No supero la fuerza con la que Dickens explica por qué esos días llegan con una carga explosiva de felicidad
Soy incapaz de superar la fuerza con la que Dickens ha descrito algo que, desde su época hasta hoy, explica por qué esos días llegan con una carga explosiva de felicidad y alegría, para gentes de cualquier condición, que tienen el alma abierta a la verdad y resultan duros y amargos para quienes rechazan la gran noticia del Amor de Dios por los hombres , que encierra esa fecha de la Nochebuena.
En su mil veces leído y repetido Cuento de Navidad relata el escritor inglés que, «una vez, en uno de los mejores días del año, la víspera de Navidad, el viejo Scrooge, un hombre avaro, egoísta, recomido por el mal humor y el dinero mal empleado, se hallaba trabajando en su despacho. Hacía un tiempo frío, crudísimo y nebuloso, y podía oír a la gente que pasaba jadeando arriba y abajo, golpeándose el pecho con las manos y pateando sobre las piedras del pavimento para entrar en calor. Los relojes públicos acababan de dar las tres: pero la oscuridad era casi completa —había sido oscuro todo el día—, y por las ventanas de las casas vecinas se veían brillar las luces como manchas rubias en el aire moreno de la tarde.
La bruma se filtraba a través de todas las hendeduras y de los ojos de las cerraduras, y era tan densa por fuera que, aunque la calleja era de las más estrechas, las casas de enfrente se veían como meros fantasmas. Al ver cómo descendía la nube sombría, oscureciéndolo todo, se habría pensado que la naturaleza habitaba cerca y que estaba haciendo destilaciones en gran escala.
Scrooge tenía abierta la puerta del despacho para poder vigilar a su dependiente, que en una celda lóbrega y apartada, una especie de cisterna, estaba copiando cartas. Scrooge tenía poquísima lumbre, pero la del dependiente era mucho más escasa: parecía una sola ascua; mas no podía aumentarla, porque Scrooge guardaba la caja del carbón en su cuarto, y si el dependiente hubiera aparecido trayendo carbón en la pala, sin duda que su amo habría considerado necesario despedirle. Así, el dependiente se embozó en la blanca bufanda y trató de calentarse en la llama de la bujía: pero, como no era hombre de gran imaginación, fracasó en el intento.
—¡Felices Pascuas, tío! ¡Dios os guarde! — gritó una voz alegre.
Era la voz del sobrino de Scrooge, que cayó sobre él con tal precipitación que fue el primer aviso que tuvo de su aproximación.
—¡Bah! —dijo Scrooge—. ¡Patrañas!
Este sobrino de Scrooge se hallaba tan arrebatado a causa de la carrera a través de la bruma y de la helada, que estaba todo encendido: tenía la cara como una cereza, sus ojos chispeaban y humeaba su aliento.
—Pero, tío: ¿una patraña la Navidad? —dijo el sobrino de Scrooge—. Seguramente no habéis querido decir eso.
—Sí —contestó Scrooge—. ¡Felices Pascuas! ¿Qué derecho tienes tú para estar alegre? ¿Qué razón tienes tú para estar alegre? Eres bastante pobre.
—¡Vamos! —replicó el sobrino alegremente—. ¿Y qué derecho tenéis vos para estar triste? ¿Qué razón tenéis para estar cabizbajo? Sois bastante rico.
No disponiendo Scrooge de mejor respuesta en aquel momento, dijo de nuevo: «¡Bah!» Y a continuación: «¡Patrañas!»
—No estéis enfadado, tío —dijo el sobrino. —¿Cómo no voy a estarlo —replicó el tío— viviendo en un mundo de locos como éste? ¡Felices Pascuas! ¡Buenas Pascuas te dé Dios! ¿Qué es la Pascua de Navidad sino la época en que hay que pagar cuentas no teniendo dinero; en que te ves un año más viejo y ni una hora más rico: la época en que, hecho el balance de los libros, ves que los artículos mencionados en ellos no te han dejado la menor ganancia después de una docena de meses desaparecidos? Si estuviera en mi mano —dijo Scrooge con indignación— a todos los idiotas que van con el ¡Felices Pascuas! en los labios, los cocería en su propia sustancia y los enterraría con una vara de acebo atravesándoles el corazón. !Eso es!
—¡Tío! —suplicó el sobrino.
—¡Sobrino! —repuso el tío secamente—-. Celebra la Navidad a tu modo y déjame a mí celebrarla al mío.
—¡Celebrar la Navidad! —repitió el sobrino de Scrooge—. Pero vos no la celebráis.
—Déjame que no la celebre —dijo Scrooge— ¡Mucho bien puede hacerte a ti! ¡Mucho bien te ha hecho siempre!
—Hay muchas cosas que podían haberme hecho muy bien y que no he aprovechado, me atrevo a decir —replicó el sobrino—. Entre ellas la Navidad. Mas estoy seguro de que siempre, al llegar esta época, he pensado en la Navidad, aparte la veneración debida a su nombre sagrado y a su origen, como en una agradable época de cariño, de perdón y de caridad; el único día, en el largo almanaque del año, en que hombres y mujeres parecen estar de acuerdo para abrir sus corazones libremente y para considerar a sus inferiores como verdaderos compañeros de viaje en el camino de la tumba y no otra raza de criaturas con destino diferente.
Así, pues, tío, aunque tal fiesta nunca ha puesto una moneda de oro o de plata en mi bolsillo, creo que me ha hecho bien y que me hará bien, y digo: ¡Bendita sea!
—Lamento de todo corazón encontraros tan resuelto. Nunca ha habido el más pequeño disgusto entre nosotros. Pero he insistido en la celebración de la Navidad y llevaré mi buen humor de Navidad hasta lo último. Así, ¡Felices Pascuas, tío!»
La historia se repite. Espero, que los lectores, como este personaje de Dickens, disfrutéis de una Feliz Navidad con ese espíritu envidiable.
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Fuente: La Gaceta de los Negocios
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