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lunes, 17 de diciembre de 2007

La espera, el precio de la felicidad / Autor: Renan Félix

En la expectativa de la llegada del Señor

Mi madre suele decir que aprovechamos más la espera, el preparativo para la fiesta que la fiesta en sí. La felicidad está en aguardar, en prepararse, en estar en la expectativa de ese momento de felicidad. Esperar nos da vida, nos “desinstala” y nos alegra. La felicidad tiene el precio de la espera.

Pregunte a una novia cuánto es bueno esperar al novio llegar. Pregunte a una madre como es buena la expectativa del parto. Pregunte a un enfermo como la certeza de una visita lo rehace. La espera es un precio que pagamos por la felicidad del momento. Es como un viaje en que es necesario pasar horas, tal vez días, para llegar al destino, al lugar tan soñado.

El tiempo del Adviento es eso: la expectativa de la llegada del Señor, que vino hace más de dos mil años, pero que volverá en breve. Por eso es que aún vestida de morado, el sentimiento que la Iglesia vive es diferente. No es el del dolor del desierto de la Cuaresma, sino el de la espera de la vuelta gloriosa del Hijo de Dios. La Iglesia vive en este tiempo un mezcla de alegría y dolor. Alegría de la certeza de la vuelta del Señor y el dolor de la espera. Esperamos la vuelta de Aquel que es El amado, de Aquel que da sentido a nuestras vidas.

Para mí, una de las mejores descripciones de la expectativa de la llegada de la persona amada es la utilizada por el autor francés Saint-Exupéry – en su célebre obra “El pequeño príncipe” – en la declaración de amor del zorro para el amigo príncipe: “Si tú vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, desde las tres yo comenzaré a ser feliz. Mientras más la hora esté llegando, más yo me sentiré feliz. A las cuatro horas, entonces, estaré inquieta y agitada: descubriré el precio de la felicidad”

Así debe estar nuestra alma en el tiempo del Adviento: inquieta y agitada por la expectativa de la venida del Señor. Inquieta para ser mejor, para estar en santidad y preparada para la vuelta de Jesús. Y agitada por llevar tantas otras almas a que esperen ansiosas la manifestación del Señor.

Al contrario del zorro, nosotros no sabemos la hora exacta en que el Señor vendrá; por eso necesitamos comenzar a ser felices ahora. La gran certeza, que tenemos, es que la hora está llegando, y como el cerro, cada día estamos más felices. La alegría nos invade porque el Señor está volviendo.

La gran diferencia en la expectativa de la venida del Señor es que cuando Él llegue la alegría va a ser mucho mayor. No podemos imaginar cuánto seremos felices, cuanto nuestros corazón estará en fiesta por que aprendió a esperar. Será felicidad sin límite.

“Enjugará toda lágrima de sus ojos y ya no habrá muerte, ni luto, ni grito, ni dolor, porque pasó la primera condición”. (Ap 21,4)

Esa felicidad eterna nos da la esperanza para aguardar, para sufrir las demoras y las dificultades en el camino. La espera tiene sentido porque la felicidad tiene nombre: Jesucristo. Aprendí con el zorro el precio de la felicidad. Aprendí con La Iglesia a esperar al Señor y a clamar “Maranathá: ¡Ven, Señor Jesus!” (Ap 22,21).

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Fuente: Comunidad Canción Nueva

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