“¿Padre yo? Si me encuentro en el mejor momento de mi vida, cuando más me estoy divirtiendo, cuando por fin puedo hacer lo que deseo con «total independencia»…” Así pensaba cuando me vino a la cabeza por primera vez la idea loca de ser padre. Era mi primera respuesta a la voz de Dios que se insinuaba en mi corazón a los 19 años.
Mi ambiente familiar lo puedo definir como el de una persona que en casa sólo recibió cariño y alegría. Soy el de en medio entre dos hermanas actualmente casadas. Siempre me inculcaron una visión positiva de la vida y el deseo de esforzarme por lograr las metas que me proponía. En todo esto Dios jugó un papel importante pese a que mi práctica de la fe se limitaba a la misa dominical y a rezar al inicio y al final del día si el sueño lo permitía…
Jugué fútbol en ligas desde los 6 años. A los 14 tuve la oportunidad de participar en un torneo internacional con 15 países del mundo, en Estados Unidos. Más adelante participé en la selección del estado de Michoacán y durante algún tiempo entrené en las reservas del equipo del Querétaro mientras estudiaba en la universidad. Al mismo tiempo practiqué el Tae Kwon Do durante 8 años obteniendo la cinta negra y ganando un campeonato nacional juvenil. El deporte me apasionaba y éste me mantuvo activo y lejos de vicios.
Conocí a un sacerdote diocesano
La juventud la pasé entre amigos, fiestas, estudio y novia. Dios me regaló un estupendo grupo de amigos que nos ayudó a todos a crecer y enriquecernos mutuamente en un ambiente muy sano.
A través de una amiga conocí a un sacerdote diocesano joven que predicaba muy bien y vivía cerca de casa. Nos hicimos buenos amigos. En torno a él, mi grupo de amigos de la escuela maduró; algunos se casaron, otro es hoy legionario de Cristo como yo. Las conferencias semanales, los retiros, las misiones, las vacaciones, las conversaciones y, sobre todo, el ejemplo de amor a Cristo de este sacerdote fueron los medios por los que Dios se fue abriendo paso por mi vida. Pero debo confesar que jamás pensé en ser sacerdote, ni me pasó por la cabeza.
Nunca fui indiferente al dolor humano y cuando fui representante de los alumnos de la escuela, además de fiestas y alguna huelga, también organizamos varias actividades de voluntariado, asistencia social, etc. Al acercarse el año anterior a la universidad no sabía bien qué carrera elegir, “todo y nada” me gustaba, y puedo decir que me iba bien en los estudios. En el fondo nada me llenaba del todo. Se presentaba la encrucijada: o dedicarme al fútbol de modo profesional aprovechando algunas posibilidades o seguir tranquilamente los estudios. No sabía qué hacer. En ese momento mi mejor amiga me dijo: “pídele a Dios por tu vocación”, naturalmente ella se refería a la carrera universitaria. Así lo empecé a hacer. Se presentó la oportunidad de estudiar en una universidad de prestigio viviendo a dos horas de casa, en un departamento con otros dos amigos. Fue realmente una experiencia muy divertida: coche, moto, muchas fiestas, nuevas amistades, más viajes, etc. Todo esto intentaba llenar mi vida, pero no obstante todo esto, seguía rezando por mi “vocación”.
¿Y si a mí Dios también me llamara?
Uno de mis amigos, con el que jugaba fútbol y con quien había decidido ir a probar suerte en el equipo de la ciudad, al final de la preparatoria decidió hacer la experiencia de un curso vocacional para “convencerse de que no tenía vocación al sacerdocio”. Todavía recuerdo el momento en que me dijeron que mi amigo se había ido. Estábamos en una discoteca y yo no lo creía, pero me quedé con la duda. Cuando mi amigo, antes de entrar al seminario, volvió para despedirse de su familia, yo ya traía la inquietud dentro: “¿Y si a mí Dios también me llamara?... Por cierto, este amigo es hoy el P. Xavier Castro, L.C., rector del centro de estudios de los legionarios de Cristo en Thornwood, cerca de Nueva York. Al día siguiente fuimos a tomar un café y me quemaba cada vez más la idea de que quizás Cristo me pedía a mí también dejarlo todo para seguirle. Nunca lo había pensado y por eso era duro aceptarlo. Luego de una noche, no sé cómo, no sé porqué, desperté con la certeza interior de que Dios me quería sacerdote, como si en esa noche Él me hubiera robado el corazón. Ahora vendría la necesidad de asimilarlo. No hubo grandes luchas interiores, fue una certeza tan clara y profunda que no me ha dejado lugar a dudas en estos años sucesivos, y ha sido la columna inamovible de mi vida legionaria.
Inmediatamente se lo dije a mi mamá y a mi novia por teléfono… Me urgía decirlo, comunicar a todos que sentía que ser sacerdote era lo mejor que podía hacer en mi vida, que mi vida valdría la pena si más personas se acercaban a Cristo, y que pudieran salvarse. Recuerdo bien que un día volviendo de una visita a unos tíos, íbamos mi mamá y yo solos en el coche y en un momento me preguntó: “¿Hijo, por qué te vas?” Y me vino tan natural responderle: “Porque he sido muy feliz y siento que debo corresponder a Dios que me ha dado tanto, siento que yo nací para ser su amigo”.
Hoy puedo decir que soy muy feliz, que Cristo ha llenado mi existencia, que ser legionario de Cristo es vivir apasionadamente el sacerdocio y que espero poder seguir el ejemplo de tantos hombres de la Iglesia que, con su testimonio, son un estímulo cotidiano a la entrega por la salvación de las almas que Dios quiera poner en el camino de mi sacerdocio.
El P. Manuel Álvarez Vorrath nació el 17 de mayo de 1974 en la Ciudad de México. Ingresó a la Legión de Cristo el 14 de septiembre de 1994 en el noviciado de Monterrey, México. Cursó sus estudios humanísticos en Salamanca, España, y obtuvo la licencia en filosofía y el bachillerato en teología en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma. Ha sido parte del equipo de formadores del noviciado de Sao Paolo y del centro de estudios superiores de Roma. Actualmente trabaja con grupos de jóvenes en Milán y Florencia, Italia.
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Fuente: Regnum Christi
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