para mí, una de las mejores descripciones de la expectativa de la llegada de la persona amada es la utilizada por el autor francés Saint-Exupéry – en su célebre obra “El pequeño príncipe” – en la declaración de amor del zorro para el amigo príncipe: “Si tú vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, desde las tres yo comenzaré a ser feliz. Mientras más la hora esté llegando, más yo me sentiré feliz. A las cuatro horas, entonces, estaré inquieta y agitada: descubriré el precio de la felicidad”
Así debe estar nuestra alma en el tiempo del Adviento: inquieta y agitada por la expectativa de la venida del Señor. Inquieta para ser mejor, para estar en santidad y preparada para la vuelta de Jesús. Y agitada por llevar tantas otras almas a que esperen ansiosas la manifestación del Señor.
Al contrario del zorro, nosotros no sabemos la hora exacta en que el Señor vendrá; por eso necesitamos comenzar a ser felices ahora. La gran certeza, que tenemos, es que la hora está llegando, y como el cerro, cada día estamos más felices. La alegría nos invade porque el Señor está volviendo.
La gran diferencia en la expectativa de la venida del Señor es que cuando Él llegue la alegría va a ser mucho mayor. No podemos imaginar cuánto seremos felices, cuanto nuestros corazón estará en fiesta por que aprendió a esperar. Será felicidad sin límite.
“Enjugará toda lágrima de sus ojos y ya no habrá muerte, ni luto, ni grito, ni dolor, porque pasó la primera condición”. (Ap 21,4)
Esa felicidad eterna nos da la esperanza para aguardar, para sufrir las demoras y las dificultades en el camino. La espera tiene sentido porque la felicidad tiene nombre: Jesucristo. Aprendí con el zorro el precio de la felicidad. Aprendí con La Iglesia a esperar al Señor y a clamar “Maranathá: ¡Ven, Señor Jesus!” (Ap 22,21).
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Fuente: Comunidad Canción Nueva
Testimonio vocacional del P. Francisco Javier Aguilera L.C.: Si te entregas a Él, te hace el hombre más feliz del mundo
Estábamos en clase, en la preparatoria, cuando llegaron a decirnos que teníamos la visita de un sacerdote que iba a hablar con nosotros. Así que para pasar mejor el rato, le tomé prestado su desayuno a una de mis compañeras sin que ella se diera cuenta; se trataba de un envase con deliciosa sandía que su mamá había preparado, seguramente con mucho cariño.
Las palabras del sacerdote describían situaciones actuales como la del aborto, la unión libre, las relaciones prematrimoniales. Como yo estaba en desacuerdo total con lo que decía, comencé a interesarme. Luego, pude exponer mi punto de vista delante de la clase y de nuestro visitante, y al poco tiempo ya dialogábamos como dos amigos que intercambian sus ideas. Al final hasta compartimos un poco de la sandía que quedaba…
Tenía horror a ser mediocre. Después de este hecho mi vida iba a cambiar drásticamente sin que yo me diera cuenta. Fue como la primera ficha de dominó que cae y desencadena la caída de las demás. A pesar de mis ideas yo no era un chico malo, pero sí era bastante “libre” para hacer, siempre y en todo lugar, lo que quería. Aunque, eso sí, siempre avisaba a mis padres cuando iba a salir. Ellos tenían el dinero y, por lo tanto, era necesario mantener una relación muy diplomática, pensaba yo.
Era un joven libre y feliz, verdaderamente feliz y también tenía una decisión muy firme de hacer algo importante con mi vida. Quería encontrar un ideal que me llenara y exigiera todo de mí, el mejor esfuerzo en cada momento. Tenía horror a ser mediocre.
Quizá por ello no me resignaba a terminar cada fin de semana ahogado en el alcohol, como sucedía a muchos de mis amigos. Iba con ellos al bar pero en vez de pedir cerveza pedía limonadas y refrescos, y los acompañaba gustosamente comiendo botana. Al día siguiente, mientras ellos se enfrentaban con la cruda realidad, yo me encontraba en las mejores condiciones para salir a dar la vuelta o jugar un partido de tenis o irme a nadar. Era sano, estaba en forma y me sentía bien conmigo mismo.
Del ping-pong al retiro
El sacerdote que hacía tiempo ya había conocido en clase, se presentó de nuevo en mi ciudad y me llamó por teléfono. Hablamos de muchas cosas en aquella ocasión: de mi familia, de mis costumbres, de fútbol… Me dije a mí mismo: “este padre me cae bien”.
En estos momentos no me percataba de lo que Dios iba haciendo. Él ataba poco a poco todos los hilos aunque aparentemente yo seguía con mi vida normal. Pronto se daría lo que yo llamo un milagro.
Un día de principios de noviembre, mi amigo el sacerdote pasó por mi ciudad, me llamó y me pidió que lo fuera a ver para conversar y jugar un partidito de ping-pong. Al llegar al lugar, me recibió, platicamos, jugamos un rato. Al final me invitó a un retiro-convivencia, en la Ciudad de México. Acepté.
Fue ahí, donde yo percibí el llamado de Dios. No se me apareció un ángel, ni tuve una visión, pero en un instante yo sabía que mi vida estaba ahí dentro, que iba a ser legionario de Cristo, sacerdote. Era una idea que no dejaba lugar a dudas, simplemente una certeza.
¿Qué pasó luego? Pues que ya había encontrado el Ideal por el que iba a gastar cada uno de los minutos de mi vida: Dios. ¿Alguno mejor? Regresé a Celaya y seguí mi vida. Tenía que terminar la preparatoria sin materias reprobadas para poder entrar en la Legión de Cristo, así que me vi en la necesidad de estudiar un poco más para evitar cualquier tropiezo.
A mis amigos les tenía y les tengo mucho aprecio y ellos también me lo han tenido siempre, por lo que su apoyo en esta decisión estaba garantizado. Con respecto a mis papás, sabía que contaba con su apoyo. La verdad, todo estaba hecho, sólo tenía que esperar a que llegara el tiempo para ya partir a lo que era mi nueva vida.
A quince años de esa fecha me encuentro cada día más feliz y con un deseo creciente de dar a conocer a todos los hombres lo hermoso que es seguir a Cristo. Yo les puedo decir que cada vez me convenzo más de que Cristo no sabe defraudar: si te entregas a Él, te hace el hombre más feliz del mundo.
El P. Francisco Javier Aguilera nació en Celaya, Gto. (México) el 28 de enero de 1974. Al terminar la preparatoria ingresó en la Legión de Cristo. Estudió filosofía y teología en el Ateneo Regina Apostolorum, en Roma. Ha trabajado en España, Italia y México como orientador de jóvenes y adolescentes. Actualmente es capellán de un colegio en la Ciudad de México y orientador de jóvenes.
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Fuente: Regnum Christi
Las palabras del sacerdote describían situaciones actuales como la del aborto, la unión libre, las relaciones prematrimoniales. Como yo estaba en desacuerdo total con lo que decía, comencé a interesarme. Luego, pude exponer mi punto de vista delante de la clase y de nuestro visitante, y al poco tiempo ya dialogábamos como dos amigos que intercambian sus ideas. Al final hasta compartimos un poco de la sandía que quedaba…
Tenía horror a ser mediocre. Después de este hecho mi vida iba a cambiar drásticamente sin que yo me diera cuenta. Fue como la primera ficha de dominó que cae y desencadena la caída de las demás. A pesar de mis ideas yo no era un chico malo, pero sí era bastante “libre” para hacer, siempre y en todo lugar, lo que quería. Aunque, eso sí, siempre avisaba a mis padres cuando iba a salir. Ellos tenían el dinero y, por lo tanto, era necesario mantener una relación muy diplomática, pensaba yo.
Era un joven libre y feliz, verdaderamente feliz y también tenía una decisión muy firme de hacer algo importante con mi vida. Quería encontrar un ideal que me llenara y exigiera todo de mí, el mejor esfuerzo en cada momento. Tenía horror a ser mediocre.
Quizá por ello no me resignaba a terminar cada fin de semana ahogado en el alcohol, como sucedía a muchos de mis amigos. Iba con ellos al bar pero en vez de pedir cerveza pedía limonadas y refrescos, y los acompañaba gustosamente comiendo botana. Al día siguiente, mientras ellos se enfrentaban con la cruda realidad, yo me encontraba en las mejores condiciones para salir a dar la vuelta o jugar un partido de tenis o irme a nadar. Era sano, estaba en forma y me sentía bien conmigo mismo.
Del ping-pong al retiro
El sacerdote que hacía tiempo ya había conocido en clase, se presentó de nuevo en mi ciudad y me llamó por teléfono. Hablamos de muchas cosas en aquella ocasión: de mi familia, de mis costumbres, de fútbol… Me dije a mí mismo: “este padre me cae bien”.
En estos momentos no me percataba de lo que Dios iba haciendo. Él ataba poco a poco todos los hilos aunque aparentemente yo seguía con mi vida normal. Pronto se daría lo que yo llamo un milagro.
Un día de principios de noviembre, mi amigo el sacerdote pasó por mi ciudad, me llamó y me pidió que lo fuera a ver para conversar y jugar un partidito de ping-pong. Al llegar al lugar, me recibió, platicamos, jugamos un rato. Al final me invitó a un retiro-convivencia, en la Ciudad de México. Acepté.
Fue ahí, donde yo percibí el llamado de Dios. No se me apareció un ángel, ni tuve una visión, pero en un instante yo sabía que mi vida estaba ahí dentro, que iba a ser legionario de Cristo, sacerdote. Era una idea que no dejaba lugar a dudas, simplemente una certeza.
¿Qué pasó luego? Pues que ya había encontrado el Ideal por el que iba a gastar cada uno de los minutos de mi vida: Dios. ¿Alguno mejor? Regresé a Celaya y seguí mi vida. Tenía que terminar la preparatoria sin materias reprobadas para poder entrar en la Legión de Cristo, así que me vi en la necesidad de estudiar un poco más para evitar cualquier tropiezo.
A mis amigos les tenía y les tengo mucho aprecio y ellos también me lo han tenido siempre, por lo que su apoyo en esta decisión estaba garantizado. Con respecto a mis papás, sabía que contaba con su apoyo. La verdad, todo estaba hecho, sólo tenía que esperar a que llegara el tiempo para ya partir a lo que era mi nueva vida.
A quince años de esa fecha me encuentro cada día más feliz y con un deseo creciente de dar a conocer a todos los hombres lo hermoso que es seguir a Cristo. Yo les puedo decir que cada vez me convenzo más de que Cristo no sabe defraudar: si te entregas a Él, te hace el hombre más feliz del mundo.
El P. Francisco Javier Aguilera nació en Celaya, Gto. (México) el 28 de enero de 1974. Al terminar la preparatoria ingresó en la Legión de Cristo. Estudió filosofía y teología en el Ateneo Regina Apostolorum, en Roma. Ha trabajado en España, Italia y México como orientador de jóvenes y adolescentes. Actualmente es capellán de un colegio en la Ciudad de México y orientador de jóvenes.
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Fuente: Regnum Christi
La felicidad en Freud y en Santo Tomás de Aquino / Autor: Seligmann
Santo Tomás analiza el tema de los distintos objetos en los que la gente pone, equivocadamente, la felicidad. Pero muestra también en qué radica la verdadera bienaventuranza
Freud rechaza los principios evangélicos que fundamentan la cultura cristiana, y por eso quiere imponer un cambio radical en ella. El centro del problema es la felicidad que, para el fundador del psicoanálisis, consiste en el principio del placer por el que debe regirse toda la conducta humana. Santo Tomás analiza el tema de los distintos objetos en los que la gente pone, equivocadamente, la felicidad. Pero muestra también en qué radica la verdadera bienaventuranza. La enfermedad del hombre es la infelicidad, a la que llega por ignorancia o por rechazo de su verdadero bien, el fin último al que debe dirigir sus conductas, y en el cual consiste la beatitud.
1. El concepto de felicidad en Freud
Sigmund Freud trata especialmente el tema de la felicidad en su obra titulada "El malestar de la cultura", en el marco de una fuerte crítica a la cultura cristiana. Asume el pensamiento de F. Nietzsche, y se hace cargo de su proyecto de transvaloración a través del psicoanálisis.(1)
Leyó desde muy joven con gran entusiasmo a este filósofo, y además, se conoce la existencia de una relación más directa a través de Lou-Andreas-Salomé, quien fuera amiga íntima de Nietzsche, y la primera mujer y lega, que entró en los círculos de los miércoles de Freud (en 1912), donde se estudiaban las obras de Nietzsche.
Para Freud, la cultura (de raíz cristiana) pone restricciones a la sexualidad y coarta la agresividad propia del hombre. Por un lado promoviendo la familia heterosexual y monogámica, y por otro postulando el precepto irrealizable del amor al prójimo, el cual pone barreras a la búsqueda de satisfacción de las tendencias agresivas. Define al hombre con la célebre frase: homo homini lupus (2). Dice en un agrio pasaje: “¿A qué entonces tan solemne presentación de un precepto que razonablemente a nadie puede aconsejarse cumplir? (...) Este ser extraño [el prójimo] no sólo es en general indigno de amor, sino que –para confesarlo sinceramente– merece mucho más mi hostilidad y aun mi odio.”(3)
Esta cultura cristiana apela a los sentimientos de culpabilidad para reprimir las tendencias que –según Freud– le son antagónicas (sexualidad y agresividad), y así domina estas inclinaciones haciendo que los individuos se sientan culpables y “en pecado”, cuando consideran que han cometido algo “malo”. Esto produce angustia y, según el fundador de la Escuela Psicoanalítica, se genera así un proceso de represión que derivará en la enfermeda llamada neurosis y otras patologías psíquicas graves. Este es el ‘malestar’ que ha producido la cultura forjada por el cristianismo, y a tal punto, que puede hablarse de una antítesis y enfrentamiento entre la felicidad y la cultura. Nos dice este conocido psicoanalista: “Si la cultura impone tan pesados sacrificios, no sólo a la sexualidad, sino también a las tendencias agresivas, comprenderemos mejor por qué al hombre le resulta tan difícil alcanzar la felicidad.”(4). Debido a esto, se propone imponer un cambio que vaya a las raíces mismas de esta cultura y sus valores más fundamentales.
Reconoce Freud que la religión plantea el interrogante sobre la finalidad de la vida.
Sin embargo, nadie puede equivocar la respuesta: los hombres aspiran a la felicidad, quieren ser felices y no quieren dejar de serlo. Esta común aspiración tiene dos facetas: una positiva, le de experimentar intensas sensaciones placenteras, y otra negativa, la de evitar el displacer y el dolor. Sin embargo, el término ‘felicidad’ se aplica al principio del placer, que es el que rige todas las operaciones del “aparato psíquico”. Pero esta felicidad es irrealizable, pues añade Freud: “todo el orden del universo se le opone, y aun estaríamos por afirmar que el plan de la “Creación” no incluye el propósito de que el hombre sea “feliz”.(5)
Como podemos ver, la concepción freudiana de felicidad está relacionada y depende
fundamentalmente del pensamiento de Kant, para quien la felicidad es sensible y por eso – para el filósofo de Königsberg– es inmoral buscarla y obrar por este fin.
De esta manera las posibilidades de felicidad ya están limitadas desde el principio por nuestra propia constitución, por eso –nos dice Freud– es más fácil experimentar la desgracia.
Analiza entonces las posibilidades de sufrimiento que amenazan al hombre, y encuentra que son tres: el cuerpo, condenado a la decadencia y a la aniquilación; el mundo exterior, capaz de encarnizarse contra nosotros con sus fuerzas destructoras omnipotentes, y las relaciones con los otros seres humanos, la sociedad.
Prosigue Freud: “No nos extrañe, pues, que bajo la presión de tales posibilidades de sufrimiento, el hombre suele rebajar sus pretensiones de felicidad (...); no nos asombra que el ser humano ya se estime feliz por el mero hecho de haber escapado a la desgracia, de haber sobrevivido al sufrimiento; que, en general, la finalidad de evitar el sufrimiento relegue a segundo plano la de lograr el placer.”(6).
De esta manera, la felicidad consistirá principalmente, para Freud, en la evitación del dolor y el sufrimiento. Para esto propone diversos métodos de protección: contra los seres humanos, contra el temible mundo exterior y contra el sufrimiento de nuestro organismo.
El primero que analiza por considerarlo sumamente efectivo, es el químico, la
intoxicación por drogas.(7) Éste “nos proporciona directamente sensaciones placenteras, modificando además las condiciones de nuestra sensibilidad, de manera tal que nos impiden percibir estímulos desagradables. (...) Se atribuye tal carácter benéfico a la acción de los estupefacientes en la lucha por la felicidad y en la prevención de la miseria, que tanto los individuos como los pueblos les han reservado un lugar permanente en su economía libidinal.”(8)
Este maravilloso “quitapenas” libera al hombre del peso de la realidad, refugiándolo en un mundo propio. Porque, nos dice este psicoanalista, “La satisfacción de los
instintos, precisamente porque implica tal felicidad, se convierte en causa de intenso sufrimiento cuando el mundo exterior nos priva de ella, negándonos la satisfacción de nuestras necesidades.”(9)
También la vida instintiva sometida a “instancias psíquicas superiores” logra una
cierta protección contra el sufrimiento. La técnica de la sublimación reorienta los fines instintivos, eludiéndose, de alguna manera, la frustración que viene del mundo exterior. El artista, el investigador, el que busca descubrir la verdad, están entre los que son capaces de utilizar su intelecto como coraza contra el sufrimiento. Sin embargo, aun así no lograrán escapar, en algún momento, del dolor. Por otro lado, aclara Freud que las mujeres están escasamente dotadas para este mecanismo de defensa (el uso de la inteligencia), por eso la obra cultural es una tarea masculina.
Otro método de independizarse de la realidad y del mundo exterior siempre hostil y
doloroso, buscando satisfacciones en los procesos internos psíquicos, es el refugio en las ilusiones. Entonces, analiza ahora el que considera más enérgico procedimiento para romper con la enemiga e intolerable realidad: la vida del ermitaño o de los que viven en comunidades, refiriéndose sin duda a los monjes y a la vida religiosa. El que busca la felicidad de este modo se convertirá en un loco. Sobre todo cuando pretende una “transformación delirante de la realidad.”(10)
Por último, se refiere a lo que llama ‘amor’ como método para alejar el sufrimiento y
que, en el fondo no es más que el “amor sexual”. Luego concluye: “El designio de ser felices que nos impone el principio del placer es irrealizable, mas no por ello se debe –ni se puede– abandonar los esfuerzos por acercarse de cualquier modo a su realización. (...) Todo depende de la suma de satisfacción real que pueda esperar del mundo exterior y de la medida en que se incline a independizarse de éste; por fin, también de la fuerza que se atribuya a sí mismo para modificarlo según sus deseos.”(11)
La frustración a la que se ve sometido el individuo, por la imposibilidad de encontrar la felicidad (donde, sin duda, no se encuentra), lo lleva –como pudimos ver– a un alejamiento de la realidad que podría decirse que es como un idealismo práctico. Esta situación frustrante causa angustia, tristeza y un “torturante malestar”. El psicoanalizado se convierte –por miedoa esta realidad que considera siempre hostil y amenazante– en un “pequeño idealista”(12) y, de esta manera, puede cumplir sus deseos e imponer su voluntad con una construcción ficticia, irreal.
2. Refutación de Santo Tomás de Aquino
El Angélico, tomando la autoridad de San Agustín, dice que todos los hombres
apetecen el fin último que es la felicidad. En cuanto a la noción general, todos concuerdan en desear este fin, que es el cumplimiento de su perfección, el bien que sacia y satisface plenamente su voluntad. Pero en la situación concreta de cada persona, no todos están de acuerdo: unos desean las riquezas, otros los placeres y otros, otras cosas. Porque algunos ignoran en que cosa consiste la beatitud. Luego los diversos modos de vida se explican por el objeto en que cada uno pone su felicidad, pues el fin estructura toda la personalidad y domina los afectos, instaurando las normas para la propia vida. Y así afirma el Aquinate: “No es preciso que uno piense en el último fin siempre que algo desea o ejecuta, pues la eficacia de la primera intención, que es respecto del fin último, continúa en el deseo de cualquier otra cosaaun cuando no se piense actualmente el fin último;”(13)
Así, Santo Tomás recorre los diversos bienes que puede apetecer el hombre y en los cuales no puede radicar la felicidad o bienaventuranza: las riquezas, la fama, los honores, el poder, los bienes del cuerpo, el placer, los bienes del alma, los bienes creados. Porque la felicidad debe tener carácter de fin último y supremo bien, al cual se ordena el hombre por principios interiores, sin sombra de mal, plenamente saciativo por lo cual una vez logrado, no se desee nada más, porque aquieta todo apetito. En fin, la felicidad debe ser “el bien perfecto y suficiente” del hombre.(14) De esto se deduce que en esta vida no pueda alcanzarse la perfecta beatitud, pero puede tenerse una participación, que es la felicidad imperfecta.
En relación a la posición freudiana que hemos analizado, hay que aclarar primeramente que, si bien la delectación es un accidente propio de la felicidad, es consecuencia de ella o de alguna parte, pero no su esencia. El deleite, que es apetecible por ser reposo en el bien deseado, se da por un bien conveniente. Dice Santo Tomás: “En el mismo grado en que todos apetecen los deleites, desean el bien; pero los deleites se apetecen por el bien y no a la inversa,”(15).
El placer corporal ni siquiera puede ser consecuencia de la felicidad, porque sigue a un bien que persigue el sentido, que es potencia del alma que usa del cuerpo. Y si el placer es causado porque los sentidos perciben un bien conveniente al cuerpo, el placer corporal no sólo no es la felicidad, sino tampoco un accidente de ella; porque el bien del cuerpo no puede ser el bien perfecto del hombre, pues es mínimo en comparación con el alma.(16)
A diferencia de la verdadera felicidad que sacia y no se desea nada más, los bienes
creados muestran su propia insuficiencia e imperfección; por eso cuando se pone en ellos el fin último, dejan una profunda insatisfacción por la cual se busca desordenadamente siempre más, a la vez que se los deteriora, porque se les exige lo que ellos mismos no pueden dar. “Y es que sólo merece ser llamado fin último el bien perfecto que llena por entero todo apetito.”(17)
Sólo Dios puede colmar la voluntad humana, de manera que no puede desearse nada más;
sólo en Dios, en la visión de Dios, está la felicidad. “En conclusión, para la perfecta beatitud se requiere que el entendimiento alcance la misma esencia de la causa primera. De esta suerte logrará la perfección por la unión con Dios, como su objeto, en el cual únicamente está la bienaventuranza del hombre,”(18)
Santo Tomás, siguiendo a Aristóteles, dice que los deleites extraños impiden ciertas
operaciones. Se refiere aquí a las delectaciones propias del acto de la razón (cuando
contemplamos o razonamos), y a los deleites corporales que impiden el uso de la misma. El
Angélico menciona tres razones:
1) por la distracción, pues si el placer es grande “privará por completo del uso de la razón”, dirigiendo hacia sí toda la atención, o al menos la entorpecerá considerablemente;
2) por la contrariedad, porque ciertos placeres excesivos son contrarios al orden racional; y
3) por una cierta sujeción, pues al deleite corporal se siguen perturbaciones
corporales que impiden el uso de la razón.(19)
Vemos claramente cómo aquellos que –siguiendo los principios psicoanalíticos– buscan vehementemente el placer, no sólo frustran sus expectativas porque no encuentran la felicidad ansiada, sino que obnubilan su razón, haciéndose incapaces de buscarla correctamente, lo cual acarrea nuevas frustraciones y angustias. Por otro lado, dice Santo Tomás, que el dolor debilita o impide toda operación, de manera que la persona apesadumbrada se inmoviliza, se paraliza en su despliegue personal.
El dolor y la tristeza (por el mal que –según Freud– vivimos de la realidad hostil) son –según el Aquinate– contrarios al deleite. La delectación agranda el alma, dilata el afecto, mientras que la tristeza y angustia, la angosta. Afirma Santo Tomás: “Y el temor y la ira causan gravísimo daño corporal por su unión con la tristeza a causa de la ausencia del objeto que se desea. Y aun la tristeza misma priva en ocasiones de la razón, como se ve en aquellos que por causa del dolor se vuelven melancólicos o maniáticos.”(20) Se refiere no sólo a las enfermedades corporales sino, principalmente, a las psíquicas graves (con privación del uso de la razón y hasta organicidad), porque en las pasiones del alma, la alteración corporal que es lo material, guarda proporción al apetito, que es lo formal.(21)
Podemos concluir entonces, que el psicoanálisis (que se propone un objetivo práctico:
una psicoterapia que cambie el fin y el operar de las personas) con los principios que sustenta, sumerge a sus seguidores en la enfermedad mental. Equivocar el objeto de la felicidad, no ‘dar en el blanco’ con el fin último del hombre, es condenarlo al eterno error y a todos los sufrimientos que esto conlleva.
3. Más allá del Psicoanálisis, un problema moderno
Reconocidos filósofos modernos y contemporáneos –que Freud había estudiado profundamente en sus cursos con Brentano– se enfrentaron al catolicismo y a los valores vividos en la Europa medieval, en la cual nuestro santo Doctor alcanzó el más alto grado de perfección.
Si bien desde el punto de vista filosófico el pensamiento psicoanalítico es muy elemental, no podemos desconocer el desproporcionado éxito que ha alcanzado en la cultura contemporánea; y, en parte, gracias a la difusión dada por los mismos cristianos con su enseñanza en los ámbitos académicos, sobre todo en aquellos a los que se les reconoce autoridad por ser católicos.
Pero más allá de sus graves errores y de su inexplicable triunfo en gran parte del
mundo occidental y cristiano, no podemos dejar de considerarlo un paradigma en cuanto a la gran ignorancia del hombre actual sobre su fin último y el objeto de la felicidad.
Explica Santo Tomás que el concepto de fin tiene dos sentidos: uno, el objeto mismo que deseamos alcanzar, que es Dios, y otro que se refiere a la posesión, uso o fruición de lo que se desea.(22) La bienaventuranza es la perfección última del hombre, una operación por la que se une la mente con Dios, y es una, contínua y sempiterna. Como arriba dijimos, en la vida presente no se puede alcanzar la beatitud perfecta, pero existe una felicidad participada en mayor medida en cuanto sea más continuada y una. Por eso en la vida contemplativa, la cual versa sobre la contemplación de la verdad, hay más participación de la felicidad que en la activa que es más dispersa.(23)
La esencia de la felicidad consiste en un acto del intelecto, y a la voluntad le pertenece el deleite consiguiente, por eso dice San Agustín que es el “gozo de la verdad” (gaudium de veritate). Concluye el Angélico: “la última y perfecta bienaventuranza que esperamos en la vida futura consiste toda principalmente en la contemplación. Mas la beatitud imperfecta, cual en esta vida puede alcanzarse, consiste principalmente en la contemplación, secundariamente en la actividad del entendimiento práctico, que impone el orden en las acciones y pasiones humanas, como dice el Filósofo.”(24)
Sin lugar a dudas existe también la delectación en la beatitud, causada por el apetito que reposa en el bien alcanzado, pero la operación intelectiva es más importante. Porque el entendimiento percibe la noción universal de bien, de cuya posesión sigue el deleite; por eso se propone de modo principal el bien más que la delectación.(25)
Para la bienaventuranza se requiere la rectitud de la voluntad; no se puede alcanzar el fin, si no se ordena a él. Justamente, la ley evangélica ordenó esta voluntad: en sus actos exteriores que son los preceptos morales que pertenecen a la esencia de la virtud; pero principalmente ordenó los movimientos interiores que se refieren a sí mismo y al amor al prójimo.(26) Por eso también en la felicidad imperfecta (la que se da en esta tierra) hay paz interior y exterior, porque se va ordenando toda la personalidad y las relaciones sociales, alejando los obstáculos que perturban el camino al fin último. Pero además, la ley nueva propone consejos –para los que tienen aptitud– que “versan acerca de aquellas cosas mediante las cuales el hombre puede mejor y más fácilmente conseguir ese fin.”(27)
Hemos visto cómo Freud ataca y rechaza especialmente los preceptos que ordenan la vida interior y su relación con los demás, y que son absolutamente necesarios para dirigirse al fin.
Pero no sólo existen los hombres que equivocan el camino por ignorancia, también vemos a muchos que –conservando vestigios de la cultura cristiana– conocen el fin último del hombre, saben que reside en la contemplación de Dios, pero viven “como si” no lo supieran.
Ponen sus afanes en cosas terrenales, y buscan con enmascarada vehemencia la felicidad en bienes creados. Se dispersan en el activismo de la vida moderna o se concentran para lograr sus fines aparentes.
Las consecuencias son tanto o más graves que las que acontecen en los ignorantes, porque escinden profundamente su personalidad (que es causa de patologías psíquicas) y, como dice Santo Tomás, el hombre se entristece por no tener unidad, porque “el bien de cada ser consiste en cierta unidad, por lo mismo que cada ser tiene en sí unidos los elementos constitutivos de su perfección. (...) De ahí que todos naturalmente apetezcan la unidad,”.(28)
Y es así como nos encontramos con cristianos apesadumbrados, tristes, frustrados, sumidos en ‘incomprensibles’ angustias, atemorizados por la posible pérdida de bienes terrenos en los que han puesto sus esperanzas.
Los bienes mundanos no deben impedir el orden a la felicidad perfecta. Dice e Angélico que “no es lícito esperar bien alguno como último fin, fuera de la bienaventuranza eterna, sino sólo como ordenado a este fin de la beatitud,”(29) Porque entonces surge el temor mundano, que es malo, pues nace del amor mundano, el cual teme perder lo temporal que ama, y que realmente –al no poder durar para siempre– algún día perderá.
Es entonces necesario el desapego de las cosas creadas, la pobreza de espíritu y la
virtud de la esperanza por la cual no sólo esperamos el bien de la vida eterna, sino que nos apoyamos en el auxilio de Dios para conseguirlo.(30) Para vencer la ignorancia y mover los corazones vino Cristo, y la cultura europea –que niega sus raíces– ha tenido un papel muy importante en la historia de la Evangelización.
Ahora, nuestra cultura está enferma (bien llamada “cultura de la muerte”); los hombres están enfermos, y no sólo de un leve ‘malestar’, han perdido el uso de la razón. Y vemos que la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios (31), pues sólo la fe es la fuerza purificadora de la razón(32).
Decía S.S. Juan Pablo II que el hombre “es al mismo tiempo hijo y padre de la cultura
a la que pertenece.”(33) Por eso frente a la infelicidad, la enfermedad que aqueja a gran cantidad de personas de nuestra época, tenemos una grave responsabilidad. Hay que “hacer todo lo que está en nuestras manos con las capacidades que tenemos, es la tarea que mantiene siempre activo al siervo bueno de Jesucristo: “Nos apremia el amor de Cristo” (2 Co 5,14)”.(34)
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Notas
1 Nietzsche confió el cumplimiento de su proyecto de transformación de la moral a un médico-filósofo.
Cfr. Friedrich NIETZSCHE La gaya ciencia, Madrid 1984, 24.
2 Freud cita la frase de Hobbes, pero no dice a quien pertenece.
3 Sigmund FREUD El malestar de la cultura, en Obras completas, traducción directa del alemán Luis
López-Ballesteros y de Torres, tomo III, Madrid 19814, 3045.
4 Ibidem, 3048.
5 Ibidem, 3025.
6 Ibidem, 3025.
7 El mismo Freud consumía cocaína.
8 Ibidem, 3026.
9 Ibidem, 3026.
10 Ibidem, 3028.
11 Ibidem, 3029.
12 Esta expresión es de Ignacio ANDEREGGEN en Teoría del conocimiento moral. Lecciones de
Gnoseología, Buenos Aires 2006, 331. Dice explícitamente, Ibidem 328: “el psicoanálisis es una
forma popular de idealismo.”
13 S. Th. I-II q. 1 a. 6 ad 3.
14 S. Th. I-II q. 5 a. 2 arg 3 y a.4 corpus.
15 S. Th. I-II q. 2 a. 7 ad 3.
16 S. Th. I-II q. 2 a. 6: Si la bienaventuranza del hombre consiste en el placer.
17 S. Th. I-II q. 2 a. 7 corpus.
18 S. Th. I-II q. 3 a. 8 corpus.
19 Cfr. S. Th. I-II q. 33 a. 3 corpus.
20 S. Th. I-II q. 37 a. 4 ad 3.
21 Cfr. S. Th. I-II q. 37 a. 4 corpus.
22 Cfr. S. Th. I-II q 3 a. 1 corpus.
23 S. Th. I-II q. 3 a. 3 corpus.
24 S. Th. I-II q 3 a. 5 corpus.
25 Cfr. S. Th. I-II q 4 a. 2 ad 2.
26 Cfr. S.Th. I-II q. 108 a. Cfr. S.Th. I-II q. 108 a. 3 corpus.
27 S.Th. I-II q. 108 a. 4 corpus.
28 S. Th. I-II q. 36 a. 3 corpus.
29 S. Th. II-II q. 17 a. 4 corpus.
30Cfr. S. Th. II-II q. 17 a. 2 corpus.
31 Cfr. S.S. Benedicto XVI Carta Encíclica Deus caritas est, Roma 2005, n° 31.
32 Cfr. S.S. Benedicto XVI Carta Encíclica Deus caritas est, Roma 2005, n° 28.
33 Cfr. S.S. Juan Pablo II Carta Encíclica Fides et ratio, Roma 1998, n° 71.
34 S.S. Benedicto XVI Carta Encíclica Deus caritas est, Roma 2005, n° 35.
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Fuente: Sociedad Tomista Argentina
Freud rechaza los principios evangélicos que fundamentan la cultura cristiana, y por eso quiere imponer un cambio radical en ella. El centro del problema es la felicidad que, para el fundador del psicoanálisis, consiste en el principio del placer por el que debe regirse toda la conducta humana. Santo Tomás analiza el tema de los distintos objetos en los que la gente pone, equivocadamente, la felicidad. Pero muestra también en qué radica la verdadera bienaventuranza. La enfermedad del hombre es la infelicidad, a la que llega por ignorancia o por rechazo de su verdadero bien, el fin último al que debe dirigir sus conductas, y en el cual consiste la beatitud.
1. El concepto de felicidad en Freud
Sigmund Freud trata especialmente el tema de la felicidad en su obra titulada "El malestar de la cultura", en el marco de una fuerte crítica a la cultura cristiana. Asume el pensamiento de F. Nietzsche, y se hace cargo de su proyecto de transvaloración a través del psicoanálisis.(1)
Leyó desde muy joven con gran entusiasmo a este filósofo, y además, se conoce la existencia de una relación más directa a través de Lou-Andreas-Salomé, quien fuera amiga íntima de Nietzsche, y la primera mujer y lega, que entró en los círculos de los miércoles de Freud (en 1912), donde se estudiaban las obras de Nietzsche.
Para Freud, la cultura (de raíz cristiana) pone restricciones a la sexualidad y coarta la agresividad propia del hombre. Por un lado promoviendo la familia heterosexual y monogámica, y por otro postulando el precepto irrealizable del amor al prójimo, el cual pone barreras a la búsqueda de satisfacción de las tendencias agresivas. Define al hombre con la célebre frase: homo homini lupus (2). Dice en un agrio pasaje: “¿A qué entonces tan solemne presentación de un precepto que razonablemente a nadie puede aconsejarse cumplir? (...) Este ser extraño [el prójimo] no sólo es en general indigno de amor, sino que –para confesarlo sinceramente– merece mucho más mi hostilidad y aun mi odio.”(3)
Esta cultura cristiana apela a los sentimientos de culpabilidad para reprimir las tendencias que –según Freud– le son antagónicas (sexualidad y agresividad), y así domina estas inclinaciones haciendo que los individuos se sientan culpables y “en pecado”, cuando consideran que han cometido algo “malo”. Esto produce angustia y, según el fundador de la Escuela Psicoanalítica, se genera así un proceso de represión que derivará en la enfermeda llamada neurosis y otras patologías psíquicas graves. Este es el ‘malestar’ que ha producido la cultura forjada por el cristianismo, y a tal punto, que puede hablarse de una antítesis y enfrentamiento entre la felicidad y la cultura. Nos dice este conocido psicoanalista: “Si la cultura impone tan pesados sacrificios, no sólo a la sexualidad, sino también a las tendencias agresivas, comprenderemos mejor por qué al hombre le resulta tan difícil alcanzar la felicidad.”(4). Debido a esto, se propone imponer un cambio que vaya a las raíces mismas de esta cultura y sus valores más fundamentales.
Reconoce Freud que la religión plantea el interrogante sobre la finalidad de la vida.
Sin embargo, nadie puede equivocar la respuesta: los hombres aspiran a la felicidad, quieren ser felices y no quieren dejar de serlo. Esta común aspiración tiene dos facetas: una positiva, le de experimentar intensas sensaciones placenteras, y otra negativa, la de evitar el displacer y el dolor. Sin embargo, el término ‘felicidad’ se aplica al principio del placer, que es el que rige todas las operaciones del “aparato psíquico”. Pero esta felicidad es irrealizable, pues añade Freud: “todo el orden del universo se le opone, y aun estaríamos por afirmar que el plan de la “Creación” no incluye el propósito de que el hombre sea “feliz”.(5)
Como podemos ver, la concepción freudiana de felicidad está relacionada y depende
fundamentalmente del pensamiento de Kant, para quien la felicidad es sensible y por eso – para el filósofo de Königsberg– es inmoral buscarla y obrar por este fin.
De esta manera las posibilidades de felicidad ya están limitadas desde el principio por nuestra propia constitución, por eso –nos dice Freud– es más fácil experimentar la desgracia.
Analiza entonces las posibilidades de sufrimiento que amenazan al hombre, y encuentra que son tres: el cuerpo, condenado a la decadencia y a la aniquilación; el mundo exterior, capaz de encarnizarse contra nosotros con sus fuerzas destructoras omnipotentes, y las relaciones con los otros seres humanos, la sociedad.
Prosigue Freud: “No nos extrañe, pues, que bajo la presión de tales posibilidades de sufrimiento, el hombre suele rebajar sus pretensiones de felicidad (...); no nos asombra que el ser humano ya se estime feliz por el mero hecho de haber escapado a la desgracia, de haber sobrevivido al sufrimiento; que, en general, la finalidad de evitar el sufrimiento relegue a segundo plano la de lograr el placer.”(6).
De esta manera, la felicidad consistirá principalmente, para Freud, en la evitación del dolor y el sufrimiento. Para esto propone diversos métodos de protección: contra los seres humanos, contra el temible mundo exterior y contra el sufrimiento de nuestro organismo.
El primero que analiza por considerarlo sumamente efectivo, es el químico, la
intoxicación por drogas.(7) Éste “nos proporciona directamente sensaciones placenteras, modificando además las condiciones de nuestra sensibilidad, de manera tal que nos impiden percibir estímulos desagradables. (...) Se atribuye tal carácter benéfico a la acción de los estupefacientes en la lucha por la felicidad y en la prevención de la miseria, que tanto los individuos como los pueblos les han reservado un lugar permanente en su economía libidinal.”(8)
Este maravilloso “quitapenas” libera al hombre del peso de la realidad, refugiándolo en un mundo propio. Porque, nos dice este psicoanalista, “La satisfacción de los
instintos, precisamente porque implica tal felicidad, se convierte en causa de intenso sufrimiento cuando el mundo exterior nos priva de ella, negándonos la satisfacción de nuestras necesidades.”(9)
También la vida instintiva sometida a “instancias psíquicas superiores” logra una
cierta protección contra el sufrimiento. La técnica de la sublimación reorienta los fines instintivos, eludiéndose, de alguna manera, la frustración que viene del mundo exterior. El artista, el investigador, el que busca descubrir la verdad, están entre los que son capaces de utilizar su intelecto como coraza contra el sufrimiento. Sin embargo, aun así no lograrán escapar, en algún momento, del dolor. Por otro lado, aclara Freud que las mujeres están escasamente dotadas para este mecanismo de defensa (el uso de la inteligencia), por eso la obra cultural es una tarea masculina.
Otro método de independizarse de la realidad y del mundo exterior siempre hostil y
doloroso, buscando satisfacciones en los procesos internos psíquicos, es el refugio en las ilusiones. Entonces, analiza ahora el que considera más enérgico procedimiento para romper con la enemiga e intolerable realidad: la vida del ermitaño o de los que viven en comunidades, refiriéndose sin duda a los monjes y a la vida religiosa. El que busca la felicidad de este modo se convertirá en un loco. Sobre todo cuando pretende una “transformación delirante de la realidad.”(10)
Por último, se refiere a lo que llama ‘amor’ como método para alejar el sufrimiento y
que, en el fondo no es más que el “amor sexual”. Luego concluye: “El designio de ser felices que nos impone el principio del placer es irrealizable, mas no por ello se debe –ni se puede– abandonar los esfuerzos por acercarse de cualquier modo a su realización. (...) Todo depende de la suma de satisfacción real que pueda esperar del mundo exterior y de la medida en que se incline a independizarse de éste; por fin, también de la fuerza que se atribuya a sí mismo para modificarlo según sus deseos.”(11)
La frustración a la que se ve sometido el individuo, por la imposibilidad de encontrar la felicidad (donde, sin duda, no se encuentra), lo lleva –como pudimos ver– a un alejamiento de la realidad que podría decirse que es como un idealismo práctico. Esta situación frustrante causa angustia, tristeza y un “torturante malestar”. El psicoanalizado se convierte –por miedoa esta realidad que considera siempre hostil y amenazante– en un “pequeño idealista”(12) y, de esta manera, puede cumplir sus deseos e imponer su voluntad con una construcción ficticia, irreal.
2. Refutación de Santo Tomás de Aquino
El Angélico, tomando la autoridad de San Agustín, dice que todos los hombres
apetecen el fin último que es la felicidad. En cuanto a la noción general, todos concuerdan en desear este fin, que es el cumplimiento de su perfección, el bien que sacia y satisface plenamente su voluntad. Pero en la situación concreta de cada persona, no todos están de acuerdo: unos desean las riquezas, otros los placeres y otros, otras cosas. Porque algunos ignoran en que cosa consiste la beatitud. Luego los diversos modos de vida se explican por el objeto en que cada uno pone su felicidad, pues el fin estructura toda la personalidad y domina los afectos, instaurando las normas para la propia vida. Y así afirma el Aquinate: “No es preciso que uno piense en el último fin siempre que algo desea o ejecuta, pues la eficacia de la primera intención, que es respecto del fin último, continúa en el deseo de cualquier otra cosaaun cuando no se piense actualmente el fin último;”(13)
Así, Santo Tomás recorre los diversos bienes que puede apetecer el hombre y en los cuales no puede radicar la felicidad o bienaventuranza: las riquezas, la fama, los honores, el poder, los bienes del cuerpo, el placer, los bienes del alma, los bienes creados. Porque la felicidad debe tener carácter de fin último y supremo bien, al cual se ordena el hombre por principios interiores, sin sombra de mal, plenamente saciativo por lo cual una vez logrado, no se desee nada más, porque aquieta todo apetito. En fin, la felicidad debe ser “el bien perfecto y suficiente” del hombre.(14) De esto se deduce que en esta vida no pueda alcanzarse la perfecta beatitud, pero puede tenerse una participación, que es la felicidad imperfecta.
En relación a la posición freudiana que hemos analizado, hay que aclarar primeramente que, si bien la delectación es un accidente propio de la felicidad, es consecuencia de ella o de alguna parte, pero no su esencia. El deleite, que es apetecible por ser reposo en el bien deseado, se da por un bien conveniente. Dice Santo Tomás: “En el mismo grado en que todos apetecen los deleites, desean el bien; pero los deleites se apetecen por el bien y no a la inversa,”(15).
El placer corporal ni siquiera puede ser consecuencia de la felicidad, porque sigue a un bien que persigue el sentido, que es potencia del alma que usa del cuerpo. Y si el placer es causado porque los sentidos perciben un bien conveniente al cuerpo, el placer corporal no sólo no es la felicidad, sino tampoco un accidente de ella; porque el bien del cuerpo no puede ser el bien perfecto del hombre, pues es mínimo en comparación con el alma.(16)
A diferencia de la verdadera felicidad que sacia y no se desea nada más, los bienes
creados muestran su propia insuficiencia e imperfección; por eso cuando se pone en ellos el fin último, dejan una profunda insatisfacción por la cual se busca desordenadamente siempre más, a la vez que se los deteriora, porque se les exige lo que ellos mismos no pueden dar. “Y es que sólo merece ser llamado fin último el bien perfecto que llena por entero todo apetito.”(17)
Sólo Dios puede colmar la voluntad humana, de manera que no puede desearse nada más;
sólo en Dios, en la visión de Dios, está la felicidad. “En conclusión, para la perfecta beatitud se requiere que el entendimiento alcance la misma esencia de la causa primera. De esta suerte logrará la perfección por la unión con Dios, como su objeto, en el cual únicamente está la bienaventuranza del hombre,”(18)
Santo Tomás, siguiendo a Aristóteles, dice que los deleites extraños impiden ciertas
operaciones. Se refiere aquí a las delectaciones propias del acto de la razón (cuando
contemplamos o razonamos), y a los deleites corporales que impiden el uso de la misma. El
Angélico menciona tres razones:
1) por la distracción, pues si el placer es grande “privará por completo del uso de la razón”, dirigiendo hacia sí toda la atención, o al menos la entorpecerá considerablemente;
2) por la contrariedad, porque ciertos placeres excesivos son contrarios al orden racional; y
3) por una cierta sujeción, pues al deleite corporal se siguen perturbaciones
corporales que impiden el uso de la razón.(19)
Vemos claramente cómo aquellos que –siguiendo los principios psicoanalíticos– buscan vehementemente el placer, no sólo frustran sus expectativas porque no encuentran la felicidad ansiada, sino que obnubilan su razón, haciéndose incapaces de buscarla correctamente, lo cual acarrea nuevas frustraciones y angustias. Por otro lado, dice Santo Tomás, que el dolor debilita o impide toda operación, de manera que la persona apesadumbrada se inmoviliza, se paraliza en su despliegue personal.
El dolor y la tristeza (por el mal que –según Freud– vivimos de la realidad hostil) son –según el Aquinate– contrarios al deleite. La delectación agranda el alma, dilata el afecto, mientras que la tristeza y angustia, la angosta. Afirma Santo Tomás: “Y el temor y la ira causan gravísimo daño corporal por su unión con la tristeza a causa de la ausencia del objeto que se desea. Y aun la tristeza misma priva en ocasiones de la razón, como se ve en aquellos que por causa del dolor se vuelven melancólicos o maniáticos.”(20) Se refiere no sólo a las enfermedades corporales sino, principalmente, a las psíquicas graves (con privación del uso de la razón y hasta organicidad), porque en las pasiones del alma, la alteración corporal que es lo material, guarda proporción al apetito, que es lo formal.(21)
Podemos concluir entonces, que el psicoanálisis (que se propone un objetivo práctico:
una psicoterapia que cambie el fin y el operar de las personas) con los principios que sustenta, sumerge a sus seguidores en la enfermedad mental. Equivocar el objeto de la felicidad, no ‘dar en el blanco’ con el fin último del hombre, es condenarlo al eterno error y a todos los sufrimientos que esto conlleva.
3. Más allá del Psicoanálisis, un problema moderno
Reconocidos filósofos modernos y contemporáneos –que Freud había estudiado profundamente en sus cursos con Brentano– se enfrentaron al catolicismo y a los valores vividos en la Europa medieval, en la cual nuestro santo Doctor alcanzó el más alto grado de perfección.
Si bien desde el punto de vista filosófico el pensamiento psicoanalítico es muy elemental, no podemos desconocer el desproporcionado éxito que ha alcanzado en la cultura contemporánea; y, en parte, gracias a la difusión dada por los mismos cristianos con su enseñanza en los ámbitos académicos, sobre todo en aquellos a los que se les reconoce autoridad por ser católicos.
Pero más allá de sus graves errores y de su inexplicable triunfo en gran parte del
mundo occidental y cristiano, no podemos dejar de considerarlo un paradigma en cuanto a la gran ignorancia del hombre actual sobre su fin último y el objeto de la felicidad.
Explica Santo Tomás que el concepto de fin tiene dos sentidos: uno, el objeto mismo que deseamos alcanzar, que es Dios, y otro que se refiere a la posesión, uso o fruición de lo que se desea.(22) La bienaventuranza es la perfección última del hombre, una operación por la que se une la mente con Dios, y es una, contínua y sempiterna. Como arriba dijimos, en la vida presente no se puede alcanzar la beatitud perfecta, pero existe una felicidad participada en mayor medida en cuanto sea más continuada y una. Por eso en la vida contemplativa, la cual versa sobre la contemplación de la verdad, hay más participación de la felicidad que en la activa que es más dispersa.(23)
La esencia de la felicidad consiste en un acto del intelecto, y a la voluntad le pertenece el deleite consiguiente, por eso dice San Agustín que es el “gozo de la verdad” (gaudium de veritate). Concluye el Angélico: “la última y perfecta bienaventuranza que esperamos en la vida futura consiste toda principalmente en la contemplación. Mas la beatitud imperfecta, cual en esta vida puede alcanzarse, consiste principalmente en la contemplación, secundariamente en la actividad del entendimiento práctico, que impone el orden en las acciones y pasiones humanas, como dice el Filósofo.”(24)
Sin lugar a dudas existe también la delectación en la beatitud, causada por el apetito que reposa en el bien alcanzado, pero la operación intelectiva es más importante. Porque el entendimiento percibe la noción universal de bien, de cuya posesión sigue el deleite; por eso se propone de modo principal el bien más que la delectación.(25)
Para la bienaventuranza se requiere la rectitud de la voluntad; no se puede alcanzar el fin, si no se ordena a él. Justamente, la ley evangélica ordenó esta voluntad: en sus actos exteriores que son los preceptos morales que pertenecen a la esencia de la virtud; pero principalmente ordenó los movimientos interiores que se refieren a sí mismo y al amor al prójimo.(26) Por eso también en la felicidad imperfecta (la que se da en esta tierra) hay paz interior y exterior, porque se va ordenando toda la personalidad y las relaciones sociales, alejando los obstáculos que perturban el camino al fin último. Pero además, la ley nueva propone consejos –para los que tienen aptitud– que “versan acerca de aquellas cosas mediante las cuales el hombre puede mejor y más fácilmente conseguir ese fin.”(27)
Hemos visto cómo Freud ataca y rechaza especialmente los preceptos que ordenan la vida interior y su relación con los demás, y que son absolutamente necesarios para dirigirse al fin.
Pero no sólo existen los hombres que equivocan el camino por ignorancia, también vemos a muchos que –conservando vestigios de la cultura cristiana– conocen el fin último del hombre, saben que reside en la contemplación de Dios, pero viven “como si” no lo supieran.
Ponen sus afanes en cosas terrenales, y buscan con enmascarada vehemencia la felicidad en bienes creados. Se dispersan en el activismo de la vida moderna o se concentran para lograr sus fines aparentes.
Las consecuencias son tanto o más graves que las que acontecen en los ignorantes, porque escinden profundamente su personalidad (que es causa de patologías psíquicas) y, como dice Santo Tomás, el hombre se entristece por no tener unidad, porque “el bien de cada ser consiste en cierta unidad, por lo mismo que cada ser tiene en sí unidos los elementos constitutivos de su perfección. (...) De ahí que todos naturalmente apetezcan la unidad,”.(28)
Y es así como nos encontramos con cristianos apesadumbrados, tristes, frustrados, sumidos en ‘incomprensibles’ angustias, atemorizados por la posible pérdida de bienes terrenos en los que han puesto sus esperanzas.
Los bienes mundanos no deben impedir el orden a la felicidad perfecta. Dice e Angélico que “no es lícito esperar bien alguno como último fin, fuera de la bienaventuranza eterna, sino sólo como ordenado a este fin de la beatitud,”(29) Porque entonces surge el temor mundano, que es malo, pues nace del amor mundano, el cual teme perder lo temporal que ama, y que realmente –al no poder durar para siempre– algún día perderá.
Es entonces necesario el desapego de las cosas creadas, la pobreza de espíritu y la
virtud de la esperanza por la cual no sólo esperamos el bien de la vida eterna, sino que nos apoyamos en el auxilio de Dios para conseguirlo.(30) Para vencer la ignorancia y mover los corazones vino Cristo, y la cultura europea –que niega sus raíces– ha tenido un papel muy importante en la historia de la Evangelización.
Ahora, nuestra cultura está enferma (bien llamada “cultura de la muerte”); los hombres están enfermos, y no sólo de un leve ‘malestar’, han perdido el uso de la razón. Y vemos que la raíz más profunda del sufrimiento es precisamente la ausencia de Dios (31), pues sólo la fe es la fuerza purificadora de la razón(32).
Decía S.S. Juan Pablo II que el hombre “es al mismo tiempo hijo y padre de la cultura
a la que pertenece.”(33) Por eso frente a la infelicidad, la enfermedad que aqueja a gran cantidad de personas de nuestra época, tenemos una grave responsabilidad. Hay que “hacer todo lo que está en nuestras manos con las capacidades que tenemos, es la tarea que mantiene siempre activo al siervo bueno de Jesucristo: “Nos apremia el amor de Cristo” (2 Co 5,14)”.(34)
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Notas
1 Nietzsche confió el cumplimiento de su proyecto de transformación de la moral a un médico-filósofo.
Cfr. Friedrich NIETZSCHE La gaya ciencia, Madrid 1984, 24.
2 Freud cita la frase de Hobbes, pero no dice a quien pertenece.
3 Sigmund FREUD El malestar de la cultura, en Obras completas, traducción directa del alemán Luis
López-Ballesteros y de Torres, tomo III, Madrid 19814, 3045.
4 Ibidem, 3048.
5 Ibidem, 3025.
6 Ibidem, 3025.
7 El mismo Freud consumía cocaína.
8 Ibidem, 3026.
9 Ibidem, 3026.
10 Ibidem, 3028.
11 Ibidem, 3029.
12 Esta expresión es de Ignacio ANDEREGGEN en Teoría del conocimiento moral. Lecciones de
Gnoseología, Buenos Aires 2006, 331. Dice explícitamente, Ibidem 328: “el psicoanálisis es una
forma popular de idealismo.”
13 S. Th. I-II q. 1 a. 6 ad 3.
14 S. Th. I-II q. 5 a. 2 arg 3 y a.4 corpus.
15 S. Th. I-II q. 2 a. 7 ad 3.
16 S. Th. I-II q. 2 a. 6: Si la bienaventuranza del hombre consiste en el placer.
17 S. Th. I-II q. 2 a. 7 corpus.
18 S. Th. I-II q. 3 a. 8 corpus.
19 Cfr. S. Th. I-II q. 33 a. 3 corpus.
20 S. Th. I-II q. 37 a. 4 ad 3.
21 Cfr. S. Th. I-II q. 37 a. 4 corpus.
22 Cfr. S. Th. I-II q 3 a. 1 corpus.
23 S. Th. I-II q. 3 a. 3 corpus.
24 S. Th. I-II q 3 a. 5 corpus.
25 Cfr. S. Th. I-II q 4 a. 2 ad 2.
26 Cfr. S.Th. I-II q. 108 a. Cfr. S.Th. I-II q. 108 a. 3 corpus.
27 S.Th. I-II q. 108 a. 4 corpus.
28 S. Th. I-II q. 36 a. 3 corpus.
29 S. Th. II-II q. 17 a. 4 corpus.
30Cfr. S. Th. II-II q. 17 a. 2 corpus.
31 Cfr. S.S. Benedicto XVI Carta Encíclica Deus caritas est, Roma 2005, n° 31.
32 Cfr. S.S. Benedicto XVI Carta Encíclica Deus caritas est, Roma 2005, n° 28.
33 Cfr. S.S. Juan Pablo II Carta Encíclica Fides et ratio, Roma 1998, n° 71.
34 S.S. Benedicto XVI Carta Encíclica Deus caritas est, Roma 2005, n° 35.
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Fuente: Sociedad Tomista Argentina
La justificación (Rm 3-5) / Autor: Hº Jaime Ruiz Castro CM
El mensaje bíblico de la justificación
Nuestra escucha común de la palabra de Dios en las Escrituras ha dado lugar a nuevos enfoques. Juntos oímos lo que dice el evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda sino que tenga vida eterna» (San Juan 3:16). Esta buena nueva se plantea de diversas maneras en las Sagradas Escrituras. En el Antiguo Testamento escuchamos la palabra de Dios acerca del pecado (Sal 51:1-5; Dn 9:5 y ss; Ec 8:9 y ss; Esd 9:6 y ss.) y la desobediencia humanos (Gn 3:1-19 y Neh 9:16-26), así como la «justicia» (Is 46:13; 51:5-8; 56:1; cf. 53:11; Jer 9:24) y el «juicio» de Dios (Ec 12:14; Sal 9:5 y ss; y 76:7-9).
En el Nuevo testamento se alude de diversas maneras a la «justicia» y la «justificación» en los escritos de San Mateo (5:10; 6:33 y 21:32), San Juan (16:8-11); Hebreos (5:1-3 y 10:37-38), y Santiago (2:14-26). En las epístolas de San Pablo también se describe de varias maneras el don de la salvación, entre ellas: «Estad pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres» (Gá 5:1-13, cf. Ro 6:7); «Y todo esto proviene de Dios que nos reconcilió consigo mismo» (2 Co 5:18-21, cf. Ro 5:11); «tenemos paz para con Dios» (Ro 5:1); «nueva criatura es» (2 Co 5:17); «vivos para Dios en Cristo Jesús» (Ro 6:11-23) y «santificados en Cristo Jesús» (1 Co 1:2 y 1:31; 2 Co 1:1) A la cabeza de todas ellas está la «justificación» del pecado de los seres humanos por la gracia de Dios por medio de la fe (Ro 3:23-25), que cobró singular relevancia en el período de la Reforma.
San Pablo asevera que el evangelio es poder de Dios para la salvación de quien ha sucumbido al pecado; mensaje que proclama que «la justicia de Dios se revela por fe y para fe» (Ro 1:16-17) y ello concede la «justificación» (Ro 3:21-31). Proclama a Jesucristo «nuestra justificación» (1 Co 1:30) atribuyendo al Señor resucitado lo que Jeremías proclama de Dios mismo (23:6). En la muerte y resurrección de Cristo están arraigadas todas las dimensiones de su labor redentora por que él es «Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación» (Ro 4:25). Todo ser humano tiene necesidad de la justicia de Dios «por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios» (Ro 1:18; 2:23 3:22; 11:32 y Gá 3:22). En Gálatas 3:6 y Romanos 4:3-9, San Pablo entiende que la fe de Abraham (Gn 15:6) es fe en un Dios que justifica al pecador y recurre al testimonio del Antiguo Testamento para apuntalar su prédica de que la justicia le será reconocida a todo aquel que, como Abraham, crea en la promesa de Dios. «Mas el justo por la fe vivirá» (Ro 1:17 y Hab 2:4, cf. Gá 3:11). En las epístolas de San Pablo, la justicia de Dios es también poder para aquellos que tienen fe (Ro 1:17 y 2 Co 5:21). Él hace de Cristo justicia de Dios para el creyente (2 Co 5:21). La justificación nos llega a través de Cristo Jesús «a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre» (Ro 3:2; véase 3:21-28). «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras...» (Ef 2:8-9).
La justificación es perdón de los pecados (cf. Ro 3:23-25; Hechos 13:39 y San Lucas 18:14), liberación del dominio del pecado y la muerte (Ro 5:12-21) y de la maldición de la ley (Gá 3:10-14) y aceptación de la comunión con Dios: ya pero no todavía plenamente en el reino de Dios a venir (Ro 5:12). Ella nos une a Cristo, a su muerte y resurrección (Ro 6: 5). Se opera cuando acogemos al Espíritu Santo en el bautismo, incorporándonos al cuerpo que es uno (Ro 8:1-2 y 9-11; y 1 Co 12:12-13). Todo ello proviene solo de Dios, por la gloria de Cristo y por gracia mediante la fe en «el evangelio del Hijo de Dios» (Ro 1:1-3).
Los justos viven por la fe que dimana de la palabra de Cristo (Ro 10:17) y que obra por el amor (Gá 5:6), que es fruto del Espíritu (Gá 5:22) pero como los justos son asediados desde dentro y desde fuera por poderes y deseos (Ro 8:35-39 y Gá 5:16-21) y sucumben al pecado (1 Jn 1:8 y 10) deben escuchar una y otra vez las promesas de Dios y confesar sus pecados (1 Jn 1:9), participar en el cuerpo y la sangre de Cristo y ser exhortados a vivir con justicia, conforme a la voluntad de Dios. De ahí que el Apóstol diga a los justos: «...ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Flp 2:12-13). Pero ello no invalida la buena nueva: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Ro 8:1) y en quienes Cristo vive (Gá 2:20). Por la justicia de Cristo «vino a todos los hombres la justificación que produce vida» (Ro 5:18).
En la fe, juntos tenemos la convicción de que la justificación es obra del Dios trino. El Padre envió a su Hijo al mundo para salvar a los pecadores. Fundamento y postulado de la justificación es la encarnación, muerte y resurrección de Cristo. Por lo tanto, la justificación significa que Cristo es justicia nuestra, en la cual compartimos mediante el Espíritu Santo, conforme con la voluntad del Padre. Juntos confesamos: «Solo por gracia mediante la fe en Cristo y su obra salvífica y no por algún mérito nuestro, somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones, capacitándonos y llamándonos a buenas obras».
Todos los seres humanos somos llamados por Dios a la salvación en Cristo. Solo a través de Él somos justificados cuando recibimos esta salvación en fe. La fe es en sí don de Dios mediante el Espíritu Santo que opera en palabra y sacramento en la comunidad de creyente y que, a la vez, les conduce a la renovación de su vida que Dios habrá de consumar en la vida eterna.
También compartimos la convicción de que el mensaje de la justificación nos orienta sobre todo hacia el corazón del testimonio del Nuevo Testamento sobre la acción redentora de Dios en Cristo: Nos dice que en cuanto pecadores nuestra nueva vida obedece únicamente al perdón y la misericordia renovadora que de Dios imparte como un don y nosotros recibimos en la fe y nunca por mérito propio cualquiera que este sea.
Por consiguiente, la doctrina de la justificación que recoge y explica este mensaje es algo más que un elemento de la doctrina cristiana y establece un vínculo esencial entre todos los postulados de la fe que han de considerarse internamente relacionados entre sí. Constituye un criterio indispensable que sirve constantemente para orientar hacia Cristo el magisterio y la práctica de nuestras iglesias. Cuando los luteranos resaltan el significado sin parangón de este criterio, no niegan la interrelación y el significado de todos los postulados de la fe. Cuando los católicos se ven ligados por varios criterios, tampoco niegan la función peculiar del mensaje de la justificación. Luteranos y católicos compartimos la meta de confesar a Cristo en quien debemos creer primordialmente por ser el solo mediador (1 Ti 2:5-6) a través de quien Dios se da a sí mismo en el Espíritu Santo y prodiga sus dones renovadores.
Nuestra escucha común de la palabra de Dios en las Escrituras ha dado lugar a nuevos enfoques. Juntos oímos lo que dice el evangelio: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda sino que tenga vida eterna» (San Juan 3:16). Esta buena nueva se plantea de diversas maneras en las Sagradas Escrituras. En el Antiguo Testamento escuchamos la palabra de Dios acerca del pecado (Sal 51:1-5; Dn 9:5 y ss; Ec 8:9 y ss; Esd 9:6 y ss.) y la desobediencia humanos (Gn 3:1-19 y Neh 9:16-26), así como la «justicia» (Is 46:13; 51:5-8; 56:1; cf. 53:11; Jer 9:24) y el «juicio» de Dios (Ec 12:14; Sal 9:5 y ss; y 76:7-9).
En el Nuevo testamento se alude de diversas maneras a la «justicia» y la «justificación» en los escritos de San Mateo (5:10; 6:33 y 21:32), San Juan (16:8-11); Hebreos (5:1-3 y 10:37-38), y Santiago (2:14-26). En las epístolas de San Pablo también se describe de varias maneras el don de la salvación, entre ellas: «Estad pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres» (Gá 5:1-13, cf. Ro 6:7); «Y todo esto proviene de Dios que nos reconcilió consigo mismo» (2 Co 5:18-21, cf. Ro 5:11); «tenemos paz para con Dios» (Ro 5:1); «nueva criatura es» (2 Co 5:17); «vivos para Dios en Cristo Jesús» (Ro 6:11-23) y «santificados en Cristo Jesús» (1 Co 1:2 y 1:31; 2 Co 1:1) A la cabeza de todas ellas está la «justificación» del pecado de los seres humanos por la gracia de Dios por medio de la fe (Ro 3:23-25), que cobró singular relevancia en el período de la Reforma.
San Pablo asevera que el evangelio es poder de Dios para la salvación de quien ha sucumbido al pecado; mensaje que proclama que «la justicia de Dios se revela por fe y para fe» (Ro 1:16-17) y ello concede la «justificación» (Ro 3:21-31). Proclama a Jesucristo «nuestra justificación» (1 Co 1:30) atribuyendo al Señor resucitado lo que Jeremías proclama de Dios mismo (23:6). En la muerte y resurrección de Cristo están arraigadas todas las dimensiones de su labor redentora por que él es «Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación» (Ro 4:25). Todo ser humano tiene necesidad de la justicia de Dios «por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios» (Ro 1:18; 2:23 3:22; 11:32 y Gá 3:22). En Gálatas 3:6 y Romanos 4:3-9, San Pablo entiende que la fe de Abraham (Gn 15:6) es fe en un Dios que justifica al pecador y recurre al testimonio del Antiguo Testamento para apuntalar su prédica de que la justicia le será reconocida a todo aquel que, como Abraham, crea en la promesa de Dios. «Mas el justo por la fe vivirá» (Ro 1:17 y Hab 2:4, cf. Gá 3:11). En las epístolas de San Pablo, la justicia de Dios es también poder para aquellos que tienen fe (Ro 1:17 y 2 Co 5:21). Él hace de Cristo justicia de Dios para el creyente (2 Co 5:21). La justificación nos llega a través de Cristo Jesús «a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre» (Ro 3:2; véase 3:21-28). «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras...» (Ef 2:8-9).
La justificación es perdón de los pecados (cf. Ro 3:23-25; Hechos 13:39 y San Lucas 18:14), liberación del dominio del pecado y la muerte (Ro 5:12-21) y de la maldición de la ley (Gá 3:10-14) y aceptación de la comunión con Dios: ya pero no todavía plenamente en el reino de Dios a venir (Ro 5:12). Ella nos une a Cristo, a su muerte y resurrección (Ro 6: 5). Se opera cuando acogemos al Espíritu Santo en el bautismo, incorporándonos al cuerpo que es uno (Ro 8:1-2 y 9-11; y 1 Co 12:12-13). Todo ello proviene solo de Dios, por la gloria de Cristo y por gracia mediante la fe en «el evangelio del Hijo de Dios» (Ro 1:1-3).
Los justos viven por la fe que dimana de la palabra de Cristo (Ro 10:17) y que obra por el amor (Gá 5:6), que es fruto del Espíritu (Gá 5:22) pero como los justos son asediados desde dentro y desde fuera por poderes y deseos (Ro 8:35-39 y Gá 5:16-21) y sucumben al pecado (1 Jn 1:8 y 10) deben escuchar una y otra vez las promesas de Dios y confesar sus pecados (1 Jn 1:9), participar en el cuerpo y la sangre de Cristo y ser exhortados a vivir con justicia, conforme a la voluntad de Dios. De ahí que el Apóstol diga a los justos: «...ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Flp 2:12-13). Pero ello no invalida la buena nueva: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Ro 8:1) y en quienes Cristo vive (Gá 2:20). Por la justicia de Cristo «vino a todos los hombres la justificación que produce vida» (Ro 5:18).
En la fe, juntos tenemos la convicción de que la justificación es obra del Dios trino. El Padre envió a su Hijo al mundo para salvar a los pecadores. Fundamento y postulado de la justificación es la encarnación, muerte y resurrección de Cristo. Por lo tanto, la justificación significa que Cristo es justicia nuestra, en la cual compartimos mediante el Espíritu Santo, conforme con la voluntad del Padre. Juntos confesamos: «Solo por gracia mediante la fe en Cristo y su obra salvífica y no por algún mérito nuestro, somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones, capacitándonos y llamándonos a buenas obras».
Todos los seres humanos somos llamados por Dios a la salvación en Cristo. Solo a través de Él somos justificados cuando recibimos esta salvación en fe. La fe es en sí don de Dios mediante el Espíritu Santo que opera en palabra y sacramento en la comunidad de creyente y que, a la vez, les conduce a la renovación de su vida que Dios habrá de consumar en la vida eterna.
También compartimos la convicción de que el mensaje de la justificación nos orienta sobre todo hacia el corazón del testimonio del Nuevo Testamento sobre la acción redentora de Dios en Cristo: Nos dice que en cuanto pecadores nuestra nueva vida obedece únicamente al perdón y la misericordia renovadora que de Dios imparte como un don y nosotros recibimos en la fe y nunca por mérito propio cualquiera que este sea.
Por consiguiente, la doctrina de la justificación que recoge y explica este mensaje es algo más que un elemento de la doctrina cristiana y establece un vínculo esencial entre todos los postulados de la fe que han de considerarse internamente relacionados entre sí. Constituye un criterio indispensable que sirve constantemente para orientar hacia Cristo el magisterio y la práctica de nuestras iglesias. Cuando los luteranos resaltan el significado sin parangón de este criterio, no niegan la interrelación y el significado de todos los postulados de la fe. Cuando los católicos se ven ligados por varios criterios, tampoco niegan la función peculiar del mensaje de la justificación. Luteranos y católicos compartimos la meta de confesar a Cristo en quien debemos creer primordialmente por ser el solo mediador (1 Ti 2:5-6) a través de quien Dios se da a sí mismo en el Espíritu Santo y prodiga sus dones renovadores.
La formación / Autor: Juan Pablo Rendón, LC
Nadie puede tener toda la ciencia en su cabeza. Se conocen personas que quieren conseguirlo y es admirable su esfuerzo y aquello que pueden lograr, pero desafortunadamente no lo pueden tener todo en la memoria. En el siglo XV y XVI se conseguía saberlo todo, pero a base de mucha esfuerzo y sincero deseo. Muestra de ello es el gran Leonardo Da Vinci, el hombre universal: pintor, escultor, científico - estudios de anatomía, botánica, vuelo de aves… - ingeniero, músico. El saber humano era aún pequeño, y era posible abarcarlo. De igual forma en el siglo XVIII se logró hacer un compendio de toda la sabiduría conocida por medio de la enciclopedia. Era relativamente fácil estudiarla. Resultaron veintiocho volúmenes de todo el saber humano. No fue tarea muy complicada.
Si antes se logró, ¿por qué ahora no? Lógicamente todos nuestros saberes ya están escritos, pero ahora es sumamente difícil que un hombre lo pueda saber todo; ya que la ciencia y la técnica han dado pasos gigantescos en el siglo pasado y continúan dándolos.
Si una persona logra ser arquitecto es probable que pueda estudiar también medicina. Podrá de igual forma sacar su título de abogado, pero… ya se le está acabando la vida. Ha logrado cubrir tres campos del saber, pero es muy poco para saberlo todo.
En medio de tantos gritos (moda, libertad, dinero, naturaleza, deporte…) hay uno que es más sonoro y aún así sobresale por encima de los otros, este es el de la formación.
Para no ser un extraño en este mundo es necesaria la formación. Somos hijos de nuestro tiempo y debemos estar en él con conciencia de lo que somos. No es correcto tomar una actitud indiferente, apática. Por eso vemos que esta tendencia a tener una buena formación es cada día más común y corriente. No se necesitan muchas técnicas ni métodos para comprender lo importante que es.
La mayoría de las personas lo saben y viven dándole gran importancia a esta realidad. Pero, ¿saber por saber? No. La clave está en saber saber. En medio de tanta información te ahogas, es necesario aprender a saber. Miles de datos giran alrededor de nosotros: cifras, estadísticas, esquemas, resultados, aspectos comprensibles, etc. Todo esto es llamativo y sería muy interesante tenerlo bajo nuestro dominio, pero a veces estamos expuestos a ser un objeto manipulable por información externa y quizá errónea.
Cada persona que quiera progresar, que quiera ser útil en esta vida tan corta que tenemos, debería tener su propio “firewall” a ejemplo de los usuarios de Internet. Nadie te va a formar, tú mismo eres quien debes formarte, eres tú quien te construyes poco a poco utilizando aquellos materiales que más te sirvan.
Como persona humana somos únicos; Dios nos ha dotado de cualidades y depende de nosotros el fruto que de ellas resulten. Dios también nos ha dado libertad para decidir nuestros intereses, cuál será la carrera, cuáles serán nuestros estudios, y todo depende en el por qué y por quién lo hagamos. Lo que nos realizará no serán los actos que realicemos para y por nosotros, sino lo que hagamos por Dios y por nuestros hermanos, los hombres.
Hacen falta personas preparadas, no personas que saben mucho, sino personas que han sabido aprender. No personas que sólo estudian para su propio provecho, sino personas que son conscientes de que a su lado hay otros seres humanos que le piden una mano de ayuda. No es simple filantropía, es ley natural, es la forma de vivir junto a los otros seres que también han sido pensados por el creador.
Esto parece una invitación como muchas otras: lo es, y está de nuestra parte aceptarla, está de nuestra parte ser personas a la que se les puede agradecer. Tu formación depende de ti, pero recuerda que no sólo es para ti, ¿acaso no habrá otro faro que ilumine un mundo lleno de tanta oscuridad?
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Fuente: GAMA - Virtudes y valores
Si antes se logró, ¿por qué ahora no? Lógicamente todos nuestros saberes ya están escritos, pero ahora es sumamente difícil que un hombre lo pueda saber todo; ya que la ciencia y la técnica han dado pasos gigantescos en el siglo pasado y continúan dándolos.
Si una persona logra ser arquitecto es probable que pueda estudiar también medicina. Podrá de igual forma sacar su título de abogado, pero… ya se le está acabando la vida. Ha logrado cubrir tres campos del saber, pero es muy poco para saberlo todo.
En medio de tantos gritos (moda, libertad, dinero, naturaleza, deporte…) hay uno que es más sonoro y aún así sobresale por encima de los otros, este es el de la formación.
Para no ser un extraño en este mundo es necesaria la formación. Somos hijos de nuestro tiempo y debemos estar en él con conciencia de lo que somos. No es correcto tomar una actitud indiferente, apática. Por eso vemos que esta tendencia a tener una buena formación es cada día más común y corriente. No se necesitan muchas técnicas ni métodos para comprender lo importante que es.
La mayoría de las personas lo saben y viven dándole gran importancia a esta realidad. Pero, ¿saber por saber? No. La clave está en saber saber. En medio de tanta información te ahogas, es necesario aprender a saber. Miles de datos giran alrededor de nosotros: cifras, estadísticas, esquemas, resultados, aspectos comprensibles, etc. Todo esto es llamativo y sería muy interesante tenerlo bajo nuestro dominio, pero a veces estamos expuestos a ser un objeto manipulable por información externa y quizá errónea.
Cada persona que quiera progresar, que quiera ser útil en esta vida tan corta que tenemos, debería tener su propio “firewall” a ejemplo de los usuarios de Internet. Nadie te va a formar, tú mismo eres quien debes formarte, eres tú quien te construyes poco a poco utilizando aquellos materiales que más te sirvan.
Como persona humana somos únicos; Dios nos ha dotado de cualidades y depende de nosotros el fruto que de ellas resulten. Dios también nos ha dado libertad para decidir nuestros intereses, cuál será la carrera, cuáles serán nuestros estudios, y todo depende en el por qué y por quién lo hagamos. Lo que nos realizará no serán los actos que realicemos para y por nosotros, sino lo que hagamos por Dios y por nuestros hermanos, los hombres.
Hacen falta personas preparadas, no personas que saben mucho, sino personas que han sabido aprender. No personas que sólo estudian para su propio provecho, sino personas que son conscientes de que a su lado hay otros seres humanos que le piden una mano de ayuda. No es simple filantropía, es ley natural, es la forma de vivir junto a los otros seres que también han sido pensados por el creador.
Esto parece una invitación como muchas otras: lo es, y está de nuestra parte aceptarla, está de nuestra parte ser personas a la que se les puede agradecer. Tu formación depende de ti, pero recuerda que no sólo es para ti, ¿acaso no habrá otro faro que ilumine un mundo lleno de tanta oscuridad?
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Fuente: GAMA - Virtudes y valores
La gota de miel / Autor: P. Fernando Pascual L.C.
Se trata de una frase famosa, atribuida a san Francisco de Sales: “Se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre”.
La frase expresa una verdad sobre las relaciones humanas: se consigue más con un poco de dulzura que con una dureza despiadada.
Cuando queremos ayudar a alguien a salir de un pecado, a dejar el vicio, a despertar energías interiores de bien, a preocuparse por su familia o por su misma salud, no es suficiente con el reproche o con la continua canción de “te lo he dicho mil veces”. Menos aún con los ataques personales: “Pero, ¿es que eres tonto o qué?” “Es inútil hablar contigo”. “Disimulas a la perfección que tienes buen corazón”. “No te entiendo, la verdad”. “Si no me haces caso es que no me quieres”. “No es la miel para la boca del burro”. Y mil fórmulas parecidas, clásicas o inventadas, para decirle al otro, en pocas palabras, que no tiene buena voluntad, que es un poco o un mucho “malo”.
Habrá casos, es verdad, en los que algunos de esos reproches sean verdaderos, incluso tal vez surtirán efecto. Pero también es verdad que, normalmente, se consigue bastante poco con un bombardeo continuo de insultos o ironías.
En otros muchos casos, hay corazones que dejan de lado su dureza, su pereza o su abandono personal cuando sienten a su lado a alguien que les ama, que se esfuerza por comprenderles, que ofrece una mano de amistad. Con dulzura es posible entrar en lugares secretos, asomarse a una historia triste, descubrir un drama en la infancia o una frustración amorosa o profesional que se arrastra por años y años.
Entonces, poco a poco, el familiar, el amigo sincero, paciente, respetuoso, puede lanzar cabos y dejar mensajes que llegan al corazón de quien sentirá más fácil salir de su sopor con un poco de miel, de confianza, de aprecio, que con litros y litros de vinagre, reproches y amenazas.
De este modo, los padres podrán adentrarse en el corazón del hijo adolescente que ha aflojado en sus estudios y que no quiere que nadie “se meta” en su vida. El esposo o la esposa ayudarán a la otra parte que da señales de dejadez personal y de cansancio en su entrega matrimonial. El maestro encontrará nuevas maneras para ganarse el aprecio (algo más fuerte que el respeto) de ese alumno rebelde que no estudia ni deja estudiar a sus vecinos. El policía sabrá llamar la atención a ese automovilista imprudente no como quien dice “te cogí”, sino como alguien que sabe que todos cometemos errores y que podemos ayudarnos amistosamente a ser más civilizados y formales.
Basta simplemente muy poco: una gota de miel. En el fondo, basta tener un corazón atento, enamorado, dispuesto a dar la mano, a tender puentes, a levantar heridos, a animar a débiles. Un corazón que no se cansa, porque quiere rescatar al amado, quiere ayudarle a vivir mejor, a ser bueno; a dejar de ser alguien que parece malo para convertirse en alguien que sea, realmente, un hijo, un padre o un esposo más trabajador, más sencillo, más alegre, más enamorado.
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Fuente: Catholic.net
La frase expresa una verdad sobre las relaciones humanas: se consigue más con un poco de dulzura que con una dureza despiadada.
Cuando queremos ayudar a alguien a salir de un pecado, a dejar el vicio, a despertar energías interiores de bien, a preocuparse por su familia o por su misma salud, no es suficiente con el reproche o con la continua canción de “te lo he dicho mil veces”. Menos aún con los ataques personales: “Pero, ¿es que eres tonto o qué?” “Es inútil hablar contigo”. “Disimulas a la perfección que tienes buen corazón”. “No te entiendo, la verdad”. “Si no me haces caso es que no me quieres”. “No es la miel para la boca del burro”. Y mil fórmulas parecidas, clásicas o inventadas, para decirle al otro, en pocas palabras, que no tiene buena voluntad, que es un poco o un mucho “malo”.
Habrá casos, es verdad, en los que algunos de esos reproches sean verdaderos, incluso tal vez surtirán efecto. Pero también es verdad que, normalmente, se consigue bastante poco con un bombardeo continuo de insultos o ironías.
En otros muchos casos, hay corazones que dejan de lado su dureza, su pereza o su abandono personal cuando sienten a su lado a alguien que les ama, que se esfuerza por comprenderles, que ofrece una mano de amistad. Con dulzura es posible entrar en lugares secretos, asomarse a una historia triste, descubrir un drama en la infancia o una frustración amorosa o profesional que se arrastra por años y años.
Entonces, poco a poco, el familiar, el amigo sincero, paciente, respetuoso, puede lanzar cabos y dejar mensajes que llegan al corazón de quien sentirá más fácil salir de su sopor con un poco de miel, de confianza, de aprecio, que con litros y litros de vinagre, reproches y amenazas.
De este modo, los padres podrán adentrarse en el corazón del hijo adolescente que ha aflojado en sus estudios y que no quiere que nadie “se meta” en su vida. El esposo o la esposa ayudarán a la otra parte que da señales de dejadez personal y de cansancio en su entrega matrimonial. El maestro encontrará nuevas maneras para ganarse el aprecio (algo más fuerte que el respeto) de ese alumno rebelde que no estudia ni deja estudiar a sus vecinos. El policía sabrá llamar la atención a ese automovilista imprudente no como quien dice “te cogí”, sino como alguien que sabe que todos cometemos errores y que podemos ayudarnos amistosamente a ser más civilizados y formales.
Basta simplemente muy poco: una gota de miel. En el fondo, basta tener un corazón atento, enamorado, dispuesto a dar la mano, a tender puentes, a levantar heridos, a animar a débiles. Un corazón que no se cansa, porque quiere rescatar al amado, quiere ayudarle a vivir mejor, a ser bueno; a dejar de ser alguien que parece malo para convertirse en alguien que sea, realmente, un hijo, un padre o un esposo más trabajador, más sencillo, más alegre, más enamorado.
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Fuente: Catholic.net
Templanza, para ser dueño de tus actos / Autor: Catholic.net
Vivir la templanza significa entre otras cosas, ser dueño de sí mismo, del propio actuar.
¿Que es la Templanza?
La templanza es la virtud que modera y ordena la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos.
La templanza implica diferentes virtudes como son: la castidad, la sobriedad, la humildad y la mansedumbre.
¿Cuál es nuestra meta?
Conseguir una virtud que nos será muy útil a lo largo de nuestra vida, ya que vivir la templanza nos ayudará a dominar nuestros impulsos, pasiones, y apetitos a través de la voluntad.
Conocernos mejor a nosotros mismos y de esta manera aprender a utilizar adecuadamente cada aspecto, sentimiento y deseo de nuestro cuerpo.
Autodeterminación
¿Por qué nos interesa fomentar la virtud de la templanza?
1. Porque las personas templadas son mas libres, y por lo tanto más felices.
2. Porque la falta de templanza genera vicios entre los cuales se distinguen los pecados capitales.
3. Porque se llega a ser feliz y se alcanzan metas insospechadas, cuando uno mismo es dueño de sus actos.
4. Porque la templanza se apoya en la humildad, la sobriedad, mansedumbre y la castidad, virtudes necesarias para imitar a Jesús.
5. Porque somos seres racionales que debemos ordenar nuestras pasiones hacia nuestro fin para ser realmente felices.
6. Porque toda actitud iracunda y descompuesta es claro indicio de que, en lugar de dominar la situación, somos su víctima.
Vivir la templanza significa:
1. Esforzarse diariamente por ser mejor.
2. No ceder ante los gustos, deseos o caprichos que pueden dañar mi amistad con Dios.
3. Estar alegre al saber que puedo dominarme y ser mejor.
4. Ser dueño de sí mismo, del propio actuar.
5. Congruente con lo que pienso, digo y hago.
6. No justificarse ni dar falsos pretextos.
7. Conocer las propias debilidades y evitar caer en circunstancias que pongan en peligro mi voluntad.
8. Es vencerse al deseo del placer y la comodidad por amor y con inteligencia.
9. La persona moderada orienta y ordena hacia el bien sus apetitos sensibles, no se deja arrastrar por sus pasiones
¿Qué facilita la vivencia de esta virtud?
1. La humildad que nos ayuda a reconocer nuestras propias insuficiencias y cualidades y aprovecharlas sin llamar la atención.
2. La sobriedad que nos ayuda a distinguir entre lo que es razonable y lo que es inmoderado y nos ayuda a utilizar adecuadamente nuestros sentidos, esfuerzos, dinero, etc. de acuerdo a criterios rectos y verdaderos.
3. La castidad que nos ayuda a reconocer el valor de la intimidad y a respetarnos a nosotros mismos y a los demás.
4. La mansedumbre que nos ayuda a vencer la ira y a soportar molestias con serenidad.
5. El conocimiento de nuestras propias debilidades.
6. La formación de una conciencia recta y delicada.
7. El avance de la capacidad moral que ayuda a distinguir entre lo realmente necesario y los caprichos.
8. El diálogo en familia que nos ayude a comprender mejor la forma en que se debe actuar ante las diferentes situaciones.
9. El conocimiento de los propios dones y capacidades.
10. El hacer sacrificios por Dios y los demás.
11. Carácter reflexivo que nos invite a pensar antes de dejarnos llevar por emociones deseos o pasiones.
¿Qué dificulta la vivencia de esta virtud?
1. La sociedad materialista y utilitaria que nos lleva a conseguir todo lo que deseamos.
2. El egoísmo.
3. El permisivismo que nos deja actuar pasando sobre los derechos de los demás.
4. El deseo de comodidad que nos lleva a buscar una vida fácil y sin compromiso.
5. Falta de conocimiento de las propias debilidades.
6. No encontrar a Dios como Fin ultimo de nuestra vida.
7. No contar con la virtud de la Fortaleza. Fuerza de voluntad.
8. Egoísmo que lleva a querer tener y hacer de todo, sin pensar que eso no es lo mejor para la propia naturaleza.
9. El desorden que me impide distinguir entre lo realmente necesario y lo superficial y evita que ordenemos rectamente las pasiones a la voluntad.
10. Clima de nerviosismo que lleva a desahogar la tensión a través del exceso en ciertos aspectos.
11. Conciencia laxa, permisiva, o mal formada
¿Que es la Templanza?
La templanza es la virtud que modera y ordena la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos.
La templanza implica diferentes virtudes como son: la castidad, la sobriedad, la humildad y la mansedumbre.
¿Cuál es nuestra meta?
Conseguir una virtud que nos será muy útil a lo largo de nuestra vida, ya que vivir la templanza nos ayudará a dominar nuestros impulsos, pasiones, y apetitos a través de la voluntad.
Conocernos mejor a nosotros mismos y de esta manera aprender a utilizar adecuadamente cada aspecto, sentimiento y deseo de nuestro cuerpo.
Autodeterminación
¿Por qué nos interesa fomentar la virtud de la templanza?
1. Porque las personas templadas son mas libres, y por lo tanto más felices.
2. Porque la falta de templanza genera vicios entre los cuales se distinguen los pecados capitales.
3. Porque se llega a ser feliz y se alcanzan metas insospechadas, cuando uno mismo es dueño de sus actos.
4. Porque la templanza se apoya en la humildad, la sobriedad, mansedumbre y la castidad, virtudes necesarias para imitar a Jesús.
5. Porque somos seres racionales que debemos ordenar nuestras pasiones hacia nuestro fin para ser realmente felices.
6. Porque toda actitud iracunda y descompuesta es claro indicio de que, en lugar de dominar la situación, somos su víctima.
Vivir la templanza significa:
1. Esforzarse diariamente por ser mejor.
2. No ceder ante los gustos, deseos o caprichos que pueden dañar mi amistad con Dios.
3. Estar alegre al saber que puedo dominarme y ser mejor.
4. Ser dueño de sí mismo, del propio actuar.
5. Congruente con lo que pienso, digo y hago.
6. No justificarse ni dar falsos pretextos.
7. Conocer las propias debilidades y evitar caer en circunstancias que pongan en peligro mi voluntad.
8. Es vencerse al deseo del placer y la comodidad por amor y con inteligencia.
9. La persona moderada orienta y ordena hacia el bien sus apetitos sensibles, no se deja arrastrar por sus pasiones
¿Qué facilita la vivencia de esta virtud?
1. La humildad que nos ayuda a reconocer nuestras propias insuficiencias y cualidades y aprovecharlas sin llamar la atención.
2. La sobriedad que nos ayuda a distinguir entre lo que es razonable y lo que es inmoderado y nos ayuda a utilizar adecuadamente nuestros sentidos, esfuerzos, dinero, etc. de acuerdo a criterios rectos y verdaderos.
3. La castidad que nos ayuda a reconocer el valor de la intimidad y a respetarnos a nosotros mismos y a los demás.
4. La mansedumbre que nos ayuda a vencer la ira y a soportar molestias con serenidad.
5. El conocimiento de nuestras propias debilidades.
6. La formación de una conciencia recta y delicada.
7. El avance de la capacidad moral que ayuda a distinguir entre lo realmente necesario y los caprichos.
8. El diálogo en familia que nos ayude a comprender mejor la forma en que se debe actuar ante las diferentes situaciones.
9. El conocimiento de los propios dones y capacidades.
10. El hacer sacrificios por Dios y los demás.
11. Carácter reflexivo que nos invite a pensar antes de dejarnos llevar por emociones deseos o pasiones.
¿Qué dificulta la vivencia de esta virtud?
1. La sociedad materialista y utilitaria que nos lleva a conseguir todo lo que deseamos.
2. El egoísmo.
3. El permisivismo que nos deja actuar pasando sobre los derechos de los demás.
4. El deseo de comodidad que nos lleva a buscar una vida fácil y sin compromiso.
5. Falta de conocimiento de las propias debilidades.
6. No encontrar a Dios como Fin ultimo de nuestra vida.
7. No contar con la virtud de la Fortaleza. Fuerza de voluntad.
8. Egoísmo que lleva a querer tener y hacer de todo, sin pensar que eso no es lo mejor para la propia naturaleza.
9. El desorden que me impide distinguir entre lo realmente necesario y lo superficial y evita que ordenemos rectamente las pasiones a la voluntad.
10. Clima de nerviosismo que lleva a desahogar la tensión a través del exceso en ciertos aspectos.
11. Conciencia laxa, permisiva, o mal formada
Teología del osito de peluche / Autor: John Flynn, L. C
El destino de los cristianos en los países islámicos
ROMA, Diciembre 2007 (ZENIT.org).- El caso de una profesora británica encarcelada en Sudán viene a recordarnos los problemas de las minorías cristianas en los países islámicos. Gillian Gibbons se metió en problemas al permitir que sus alumnos pusieran el nombre de Mahoma a un osito de peluche, informaba el 27 de noviembre el periódico Independent.
Gibbons era maestra en el Unity High School, en la capital de Sudán, Jartum. Según el director del colegio, Robert Boulos, el incidente fue «un error completamente inocente», informaba Independent. Tuvo lugar durante un ejercicio en clase en el que Gibbons pidió a sus alumnos de primaria que pusieran nombre a un juguete de peluche. Los alumnos mismos escogieron el nombre de Mahoma.
Tras su arresto, Gibbons fue acusada de insultar la religión, y sentenciada a 15 días de prisión, informaba el 29 de noviembre la BBC. Como consecuencia, se reunió una multitud en la capital para pedir un castigo incluso más duro. Tras unos días, se permitió a Gibbons abandonar Sudán y volver a Gran Bretaña, informaba el 3 de diciembre la BBC.
En los últimos meses la persecución de cristianos está recibiendo más atención de los medios. El 27 de mayo, el Sunday Times publicaba un largo artículo sobre el tema. Una de las personas citadas en el reportaje, Eddie Lyle, presidente de la rama británica de Open Doors, una ONG que trabaja con iglesias e individuos que sufren, afirmaba que cerca de 200 millones de cristianos en más de 60 países se enfrentan a castigos brutales por causa de su fe.
Los cristianos tienen problemas en muchos países, no sólo aquellos que están bajo la ley islámica. Los extremistas hindúes en la India siguen creando problemas a los cristianos y los regímenes totalitarios como Corea del Norte también persiguen a los creyentes.
Secuestros y asesinatos
No obstante, son los países islámicos los que suelen ocupar los titulares por sus restricciones a los cristianos. Hace algunos meses, Afganistán fue el escenario del secuestro de un grupo de voluntarios cristianos de Corea del Sur, informaba el 1 de agosto el Times.
Dos de los voluntarios, uno de ellos un pastor cristiano, fueron asesinados por los secuestradores. El grupo estaba afiliado a la Iglesia Saemmul de Seúl.
El grupo fue puesto en libertad tras seis semanas de secuestro, informaba el 2 de septiembre el Washington Post. El artículo explicaba que la experiencia, no obstante, llevó a que las Iglesias protestantes en Corea del Sur frenaran el resto de actividades misioneras en Afganistán.
Según informaba la BBC el 12 de septiembre, los rehenes fueron amenazados de muerte en un intento de convertirlos al Islam.
Quienes desean convertirse al cristianismo también se enfrentan a graves peligros. El obispo anglicano de Rochester en Inglaterra, Michael Nazir-Ali, habló de la persecución de los conversos cristianos durante un programa de televisión BBC, informaba el periódico británico Observer el 16 de septiembre.
El prelado anglicano es originario de Pakistán y su padre se convirtió del Islam al cristianismo.
«Es muy común en el mundo de hoy, incluyendo a este país, que la gente que ha cambiado su fe, especialmente los musulmanes que se han vuelto cristianos, sea condenada al ostracismo, pierda su puesto de trabajo, se les rompan los matrimonios, y se les quiten a sus hijos», afirmaba.
El 3 de junio el Obispo Ali escribía un artículo de opinión para el periódico británico Telegraph en el que hablaba de las dificultades a que se enfrentan los cristianos en Pakistán. Numerosos cristianos, afirmaba, han sido víctimas de la ley contra la blasfemia del país, que ha sido ampliamente usada para silenciar la oposición, prevenir la libre expresión y ganar méritos.
Conversos amenazados
En días recientes, un reportaje publicado el 5 de diciembre en la página web del periódico Times revelaba que la hija de un imán británico que se convirtió al cristianismo hace 15 años todavía vive bajo la amenaza de violentas represalias.
La mujer, que utiliza el pseudónimo de Hannah, ha tenido que desplazarse 45 veces para evitar ser detectada por su familia desde que se volvió cristina. El mes pasado aceptó la protección policial tras recibir nuevas amenazas. Hannah dejó el hogar el 16 para escapar a un matrimonio de conveniencia.
Su experiencia está lejos de ser un caso aislado. En Egipto, Mohammed Hegazy fue forzado a ocultarse tras su conversión al cristianismo, informaba Associated Pess el 11 de agosto.
Según el artículo, un clérigo islámico declaró la ejecución de Hegazy como un apostolado, y él mismo recibió amenazas de muerte por teléfono antes de buscar refugio. Su caso se convirtió en tema público después de que Hegazy emprendiera una acción legal para cambiar oficialmente su religión en su documento nacional de identidad, algo que, según Associated Press, es probablemente la primera vez que lo hace un convertido nacido musulmán.
En general, los cristianos de Oriente Medio se enfrentan a muchos problemas. Uno de los lugares más peligrosos para ellos en este momento es Irak. El patriarca caldeo de Bagdad, Emmanuel III Delly, fue hecho cardenal hace poco por Benedicto XVI.
El patriarca fue entrevistado por Associated Press en un artículo publicado el 30 de octubre. Lamentaba las continuas bombas y asesinatos. Según el reportaje, el primer ministro iraquí, Nouri al-Maliki, ha prometido dar mayor protección a la comunidad cristiana del país.
Petición de moderación
Las actuaciones de grupos de extremistas islámicos han provocado algunas llamadas a una mayor acción por parte de los elementos más moderados dentro de la comunidad. El 2 de diciembre un artículo publicado por Ed Husain, en el periódico británico Observer, pedía a los musulmanes que se expresaran en contra de los radicales islámicos violentos.
Tras la firma de Husain está Mohammed Mabub Hussain, autor del libro «El Islamista», sobre su conversión del extremismo islámico. «Debemos tener el valor de ponernos en pie y reclamar nuestra fe», afirmaba en el artículo del periódico.
Husain también explicaba que el Islam no es una entidad monolítica y que, dentro de él, hay elementos que pueden llevar a un tipo de renacimiento musulmán. No obstante, observaba que muchos temen hablar por el miedo a acciones violentas de grupos extremistas.
Un artículo publicado el mismo día por Shiraz Maher, en las páginas del Sunday Times, también reflexionaba sobre el problema el Islam, siguiendo la crisis del osito de peluche. Estamos en medio de una batalla por los corazones y las mentes de los musulmanes, una batalla que deben luchar los mismos musulmanes, explicaba.
Maher pedía que no se demonizara el Islam, pero también reconocía la necesidad de que más musulmanes, especialmente jóvenes, se expresaran en contra de los islamistas radicales.
Respetar los derechos humanos
Tawfik Hamid, antiguo miembro de un grupo terrorista islámico, también pedía una reforma del Islam, para asegurar que respeta los derechos humanos. Su petición la presentaba en un artículo publicado el 25 de mayo en el Wall Street Journal. Pedía cambios en la doctrina, como prohibir el asesinato de los conversos que dejan el Islam, y un mejor trato para las mujeres.
«Nosotros los musulmanes deberíamos mostrar públicamente nuestra profunda desaprobación por el creciente número de ataques de musulmanes contra otros credos y contra otros musulmanes», afirmaba Hamid.
Benedicto XVI también ha hablado de la necesidad de asegurar una mayor libertad religiosa en los países islámicos. Es esencial, indicaba el 1 de junio al nuevo embajador de Pakistán ante la Santa Sede, «salvaguardar de actos de violencia a los ciudadanos que pertenecen a las minorías religiosas».
«Esta protección no sólo concuerda con la dignidad humana sino que también contribuye al bien común», explicaba el Pontífice. También recordaba al embajador la importancia del papel jugado por la Iglesia católica en Pakistán en el área de la educación, la sanidad y los servicios de caridad.
En sus palabras dirigidas al embajador de Indonesia ante la Santa Sede el 12 de noviembre, el Papa rechazaba el uso de la violencia en nombre de la religión y pedía una mayor colaboración al servicio de la paz. Una paz que hoy no es fácil lograr dadas las circunstancias en muchos países.
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Traducción de Justo Amado
ROMA, Diciembre 2007 (ZENIT.org).- El caso de una profesora británica encarcelada en Sudán viene a recordarnos los problemas de las minorías cristianas en los países islámicos. Gillian Gibbons se metió en problemas al permitir que sus alumnos pusieran el nombre de Mahoma a un osito de peluche, informaba el 27 de noviembre el periódico Independent.
Gibbons era maestra en el Unity High School, en la capital de Sudán, Jartum. Según el director del colegio, Robert Boulos, el incidente fue «un error completamente inocente», informaba Independent. Tuvo lugar durante un ejercicio en clase en el que Gibbons pidió a sus alumnos de primaria que pusieran nombre a un juguete de peluche. Los alumnos mismos escogieron el nombre de Mahoma.
Tras su arresto, Gibbons fue acusada de insultar la religión, y sentenciada a 15 días de prisión, informaba el 29 de noviembre la BBC. Como consecuencia, se reunió una multitud en la capital para pedir un castigo incluso más duro. Tras unos días, se permitió a Gibbons abandonar Sudán y volver a Gran Bretaña, informaba el 3 de diciembre la BBC.
En los últimos meses la persecución de cristianos está recibiendo más atención de los medios. El 27 de mayo, el Sunday Times publicaba un largo artículo sobre el tema. Una de las personas citadas en el reportaje, Eddie Lyle, presidente de la rama británica de Open Doors, una ONG que trabaja con iglesias e individuos que sufren, afirmaba que cerca de 200 millones de cristianos en más de 60 países se enfrentan a castigos brutales por causa de su fe.
Los cristianos tienen problemas en muchos países, no sólo aquellos que están bajo la ley islámica. Los extremistas hindúes en la India siguen creando problemas a los cristianos y los regímenes totalitarios como Corea del Norte también persiguen a los creyentes.
Secuestros y asesinatos
No obstante, son los países islámicos los que suelen ocupar los titulares por sus restricciones a los cristianos. Hace algunos meses, Afganistán fue el escenario del secuestro de un grupo de voluntarios cristianos de Corea del Sur, informaba el 1 de agosto el Times.
Dos de los voluntarios, uno de ellos un pastor cristiano, fueron asesinados por los secuestradores. El grupo estaba afiliado a la Iglesia Saemmul de Seúl.
El grupo fue puesto en libertad tras seis semanas de secuestro, informaba el 2 de septiembre el Washington Post. El artículo explicaba que la experiencia, no obstante, llevó a que las Iglesias protestantes en Corea del Sur frenaran el resto de actividades misioneras en Afganistán.
Según informaba la BBC el 12 de septiembre, los rehenes fueron amenazados de muerte en un intento de convertirlos al Islam.
Quienes desean convertirse al cristianismo también se enfrentan a graves peligros. El obispo anglicano de Rochester en Inglaterra, Michael Nazir-Ali, habló de la persecución de los conversos cristianos durante un programa de televisión BBC, informaba el periódico británico Observer el 16 de septiembre.
El prelado anglicano es originario de Pakistán y su padre se convirtió del Islam al cristianismo.
«Es muy común en el mundo de hoy, incluyendo a este país, que la gente que ha cambiado su fe, especialmente los musulmanes que se han vuelto cristianos, sea condenada al ostracismo, pierda su puesto de trabajo, se les rompan los matrimonios, y se les quiten a sus hijos», afirmaba.
El 3 de junio el Obispo Ali escribía un artículo de opinión para el periódico británico Telegraph en el que hablaba de las dificultades a que se enfrentan los cristianos en Pakistán. Numerosos cristianos, afirmaba, han sido víctimas de la ley contra la blasfemia del país, que ha sido ampliamente usada para silenciar la oposición, prevenir la libre expresión y ganar méritos.
Conversos amenazados
En días recientes, un reportaje publicado el 5 de diciembre en la página web del periódico Times revelaba que la hija de un imán británico que se convirtió al cristianismo hace 15 años todavía vive bajo la amenaza de violentas represalias.
La mujer, que utiliza el pseudónimo de Hannah, ha tenido que desplazarse 45 veces para evitar ser detectada por su familia desde que se volvió cristina. El mes pasado aceptó la protección policial tras recibir nuevas amenazas. Hannah dejó el hogar el 16 para escapar a un matrimonio de conveniencia.
Su experiencia está lejos de ser un caso aislado. En Egipto, Mohammed Hegazy fue forzado a ocultarse tras su conversión al cristianismo, informaba Associated Pess el 11 de agosto.
Según el artículo, un clérigo islámico declaró la ejecución de Hegazy como un apostolado, y él mismo recibió amenazas de muerte por teléfono antes de buscar refugio. Su caso se convirtió en tema público después de que Hegazy emprendiera una acción legal para cambiar oficialmente su religión en su documento nacional de identidad, algo que, según Associated Press, es probablemente la primera vez que lo hace un convertido nacido musulmán.
En general, los cristianos de Oriente Medio se enfrentan a muchos problemas. Uno de los lugares más peligrosos para ellos en este momento es Irak. El patriarca caldeo de Bagdad, Emmanuel III Delly, fue hecho cardenal hace poco por Benedicto XVI.
El patriarca fue entrevistado por Associated Press en un artículo publicado el 30 de octubre. Lamentaba las continuas bombas y asesinatos. Según el reportaje, el primer ministro iraquí, Nouri al-Maliki, ha prometido dar mayor protección a la comunidad cristiana del país.
Petición de moderación
Las actuaciones de grupos de extremistas islámicos han provocado algunas llamadas a una mayor acción por parte de los elementos más moderados dentro de la comunidad. El 2 de diciembre un artículo publicado por Ed Husain, en el periódico británico Observer, pedía a los musulmanes que se expresaran en contra de los radicales islámicos violentos.
Tras la firma de Husain está Mohammed Mabub Hussain, autor del libro «El Islamista», sobre su conversión del extremismo islámico. «Debemos tener el valor de ponernos en pie y reclamar nuestra fe», afirmaba en el artículo del periódico.
Husain también explicaba que el Islam no es una entidad monolítica y que, dentro de él, hay elementos que pueden llevar a un tipo de renacimiento musulmán. No obstante, observaba que muchos temen hablar por el miedo a acciones violentas de grupos extremistas.
Un artículo publicado el mismo día por Shiraz Maher, en las páginas del Sunday Times, también reflexionaba sobre el problema el Islam, siguiendo la crisis del osito de peluche. Estamos en medio de una batalla por los corazones y las mentes de los musulmanes, una batalla que deben luchar los mismos musulmanes, explicaba.
Maher pedía que no se demonizara el Islam, pero también reconocía la necesidad de que más musulmanes, especialmente jóvenes, se expresaran en contra de los islamistas radicales.
Respetar los derechos humanos
Tawfik Hamid, antiguo miembro de un grupo terrorista islámico, también pedía una reforma del Islam, para asegurar que respeta los derechos humanos. Su petición la presentaba en un artículo publicado el 25 de mayo en el Wall Street Journal. Pedía cambios en la doctrina, como prohibir el asesinato de los conversos que dejan el Islam, y un mejor trato para las mujeres.
«Nosotros los musulmanes deberíamos mostrar públicamente nuestra profunda desaprobación por el creciente número de ataques de musulmanes contra otros credos y contra otros musulmanes», afirmaba Hamid.
Benedicto XVI también ha hablado de la necesidad de asegurar una mayor libertad religiosa en los países islámicos. Es esencial, indicaba el 1 de junio al nuevo embajador de Pakistán ante la Santa Sede, «salvaguardar de actos de violencia a los ciudadanos que pertenecen a las minorías religiosas».
«Esta protección no sólo concuerda con la dignidad humana sino que también contribuye al bien común», explicaba el Pontífice. También recordaba al embajador la importancia del papel jugado por la Iglesia católica en Pakistán en el área de la educación, la sanidad y los servicios de caridad.
En sus palabras dirigidas al embajador de Indonesia ante la Santa Sede el 12 de noviembre, el Papa rechazaba el uso de la violencia en nombre de la religión y pedía una mayor colaboración al servicio de la paz. Una paz que hoy no es fácil lograr dadas las circunstancias en muchos países.
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Traducción de Justo Amado
Final del seminario de Misiones con una síntesis de lo tratado / Autor: Hº Jaime Ruiz Castro CM
ASPECTOS DE MISIÓN DEL CONCILIO PROVINCIAL TARRACONENSE DE 1995
El Concilio Provincial Tarraconense nace con la vocación de impulsar a la Iglesia que vive en el seno de una sociedad plural y secularizada que ha reducido la fe en un ámbito privado a anunciar a Jesucristo con un lenguaje sencillo (CPT 1), en continua renovación para adaptarlas a las circunstancias de la época (CPT 15), estando toda la acción de la Iglesia tanto la litúrgica como la Pastoral Social orientados para dicho fin.
La Iglesia local tiene su proyección universal y por lo tanto tiene su Missio Ad Gentes con aquellas diócesis que la Iglesia no está implanta y recomienda en la Facultad de Teología hacer la asignatura de misionología para que los fieles tengamos esta dimensión misionera de la Iglesia.
EL DIRECTORIO GENERAL
DE CATEQUESIS (DGC) Y EL PROYECTO GLOBAL
DE PASTORAL CATEQUÉTICA DE CATALUNYA
Y BALEARES (PGPC)
El DGC de 1998, nace con la misión de dar nuevas respuestas y de asumir los nuevos desafíos desde la fe que se nos presenta en los destinatarios de la catequesis parroquial que viven inmersos en un mundo secularizado, cumpliéndose de esta manera la propuesta del Concilio Vaticano II de hacer un catecismo previo a un Directorio de Catequesis. Este Catecismo es Catecismo de la Iglesia católica de 1992.
El PGPC, fue una propuesta del Primer Congreso de Catequesis de Catalunya y las Islas (1991) y la recogió el Concilio Provincial Tarraconense (1995) y aparece como una aplicación del DGC en 1999.
El DGC sitúa la catequesis dentro de la Evangelización de la Iglesia, siendo un proceso de formación permanente que desemboca en la maduración de la Fe, de los que han acogido el mensaje de la Salvación. Esta catequesis debe ser inculturizada de tal manera que la Fe surge como un elemento más de esa cultura y no es impuesta. Este proceso tiene tres etapas:
Primer anuncio (61-62): A los no creyentes, a los que tienen indiferencia religiosa. En los países de Missiones Ad Gentes, lo tiene en forma de precatecumenado y en los países de tradición cristiana que se han secularizado es a través de la Nueva Evangelización con las Catequesis Kerigmáticas, es decir, el anuncio explícito de Jesucristo.
Es preciso resituar el concepto de Missiones Ad Gentes, motivado por el fuerte movimiento inmigratorio, el mismo Barrio de “El Raval” tiene una Parroquia Personal Filipina, se habla 77 lenguas y es un compendio de distintas tradiciones religiosas, siendo muchas de ellas no cristianas y en la mayor parte de los casos, la Iglesia se dedica a hacer efectivo el Evangelio sirviendo a estos pobres, sin llegar a pensar en hacer jornadas de dialogo y oración interreligiosas. También hay que recordar que recientemente se ha instituido el catecumenado de adultos en las diócesis de España.
El PGPC incluye el primer anuncio a los niños en edad escolar, llamándose “el despertar en la Fe”, recibiendo este anuncio por manos de sus padres, antes de entrar en el catecumenado Infantil.
La catequesis de Iniciación Cristiana (63-68): Que tiene como finalidad de iniciar al catequizando a una vida cristiana, que viva su fe como un compromiso personal en medio de la sociedad de tal forma que sea luz para el mundo, sal de la tierra y levadura de caridad. El destinatario tiene que ser iniciado a la vida Comunitaria de la Iglesia y la Misión de la Iglesia.
Formación Permanente (69-72): Con toda su variedad y riqueza que tiene.
SÍNTESIS DE LO EXPUESTO
Y LECTURA DESDE LOS DOCUMENTOS ACTUALES
A) COMUNIDAD CRISTIANA: La Comunidad Cristiana es una Fraternidad constituida para la Misión donde la autoridad está al servicio de la Comunidad y que confiesa la fe de Pedro que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios que celebra el día del Señor y tiene su origen en el grupo de los Doce y que no tiene el monopolio del Espíritu Santo.
La autoridad Superior es el Papa que tiene la misma función que Pedro de animar a toda la Iglesia en la tarea de la Evangelización de dar a conocer a Cristo y llevar a todos los rincones de la tierra la misericordia y el amor de Dios.
Es el Pueblo de Dios que es sensible por los problemas de la gente (GS1) y principalmente de los pobres que son los destinatarios privilegiados del Evangelio, dando esta orientación de socorrer al pobre como culto agradable a Dios (Mt 6) a través de la catequesis, la oración, la liturgia y compartiendo los bienes.
Cada uno de nosotros con nuestros talentos y dones nos sentimos agentes de la Evangelización.
Es una Comunidad que sigue y continúa la obra de Cristo, a pesar de las dificultades que nos encontramos por el camino y es el Espíritu que nos hace superar estas dificultades.
B) MISIÓN: Una tarea que nos concierne a todos: Hacer efectivo el Evangelio
B.1) Vocación del clérigo: Una vida de amor y solidaridad: Explicación del Celibato a la luz de la sexualidad interna: El tema lo voy a tratar desde la sexualidad para ver la riqueza de este don que vivió Nuestro Señor y el diagnóstico confrontarlo con los textos del Evangelio. Podemos distinguir tres clases de sexualidades que tienen que ir muy integradas: La sexualidad personal (nuestra propia identidad de hombre y mujer), la sexualidad afectiva (aquí está el terreno de las amistades; amor, noviazgos...) y la sexualidad genital: Jesús renunció a un 2% de su sexualidad; es decir, a la genital y parte de la afectiva para no tener raíces en ningún sitio y poder estar disponible a ir a donde el Padre le enviase; es aquella máxima que dice Jesús: "El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza" ; pensemos que para Marta, María y Lázaro podrían haber retenido a Jesús para que no fuera a Jerusalén o hacerle las típicas preguntas del millón que no tiene una lógica humana en su respuesta: ¿Estás a gusto entre nosotros? Si lo estás: ¿Porqué te vas?. Son las preguntas que se suele hacer cuando un sacerdote o un religioso ha caído en gracia en la Comunidad y lo han destinado; ya que él tiene que ir " a aquellos lugares que Cristo tenía que ir" y eso nos duele.
La sexualidad genital es un signo de un verdadero amor; ya que como signo tiene como finalidad en crear y dar la Vida (el nacimiento de un niño es una donación de una nueva vida); lo que Cristo hizo fue canalizar esta sexualidad de otras formas de manera que nos ha salido un prototipo de hombre que ha sido solidario hasta el extremo; dando su vida por los amigos y la creatividad de ese amor va más allá de amar a sus amigos; ya que nos dice y él lo hizo así que amemos a nuestros enemigos, poder clasificar a los pobres de felices y a los cristianos nos invita a ser mendigos delante de Dios, es decir, pobres de espíritu . Hay que contemplar la renuncia en su aspecto original; ya que viene del latín Renuntiare que significa volver anunciar y por lo tanto Cristo vivió la castidad como una Buena Noticia y con toda su radicalidad tal como hemos visto
El Sacerdote siguiendo esta imitación de Cristo tiene un gran Celo por la salvación de las almas y su caridad inmensa se traduce en la Pastoral de la Caridad; que él sea el promotor de socorrer en sus necesidades espirituales y temporales a los pobres; en definitiva hacer efectivo el Evangelio. La vocación del clérigo misionero es totalmente evangelizadora y es el promotor y animador de dicha evangelización de los pobres con la añadidura de realizar su ministerio sacerdotal convocando a la Comunidad Cristiana a celebrar y a participar de los diferentes aspectos de la Salvación, dando un culto de alabanza a Dios y "son colaboradores diligentes del orden episcopal y en cierta manera, puede decirse que pertenecen al clero Diocesano en la medida que toman parte en el cuidado de la gente y en las obras de apostolado bajo la dirección del obispo" (Christus Dominus, 34)
La Caridad Pastoral y la Pastoral de Caridad: Un sacerdote diocesano acepta ser casto por amor al Reino de los Cielos (Mt 19,1 2c). En el caso de los religiosos y en los que vivimos a modo de ello, hemos hecho voto de castidad y esto nos conduce a tener un amor ardiente, solidario y misericordioso para la humanidad. Este signo del amor de Dios se hace visible y latente en la Pastoral de la Caridad que es, en definitiva, hacer efectivo el Evangelio.
El sacerdote por su aceptación de ser casto es el primer animador de la Pastoral de la Caridad y el laico contribuye en comunión con su pastor, y en el caso de una comunidad religiosa o de similares que esté al servicio de los pobres, a causa del voto de castidad; toda la Comunidad es animadora de la Pastoral de la Caridad; y en las que hay sacerdotes y laicos, se cumplen las dos condiciones: la primera por cuestión del voto y la segunda porque los hermanos trabajan en comunión con los clérigos y en las sociedades clericales de Derecho Pontificio, como es la nuestra, el clérigo es animador de la Comunidad y por lo tanto de la Evangelización que efectúa su Comunidad, su con la colaboración de los demás laicos.
B.2) La Vocación y Misión de los laicos: Principio de corresponsabilidad
El Concilio Vaticano II define como laico: " Por el nombre de laicos se entiende aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros que han recibido un orden sagrado y los que están en estado religioso reconocido por la Iglesia, es decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el Pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo." . Algunos de estos laicos para efectuar con más eficacia su apostolado seglar se han asociado formando un instituto secular viviendo los consejos evangélicos y otros como misioneros estando dispuestos a ir a cualquier sitio del mundo para efectuar su tarea de apostolado.
Todo esto bajo un clima de Comunión: En primer lugar una Comunión con Dios, por medio de Jesucristo, en el Espíritu, luego, cada uno de los miembros de la Iglesia con Cristo y entre nosotros mismos como amigos que se quieren bien, trabajando en unidad dentro de la diversidad y en coordinación..
B.3) El estado religioso como signo profético de Reino y vivir las Bienaventuranzas: El estado religioso y el casi religioso (Sociedad de Vida Apostólica), los que viven a modo de religiosos, está enmarcado en los parasacramentales, aunque el efecto es una vinculación fuerte con Cristo y en cierta manera imprime carácter, ya que el voto de estabilidad para permanecer en un instituto y en el caso de las religiosas contemplativas en la misma Comunidad toda la vida, se podría comparar con aquellos sacramentos que se reciben una sola vez en la vida.
Las Comunidades religiosas y similares miran de reproducir en su interior el modelo de vida teórico que tenía la Comunidad Cristiana Primitiva: Formación, Oración, Eucaristía y compartir los bienes y este estilo de vida viene de una vivencia o vivir las felicidades del Reino teniendo a Dios como posesión personal. El estado religioso permite vivir con plenitud el Reino de Dios y tiende a mostrar que esta realidad del Reino esta visible, actúa y lo pone radicalmente al servicio de la Evangelización
B.4) Vilanova i la Geltrú y la Pastoral Social de las Misiones: Vilanova tiene la fama en colaborar con las diferentes ONG-D a favor de los países en vías de desarrollo y en especial con dos ONG-D católicas: Manos Unidas e Intermón (para las Misiones de los Jesuitas). Intermón ha creado la red del Comercio Justo, para que el campesino de allá pueda vivir en unas condiciones dignas.
Una gran parte de los caramelos que tiramos en el Domingo de Carnaval (Les comparses) han sido vendidos en las teresianas de Vilanova en beneficio de los proyectos de Manos Unidas; aparentemente es una contradicción pero en el fondo estamos haciendo dos actividades simultáneas: reactivar la economía de nuestro país (damos de comer a una empresa de golosinas) y por otro lado miramos por el desarrollo y el progreso de los pueblos.
ACTIVIDAD
Describe como es tu Comunidad Parroquial y diseña unas líneas de acción de cara a la Evangelización de su territorio parroquial a nivel de anuncio y con algún proyecto social que de respuesta a una inquietud de la gente que vive en el territorio parroquial.
La seriedad de la Navidad / Autor: P. Antonio Rivero, L.C.
En general, la Navidad toma la encarnación del Verbo de Dios en la parte más descomprometida e infantil. Es un niño quien ha nacido. Y un niño no dice cosas serias. Este Niño Dios no ha dicho todavía “Sed perfectos”, ni “sepulcros blanqueados”, ni “vende tus bienes y sígueme” ni “Yo soy la Verdad y la Luz”. Todavía está callado este niño. Y nos aprovechamos de su silencio para comprarle el Amor barato, a precio de villancicos y panderetas.
En esa Nochebuena no intuimos el tremendo compromiso que adquirimos los humanos. Como es un Niño el que nos ha nacido, no percibimos la Ley y el Compromiso serio, que nos trae debajo de su débil brazo. En torno a un niño todo parece ser cosa de juego y de algarabía. ¿También con el Niño Dios?
A qué nos compromete la Encarnación del Hijo de Dios? ¿Qué nos quiere decir a nosotros hoy la Encarnación?
A Belén se acercarán este año:
- El Papa, llevándole a Jesús todas las luces y sombras, las alegrías y las tristezas de la Iglesia.
- Los obispos y sacerdotes de todo el mundo, llevando a sus espaldas sus diócesis y parroquias, sus movimientos y grupos, para regalárselos a Jesús.
- Religiosos y religiosas, con sus corazones consagrados y sus ansias de seguirle en pobreza, castidad y obediencia.
- Misioneros y misioneras, dispuestas a aprender las lecciones de esa cátedra de Belén.
- Laicos, admirados o indiferentes, despiertos y somnolientos, santos y pecadores, sanos y enfermos, jóvenes y adultos, niños y ancianos.
¿Entenderemos todos lo que allí, en Belén, se juega? ¿Nacerá en cada uno de nosotros, ese Niño Dios?
Navidad no son las luces de colores, ni las guirnaldas que adornan las puertas y ventanas de las casas, ni las avenidas engalanadas, ni los árboles decorados con cintas y bolas brillantes, ni la pólvora que ilumina y truena.
Navidad no son los almacenes en oferta. Navidad no son los regalos que demos y recibimos, ni las tarjetas que enviamos a los amigos, ni las fiestas que celebramos. Navidad no son Papá Noel, ni santa Claus, ni los Reyes Magos que traen regalos. Navidad no son las comidas especiales. Navidad no es ni siquiera el pesebre que construimos, ni la novena que rezamos, ni los villancicos que cantamos alegres.
Navidad es Dios que se hace hombre como nosotros porque nos ama y nos pide un rincón de nuestro corazón para nacer. Por eso, ser hombre es tremendamente importante, pues Dios quiso hacerse hombre. Y hay que llevar nuestra dignidad humana como la llevó el Hijo de Dios Encarnado. Por eso, Navidad es tremendamente exigente porque Dios pide a gritos un hueco limpio en nuestra alma para nacer un año más. ¿Se lo daremos?
Navidad es una joven virgen que da a luz al Hijo de Dios. Por eso, dar a luz es tremendamente importante a la luz de la Encarnación, porque Dios quiso que una mujer del género humano le diese a luz en una gruta de Belén. Tener un hijo es tremendamente comprometedor, pues Jesús fue dado a luz por María. No es lo mismo tener o tener un hijo; no es lo mismo querer tenerlo o no tenerlo. Navidad invita al don de la vida, no a impedir la vida.
Navidad es un niño pequeño recostado en un pesebre. Por eso es tan tremendamente importante ser niño, y niño inocente, al que debemos educar, cuidar, tener cariño, darle buen ejemplo, alimentarle en el cuerpo y en el alma…como hizo María. Y no explotar al niño, y no escandalizar a los niños, y no abofetear a los niños, y no insultar a los niños.
Navidad son ángeles que cantan y traen la paz de los cielos a la tierra. Por eso, es tremendamente importante hacer caso a los ángeles, no jugar con ellos a supersticiones y malabarismos mágicos, sino encomendarles nuestra vida para que nos ayuden en el camino hacia el cielo y hacerles caso a sus inspiraciones. Por eso es tremendamente importante ser constructores de paz y no fautores de guerras.
Navidad son pastores que se acercan desde su humildad, limpieza y sencillez. Por eso, es tremendamente importante que no hagamos discriminaciones a nadie, y que si tenemos que dar preferencia a alguien que sean a los pobres, humildes, ignorantes. Quien se toma en serio la Encarnación del Hijo de Dios tiene que dar cabida en su corazón a los más desvalidos de la sociedad, pues de ellos es el Reino de los cielos.
Navidad es esa estrella en mi camino que luce y me invita a seguirla, aunque tenga que caminar por desiertos polvorientos, por caminos de dudas cuando desaparece esa estrella. La Encarnación me compromete tremendamente a hacer caso a todos esos signos que Dios me envía para que me encamine hacia Belén, siguiendo el claroscuro de la fe.
Navidad es anticipo de la Eucaristía, porque allí, en Belén, hay sacrificio y ¡cuán costoso!, y banquete de luz y virtudes, y ¡cuán surtidas las virtudes de Jesús que nos sirve desde el pesebre: humildad, obediencia, pureza, silencio, pobreza…; y las de María: pureza, fe, generosidad…y las de José: fe, confianza y silencio!, y Belén es, finalmente, presencia que consuela, que anima y que sonríe. Belén es Eucaristía anticipada y en germen. Belén es tierra del pan…y ese pan tierno de Jesús necesitaba cocerse durante esos años de vida oculta y pública, hasta llegar al horno del Cenáculo y Calvario. Y hasta nosotros llega ese pan de Belén en cada misa. Y lo estamos celebrando en este año dedicado a la Eucaristía.
Navidad es ternura, bondad, sencillez, humildad. Por eso, meterse en Belén es tremendamente comprometedor, pues Dios Encarnado sólo bendice y sonríe al humilde y sencillo de corazón.
Navidad es una luz en medio de la oscuridad. Por eso, la Encarnación es misterio tremendo que nos ciega por tanta luz y disipa toda nuestras zonas oscuras. Meterse en el portal de Belén es comprometerse a dejarse iluminar por esa luz tremenda y purificadora.
Navidad es esperanza para los que no tienen esperanza. Por eso, la Encarnación es misterio tremendo que nos lanza a la esperanza en ese Dios Encarnado que nos viene a dar el sentido último de nuestra vida humana.
Navidad es entrega, don, generosidad. Dios Padre nos da a su Hijo. María nos ofrece a su Hijo. Por eso, quien medita en la Encarnación no puede tener actitudes tacañas.
Navidad es alegría para los tristes, es fe para los que tienen miedo de creer, es solidaridad con los pobres y débiles, es reconciliación, es misericordia y perdón, es amor para todos. ¿Entendemos el tremendo compromiso, si entramos en Belén?
Ya desde el pesebre pende la cruz. Es más, el pesebre de Belén y la cruz del Calvario están íntimamente relacionados, profundamente unidos entre sí. El pesebre anuncia la cruz y la cruz es resultado y producto, fruto y consecuencia del pesebre. Jesús nace en el pesebre de Belén para morir en la cruz del Calvario. El niño débil e indefenso del pesebre de Belén, es el hombre débil e indefenso que muere clavado en la cruz.
El niño que nace en el pesebre de Belén, en medio de la más absoluta pobreza, en el silencio y la soledad del campo, en la humildad de un sitio destinado para los animales, es el hombre que muere crucificado como un blasfemo, como un criminal, en la cruz destinada para los esclavos, acompañado por dos malhechores.
En su nacimiento, Jesús acepta de una vez y para siempre la voluntad de Dios, y en el Calvario consuma y realiza plenamente ese proyecto del Padre.
¡Qué unidos están Belén y Calvario!
El pesebre es humildad; la cruz es humillación. El pesebre es pobreza; la cruz es desprendimiento de todo, vaciamiento de sí mismo. El pesebre es aceptación de la voluntad del Padre; la cruz es abandono en las manos del Padre. El pesebre es silencio y soledad; la cruz es silencio de Dios, soledad interior, abandono de los amigos. El pesebre es fragilidad, pequeñez, desamparo; la cruz es sacrificio, don de sí mismo, entrega, dolor y sufrimiento.
Ahora sí hemos vislumbrado un poco más el misterio de Belén, el misterio de la Navidad, el misterio de este Dios Encarnado.
¿Castañuelas, panderetas y zambombas? ¡Bien! Pero no olvidemos el compromiso serio de este Dios Encarnado…pues en cuanto comience a hablar nos va a pedir: “Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme”. Entonces nos darán ganas de tirar a una esquina la pandereta, las castañuelas y comenzar a escuchar a ese Dios Encarnado que por amor a nosotros toma la iniciativa de venir a este mundo, para enseñarnos el camino del bien, del amor, de la paz y de la verdadera justicia.
Terminemos con una oración:
“Niño del pesebre, pequeño Niño Dios, hermano de los hombres. El alma se me llena de ternura y el corazón de dicha, cuando te veo así, pequeño, pobre y humilde, débil e indefenso, recostado en las pajas del pesebre.
Enséñame, Jesús, a apreciar lo que vale tu dulce encarnación. Ayúdame a comprender el profundo sentido de tu presencia entre nosotros. Haz que mi corazón sienta la grandeza de tu generosidad, la profundidad de tu humildad, la maravilla de tu bondad y de tu amor salvador”.
-------------------------------
Fuente: Catholic.net
En esa Nochebuena no intuimos el tremendo compromiso que adquirimos los humanos. Como es un Niño el que nos ha nacido, no percibimos la Ley y el Compromiso serio, que nos trae debajo de su débil brazo. En torno a un niño todo parece ser cosa de juego y de algarabía. ¿También con el Niño Dios?
A qué nos compromete la Encarnación del Hijo de Dios? ¿Qué nos quiere decir a nosotros hoy la Encarnación?
A Belén se acercarán este año:
- El Papa, llevándole a Jesús todas las luces y sombras, las alegrías y las tristezas de la Iglesia.
- Los obispos y sacerdotes de todo el mundo, llevando a sus espaldas sus diócesis y parroquias, sus movimientos y grupos, para regalárselos a Jesús.
- Religiosos y religiosas, con sus corazones consagrados y sus ansias de seguirle en pobreza, castidad y obediencia.
- Misioneros y misioneras, dispuestas a aprender las lecciones de esa cátedra de Belén.
- Laicos, admirados o indiferentes, despiertos y somnolientos, santos y pecadores, sanos y enfermos, jóvenes y adultos, niños y ancianos.
¿Entenderemos todos lo que allí, en Belén, se juega? ¿Nacerá en cada uno de nosotros, ese Niño Dios?
Navidad no son las luces de colores, ni las guirnaldas que adornan las puertas y ventanas de las casas, ni las avenidas engalanadas, ni los árboles decorados con cintas y bolas brillantes, ni la pólvora que ilumina y truena.
Navidad no son los almacenes en oferta. Navidad no son los regalos que demos y recibimos, ni las tarjetas que enviamos a los amigos, ni las fiestas que celebramos. Navidad no son Papá Noel, ni santa Claus, ni los Reyes Magos que traen regalos. Navidad no son las comidas especiales. Navidad no es ni siquiera el pesebre que construimos, ni la novena que rezamos, ni los villancicos que cantamos alegres.
Navidad es Dios que se hace hombre como nosotros porque nos ama y nos pide un rincón de nuestro corazón para nacer. Por eso, ser hombre es tremendamente importante, pues Dios quiso hacerse hombre. Y hay que llevar nuestra dignidad humana como la llevó el Hijo de Dios Encarnado. Por eso, Navidad es tremendamente exigente porque Dios pide a gritos un hueco limpio en nuestra alma para nacer un año más. ¿Se lo daremos?
Navidad es una joven virgen que da a luz al Hijo de Dios. Por eso, dar a luz es tremendamente importante a la luz de la Encarnación, porque Dios quiso que una mujer del género humano le diese a luz en una gruta de Belén. Tener un hijo es tremendamente comprometedor, pues Jesús fue dado a luz por María. No es lo mismo tener o tener un hijo; no es lo mismo querer tenerlo o no tenerlo. Navidad invita al don de la vida, no a impedir la vida.
Navidad es un niño pequeño recostado en un pesebre. Por eso es tan tremendamente importante ser niño, y niño inocente, al que debemos educar, cuidar, tener cariño, darle buen ejemplo, alimentarle en el cuerpo y en el alma…como hizo María. Y no explotar al niño, y no escandalizar a los niños, y no abofetear a los niños, y no insultar a los niños.
Navidad son ángeles que cantan y traen la paz de los cielos a la tierra. Por eso, es tremendamente importante hacer caso a los ángeles, no jugar con ellos a supersticiones y malabarismos mágicos, sino encomendarles nuestra vida para que nos ayuden en el camino hacia el cielo y hacerles caso a sus inspiraciones. Por eso es tremendamente importante ser constructores de paz y no fautores de guerras.
Navidad son pastores que se acercan desde su humildad, limpieza y sencillez. Por eso, es tremendamente importante que no hagamos discriminaciones a nadie, y que si tenemos que dar preferencia a alguien que sean a los pobres, humildes, ignorantes. Quien se toma en serio la Encarnación del Hijo de Dios tiene que dar cabida en su corazón a los más desvalidos de la sociedad, pues de ellos es el Reino de los cielos.
Navidad es esa estrella en mi camino que luce y me invita a seguirla, aunque tenga que caminar por desiertos polvorientos, por caminos de dudas cuando desaparece esa estrella. La Encarnación me compromete tremendamente a hacer caso a todos esos signos que Dios me envía para que me encamine hacia Belén, siguiendo el claroscuro de la fe.
Navidad es anticipo de la Eucaristía, porque allí, en Belén, hay sacrificio y ¡cuán costoso!, y banquete de luz y virtudes, y ¡cuán surtidas las virtudes de Jesús que nos sirve desde el pesebre: humildad, obediencia, pureza, silencio, pobreza…; y las de María: pureza, fe, generosidad…y las de José: fe, confianza y silencio!, y Belén es, finalmente, presencia que consuela, que anima y que sonríe. Belén es Eucaristía anticipada y en germen. Belén es tierra del pan…y ese pan tierno de Jesús necesitaba cocerse durante esos años de vida oculta y pública, hasta llegar al horno del Cenáculo y Calvario. Y hasta nosotros llega ese pan de Belén en cada misa. Y lo estamos celebrando en este año dedicado a la Eucaristía.
Navidad es ternura, bondad, sencillez, humildad. Por eso, meterse en Belén es tremendamente comprometedor, pues Dios Encarnado sólo bendice y sonríe al humilde y sencillo de corazón.
Navidad es una luz en medio de la oscuridad. Por eso, la Encarnación es misterio tremendo que nos ciega por tanta luz y disipa toda nuestras zonas oscuras. Meterse en el portal de Belén es comprometerse a dejarse iluminar por esa luz tremenda y purificadora.
Navidad es esperanza para los que no tienen esperanza. Por eso, la Encarnación es misterio tremendo que nos lanza a la esperanza en ese Dios Encarnado que nos viene a dar el sentido último de nuestra vida humana.
Navidad es entrega, don, generosidad. Dios Padre nos da a su Hijo. María nos ofrece a su Hijo. Por eso, quien medita en la Encarnación no puede tener actitudes tacañas.
Navidad es alegría para los tristes, es fe para los que tienen miedo de creer, es solidaridad con los pobres y débiles, es reconciliación, es misericordia y perdón, es amor para todos. ¿Entendemos el tremendo compromiso, si entramos en Belén?
Ya desde el pesebre pende la cruz. Es más, el pesebre de Belén y la cruz del Calvario están íntimamente relacionados, profundamente unidos entre sí. El pesebre anuncia la cruz y la cruz es resultado y producto, fruto y consecuencia del pesebre. Jesús nace en el pesebre de Belén para morir en la cruz del Calvario. El niño débil e indefenso del pesebre de Belén, es el hombre débil e indefenso que muere clavado en la cruz.
El niño que nace en el pesebre de Belén, en medio de la más absoluta pobreza, en el silencio y la soledad del campo, en la humildad de un sitio destinado para los animales, es el hombre que muere crucificado como un blasfemo, como un criminal, en la cruz destinada para los esclavos, acompañado por dos malhechores.
En su nacimiento, Jesús acepta de una vez y para siempre la voluntad de Dios, y en el Calvario consuma y realiza plenamente ese proyecto del Padre.
¡Qué unidos están Belén y Calvario!
El pesebre es humildad; la cruz es humillación. El pesebre es pobreza; la cruz es desprendimiento de todo, vaciamiento de sí mismo. El pesebre es aceptación de la voluntad del Padre; la cruz es abandono en las manos del Padre. El pesebre es silencio y soledad; la cruz es silencio de Dios, soledad interior, abandono de los amigos. El pesebre es fragilidad, pequeñez, desamparo; la cruz es sacrificio, don de sí mismo, entrega, dolor y sufrimiento.
Ahora sí hemos vislumbrado un poco más el misterio de Belén, el misterio de la Navidad, el misterio de este Dios Encarnado.
¿Castañuelas, panderetas y zambombas? ¡Bien! Pero no olvidemos el compromiso serio de este Dios Encarnado…pues en cuanto comience a hablar nos va a pedir: “Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme”. Entonces nos darán ganas de tirar a una esquina la pandereta, las castañuelas y comenzar a escuchar a ese Dios Encarnado que por amor a nosotros toma la iniciativa de venir a este mundo, para enseñarnos el camino del bien, del amor, de la paz y de la verdadera justicia.
Terminemos con una oración:
“Niño del pesebre, pequeño Niño Dios, hermano de los hombres. El alma se me llena de ternura y el corazón de dicha, cuando te veo así, pequeño, pobre y humilde, débil e indefenso, recostado en las pajas del pesebre.
Enséñame, Jesús, a apreciar lo que vale tu dulce encarnación. Ayúdame a comprender el profundo sentido de tu presencia entre nosotros. Haz que mi corazón sienta la grandeza de tu generosidad, la profundidad de tu humildad, la maravilla de tu bondad y de tu amor salvador”.
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Fuente: Catholic.net
"Nennolina": Sierva de Dios fallecida a los seis años "brilla para darnos luz a todos", destaca sacerdote
Antonieta Meo: "No he perdido una pierna, se la he donado a Jesús"
ROMA, Dic. 07 / (ACI).- Antonieta Meo, la pequeña Sierva de Dios que transitara a la Casa del Padre a los seis años de edad en 1937, es todo un testimonio de cómo el Señor se muestra a los sencillos de corazón. Luego que el Papa Benedicto XVI autorizara a la Congregación para la Causa de los Santos el reconocimiento de la "heroicidad de virtudes" de esta niña conocida como "Nennolina", el P. Piersandro Vanzan destacó que la pequeña "brilla no solo delante de Jesús y con Jesús, sino para darnos luz a todos".
El sacerdote, censor teólogo de la Comisión para la causa de beatificación de Antonieta Meo, recuerda en una entrevista concedida a Radio Vaticano, que esta niña italiana "pudo realizar de modo increíble, desde el punto de vista humano, un gran ensimismamiento místico con Jesús crucificado y efectivamente el Señor ha hecho grandes cosas en la pequeña Nennolina".
Tras recordar que las cartas de "Nennolina escritas a Jesús, la Virgen María y el Espíritu Santo, dictadas a su madre a los cinco años constituyen su espiritualidad de ensimismamiento místico", el sacerdote rememoró como la pequeña Antonieta quiso celebrar "el aniversario de la amputación" de su pierna izquierda
Era 1936 y Antonieta les dijo a sus familiares: "Debemos festejas el aniversario de la amputación de la pierna, porque se la he donado a Jesús" y a una tía le precisó con alegría "no he perdido una pierna, se la he regalado a Jesús".
"Esta serenidad de Nennolina ante el sufrimiento es fruto de particulares dones de gracia. De otro modo, humanamente no es explicable. Esta niña tiene la capacidad de sufrir y ofrecer con Jesús todo al Padre, por la salvación del mundo. Esto de definitivamente una gracia extraordinaria. Además, tenemos el testimonio de su confesor, a quien la pequeña le decía: 'me acuesto sobre la herida, para sentirme mal, para que en ese momento pueda ofrecer más dolores a Jesús'", explica el P. Vanzan.
Desde 1942
De otro lado y según la agencia italiana SIR, Silvia Correle, quien ha seguido el proceso de postulación por cuenta de la Acción Católica, comenta que "ya desde antes de la muerte de Nennolina, entre los años 33 y 35, algunos consultores de la Congregación habían estudiado el tema de la santidad de los niños". Asimismo explicó que la fundadora femenina de la AC, la venerable Armida Barelli, promovió la causa de beatificación de Nennolina en 1942.
La causa fue luego confiada al postulador, P. Antonio Cairoli, en 1962 y el proceso en el tribunal del Vicariato de Roma fue instruido el 7 de abril de 1968.
"Es una bella noticia, para nosotros de la Acción Católica (de la que Nennolina hacía parte) y toda la Iglesia. Testimonia como la vida de todo cristiano, incluso de joven edad, puede ser vivida con tensión hacia Dios. El Espíritu Santo entra en cada vida humana, sin diferencia de edad, clase social o cultura, para obtener el máximo de amor a Dios", dijo a su turno Mons. Domenico Sigalini, Obispo de Palestrina y asistente general de la Acción Católica en Italia, al conocer el reconocimiento de la heroicidad de virtudes de Antonieta Meo.
Antonieta Meo falleció a causa de una enfermedad ósea conocida como osteosarcoma, que obligó a los médicos a amputarle la pierna izquierda antes de cumplir cinco años.
Esta niña italiana nació en Roma el 15 de diciembre en 1930, falleció antes de cumplir siete años, el 3 de julio de 1937 y fue luego sepultada en la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén. Su tumba se ha convertido ahora en meta de peregrinación para muchos católicos en todo el mundo quienes llegan admirados por el testimonio de esta niña.
Para conocer más de la vida de Antonieta, puede ingresar a: http://www.aciprensa.com/vejemplares/nennolina.htm
Para leer extractos de alguna de sus cartas, puede ingresar a: http://www.aciprensa.com/vejemplares/cartas.htm
Puedes acceder al sitio web dedicado a "Nennolina" haciendo click: AQUÍ
ROMA, Dic. 07 / (ACI).- Antonieta Meo, la pequeña Sierva de Dios que transitara a la Casa del Padre a los seis años de edad en 1937, es todo un testimonio de cómo el Señor se muestra a los sencillos de corazón. Luego que el Papa Benedicto XVI autorizara a la Congregación para la Causa de los Santos el reconocimiento de la "heroicidad de virtudes" de esta niña conocida como "Nennolina", el P. Piersandro Vanzan destacó que la pequeña "brilla no solo delante de Jesús y con Jesús, sino para darnos luz a todos".
El sacerdote, censor teólogo de la Comisión para la causa de beatificación de Antonieta Meo, recuerda en una entrevista concedida a Radio Vaticano, que esta niña italiana "pudo realizar de modo increíble, desde el punto de vista humano, un gran ensimismamiento místico con Jesús crucificado y efectivamente el Señor ha hecho grandes cosas en la pequeña Nennolina".
Tras recordar que las cartas de "Nennolina escritas a Jesús, la Virgen María y el Espíritu Santo, dictadas a su madre a los cinco años constituyen su espiritualidad de ensimismamiento místico", el sacerdote rememoró como la pequeña Antonieta quiso celebrar "el aniversario de la amputación" de su pierna izquierda
Era 1936 y Antonieta les dijo a sus familiares: "Debemos festejas el aniversario de la amputación de la pierna, porque se la he donado a Jesús" y a una tía le precisó con alegría "no he perdido una pierna, se la he regalado a Jesús".
"Esta serenidad de Nennolina ante el sufrimiento es fruto de particulares dones de gracia. De otro modo, humanamente no es explicable. Esta niña tiene la capacidad de sufrir y ofrecer con Jesús todo al Padre, por la salvación del mundo. Esto de definitivamente una gracia extraordinaria. Además, tenemos el testimonio de su confesor, a quien la pequeña le decía: 'me acuesto sobre la herida, para sentirme mal, para que en ese momento pueda ofrecer más dolores a Jesús'", explica el P. Vanzan.
Desde 1942
De otro lado y según la agencia italiana SIR, Silvia Correle, quien ha seguido el proceso de postulación por cuenta de la Acción Católica, comenta que "ya desde antes de la muerte de Nennolina, entre los años 33 y 35, algunos consultores de la Congregación habían estudiado el tema de la santidad de los niños". Asimismo explicó que la fundadora femenina de la AC, la venerable Armida Barelli, promovió la causa de beatificación de Nennolina en 1942.
La causa fue luego confiada al postulador, P. Antonio Cairoli, en 1962 y el proceso en el tribunal del Vicariato de Roma fue instruido el 7 de abril de 1968.
"Es una bella noticia, para nosotros de la Acción Católica (de la que Nennolina hacía parte) y toda la Iglesia. Testimonia como la vida de todo cristiano, incluso de joven edad, puede ser vivida con tensión hacia Dios. El Espíritu Santo entra en cada vida humana, sin diferencia de edad, clase social o cultura, para obtener el máximo de amor a Dios", dijo a su turno Mons. Domenico Sigalini, Obispo de Palestrina y asistente general de la Acción Católica en Italia, al conocer el reconocimiento de la heroicidad de virtudes de Antonieta Meo.
Antonieta Meo falleció a causa de una enfermedad ósea conocida como osteosarcoma, que obligó a los médicos a amputarle la pierna izquierda antes de cumplir cinco años.
Esta niña italiana nació en Roma el 15 de diciembre en 1930, falleció antes de cumplir siete años, el 3 de julio de 1937 y fue luego sepultada en la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén. Su tumba se ha convertido ahora en meta de peregrinación para muchos católicos en todo el mundo quienes llegan admirados por el testimonio de esta niña.
Para conocer más de la vida de Antonieta, puede ingresar a: http://www.aciprensa.com/vejemplares/nennolina.htm
Para leer extractos de alguna de sus cartas, puede ingresar a: http://www.aciprensa.com/vejemplares/cartas.htm
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El director del corto «Milagros» considera «apasionante» el tema de la religión / Autora: Miriam Díez i Bosch
Su película ha ganado el Festival «Religion Today» en Roma
ROMA, martes, 18 diciembre 2007 (ZENIT.org).- El director del cortometraje ganador del Festival Religion Today con una obra dedicada a Juan Pablo II explica a Zenit que el cine puede dar confianza a la gente «abordando sin complejos y con honradez historias que hablen de un tema tan apasionante y universal como el de la religión».
Javier Figuero nació en Madrid en el año 1965. Es el guionista, director y coproductor de «Milagros» (http://it.youtube.com/watch?v=qqUdEvmeVRY&feature=related), galardonado como mejor cortometraje internacional en la Décima Edición del Religion Today Film Festival, premiado en Roma.
La trama de este cortometraje de nueve minutos empieza con Ana, una niña parapléjica de carácter arisco y difícil, que pide a sus padres que la lleven a una capilla, donde se venera a Juan Pablo II, para pedirle el milagro de su curación. El padre es ateo y la madre, creyente. La petición de la niña hará que surja un conflicto en el matrimonio.
--¿Qué impresión hace ganar un premio internacional en Roma con un trabajo sobre Juan Pablo II?
--Figuero: La primera impresión fue de sorpresa. Tanto Juan García del Santo, productor y actor principal del cortometraje, como yo pudimos comprobar in situ la gran calidad de algunos de los trabajos que se presentaron en la Décima Edición de Religion Today Film Festival, y nos impresionó gratamente que el premio recayera en nuestra historia.
Y tras la sorpresa, el sentimiento es de agradecimiento, agradecimiento al jurado, a los organizadores, al público que está acogiendo muy bien este relato cinematográfico y, por supuesto, al equipo que lo hizo posible y a la Universidad San Pablo CEU y su Master de Dirección Cinematográfica que nos han apoyado desde el principio.
--Lo que le impactó de Juan Pablo II fueron sus célebres palabras «No tengáis miedo». ¿Cómo se puede, desde el cine, amplificar este mensaje de confianza?
--Figuero: Pues por ejemplo, abordando sin complejos y con honradez historias que hablen de un tema tan apasionante y universal como el de la religión, que para tantas personas es algo de lo que quieren hablar.
Vivimos en una sociedad materialista, puede, pero la gente se harta de lo material, llega un momento en el que todo el bienestar de mundo no te llena, y necesitas ahondar, ir a realidades más trascendentes.
--¿Qué cree que ha convencido al jurado de su «Milagros»?
--Figuero: Tengo la impresión de que les gustó el hecho de que al final no hay vencedores ni vencidos, el espectador espera que haya un milagro (y triunfe la madre que es la creyente) o que no lo haya (y venza el padre, que es ateo), pero no, resulta que en el desenlace ocurre algo completamente distinto e inesperado. A veces pasa así en la vida ante realidades dolorosas, que se resuelven de una manera sorprendente e imprevista, providente, diría yo.
--Buena parte del equipo de «Milagros» ha pasado por un máster de cine en la Universidad CEU. ¿Se nota, la huella católica, en la manera de afrontar el trabajo?
--Figuero: Sí, se nota. Pero también es cierto que en el equipo artístico y técnico había personas creyentes y no creyentes, y nadie tuvo ningún problema en trabajar en este proyecto, creo que precisamente porque en esta historia se respeta a los creyentes y a los no creyentes a partes iguales.
Es paradójico que la protagonista femenina del corto, que interpreta a una fervorosa madre de familia, en la vida real es agnóstica, y el padre ateo está protagonizado por un convencido creyente.
ROMA, martes, 18 diciembre 2007 (ZENIT.org).- El director del cortometraje ganador del Festival Religion Today con una obra dedicada a Juan Pablo II explica a Zenit que el cine puede dar confianza a la gente «abordando sin complejos y con honradez historias que hablen de un tema tan apasionante y universal como el de la religión».
Javier Figuero nació en Madrid en el año 1965. Es el guionista, director y coproductor de «Milagros» (http://it.youtube.com/watch?v=qqUdEvmeVRY&feature=related), galardonado como mejor cortometraje internacional en la Décima Edición del Religion Today Film Festival, premiado en Roma.
La trama de este cortometraje de nueve minutos empieza con Ana, una niña parapléjica de carácter arisco y difícil, que pide a sus padres que la lleven a una capilla, donde se venera a Juan Pablo II, para pedirle el milagro de su curación. El padre es ateo y la madre, creyente. La petición de la niña hará que surja un conflicto en el matrimonio.
--¿Qué impresión hace ganar un premio internacional en Roma con un trabajo sobre Juan Pablo II?
--Figuero: La primera impresión fue de sorpresa. Tanto Juan García del Santo, productor y actor principal del cortometraje, como yo pudimos comprobar in situ la gran calidad de algunos de los trabajos que se presentaron en la Décima Edición de Religion Today Film Festival, y nos impresionó gratamente que el premio recayera en nuestra historia.
Y tras la sorpresa, el sentimiento es de agradecimiento, agradecimiento al jurado, a los organizadores, al público que está acogiendo muy bien este relato cinematográfico y, por supuesto, al equipo que lo hizo posible y a la Universidad San Pablo CEU y su Master de Dirección Cinematográfica que nos han apoyado desde el principio.
--Lo que le impactó de Juan Pablo II fueron sus célebres palabras «No tengáis miedo». ¿Cómo se puede, desde el cine, amplificar este mensaje de confianza?
--Figuero: Pues por ejemplo, abordando sin complejos y con honradez historias que hablen de un tema tan apasionante y universal como el de la religión, que para tantas personas es algo de lo que quieren hablar.
Vivimos en una sociedad materialista, puede, pero la gente se harta de lo material, llega un momento en el que todo el bienestar de mundo no te llena, y necesitas ahondar, ir a realidades más trascendentes.
--¿Qué cree que ha convencido al jurado de su «Milagros»?
--Figuero: Tengo la impresión de que les gustó el hecho de que al final no hay vencedores ni vencidos, el espectador espera que haya un milagro (y triunfe la madre que es la creyente) o que no lo haya (y venza el padre, que es ateo), pero no, resulta que en el desenlace ocurre algo completamente distinto e inesperado. A veces pasa así en la vida ante realidades dolorosas, que se resuelven de una manera sorprendente e imprevista, providente, diría yo.
--Buena parte del equipo de «Milagros» ha pasado por un máster de cine en la Universidad CEU. ¿Se nota, la huella católica, en la manera de afrontar el trabajo?
--Figuero: Sí, se nota. Pero también es cierto que en el equipo artístico y técnico había personas creyentes y no creyentes, y nadie tuvo ningún problema en trabajar en este proyecto, creo que precisamente porque en esta historia se respeta a los creyentes y a los no creyentes a partes iguales.
Es paradójico que la protagonista femenina del corto, que interpreta a una fervorosa madre de familia, en la vida real es agnóstica, y el padre ateo está protagonizado por un convencido creyente.
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