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lunes, 17 de diciembre de 2007

Testimonio vocacional del P. Francisco Javier Aguilera L.C.: Si te entregas a Él, te hace el hombre más feliz del mundo

Estábamos en clase, en la preparatoria, cuando llegaron a decirnos que teníamos la visita de un sacerdote que iba a hablar con nosotros. Así que para pasar mejor el rato, le tomé prestado su desayuno a una de mis compañeras sin que ella se diera cuenta; se trataba de un envase con deliciosa sandía que su mamá había preparado, seguramente con mucho cariño.

Las palabras del sacerdote describían situaciones actuales como la del aborto, la unión libre, las relaciones prematrimoniales. Como yo estaba en desacuerdo total con lo que decía, comencé a interesarme. Luego, pude exponer mi punto de vista delante de la clase y de nuestro visitante, y al poco tiempo ya dialogábamos como dos amigos que intercambian sus ideas. Al final hasta compartimos un poco de la sandía que quedaba…

Tenía horror a ser mediocre. Después de este hecho mi vida iba a cambiar drásticamente sin que yo me diera cuenta. Fue como la primera ficha de dominó que cae y desencadena la caída de las demás. A pesar de mis ideas yo no era un chico malo, pero sí era bastante “libre” para hacer, siempre y en todo lugar, lo que quería. Aunque, eso sí, siempre avisaba a mis padres cuando iba a salir. Ellos tenían el dinero y, por lo tanto, era necesario mantener una relación muy diplomática, pensaba yo.

Era un joven libre y feliz, verdaderamente feliz y también tenía una decisión muy firme de hacer algo importante con mi vida. Quería encontrar un ideal que me llenara y exigiera todo de mí, el mejor esfuerzo en cada momento. Tenía horror a ser mediocre.

Quizá por ello no me resignaba a terminar cada fin de semana ahogado en el alcohol, como sucedía a muchos de mis amigos. Iba con ellos al bar pero en vez de pedir cerveza pedía limonadas y refrescos, y los acompañaba gustosamente comiendo botana. Al día siguiente, mientras ellos se enfrentaban con la cruda realidad, yo me encontraba en las mejores condiciones para salir a dar la vuelta o jugar un partido de tenis o irme a nadar. Era sano, estaba en forma y me sentía bien conmigo mismo.

Del ping-pong al retiro

El sacerdote que hacía tiempo ya había conocido en clase, se presentó de nuevo en mi ciudad y me llamó por teléfono. Hablamos de muchas cosas en aquella ocasión: de mi familia, de mis costumbres, de fútbol… Me dije a mí mismo: “este padre me cae bien”.

En estos momentos no me percataba de lo que Dios iba haciendo. Él ataba poco a poco todos los hilos aunque aparentemente yo seguía con mi vida normal. Pronto se daría lo que yo llamo un milagro.

Un día de principios de noviembre, mi amigo el sacerdote pasó por mi ciudad, me llamó y me pidió que lo fuera a ver para conversar y jugar un partidito de ping-pong. Al llegar al lugar, me recibió, platicamos, jugamos un rato. Al final me invitó a un retiro-convivencia, en la Ciudad de México. Acepté.

Fue ahí, donde yo percibí el llamado de Dios. No se me apareció un ángel, ni tuve una visión, pero en un instante yo sabía que mi vida estaba ahí dentro, que iba a ser legionario de Cristo, sacerdote. Era una idea que no dejaba lugar a dudas, simplemente una certeza.

¿Qué pasó luego? Pues que ya había encontrado el Ideal por el que iba a gastar cada uno de los minutos de mi vida: Dios. ¿Alguno mejor? Regresé a Celaya y seguí mi vida. Tenía que terminar la preparatoria sin materias reprobadas para poder entrar en la Legión de Cristo, así que me vi en la necesidad de estudiar un poco más para evitar cualquier tropiezo.

A mis amigos les tenía y les tengo mucho aprecio y ellos también me lo han tenido siempre, por lo que su apoyo en esta decisión estaba garantizado. Con respecto a mis papás, sabía que contaba con su apoyo. La verdad, todo estaba hecho, sólo tenía que esperar a que llegara el tiempo para ya partir a lo que era mi nueva vida.

A quince años de esa fecha me encuentro cada día más feliz y con un deseo creciente de dar a conocer a todos los hombres lo hermoso que es seguir a Cristo. Yo les puedo decir que cada vez me convenzo más de que Cristo no sabe defraudar: si te entregas a Él, te hace el hombre más feliz del mundo.

El P. Francisco Javier Aguilera nació en Celaya, Gto. (México) el 28 de enero de 1974. Al terminar la preparatoria ingresó en la Legión de Cristo. Estudió filosofía y teología en el Ateneo Regina Apostolorum, en Roma. Ha trabajado en España, Italia y México como orientador de jóvenes y adolescentes. Actualmente es capellán de un colegio en la Ciudad de México y orientador de jóvenes.

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Fuente: Regnum Christi

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