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viernes, 4 de enero de 2008

Todos educamos mal… pero unos peor que otros / Autor: Tomás Melendo


1. Presentación

Ahora


Cuando escribo estas líneas, tengo 55 años. Si las predicciones del ginecólogo se cumplen, mi hija mayor, María, dará a luz el 7 de septiembre próximo, el mismo día en que la menor, María José, cumplirá 15 años, y mi madre, nada menos que 90.

Curiosamente, Lourdes y yo lo haremos, los dos, el 8 de ese mismo mes, fiesta de la Natividad de la Virgen. Yo, según acabo de sugerir, cumpliré 56; y Lourdes, «alrededor de 35, como de costumbre».

Y entre los 30 de María y los futuros 15 de María José, se sitúan mis otros cinco hijos, haciendo un total de siete.

Aun cuando, en principio, quede mucho camino por recorrer, los 55 años permiten ya echar una mirada atrás y ver lo que has ido haciendo con tu vida y, en concreto, cómo te has desenvuelto como educador.

Empiezo por confirmar desde el fondo del alma que, en el momento presente, me siento muy orgulloso de todos y cada uno de mis hijos y espero que nos sigan dando, junto con alguna que otra preocupación —que tampoco han faltado y vienen bastante bien—, tantas alegrías como hasta ahora.

Anoche

Como anoche llegó María de Irlanda, con idea de pasar las últimas semanas de embarazo y el parto junto a Lourdes, nos reunimos, además del matrimonio, cuatro de los hijos, la novia de uno de ellos y María Josefa, la madre de Lourdes (lo de «mi suegra» no le gusta que lo diga, pero así se entendería mejor).

Eran casi las 12 cuando María entró en casa. Antes, además de las dos del viaje, había estado una hora y media dentro del avión, clavado en la pista de despegue, con un calor sofocante, agravado por la presencia del pequeño —dos kilos, ochocientos, por entonces— en una tripa descomunal. Pero eso no impidió que la velada se prolongara has bien cumplidas las dos de la madrugada.

Disfruté como siempre que, en familia, recordamos tiempos pasados. Hacía mucho que no me reía tanto y con tantas ganas. Lo mismo que suele ocurrirme cada vez que salen a relucir anécdotas de «cuando éramos pequeños» (y digo «éramos» porque de ordinario son ellos los que las cuentan).

¡Y es que hay pocas cosas que ayuden más a la buena marcha de una familia y de cada uno de los que la componen como la alegría y el buen humor!



Todos educamos mal… pero unos peor que otros

El título y subtítulo del libro —que anoche me rondaron una y otra vez por la cabeza— tienen su pequeña historia. Surgieron hace alrededor de medio año en México. Iba a pasar poco más de un mes en ese país, dando cursos y conferencias en distintas ciudades, pero con la sede central en Guadalajara, la capital y la «novia» de Jalisco.

(«♫ ♫ ♫ Jalisco, Jalisco, Jalisco, tú tienes tu novia, que es Guadalajaaaaaara; muchachas bonitas, la perla más rara de todo Jalisco es mi Guadalajaaaaaara… ♪ ♪ ♪»).

En las últimas ocasiones, cuando el viaje va a ser largo, suelo vivir en casa de antiguos amigos… o de amigos de mis amigos, que todavía no conozco, pero que me reciben, como sucede siempre en México —país acogedor donde los haya—, con todo el cariño del mundo.

Esta vez se trataba de personas a las que no había visto nunca. No quiero dar muchos detalles, porque no les he pedido aún permiso, y tienen todo el derecho a preservar su intimidad. Diré solo que, entre los cuatros hijos, la segunda era una adolescente, no de libro, que eso es poco, sino de auténtica exposición: es decir, como debe ser toda adolescente que se precie.

Y, además, cosa que no supe horrorizado hasta que entré en su habitación, quien esto escribe —es decir, un servidor— era el causante de que la «hubieran arrojado» de su cuarto, dispuesto desde entonces para que yo pudiera dormir y establecer en él mi «centro de operaciones».

Tengo que decir, y ojalá no me equivoque, que entre «la adolescente» y yo se creó muy pronto un clima de complicidad y —de nuevo espero no fantasear— de auténtico cariño.

Al día siguiente de llegar, la dueña de la casa, encantadora, coincidió a solas conmigo durante un buen rato. Como uno se dedica a temas de amor y familia (que no «de amor y lujo», no confundamos), los demás dan por supuesto que «debe de hacerlo bien». Ella, por el contrario, tenía la impresión de ser una pésima educadora.

Charlamos algo más de dos horas, y tuve que concluir con lo que ya era para mí una convicción muy honda, y de entonces a hoy se ha venido afianzando, conforme más pensaba en ello y observaba lo que ocurre en mi entorno:

1. Que todos los padres educamos mal… y no pasa nada.

2. Pero que algunos lo hacen muy mal, y entonces es cuando suele haber problemas.

Por supuesto que mi anfitriona no se contaba entre los «muy mal», sino que se desenvolvía, más o menos, como cualquiera de nosotros. La diferencia era, simplemente, de edad y profesión. En concreto: yo ya había pasado por lo que ella estaba entonces viviendo (recuerden mis 55-56 años)… y había reflexionado mucho sobre el asunto (de profesión: filósofo).

Quede claro que, al igual que Zattoni y Gillini —a los que citaré más de una vez—, cuando digo esto no lo hago «… para alimentar reductos de sentido de culpa (“si me meto, entonces me sentiré culpable de algo”) y refugiarnos acaso en un deprimente: “¡Me he equivocado en todo!”; sino para darnos algunas oportunidades. Hay actitudes que nos vienen “espontáneas” a los padres y que han de ser reforzadas en su validez natural; es mucho mejor fortalecer estas que llorar por lo que ya no tiene remedio: es mucho más útil fortificar lo que hacemos de bueno que darse golpes de pecho por las culpas.»

Los malos y los peores

Para volver a lo nuestro, la conclusión que saqué de aquel rato de fascinante «plática a la mexicana» se resume en pocas palabras: si educar es ayudar a nuestros hijos a que cumplan su misión en esta tierra, y si su tarea es la de prepararse para llegar a ser interlocutores del Amor de Dios por toda la eternidad, ¿puede haber algún ser humano, varón o mujer, que realmente «lo haga bien»? ¿No se trata de algo que, por definición, supera nuestras fuerzas?
Tranquilidad, por tanto, porque hay Quien se encarga de que, a pesar de los pesares —de ti y de mí—, «al final de la jornada…» las aguas lleguen a su cauce. Se trata, simplemente, de no poner excesivas trabas.

(Aunque eso no quite, como veremos con calma, que a todos los padres nos incumba la obligación de hacerlo un poco menos mal… y disfrutar de lo lindo mientras educamos.
Como explica Macià, «… lo importante es que se puede aprender a ser padres, basta un mínimo grado de motivación, estar dispuesto a esforzarse, a dedicar parte de nuestro tiempo y contar con los instrumentos adecuados. Educar es sinónimo de exigencia, puede exigir esfuerzo y privación, pero es una tarea llena de maravillosas recompensas.»)

Si educar es ayudar a nuestros hijos a prepararse para llegar a ser interlocutores del Amor de Dios por toda la eternidad, ¿puede haber algún ser humano, varón o mujer, que realmente «lo haga bien»?

Primer espejismo

¿Por qué, entonces, la preocupación recurrente y la sensación de estar haciéndolo muy mal, justo entre quienes luchamos por llevarlo a cabo lo mejor que sabemos y podemos?
Dosificaré la respuesta a lo largo del escrito. Anticipo un par de ideas.

Fue precisamente en esa conversación de Guadalajara donde, en un tono de lo más distendido, caí en la cuenta y comenté a mi amiga, casi con estas palabras y una punta de ironía hacia mí mismo: «es delicioso que, mientras son pequeños, nuestros hijos hagan libremente… lo que nosotros queremos que hagan».

Uno o una se sienten como en las nubes, con la alegría del deber cumplido, muchas ganas de seguir adelante y sin nada serio que turbe la paz interior. Hay cansancio, momentos en que estamos hartos, ganas de tirar la toalla o de ahogar a alguno de los críos («¡bendito Herodes!», que diría una de mis cuñadas)… pero siempre en tono menor.

La cosa cambia de raíz con la adolescencia, cuando empiezan a hacer, un poco menos libremente de lo que ellos piensan y bastante más de los que nosotros creemos y desearíamos, lo que realmente a ellos o a ellas les da la gana.

Es un tema apasionante, que me entusiasma: volveré sobre él con detenimiento.

Es «encantador» que, mientras son pequeños, nuestros hijos hagan libremente… lo que nosotros queremos que hagan.
La cosa cambia cuando empiezan a crecer y a hacer lo que realmente les da la gana.

Segundo espejismo

No sé si, dentro del contexto que estoy dibujando, el lector habrá tenido la terrible desgracia que muchos hemos padecido. La de que amigos menos ocupados por la educación de los suyos nos repitan, entre admirados y sanamente envidiosos: «¡hay que ver la suerte que has tenido con tus hijos!; si te hubieran tocado los míos…»

Ante lo que uno —o, al menos, ese uno que soy yo— se siente muy tentado de responder que suerte, suerte, lo que se dice suerte, puede que haya habido, pero que también son muchas horas de reflexión y de diálogo con la esposa, de atenciones a ella y a los críos, de juegos compartidos y un etcétera casi infinito, que de ordinario prefiero silenciar en aras de una amistad que debe seguir madurando para el bien de todos.

Peor que terrible es lo mío. María Josefa, la madre de mi mujer (mi «suegra», para entendernos de nuevo), concretaba más el asunto. En este caso, tomaba como punto de comparación a sus restantes nietos y a sus respectivos padres y madres, entre los que uno de cada pareja es, lógicamente, hijo o hija suyos. Y el resultado no podía ser más contundente: no era Lourdes, sino yo, el que sabía educar y educaba de maravilla a nuestros hijos.

Cada vez que lo repetía, yo intentaba convencerla y convencerme de que eso era una bobada, aunque, como mandan las normas, la última palabra era siempre la suya. Entonces tenía la impresión de no hacerle ningún caso, pues creía conocer bien mis errores. De un tiempo a esta parte empecé a darme cuenta de que, en el fondo-fondo, no estaba del todo en desacuerdo con ella: yo lo hacía bastante bien.

Ahora, por el contrario, cuando todos han pasado o se encuentran en plena adolescencia, veo con nitidez que lo hacía… normalito, que es la mejor manera de hacer las cosas.

¡Hay que ver la suerte que has tenido con tus hijos…!

Para concluir

Y normalito equivale en este caso, lo repito con plena conciencia, a bastante mal… aunque no «peor que la media». Tras lo cual, resumo, por si sirve de ayuda a alguien.

Suelen hacerlo menos mal:

1. Quienes, dándose cuenta o no, procuran desaparecer discretamente, de acuerdo con el cónyuge y sin bajar por ello la guardia, y dejan la iniciativa a quienes realmente les corresponde. Es decir:

1.1. A cada hijo, progresivamente, según va pasando el tiempo.

[Los niños, como sabemos (¿lo sabemos?), tienen sus propios recursos, que hay que aprender a descubrir y apoyar; y lo peor que puede hacer un adulto —y lo que normalmente hacemos, si no nos andamos con tiento— es impedir que los desarrollen, tratar de imponerles los nuestros y medirlos por nuestro rasero.]

1.2. Y al auténtico Autor de cualquier mejora humana, que solo nos pide —pero nos lo pide, ¡ojo!— que no estorbemos demasiado.

[En este caso no quiero ni mencionar la disparidad entre nuestras estrategias y nuestra lógica de adultos y los absurdos medios que se Le ocurre emplear a Quien —¡mira por dónde!— nos animó a hacernos como niños.]

Y lo hacen francamente mal:

2. Los que se consideran protagonistas en la educación de los hijos. Es decir:

2.1. Quienes asfixian a los críos y ya-no-tan-críos con constantes reflexiones, prohibiciones y consejos… dictados por los años y la experiencia.

2.2. Y quienes están convencidos de hacerlo muy bien (¡que Dios —que nos alienta a hacernos como niños— nos libre de ellos!)

Lo hacen bastante mal quienes creen ser los protagonistas en la educación de sus hijos

2. Contenido básico

¿Ser o subjetividad?


Después de esta breve introducción, y con conciencia de que apenas voy a ser entendido durante tres o cuatro páginas —y de que, para tranquilidad del lector, tampoco importa demasiado—, paso a exponer las líneas de fuerza de todo el escrito.

La idea que le sirve de base no es muy distinta de la que ha presidido estudios anteriores y, en fin de cuentas, casi todo lo que he publicado hasta el día de hoy: la prioridad absoluta del ser sobre la subjetividad humana (es decir, de la realidad-real sobre los deseos arbitrarios, ligerezas, caprichos, pretensiones, veleidades, desvaríos… de los distintos sujetos humanos: usted y yo, de nuevo).

Apenas cuentan nuestros gustos… ni tampoco los del hijo

Lo que cambia, en este caso, son las «traducciones» de semejante principio.

1. A saber, y antes que nada, que la referencia primordial de todo quehacer educativo, el ideal al que hay que atender en cualquier momento de la biografía de una persona, lo constituye lo que esa persona es y, consecuentemente, lo que está llamada a ser.
Y no —sería la otra posibilidad— lo que «alguien» (él mismo o cualquier otro) ambicione o desee, o le apetezca o le disguste o le horrorice… si todo ello no concuerda con la concreta condición personal de quien se está formando.

2. Con lo que este principio básico se aplica tanto a quienes deben educar como a quienes han de ser educados. Y lo hace de maneras muy diversas y con un sinfín de manifestaciones, que iré señalando en su momento.

2.1. Por ejemplo, la atención prioritaria al (modo de) ser de cada uno de nuestros hijos lleva consigo que los sueños y las novelas que hemos forjado respecto a ellos —en principio, nobilísimos e incluso imprescindibles— deban ceder el paso a lo que vamos descubriendo que exigen las reales cualidades y el entorno de ese chico o esa chica… que no tienen por qué coincidir con los del hermano o la hermana de solo un año más o menos que él o que ella.

¡Y no digamos nada con nuestras ambiciones, antojos, pretensiones, apetencias, aspiraciones… y cuanto se sitúa en la misma línea!

En el fondo, es el principio que preside, juntos con muchos otros, este excelente consejo: «Cuando reconocemos los sentimientos de un niño, le prestamos un gran servicio. Le ponemos en contacto con su realidad interior. Y una vez ha definido esa realidad, podrá acopiar fuerzas para hacerle frente» (Faber, Adele y Mazlish, Elaine).

Y también el que mencionaré de inmediato, de Gottman y Silver, que recogen a su modo lo que un santo del pasado siglo llamaba «mística ojalatera» o «del ojalá»: «¡ojalá no me hubiera casado!», «¡ojalá no me hubiera quedado soltero!», «¡ojalá tuviera menos —o más— años!», «¡ojalá fuera más inteligente, más guapo, más fuerte, más delgado…!»
En palabras de Gottman y Silver: «Muchas veces nos quedamos atascados en frases condicionales del tipo: “Si tan solo...” Si tan solo mi pareja fuera más alta, más lista, más atractiva... todos mis problemas desaparecerían. Mientras prevalezca esta actitud, será muy difícil resolver los conflictos. A menos que aceptes los defectos y debilidades [¡la realidad!] de tu pareja no podrás llegar a ningún acuerdo. En lugar de esto te lanzarás a una campaña para hacer cambiar a tu cónyuge. Para resolver un conflicto no hace falta que una persona cambie.»

2.2. Algo bastante parecido sucede con el educando en relación consigo mismo: también él ha de saber adecuar sus ilusiones y anhelos a lo que, respecto a las vías de su más cabal desarrollo, le van sugiriendo su propio (modo de) ser y las circunstancias en que su vida de hecho se desenvuelve.

Para lo cual nosotros, los padres y educadores, tenemos que permitirle y ayudarle a que se conozca y a que descubra lo mejor que en él se encierra, para que de este modo, sabiendo quién es, pueda obrar en consecuencia.

Lo que supone, como apuntaré, no olvidarnos del niño que cada uno fuimos… y del que, en cierto modo, seguimos siendo, si no nos hemos empeñado en sofocarlo.

Llegar a ser quienes somos

En fin de cuentas, todo lo anterior remite a una de las afirmaciones más repetidas a lo largo de la historia del pensamiento occidental, desde Píndaro hasta Jaspers.

Uno y otro sostienen, con palabras casi coincidentes, que «el hombre es aquel ser que debe llegar a ser hombre».

Una afirmación que hoy expresaríamos más a gusto, con el más preciso lenguaje de los personalistas, diciendo que «cada persona humana debe llegar a ser quien es».

A saber: «alguien» —con toda la carga ponderativa que en la actualidad suele atribuirse a este término— dotado de una sublime grandeza y, a la vez, único e irrepetible; pero ese «alguien»… habiendo desarrollado el sinnúmero de perfecciones que virtualmente se encierran en su ser. Y tales perfecciones son extraordinarias.

Cada persona humana está llamada a ser quien es

Interlocutores del Amor de Dios

Efectivamente, según he considerado en otras ocasiones, en el mismo instante en que un nuevo sujeto humano es concebido, el (acto de) ser que Dios infunde junto con el alma apunta y estimula ya el despliegue futuro del inmenso conjunto de facultades y acciones que lo dirigirán, siempre que esa persona asuma libremente semejante impulso, hasta el Interior del propio Dios, para transformarse —como acabo de sugerir— en un interlocutor eterno del Amor divino: en un acto (participado) de amor de Dios.
El «Término» al que todos los hombres deben dirigirse es, pues, el Mismo Dios que amorosamente los ha creado.

Los caminos resultan, en cierto sentido, paralelos o, más bien, coincidentes. No obstante, se configuran como radicalmente únicos, en función del particular y no reiterable modo de ser de cada persona y del sucederse de situaciones y coyunturas, también únicas, con que se topará a lo largo de su existencia.
La labor de educación, de la que el propio educando acabará por ser el principal artífice, se compone del cúmulo de auxilios que le permitirán alcanzar la Meta anhelada.

Y la clave de todo el proceso, como veremos hasta quedar hartos —ya verán como sí: ¡hartos!—, es el amor, en su acepción más genuina.

La clave de las claves de las claves de las claves… es el amor

Ser y hacer

Todavía me parece conveniente esbozar otro punto, que tal vez asombre o incluso moleste a más de uno.

Sin duda, el problema más extendido hoy día en muchas familias es que a casi todos nos gustaría hacer bien de padres… sin esforzarnos seriamente por ser buenos padres.

O, si se prefiere, sin esforzarnos seriamente o simplemente sin esforzarnos… sin más añadidos: lo que casi siempre equivale a «que nuestros hijos no nos den quebraderos de cabeza».

Y esto resulta, sencillamente, imposible.
La filosofía clásica y el sentido común están de acuerdo en que el obrar sigue al ser y el modo de obrar al modo de ser. Lo expresan cientos de dichos populares: «el árbol se conoce por sus frutos», «no se pueden pedir peras al olmo», etcétera.

Y lo ha resumido egregiamente, para nuestro tema, Cornelio Fabro, en unas cuantas palabras que darían pie a un cúmulo de reflexiones:

«La única pedagogía es la profundidad de nuestro ser»

O, lo que viene a ser lo mismo, que cada cual educamos o deseducamos en función de lo que somos.

[En versión light: la grandeza del propio ser, que hoy traduciríamos por «personalidad», en el sentido más noble y hondo de este término, nos confiere la auctoritas —hoy, prestigio o ascendencia: auténtica autoridad—, que hace innecesario el recurso a la potestas —hoy, violencia, fuerza bruta, descalificaciones, castigos, reprimendas…— y facilita enormemente el proceso educativo.]

Pero la mayoría de los padres no queremos enterarnos. No estamos dispuestos a poner los medios imprescindibles para llegar a ser buenos padres —cosa nada sencilla— y, sin embargo, pretendemos educar a nuestros hijos, lo que significa hacer bien de padres.
Conclusión: ser y hacer —o no-ser, pero aspirar a sí-hacer e incluso a sí-hacer-y-muy-bien— no siempre van de la mano.

[En definitiva, la que vengo exponiendo es la convicción que subyace al estupendo libro de Monika Murphy-Witt, Padres consecuentes, niños felices, que cabría resumir inicialmente en este par de frases literales: «Los objetivos educativos deben ser adecuados a las ideas acerca de los valores de los padres; solo entonces se pueden perseguir de forma consecuente.»

Idea que debe ser completada con estas otras:

«El problema es que mientras los padres mismos no poseamos un sistema de valores firme, no podemos tomar ninguna postura clara frente a nuestros hijos. Nos tambaleamos de un lado a otro igual que nuestra agrietada imagen del mundo. Solo quien está verdaderamente convencido de algo puede presentarse con rectitud ante su vástago y seguir su línea de forma consecuente. Y además lo deja de manifiesto con su actitud en el día a día y su firmeza en situaciones críticas. Quien quiere ser consecuente, por lo tanto, necesita valores, ya que cuando se toma una decisión por convicción es inamovible. Los pequeños se dan cuenta de ello rápidamente.»]


Resumen

No tengo que multiplicar los comentarios. Tal vez baste con sentar dos afirmaciones:

1. El crecimiento de cada hijo guarda una relación muy estrecha con el empeño real y constante de sus padres por ser mejores personas y, como consecuencia, también mejores padres. Si ellos no luchan eficazmente por corregirse día a día y en aceptar en ese combate la leal ayuda del cónyuge, es prácticamente imposible que logren una mejora en los hijos.

2. La diferencia más honda entre quienes simplemente lo hacemos mal y los que lo hacen aún peor estriba justo ahí: en que los primeros batallamos por crecer como personas, mientras los segundos aspiran a forjar las personas de sus hijos sin esforzarse por reformar la propia.

El problema más extendido en la educación actual es que a muchos nos gustaría hacer bien de padres… sin esforzarnos seriamente por ser buenos padres

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Tomás Melendo
Catedrático de Filosofía (Metafísica)
Director de los Estudios Universitarios en Ciencias para la Familia
Universidad de Málaga
Fuente: http://www.edufamilia.com/

Visita diaria a Jesús / Autor: P. Ángel Peña Benito, O.A.R.

La triste realidad es que la mayoría de los fieles no sienten deseos de visitar a Jesús durante la semana. Por lo cual, tampoco se ve la necesidad de dejar abiertas las iglesias. Y Jesús se pasa horas y horas, solitario, esperando a alguna alma piadosa, que venga a consolarlo y darle la alegría de pedirle sus bendiciones.

"Cristo, personalmente presente junto a la luz vacilante de la lámpara solitaria, sigue exigiendo una respuesta personal, invitando al diálogo a los que adoran con fe" (Pablo VI al Congreso eucarístico del Perú, 30-8-65). Cristo no está en el sagrario de modo estático, como si estuviera durmiendo, sino está vivo y dinámico. Su presencia real no es un "estar ahí", sino "estar por ti". Te está esperando ¿hasta cuándo?.

En los primeros tiempos del cristianismo, se guardaba la Eucaristía en las casas para llevarla a los enfermos o a los cristianos que iban a padecer el martirio o a otras Iglesias en señal de comunión. ¡Con cuánto amor la guardaban! Cuando entres a una iglesia y veas la luz parpadeante de la lámpara, piensa que allí está Jesús, tu Dios, esperándote. En la hostia santa está el milagro más grande del mundo, un milagro que la mente humana no puede comprender, porque es un milagro de amor.

Él te sigue esperando desde hace dos mil años, escondido en la hostia, pequeño, invisible, pero el mismo Jesús de Nazaret. Acércate a El con amor y devoción como los pastores, como los magos, como lo hicieron María y José aquel día de Navidad. Después de la misa y comunión, la mejor receta que puedo darte para que crezcas en santidad es: ¡Cinco minutos de sagrario cada día! Cuando necesites a Jesús, búscalo en el sagrario de nuestras iglesias, míralo a los ojos, ten sed de no perderlo de vista, ten sed de quedarte a sus pies, ten sed de amarlo con todo tu corazón.

No te canses de amarlo día y noche. A todas horas, levanta tu mirada hacia el sagrario más cercano. Allí está tu amigo Jesús. Allí está el Amor y la Vida. Allí está la Salud y la Paz. Allí está tu Dios. ¡Cuántos secretos de amor se encierran allí! ¡Cuánta luz sale del sagrario! Jesús Eucaristía debe ser el centro de tu vida, el amigo más querido, el tesoro más preciado. En El encontrarás la ternura de Dios.

Mira a Jesús en el sagrario y déjate amar por El. Vete cada día a visitarlo. Allí aprenderás más que en los libros. Escucha su Palabra como la Magdalena, que estaba a los pies de Jesús. Pon en sus manos tus problemas y necesidades. Háblale de tu vida, de los tuyos, del mundo entero, pues todo le interesa. Y sentirás una paz inmensa que nada ni nadie podrá darte jamás. El sosegará tu ánimo y te dará fuerzas para seguir viviendo. El te dirá como a Jairo: "No tengas miedo, solamente confía en Mí" (Mc 5,36).

¡Qué benditos momentos los pasados junto a Jesús en el sagrario! ¡Cómo ayudan a crecer espiritualmente! Es algo sublime que no se puede explicar. No te pierdas tantos tesoros. No digas que no tienes tiempo. Aunque sea unos momentos, no dejes de entrar, cuando pases delante de una iglesia y, si está cerrada, dirígele desde fuera unas palabras de amor. Dile que lo amas y salúdalo con una sonrisa. En el sagrario hay vida, está la fuente de la vida, hay corrientes de vida, manantiales de vida, hogueras misteriosas de vida. Allí está Jesús, el Dios de la vida. Allí recibirás las inmensas riquezas de un Dios Omnipotente, que quiere ser tu amigo y servirse de ti para salvar a tus hermanos.

Desde el pozo, hacia el cielo / Autor: P. Fernando Pascual L.C.

No ocurre sólo en las películas. Unos soldados cansados, un capitán extenuado, tristeza, rabia y desesperanza... De repente, una música, un chiste, un discurso inspirado, y todos recobran energías: vuelve cada uno a su puesto de batalla, con la ilusión de hacer su parte, de cumplir su misión...

No ocurre sólo en las películas. También en la vida real muchos de nosotros hemos vivido situaciones parecidas.

En grupo o en soledad, como familia o entre los amigos, en una actividad ocasional o en el trabajo... hay momentos en los que parece que todo se hunde, que no hay esperanza, que la vida ha perdido su sentido.

Son momentos que no quisiéramos repetir. Todo iba bien, todo caminaba sobre ruedas. De repente, pasa algo, grande o pequeño, imprevisto o preanunciado. El panorama, de improviso, ha dado un vuelco. ¿La causa? Un error humano o un terremoto, un choque o un resbalón, un virus gripal o un virus electrónico, una llamada por teléfono o un aviso de las cuentas del banco, una negativa de un contrato o una nota de despido.

Son momentos en los que todo parece oscuro. Días, meses, años, tirados, de repente, por la borda. Parece que no hay esperanza, que no hay salida, que no quedan motivos para seguir la lucha...

Pero hay otros momentos en los que algo, alguien, irrumpe en nuestras almas. Será una música que nos evoca nuestra infancia, o la llamada por teléfono de un amigo que tiende la mano, o la sonrisa sincera de quien antes nos miraba con desprecio, o simplemente el recuerdo de un consejo repetido tantas veces por la abuela: en la vida encontrarás gente buena y gente mala...

Será, tal vez, un instante. Suficiente como para que todo el panorama cambie, de golpe. Como si se corriesen las cortinas y un viento fuerte alejase tinieblas que oprimían el alma.

Algo, alguien, ha permitido que, desde el pozo de un fracaso, levantemos los ojos hacia lo alto. Arriba sigue, sereno, limpio, luminoso, el cielo. Sobre todo, “arriba” y “dentro”, susurra Dios que no nos deja, que está siempre a nuestro lado, que quiere que dejemos de buscar seguridades vanas para abrirnos, con esperanza, al Reino. Un Reino que poseen los pobres, los justos, los limpios, los misericordiosos, los que se hacen como niños. Un Reino que también es para mí, pobre creatura hundida en un pozo de fracasos pero abierta a la esperanza.

Entonces somos capaces de mirar adentro, a los corazones, para descubrir que tengo, a mí lado, más manos que ayudan que manos que arrojan piedras.

No ocurre sólo en las películas. Quizá hoy puede ser el día decisivo para cambiar mi vida. Quizá hoy asumiré con valor el pasado, con sus lastres y sus derrotas, para tomar nuevamente el arado ante el surco de mi existencia, para servir a mis hermanos, para ofrecer este pobre tiempo en la vocación más hermosa que Dios ofrece al ser humano: dejarse amar y amar sin límites...

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Fuente: Catholic.net

Sigue la estrella que brilla para ti / Autor: Pedro García, Misionero Claretiano

Todos hemos oído contar la leyenda del joven escalador, que aquel fin de semana se echó la mochila a la espalda y se fue a caminar, a caminar lejos... Sube a las alturas y descubre horizontes cada vez más vastos, más lejanos, y también más encantadores y maravillosos. ¡Adelante, adelante!, se dice a sí mismo. Llega ya el anochecer, y se encuentra en la cima de una montaña altísima. A sus pies, un abismo inmenso que le detenía los pasos.

¡Bueno! Me quedaré aquí. En esta altura pasaré la noche, y mañana veremos.
Desenrolla su tienda de campaña, y a dormir. De repente, al querer despedirse de las estrellas que van a velar su sueño, contempla en la lejanía una estrella de singular belleza. Nunca había visto una estrella semejante. Le pareció que había explotado una estrella novísima, y se dijo:
¡Esa estrella será mía! ¡Yo no me la pierdo! Voy a clavar allí mis pies, mejor que una bandera, y esa estrella no me la quita nadie. ¡Esa estrella será mía, será mía!...

Pero no podía esperar al día siguiente. El camino de una estrella sólo se puede seguir de noche. Y antes había contemplado el abismo inmenso que tenía a sus pies. ¿Quién lo podía saltar? Era un imposible. ¿Qué camino seguir para vadearlo? No se veía ninguno. Y la estrella seguía allí en el horizonte, donde se juntan casi el cielo y la tierra, llamándole como un desafío:
¡Ven! ¡Acércate hacia aquí! Y después, sube, sube...

Ante el imposible, el muchacho empieza a llorar calladito, como si se avergonzara de sus lágrimas. Cuando, de repente, ve a su lado un niño luminoso, que le pregunta:
¿Por qué lloras?

Porque quiero llegar hasta aquella estrella y no puedo, no puedo pasar este abismo y acercarme allí.

¡Si es muy fácil cruzar este abismo! Si quieres, te llevo yo.

¿Tú? ¿Tú, un niño tan pequeño, me llevas hasta aquella estrella? Pues, ¿quién eres tú?

Aquella estrella es Dios, y yo soy la oración ¿Quieres que te lleve yo en un instante?...

La leyenda hermosa no necesita explicación ninguna, porque es clarísima la lección que de ella se desprende.

Dios, ese Dios en quien pensamos como término de todas nuestras ilusiones, se nos presenta, igual que al joven escalador, como algo grande y deslumbrador, de hermosura singular y término de todas nuestras aspiraciones. ¡Dios tiene que ser mío! Hasta que descanse en Él, no estaré nunca en paz, nos decimos tantas veces. Pero, ¿está Dios tan lejos que no lo podremos alcanzar nunca?

Es cierto que entre Dios y nosotros existe un abismo insondable, porque Dios está sobre todas las cosas. Y, sin embargo, en nuestras manos tenemos el poder para agarrarlo, para asirnos a Él, para meternos en Él, para no soltarlo nunca.

La oración, que en nuestros días es un signo inequívoco de renovación en la Iglesia, es para nosotros algo ya tan familiar, que, gracias a Dios, pronto no vamos a saber prescindir de ella.

La oración, que nos puede salir del corazón y de los labios en cada momento, si nosotros queremos, nos une con nuestro Dios y nos hace vivir en Él más que en nosotros mismos.

La oración es la respiración de la vida cristiana. ¿Quién tiene mejor salud que quien respira bien, con unos pulmones siempre oxigenados, con una sangre siempre pura?

La oración es un consuelo singular en medio de las dificultades. ¿Quién triunfa en la vida como aquel que siempre cuenta con Dios?

La oración es unión con Dios. ¿Quién tiene más segura su salvación, que aquel que no hace más que hablar con Dios, y se sumerge de continuo en la vida divina?

La oración, por otra parte, no es privilegio de algunos nada más. La oración es de todos.

Es del niño, que le habla a Dios con candor de ángel.

Es de la persona adulta, que se siente tanto más pequeñita ante Dios cuanto más crece.

Es de esa persona santa, que no sabe vivir sin su Dios día y noche.

Es de esa persona que siente sobre sí toda la carga insoportable de la culpa, y descubre que Dios, y sólo Dios, es quien la comprende, la sigue amando y la quiere salvar.

La oración no es una ciencia misteriosa que necesite de muchas explicaciones. Lo sería, si Dios no la hubiera hecho tan fácil para nosotros. Y digo para nosotros, los cristianos, que desde nuestro Bautismo llevamos dentro el Espíritu Santo, cuya acción dentro del alma se manifiesta precisamente por la oración.

El Espíritu Santo es quien nos enseña a orar, a dirigirnos a Dios nuestro Padre, a clamar continuamente por el Señor Jesús. San Pablo lo dice con palabras que llegan a emocionar, cuando nos asegura que nosotros no sabríamos ciertamente cómo dirigirnos a Dios, pero el Espíritu Santo ora de continuo en lo más secreto del corazón con gemidos inenarrables...

Llevar una vida de oración es llevar una vida escondida en Dios.

Es hacerse con el Dios creador de las estrellas.

Y dirigir una oración a Dios cuesta menos, mucho menos, que escalar una alta montaña y vadear un abismo muy hondo.
Elevar una oracioncita a Dios no cuesta nada, nada.

Ahora mismo lo podemos hacer, y lo hacemos, cada uno de nosotros.

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Fuente: Catholic.net

Cristianos durmientes / Autor: José Manuel Domínguez Prieto

Antaño se enseñaba que los miembros de la Iglesia católica formaban tres grandes grupos: el militante, que «peregrina» en la Tierra trabajando por el Reino; el purgante, formado por aquellos que, tras su muerte, están purificándose para poder entrar en la Vida Eterna, y el triunfante, formado por aquellos bienaventurados que ya están en la presencia del Padre.

Pues bien, hoy podríamos añadir otra categoría más: la Iglesia de los cristianos durmientes.

Pertenecen a este grupo los que bautizan a sus hijos por la Iglesia y gustan de convocar a un montón de sacerdotes para celebrar el funeral del padre o de la madre (pues hasta esto cuantifican y toman como criterio de distinción y clase), pero pasan el resto de su vida ignorando a esa Iglesia a la que dicen pertenecer. Espiritualistas el domingo de doce a doce y media y materialistas el resto de la semana, viven con desgana todo lo que suene a religioso.

Intercambian ritos por seguridad, buscadores de precauciones, de prudencias, de virtudes adornadas de adormidera. Falsos creyentes a los que su tibieza les llevó a considerar virtuoso lo que no es sino la dimisión de sí mismos. Y así terminan por llamar mansedumbre a la debilidad de carácter, humildad a su impotencia, resignación a su cobardía. Y son los que, al final, terminan por protestar y enfadarse cuando Dios no se pliega a su voluntad: Hágase mi voluntad, así en el cielo como en mis tierras.

Se acuerdan de la Iglesia-institución sólo para criticarla. Y en esto andan bien despiertos en no dejar títere con cabeza. Son especialistas en criticar al Papa: si viaja, porque viaja; si no, porque no viaja. Si es viejo, porque es viejo. Y si es viejo y viaja, aún peor. Y critican al obispo, y al cura de la parroquia y a este y aquel movimiento. Sólo ellos, más allá del bien y del mal, parecen estar en la verdad sobre lo que la Iglesia debiera ser. Pero a la vez que critican, no mueven un dedo por hacer las cosas bien. Ni por hacerlas mal. Y a quien hace, se le asaetea, se le somete a todo tipo de críticas, enmiendas, correctivos y sermones. Ni hacen ni dejan hacer. No quieren compromisos pero no soportan el compromiso de otros. Y desde su mirador, critican, se quejan, exigen y pontifican ex cathedra.

Despiertan sólo para asistir, tediosamente, a alguna procesión, al rito de alguna boda, o para «hacerle la primera comunión» al niño (lo cual cada vez consiste más en la copiosa comida postsacramental que en el mismo sacramento, no faltando nunca quien aconseje al cura que «termine rapidito» que les esperan en el restaurante).

Asisten "religiosamente" a ver el partido de fútbol del sábado y el domingo, pero a la Eucaristía asistirán si apetece y se ponen bien las cosas. Amodorrados el sábado y el domingo y estresados durante la semana, pondrán siempre todo tipo de excusas para asistir a alguna reunión formativa. Pero siempre tendrán tiempo para un viajecito de fin de semana, para ir de rebajas o para echar alguna horita extra en la empresa. El euro es el euro.

Rechazan toda opinión que venga de la «jerarquía católica», como "imposición intolerable", pero se abrirán de par en par, acrítica y atolondradamente, a cualquier opinión ajena, dicha por cualquier persona en cualquier lugar, especialmente a aquellas que atacan a su propia Iglesia, sin hacer el mínimo esfuerzo de cotejar en las fuentes la verdad de lo que se dice. Siempre atentos al cotilleo acerca de los desmanes del cura de tal o cual pueblo, nunca tendrán ojos ni oídos para reconocer el trabajo intenso y fecundo hecho por católicos militantes.

Cristianos tibios, desencantados, tristes, porque ya no creen en nada, no conocen la alegría de la Salvación, porque ya nada quieren saber de salvación ni de "kerigmas".

Esta iglesia durmiente perdió su primer impulso, su entusiasmo, su vigor. No es ni fría ni caliente. Ya no sabe quién es ni se acuerda de lo que recibió. Es una iglesia de corazones cobardes y manos débiles. Ni milita, ni hace penitencia, ni goza.

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(Resumen de un artículo para la prensa de José Manuel Domínguez Prieto. www.almudi.org)

El mejor don de los Magos fue su fe / Autor: P. Fintan Kelly


El seguimiento de Cristo significa dejar algo y buscar algo

Como todo movimiento el seguimiento de Cristo implica un punto de partida y un punto de llegada. Para hacerlo hay que dejar algo y tender hacia algo. Es responder en la fe al llamado de Dios. El episodio de los Magos ha sido el paradigma de la fe. La fe nos lleva a dejar algo atrás para buscar el ideal. Es como el barco que debe dejar el puerto para poder atravesar el mar y llegar a su destino.

Los Magos eran sabios de oriente, tal vez de Arabia. Allí había muchos estudiosos de diferentes materias: la medicina, la agricultura, la astronomía... Se ve, por el relato evangélico, que estos Magos estudiaban las estrellas. Seguramente fueron estimados por los otros estudiosos y vivían una vida acomodada y holgada. Todo esto resalta el mérito de estos hombres, pues, dejaron todo para seguir una estrella incierta, una señal vaga, un signo borroso. En el firmamento que cubría la tierra árabe, había muchas estrellas. Sin embargo, los Magos se fijaron en una solamente. Así es la dinámica de la fe: es una preferencia por la Palabra de Dios entre muchas otras palabras que uno podría aceptar.

No hay duda de que la noche de cada uno de nosotros está poblada de muchas estrellas. Tenemos muchas posibilidades, muchos ideales que nos totalizan. Dios, con su Revelación, nos interpela como un día lo hizo con Abrahám, como lo hizo con los profetas, como lo hizo con María y San José...

La fe siempre es una opción y ésta a veces cuesta, pues hay que dejar a un lado nuestro racionalismo y nuestra sed de seguridades humanas. No nos gusta nadar en las aguas profundas porque preferimos tener unas agarraderas. En la vida espiritual la única agarradera es la veracidad y fidelidad de Dios.

Para mí creer es lanzarme en la oscuridad de la noche, siguiendo una estrella que un día vi, aunque no sepa a dónde me va a llevar. Para mí creer es sobrellevar con alegría las confusiones, las sorpresas, las fatigas y los sobresaltos de mi fidelidad. Para mí creer es fiarme de Dios y confiar en Él.

La fe se templa con las dificultades

Para templar una espada hay que meterla en el fuego. La fe también se forja en la tribulación. Hay gente que quiere tener una fe gigante, pero sin chamuscarse. Es como el atleta que quiere ganar la carrera, pero sin entrenarse, sin sufrir, sin lastimarse nunca.

La fe es un camino hermoso tapizado de rosas que están llenas de espinas. Los Magos tuvieron una experiencia profunda de la fe. Podemos imaginarlos llegando a un oasis para cargar provisiones y agua. Seguramente les vino a la mente la posibilidad de desistir. Tal vez en sus noches fueron visitados por sueños que les acosaban como fantasmas. El recuerdo de las burlas de sus compatriotas, el escepticismo de sus compañeros de estudios les perseguía. Hubo momentos de titubeos, de incertidumbre, de duda...

Sin embargo, siempre venció su fe. De hecho, su brújula no era tanto el astro luminoso en la bóveda de la noche, sino la luz de su fe encendida en sus almas.

En nuestros momentos de dificultad, también tiene que prevalecer la luz de la fe. Creer cuando todo va viento en popa es fácil; creer cuando el temporal de la adversidad choca cruelmente contra nuestra pequeña embarcación es más difícil. Pero, esto es lo que nos hace gigantes en la fe. Nunca ha existido un santo sin una fe probada, como nunca ha existido un atleta que haya tenido éxito sin esforzarse en los momentos de desánimo.

Este mundo es como un gran gimnasio en el cual, el cristiano tiene que ejercitarse en la fe: un día puede ser la penuria económica, otro día el sufrir el látigo cruel de la maledicencia propagada por nuestro mejor amigo, otro día el desamor de un ser querido...

La fe nos exige ver a Dios en las cosas sencillas

Después de viajar muchos kilómetros, los Magos encontraron al Rey de los Judíos, el Salvador del mundo, el Rey de reyes, envuelto en pañales y acostado en un pesebre, en una cueva de una aldea de mala muerte, fuera de la ciudad de Jerusalén.

Era suficiente para obligar al corazón bajar a los pies. Sin embargo, lo aceptaron plenamente: se arrodillaron delante de Él. Vieron a Dios en un bebé que lloraba.

El Catecismo nos habla del sentido de la Epifanía (manifestación de Cristo) en el n.528:

La epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná, la epifanía celebra la adoración de Jesús por unos “magos” venidos de Oriente. En estos “magos”, representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la encarnación, la Buena Nueva de la salvación.

Un día alguien dijo a un amigo que había encontrado el teléfono de Dios. El amigo se sorprendió y muy irónicamente le preguntó cual era. Recibió una respuesta sublime: el teléfono de Dios es la fe.

Con la fe puede uno “conectarse” con Dios en cualquier momento. Al contemplar la belleza de la naturaleza, el estruendo del mar, la brisa entre los árboles... se puede ver a Dios si uno tiene fe.

También se le puede ver en el sacerdote que se sienta en el confesionario para escuchar nuestra miseria moral y darnos con seguridad el perdón de Dios. Con la fe se ve a Cristo presente en el Pan sagrado, en las manos del ministro en la Misa. La fe permite ver a Cristo en su Vicario en la tierra, el Santo Padre....

La fe abre horizontes y nos hace ver más lejos de lo que podríamos con la sola luz de la razón. Nuestra pobre razón es como el ojo desnudo que sólo ve un poco del universo al contemplar las estrellas que desfilan delante de él en la noche clara. Pero con un telescopio potente se puede penetrar en los espacios siderales y descubrir mundos nuevos. Así es la fe para un creyente: es un nuevo ojo para ver. En lo que parece sólo un trozo de pan le permite ver el Cuerpo de Cristo; en el vagabundo que toca a la puerta pidiendo una ayuda le revela la presencia del Cristo Místico; en el jefe enojón que da un mandato, la manifestación de la Voluntad de Dios...

El mejor don de los Magos fue su fe

Impresiona el regalo costoso del oro, incienso y mirra. Pero más impresionante todavía fue la fe, tamaño gigante, de estos hombres. Aquel día cuando los Magos se acercaron a la cueva de Belén y pidieron permiso para traspasar el dintel más pobre que habían visto en su vida, los papás del Niño accedieron a la petición de personas tan ilustres. Se maravillaron al verlos caer al suelo, manchar su ropa, e inclinar la cabeza delante del Bebé.

Cuando nosotros lleguemos al Cielo, ciertamente no vamos a entrar con unos lingotes de oro, una caja de incienso y un bote de mirra. Lo que vamos a llevar va a ser, como dijo San Pablo, nuestra fe, esperanza y caridad.

No juzguemos el valor de nuestra vida por las cosas que tenemos o las obras que hacemos. Lo que es la fe y el amor con que obramos eso es lo que vale delante de Dios. Mejor ir pobre al Cielo que rico al Infierno; mejor ir analfabeta al Cielo que con un doctorado al Infierno. Desde un punto de vista espiritual, el valor de los Magos no era el tamaño de sus dones materiales, sino la medida de su fe.

Unas preguntas

1. ¿Cómo es nuestra fe? ¿lánguida? ¿depende de como nos sentimos? ¿una fe fuerte?

2. ¿Si la fe exige dejar algo para seguir más de cerca a Cristo, ¿qué nos está pidiendo Cristo que dejemos?

3. ¿Está nuestra fe basada en la Palabra de Dios o en una serie de sentimientos movedizos?

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Fuente: Catholic.net

Cartas a los reyes magos / Autores: P. Marcelino de Andrés y Juan Pablo Ledesma

Carta al Rey Melchor

Reconocida Majestad:

Un saludo. Permítenos tutearte. Eso del vos y del usted ya no se lleva hoy día...

Esta carta, Majestad, como bien te habrás percatado no está escrita con garabatos infantiles. No. Está hecha a computadora. Y está impresa a todo color en una impresora de la última generación. ¿Qué te parece? Te gusta, ¿verdad? Claro, nosotros somos gente moderna. Estamos al día. Además queremos ahorrarte el trabajo de estar descifrando caligrafías de patas de mosca. Un poco de seriedad, ¿no?

Como ves, a pesar de ser gente “seria y moderna”, nos hemos animado a escribirte. Y es que, también nosotros queremos este año recibir nuestro “regalo de Reyes”.

Porque también la gente “seria y moderna”, que pretende controlar el mundo con una computadora desde su alfombrada oficina, tiene tantas o más necesidades que los niños, tantos o más caprichos que los niños. Sí, es verdad. No lo podemos negar. Así somos.

Oye, Melchor, hemos estado repasando tu historia. Siempre nos ha admirado tu fe, Majestad. Dejaste tu tierra, tu reino, tu familia. Te aventuraste al desierto siguiendo una estrella durante meses. Llegaste a una cueva miserable y te postraste en adoración ante un recién nacido que yacía entre pajas. Reconociste en Él a un gran Rey, a un Mesías, a un Salvador...

También nos sigue admirando tu generosidad, Melchor. Pusiste a los pies de esa pobre familia el cofre de tu oro. Era evidente que ellos lo necesitaban. Y lo dejaste todo como si a ti ya no te importase en lo más mínimo. Aunque te quedaba aún el camino de regreso...

Sabemos que fuiste a Belén sobre todo por ese Niño. Pero también comprendiste, al encontrar esa entrañable familia, que el oro que llevabas lo iban a agradecer más José y María. Los pobrecillos no es que anduviesen en muy buenas condiciones económicas.

Melchor, nosotros ya tampoco somos niños. Y hemos de admitir que tampoco necesitamos tu oro. Tenemos bastante más que la Sagrada Familia de Belén. Aunque, siendo sinceros, en un principio sí te lo íbamos a pedir, pues a la gente “seria y moderna”, como nosotros, el oro es el regalo que más nos gusta.

Sin embargo, no; no nos des tu oro. Dáselo a los más necesitados, que los hay muchos.

Majestad, pero sí necesitamos de las otras cosas que tú tienes. Necesitamos un poco de tu gigantesca fe. Necesitamos un poco de tu enorme generosidad.

Como regalo de Reyes eso es lo que te pedimos, Melchor: más fe y más generosidad. Fe para arrodillarnos también nosotros, la “gente seria y moderna”, ante el Niño Dios. Generosidad para dejar a los pies de tantas familias pobres parte de nuestro oro y aliviar así un poco sus penurias. Como tu lo hiciste y lo sigues haciendo cada Navidad.

Unos agentes de bolsa.



Carta al Rey Gaspar.

¡Hola, Gaspar!

Al saber que tú eres el del incienso, no hemos pensado dos veces empezar la carta así. Mira, te lo decimos porque el incienso en la actualidad acompaña sólo a los grandes estadistas, a los artistas famosos, a los futbolistas estrellas, a los dueños de las multinacionales... Así que, al enterarnos que eras tú el del incienso, hemos pensado que también deberías ser alguien grande. Y, ya sabes, hoy día el saludar con un ‘hola’ tan familiar a alguien así de importante, como que da nivel y categoría... como que a uno se le pega algo del humillo del incienso que lleva el otro... Además todo el que lo viera pensaría sin duda: ¿quién será éste que saluda así a alguien tan famoso y tan importante?

Ciertamente tienes de verdad motivos muy válidos para llevar incienso. Eres un gran Rey. Eres un sabio genial. Eres un hombre poderoso. Eres alguien muy importante. Lo que nos parece extraño es que no se te haya subido el incienso a la cabeza llevando tanto como llevas. Hoy a otros, con mucho menos, ya les ha puesto bastante tontos.

Pero tú, Gaspar, no eres de esos. Hasta en esto eres medio especial. No dejaste que te despidieran con reverencias y honores los grandes de tu reino. No has permitido que te persiguiese ningún corro de periodistas. No has tolerado el asalto de ninguna cámara de televisión. No has consentido que mandasen en onda, vía satélite, tu salida de Oriente y tu llegada a Belén (ni siquiera en diferido). No has querido, por ningún motivo, que se te inmortalizara en la primera página de la prensa internacional.

Eres un tipo raro, Gaspar. Muy raro. Tanto, que nos parece que llevas todo ese incienso en balde. Hasta se nos ha ocurrido pedirte, como “regalo de Reyes”, -visto que no lo usas- que nos dejes un poco de ese incienso. A nosotros, ya lo habrás leído en nuestros corazones, nos gusta mucho el incienso: nos encanta que nos digan que somos letrados, que somos poderosos, que somos de nivel; que nos digan que somos bonitas, que somos elegantes, que somos famosas...

Pero ahora, acordándonos de ti, nos damos cuenta de que, en el fondo, no somos más que unos pobres estúpidos.

Rey Gaspar, sabemos por tu historia que todo ese incienso lo tenías por completo destinado al Dios niño de Belén. No gastaste ni un granito en ti mismo. Sabías que Él era el único que merecía de verdad todo el incienso del mundo, y tú no le ibas a quitar ni una mínima porción.

Nos has dado una gran lección, Rey Gaspar. Y tienes toda la razón. Ya no hace falta que nos des nada de incienso. En realidad, tampoco lo merecemos.

Pero déjanos ir contigo y ofrecérselo todo al Niño de Belén imitando tu humildad y sencillez.

Algunos y algunas que queríamos ser importantes.

Carta al Rey Baltasar

Amigo Rey Baltasar:

Este año también me he decidido a escribirte. Pero esta vez es distinto. Verás. Tengo un amigo que las está pasando muy mal. Iba a decir que las está pasando negras; pero me acordé de que tú eres el Rey negro... Perdona... Aunque no creo que por eso te sientas ofendido. Eres demasiado bueno.

Pues, resulta que este amigo me escribió hace poco para contarme qué es de su vida. Creo que sus palabras son más elocuentes que las mías. Te las transcribo a continuación. En seguida intuirás lo que quiero pedirte.

Estoy en el hospital. En cancerología. En la habitación número 201 frente a la número 202 donde había un muchacho de poco más de 20 años. Yo ya he cumplido 45. Tengo un cáncer quién sabe dónde y llevo aquí un par de semanas.

Soy un desgraciado y vivo amargado en medio de dolores que no se puede decir lo grandes que son. No puedo dejar de quejarme y retorcerme en la cama maldiciendo el día que me llegó esta enfermedad. Los únicos momentos de tregua son los ratos que dura el efecto de los calmantes. Es realmente desesperante.

Pero en la habitación de enfrente yo notaba algo muy raro. Cuando en algunos momentos al día coincidían las dos puertas abiertas, la de él y la mía, yo no entendía lo que veía. Aquel chaval nunca se quejada, ni lo más mínimo. Lo veía, sí, a veces retorcerse por los dolores, pero nunca le oí una queja ni una maldición. En su cara yo veía siempre un algo de serenidad, de paz, de gran temple. Al enterarme que tenía un cáncer bastante más doloroso y avanzado que el mío y que los calmantes que le ponían eran como los míos, lo entendía menos aún.

Todo esto al inicio me daba rabia. ¿Cómo era posible que un chaval enclenque como ese fuera capaz de soportar y sobrellevar así esa enfermedad? Rabia porque yo, un veterano cuarentón, curtido por el duro trabajo de largos años, me derretía ante dolores incluso más leves que los suyos.

Un buen día no aguanté más y le dije a una enfermera que por favor me resolviera mi interrogante. La respuesta inmediata de la enfermera me dejó aún más perplejo todavía: "Porque tiene una fe en Dios como una catedral", me dijo rotundamente.

Después yo mismo pude comprobar que era verdad lo que me dijo la enfermera. Lo comprobé cuando supe que diariamente recibía la comunión. Lo comprobé cuando lo veía con el rosario en las manos o leyendo la Biblia. Lo comprobé también la noche que lo vieron morir con la sonrisa en los labios gracias a esa fe y ese amor a Dios que no cabían en el hospital entero.

No tengo más que decir. Sólo que yo nunca habría imaginado que la fe tuviese la fuerza de hacer feliz incluso al hombre que más sufre en la tierra. Pero ahora ya lo sé. Y ya no me da rabia de aquel muchacho. Ahora me da verdadera envidia.

Rey Baltasar, tú eres el de la mirra. Tu tienes ese bálsamo de la fe y de la confianza en Dios que tanto necesita este buen señor, amigo mío. Date una vuelta estas Navidades por la 201 de ese hospital de cancerología. Date una vuelta también por todas las habitaciones del mundo donde hay alguien que sufra sin fe, sin amor, sin confianza. Vete repartiendo de ese bálsamo que suaviza el dolor y lo hace más llevadero.

No creo que se enfade el Niño Jesús si al presentarle el frasco de mirra a la mitad, le explicas en qué la has usado. Al contrario, verás que en su inocente carita se dibuja una sonrisa muy parecida a la que arrancaste de aquel buen hombre de la 201.

Gracias, mi amigo Rey Baltasar.

El autor de estas cartas


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Fuente: Catholic.net

Misión País 2008: Más de 2 500 universitarios chilenos participan de gran campaña evangelizadora

SANTIAGO, Ene. 08 / (ACI).- Bajo el lema: "Por el encuentro con Cristo, mi entrega hacia un Chile misionero", más de dos mil 500 universitarios chilenos iniciaron la campaña Misión País que tiene como objetivo "compartir a Cristo con el prójimo, siendo instrumentos suyos para dar testimonio de su profundo Amor".

Para iniciar la campaña de evangelización, dos mil de los misioneros se congregaron hoy viernes 4 de enero en el campus San Joaquín de la Universidad Católica de Chile, luego partieron al Templo Votivo de Maipú para participar de la "Misa de envío" presidida por el Arzobispo de Santiago, Cardenal Francisco Javier Errázuriz. Los otros 500 misioneros partieron a sus respectivas zonas de misión desde Viña del Mar, Concepción y Temuco.

La Misión País, de la que participan representantes de 56 universidades, durará hasta el 14 de enero, "sin embargo no se excluye que universidades que realicen misiones en otras fechas durante el verano", señalaron los organizadores. Además se busca evangelizar las 13 regiones de Chile, para lo que se han dividido en 60 zonas.

Para más información puede ingresar a: http://www.misionpais.cl

No eres superhumano / Autor: P. Felipe Santos SDB

"Somos hombres de la misma naturaleza que vosotros" (Hechos de los Apóstoles 14,15)

Eres un ser humano ante todo. No hay en eso ninguna vergüenza ni tristeza. Tu conversión a Jesucristo, tu fe en él no han hecho de ti un héroe que nunca haya tenido miedo de nada, un superhombre, que no pueda alcanzar nunca ni nadie; un semi-dios invencible e insensible. Y mucho menos un robot frío y mecánico, que actúa por reflejos.

No, eres un ser humano y no hay vergüenza en reconocer que tienes puntos débiles, a veces miedos de ser humano. Es ciertamente humillante, pero al mismo tiempo formidablemente seguro. El Evangelio de Jesucristo no ha hecho de ti un espíritu puro que nada puede lograr. De vez en cuando es bueno que te acuerdes de ello.

Sin incluso hablar de pecado vulgar y grosero, tus puntos débiles pueden estar simplemente ahí, que vuelven puntualmente a la carga para recordarte tres cosas:


- Necesitas siempre del Señor para salvarte de tus miserias de lo cotidiano.

- Con tus puntos débiles, miedos, aprehensiones, límites es como Dios te ama y espera de ti que seas un héroe siendo fuertes contra esos males.


- La gracia del Señor te será suficiente y vendrá a colmar tus lagunas en todo momento.

He crecido en un contexto de iglesia (muy bueno por otra parte) y en una época en la que estaba bien, me dejé llevar por mis inclinaciones. Y nadie podía hacer nada conmigo.

Los mismos dirigentes laicos y los sacerdotes eran seres normales, no superiores como alguno se puede creer. No están en pedestales. Cuando uno de ellos caía, muchos otros lo seguían. En estas circunstancias he vivido un tiempo. Mal, me encontraba muy mal. Me atreví a decirles al grupo de mi comunidad seglar. Les dije que no era el héroe que se suponía. Me entendieron, aceptaron y les dije que no hagan héroe a nadie. Uno es lo que es por Dios, siéndole fiel.

No eres más fuerte que los demás. Deja de representar al héroe y date cuenta de lo que te hace daño., desalienta y molesta y asusta. Sólo desde la humildad puedes encontrar ayuda al lado de los otros y de Dios.

Una oración para hoy

Señor, no soy un héroe; mi fe es pequeña, mis progresos limitados; mis puntos débiles los he disimulado con un lenguaje estereotipado... Ven a socorrerme, tengo miedo de mi situación actual y me da vergüenza salir. Ven en mi ayuda, te necesito. En el nombre de Jesús, amén.

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Fuente: Catholic.net

Números mortales: España bate record en incremento de abortos en Europa: más de 100 000 por año

MADRID, 04 Ene. 08 / 04:24 pm (ACI).- El Instituto de Política Familiar (IPF) declaró el jueves 3 de enero como “un día muy triste para España”, luego que el Ministerio de Sanidad confirmara que España ha superado la barrera de los 100 000 abortos anuales.

“Tras más de un año de retraso, y gracias a la presión de los distintos agentes sociales, el Ministerio se ha decidido a publicar los datos. Unos datos del Ministerio de Sanidad en las que confirma que en el año 2006 se produjeron 101 592 abortos, y corroboran el fracaso sin paliativos de un Gobierno que ha abandonado a la mujer”, señaló el Presidente del IPF, Eduardo Hertfelder.

De esta forma, según el IPF, la ley de 1985 que legalizó el aborto en España “se ha convertido en un auténtico ‘coladero’ por una legislación errónea (el riesgo psicológico/físico de la madre supone el 97% de los abortos) y por la negligencia (cuando no colaboración) oficial”.

Según las cifras oficiales:


· Se ha superado el millón cien mil abortos (1.121.000 abortos), desde que se legalizó en el año 1985.

· Se produce un aborto cada 5,1 minutos, es decir, casi 12 abortos cada hora.

· Cada día 278 niños dejan de nacer en España por abortos, esto equivale que cada 3 días desaparecería un colegio de tamaño medio en España.

· El número de abortos (más de 101.592) que se produjeron en el año 2.006 equivale a la población total de provincias como Soria o ciudades como Cáceres ó Lugo.

· El aborto se ha convertido en la principal causa de mortalidad en España.

· España se ha convertido en el país de la Unión Europea donde más ha crecido los abortos, duplicándose en apenas 10 años.

“Desde el IPF –señala Hertfelder– exigimos que el Ministerio de Sanidad anuncie de inmediato la reorientación de su política de salud y sexualidad una vez constatada su ineficacia de manera que logre parar y/o disminuir este importante incremento de abortos, que hace que cada día se produzcan 278 abortos en España".

El IPF demanda el desarrollo de una política preventiva, y propone “10 medidas de urgencia”:

· Separación y distinción entre abortos realizados por riesgo para la salud física de la madre y los producidos por riesgo para su salud psíquica (representa el 96,9% de los abortos totales).

· Realización de campañas de sensibilización y concienciación sobre la importancia y el valor personal y social de la natalidad, el embarazo y la maternidad. Campaña específica de sensibilización del número de abortos en la Comunidad.

· Compromiso de transparencia por parte de las Administraciones Públicas, que deben proporcionar los datos de defunciones por aborto dentro del primer trimestre de cada año.

· Creación de la "Mesa de Expertos", en las que agentes sociales, especialistas, instituciones familiares y Administración analicen y propongan soluciones y alternativas para resolver la problemática de aborto.

· Creación de una Comisión Interministerial, dependiente del Ministerio de Sanidad, que con el asesoramiento y coordinación de la "Mesa de Expertos" aborde la problemática de las defunciones por aborto e implemente medidas encaminadas a su reducción así como a combatir sus efectos negativos.

· Elaboración de un Plan Nacional sobre Natalidad, de carácter trienal, con dotación presupuestaria suficiente.

· Potenciación del "Programa Red de Madres" en las distintas comunidades autónomas, y que actualmente se está desarrollando la Comunidad de Madrid, de manera que ayude a todas las madres, solteras o casadas, a tener a sus hijos.

· Ayuda directa universal al embarazo de 1.026 euros (correspondiente a una paga de 114 euros durante 9 meses) que se paga en el momento del parto.

· Programa especifico de ayuda a la adolescente embarazada e inmigrante para afrontar los singulares problemas que un embarazo puede plantear a estos dos grupos sociales especialmente indefensos.

La regulación del consentimiento informado especifico en materia de aborto que incluya la información a la embarazada sobre las secuelas que un aborto puede dejar para la salud física y psicológica de la mujer.

Preparad la senda al Señor / Autor: Salvador Gómez Yánez

Dios se hizo hombre, para que el hombre encuentre el camino para llegar a Dios. El Señor quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Nosotros tenemos que llegar a su encuentro por el camino que lleva a Belén.
Juan Bautista proclamó y preparo el advenimiento del Señor. Hoy estamos en el tiempo de adviento, que quiere decir "en espera del que viene". Por eso resuena en nuestros oidos la voz de Juan, que nos dice "preparad el camino".
Uno de los versículos más cortos de la Biblia pero más lleno de significado dice: "Y todos verán la salvación de Dios" (Lc. 3, 6). ¿Cuándo será esto? La respuesta es cuando hayamos preparado el camino a nuestro Salvador.

San Lucas nos dice que "todo barranco será rellenado". Esta senda llena de barrancos representa a las personas llenas de fracasos y frustraciones.
A veces, por experiencias negativas o traumas de la niñez nos hemos hecho una vida llena de fracasos. Algunos se sienten hasta infelices de haber nacido y con tendencias suicidas.

Pero la salvación de Dios no puede llegar por este camino lleno de hoyos.
Otros no aceptan su propio ser, su sexo, su cuerpo. Se lamentan de que nacieron hombres, o mujeres, o que son gordos o bajitos, o morenos o blancos. "¡Ay! --dicen algunas personas--, siquiera yo hubiera nacido en otro país" o "siquiera fuera hijo de un famoso...".

Cada uno de nosotros tiene que empezar por rellenar ese barranco de la insatisfacción de su propia existencia, de su propia persona y de su propia historia.
También hay que superar otra clase de baches tales como las frustraciones porque quisimos estudiar una carrera y no pudimos, o por la muerte de un ser querido; personas que fueron asaltadas o violadas, o fueron testigos de un crimen. Ese negocio que se perdió, ese trabajo que nos quitaron.

Tenemos que saber que hay más oportunidades, que hay más personas que debemos amar.
¡Que barrancos se forman en el corazón cuando odiamos y no somos capaces de perdonar!
Por eso la Palabra del Señor es realista. No dice "no hay problema, el camino está preparado", sino que "hay barrancos que se deben rellenar", sobre todo el estar lejos de Dios, el pensar que somos pecadores y que ya El no nos quiere o nos ha olvidado. ¿Cuántos de nosotros nos sentimos hundidos en el pecado de tal manera que creemos que ya de nada sirve estar leyendo esta meditación!

Pero Dios nos dice, en el profeta Ezequiel, que el que peca es el que morirá. "El hijo no cargará con la culpa de su padre, ni el padre con la culpa de su hijo. Al justo se le tomará en cuenta la justicia, y al malvado, su maldad.
Pero en cuanto al malvado, si se aparta de todos los pecados que ha cometido y observa mis mandamientos y practica el derecho y la justicia, vivirá, sin duda, no morirá. Ninguno de los crímenes que cometió se recordará más. Vivirá a causa de la justicia que ahora practica. ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado? ¡Yo lo que quiero es que el malvado se convierta para que viva!".


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Fuente: espiga.org

miércoles, 2 de enero de 2008

La llama en el cristal / Autora. María José Romero Medina













Pasa el viento tramando enjambres de metal
con su oscura parábola de noche
y sé que estás ahí,
detrás de aquella sombra. Tú deslumbras
allí donde no hay luz porque eres luz
“yo soy la luz del mundo.” *

Y pasa

la gravedad que urdiera en la memoria
como un blanco descenso de palomas
sin conciencia de altura,
—áptera libertad— y un corazón
que lloró su torpeza.

Porque tu nombre me alza y me sostiene
hasta filtrar mi palabra en tu luz,
diadema que rodea tu blanca posesión,
tu presencia de pétalos,
tu cíngulo de aliento,
tu corona de mares y de espumas,
tu confusión de vientos y naufragios,
el viento inerme
del corazón profundo que te busca,
del corazón profundo que hoy te nombra.

Porque marcar mi paso con tu paso,
mi pulso al pulso tuyo,
es ya verte sin verte.

Pues sé que estás ahí,
mi duro amor, mi lejano amor, mi amor cercano.
Hoy escribo y Tú eres el poema,
La llama en el cristal del aire.

*Jn 8,12-20

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Fuente: Poemas del libro La llama en el cristal, de María José Romero Medina, galardonado con el XXVII Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística

Cuba podría tener su segundo beato en noviembre: Fray José Olallo Valdés

LA HABANA, Ene. 08 / (ACI).- El Venerable José Olallo Valdes, un religioso de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, podría convertirse en noviembre de 2008 en el segundo cubano en ser beatificado, según dio a conocer el servicio informativo de la Arquidiócesis de Camagüey.

El Arzobispo Juan de la Caridad García Rodríguez presidió una peregrinación a la iglesia de San Juan de Dios, donde el Venerable se encuentra sepultado, en la que aprovechó para anunciar la posible fecha de su beatificación.

Durante el acto cultural y artístico que acompañó la peregrinación, Mons. García describió a Fray Olallo Valdés, como "un insigne representante de la identidad y de la tradición de Camagüey". Al concluir el encuentro, el Prelado describió los pasos dados durante los 20 años que ha durado el proceso, y animó a los artistas cristianos presentes a destacar a través de sus obras la figura del religioso.

Su vida

De padres desconocidos, José Olallo Valdés nació el 12 de febrero de 1820 y un mes después fue depositado en la Casa-Cuna de San José de la Habana, donde el 15 de marzo del mismo año fue bautizado.

De muy joven ingresó en la Orden de San Juan de Dios y se trasladó a Camagüey para asistir a los afectados por el cólera durante la epidemia de 1835, donde se quedó como enfermero en el Hospital.

Como religioso, sufrió en carne propia las leyes de exclaustración y supresión de las órdenes religiosas de España, aplicadas en Cuba por la masonería. El fraile, sin embargo, permaneció siempre fiel a su vocación y nunca se apartó del hospital y los enfermos; a quienes se entregó durante cincuenta y cuatro años de servicio bondadoso, cercano y solícito en un tiempo en que la guerra y la pobreza asolaban Camagüey.

Su muerte, ocurrida el 7 de marzo de 1889, fue muy sentida en la ciudad, cuyos habitantes le brindaron un entierro apoteósico.

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Sobre la transmisión de la fe a los hijos / Autor: Kiko Argüello

Intervención de Kiko Argüello, sobre la transmisión de la fe a los hijos, realizada en Manila el 23 Enero 2003.

Me han invitado a hablar brevemente sobre como las familias en el Camino Neocatecumenal transmiten la te a los hijos. Miles de familias hoy se encuentran frente al problema de sus hijos que en la escuela y en la universidad están abandonando la Iglesia. ¿Cómo pueden las familias cristinas responder a esta situación de secularización, a este cambio de época, a la globalización, a un ambiente contrario a los valores cristianos?

Dios se ha manifestado a su pueblo sobre el Monte Sinaí. Dios ha querido elegir a un pueblo para revelarse, a través de su actuación, a la humanidad entera. Ha elegido un pueblo de esclavos en Egipto y ha comenzado a actuar con ellos. Dios se ha revelado a través de la actuación en su historia. Después de haber hecho milagros, abriendo el mar y guiando a su pueblo a través del desierto, Dios ha hecho una alianza con ellos. Se ha aparecido sobre el monte Sinaí, allí donde el pueblo vio temblar la montaña y oyó un ruido terrible, la humanidad ha sentido por primera vez la voz de Dios. Y Dios habló así: "iShemá Israel, Adonai Elohenu, Adonai Ehad! iEscucha Israel!. iYo soy el único! iY tú amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas y amarás a tu prójimo como a ti mismo!". Pero enseguida añade: "¡Esto lo repetirás a tus hijos cuando estés en casa, cuando estés por la calle, cuando te acuestes y cuando te levantes!". Y cuando llegue el momento en que tu hijo te pregunte: "¿Cuál es el significado de, estas leyes, de estas tradiciones y estos mandamientos?". Tú le dirás: "Éramos esclavos del Faraón en tierras de Egipto y el Señor nos ha sacado con mano potente. Delante de nuestros ojos el Señor ha obrado signos y prodigios contra el Faraón y contra su casa. Nos ha sacado para guiarnos hacia una tierra que había jurado a nuestros padres". Esto está escrito en Deuteronomio 6.

Esta palabra "Shemá" es hoy el Credo fundamental de Israel. Los hebreos ortodoxos la proclaman tres veces al día. Este texto tan importante para el pueblo hebreo a lo largo de los siglos y que ha mantenido unida a la familia hebrea, nos ayuda a entender la importancia de que los padres transmitan la fe a sus hijos y nos muestra también que este mandamiento divino se ha dado a los padres y no se puede delegar a otra persona. Son ellos los que tienen que contar a sus hijos las obras que Dios ha hecho en su favor.

Yo he estado en contacto con muchas familias católicas, familias pertenecientes a la acción católica que estaban también en otros movimientos eclesiales que han delegado a la parroquia la transmisión de la fe a los hijos. Y después cuando los hijos han ido a la Universidad han descubierto que los hijos habían perdido la fe. No han obedecido al mandamiento según el cual ellos son los primeros que principalmente deben transmitir la fe a sus hijos, según el mandamiento divino.

Para los primeros cristianos la transmisión de la fe a los hijos, a través de la Sagradas Escrituras cumplidas en Jesucristo, era una misión fundamental. Conocemos el testimonio en la segunda carta de San Pablo a Timoteo: "Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús" (2 Tim 3,14-15). Esta tradición se ha mantenido de distintas formas en las familias cristianas a lo largo de los siglos. Y es todavía más evidente en el testimonio de numerosos niños y jóvenes que fueron martirizados.

El Camino Neocatecumenal, como iniciación cristiana en las diócesis y en las parroquias, enseña hoy a los matrimonios también a transmitir la fe a sus hijos, en particular a través de una celebración, en una liturgia doméstica.

Nosotros les enseñamos que la familia cristiana tiene tres altares:

el primero es la mesa de la Santa Eucaristía, donde Jesús ofrece el sacrificio de su vida para nuestra salvación. El segundo altar es el tálamo nupcial, donde se cumple el sacramento del matrimonio y se da la vida a nuevos hijos de Dios. Les enseñamos cómo se debe cumplir el acto conyugal, que antes necesitan rezar, y se enseña a los niños que el dormitorio de los padres es un lugar santo. A los cristianos hay que enseñarles que el tálamo nupcial se debe tener en gran honor y gloria. El tercer altar es la mesa donde la familia se reúne para comer, bendiciendo al Señor por sus dones. La celebración doméstica, en la cual se transmite la fe a los hijos, se hace alrededor de esta misma mesa, donde los padres pueden pasar la fe a los hijos.

Después de más de treinta años del inicio del Camino Neocatecumenal, uno de los frutos que más nos consuela es ver la familia reconstruida. Y la familia se convierte en un verdadero "santuario doméstico de la Iglesia". Estas familias que están en el Camino están todas abiertas a la vida. El Camino Neocatecumenal tiene una de las tasas más altas de natalidad del mundo -cinco hijos por familia- incluso más que los musulmanes. Les enseñamos qué significa dar un hijo a Dios. Estas familias que son numerosas, cumplen el deber fundamental de las familias cristinas, que es el transmitir la fe a sus propios hijos. Además de las oraciones de la mañana y de la tarde, dan gracias a Dios antes de las comidas y participan en la Eucaristía con sus padres en la comunidad de ellos.

La transmisión de la fe a los hijos se hace principalmente, como hemos dicho, en una liturgia doméstica, celebrada regularmente en el Día del Señor. En esta celebración, como la familia es grande, se prepara la mesa con un mantel blanco, una vela, flores y la Biblia. Uno de los hijos toca la guitarra, otro la flauta y rezan juntos con sus padres y abuelos. En esta celebración los padres rezan los salmos de laúdes con sus hijos. Los padres preparan una lectura, que puede ser también el evangelio de la misa de ese domingo. Entonces el padre pregunta a cada hijo: ¿"Que te dice Dios a través de ésta lectura para tu vida?". Impresiona mucho ver como los niños son capaces de aplicar la palabra de Dios a su experiencia de vida. Al final, después de que todos los niños han hablado, los padres dan una catequesis basada sobre su experiencia. Dicen lo que la Palabra significa para ellos. Al final invitan a los niños a que recen por le Papa, la Iglesia, por los que sufren, etc. Después rezan el Padrenuestro todos juntos y se dan el signos de la Paz. Y así cada domingo en cada familia cristiana. . .

El resultado de ésta preciosa atención de los padres hacia sus hijos es que casi el 100% de los hijos del Camino Neocatecumenal permanece en la Iglesia. Esta es la razón por la que hemos llevado 50.000 jóvenes a Toronto y 75.000 a Paris. Es maravilloso ver como las comunidades neocatecumenales en las parroquias están llenas de jóvenes ¡llenas de jóvenes! Al encuentro con el Papa en Roma, en Tor Vergara, hemos llevado 100.000 jóvenes, todos pertenecientes al Camino Neocatecumenal Y de estas familias numerosas, de este tipo de educación de los hijos, de estas celebraciones domesticas, están surgiendo miles de vocaciones, miles. . . Hemos abierto ya 50 seminarios diocesanos Redemptoris Mater (aplausos); de estas comunidades han entrado en los conventos de clausura 4.000 hermanas; todos los conventos en Italia, benedictinas, clarisas. . . están llenos de hermanas que vienen del Camino Neocatecumenal

Y esto no es un movimiento. Estas comunidades son en las parroquias como una iniciación cristiana que pertenece a la Iglesia. La Iglesia ha reconocido que no somos una asociación ni una congregación ni un movimiento. Nuestra misión es la de ayudar a las parroquias y a los obispos a tener un itinerario de iniciación cristiana que ayuda a madurar la fe - como la sagrada Familia de Nazaret - . Porque Nuestro Señor, la Palabra del Padre, que tomó carde de la Virgen Maria, nació como un niño que tenia necesidad de crecer para convertirse en hombre, para ser adulto. Solamente de adulto podía cumplir su misión de salvar al mundo cuando llegase a los 30 años. ¿Cómo se hizo adulto? Obedeciendo a Maria y a José. De la misma forma hoy mucha gente que ha recibido el bautismo tiene una fe pequeña, una fe infantil. Esta fe tiene que crecer en un ambiente cómo la Familia de Nazaret, haciéndose adulta obedeciendo al párroco y a los catequistas, en obediencia al párroco y a los catequistas.

Estamos agradecidos al Pontificio Consejo para la Familia que ha comenzado a interesarse por este fenómeno. Se han quedado sorprendidos de todos estos jóvenes y de lo que estamos haciendo y nos han invitado a proponer a toda la Iglesia el mismo tipo de celebración (doméstica) que nosotros hacemos. Cuando tuvimos un encuentro con Mons. Bugnini, que era un estrechó colaborador del Papa Pablo VI y era el encargado de toda la renovación litúrgica, el RICA, etc. nos dijo que en la Iglesia faltaba una liturgia domestica; y cuando supo lo que estábamos haciendo, quedó muy impresionado. Así que estamos muy contentos de colaborar con el Pontificio Consejo para la Familia y de dar nuestra pequeña contribución a través de lo que Dios esta haciendo con nosotros. Me gustaría proponer todo esto a todos los demás, para ayudar a otra gente, a otras optimas familias de todas las otras realidades cristianas que tienen dificultad con sus hijos durante su crecimiento, en la escuela. En toda Europa hay un ambiente de izquierdas con una terrible educación sexual que esta contra la enseñanza cristina. Los padres sufren mucho viendo a sus hijos contaminados por esta cultura. Esta es la verdad.

Y me gustaría hacer entender a toda la Iglesia que lo que estoy diciendo no es un problema secundario, una devoción; es una cuestión de vida o muerte para la Iglesia. ¡Una cuestión de vida o muerte! Si la Iglesia no es capaz de transmitir la fe a la próxima generación, morirá (aplausos). Esto es tan importante que el santo Padre y el Pontificio Consejo para la Familia han entendido que estamos perdiendo. . . hay parroquias que en las cuales ya no hay jóvenes. ¿Dónde están? No es cuestión de hacer teatro u otras estupideces con los niños, sino de darles un contenido verdadero y serio. Porque ellos tienen que hacer frente a un ambiente que esta completamente en las antípodas de la realidad del Evangelio. A través de la globalización del mundo entero, la secularización esta llegando con mucha rapidez, poniendo en crisis a todas la religiones. En Europa estamos perdiendo las escuelas cristianas, no hay más escuelas en las que se enseñe la religión. Las órdenes religiosas no tienen más vocaciones y están abandonando las escuelas y las universidades. Hemos perdido las universidades, y a nuestros hijos se les enseña Hegel, Marx.. . todo lo contrario, el nihilismo. Estas cosas nos las dicen nuestros jóvenes.

Pero a la Iglesia le queda algo que es una fórmula vencedora: la familia (aplausos). Nosotros hemos visto que nuestros hijos, educados en una familia estable, no vacilan en la escuela. Se hacen objetores. Cuando en las clases de educación sexual se les enseña a masturbarse y otras cosas contrarias al Evangelio, se ponen de pie y hacen objeción de conciencia. Los padres van a hablar con el director. No sucumben a todo esto. En la universidad, donde todo es contrario a los valores cristianos, no sucumben, no pueden convencerles. Detrás de ellos están su familia y su comunidad cristiana, una comunidad neocatecumenal de 40 o 50 hermanos que están todos unidos, dónde aparece Dios, donde ya no hay clases sociales. Todos son hermanos: ingenieros, señoras de la limpieza, vagabundos, ¡todos hermanos! No hay diferencia de lengua o cultura, entre blancos y negros, entre gente culta e ignorante. No hay pobres ni ricos, son todos hermanos que se ayudan el uno al otro. Si hay una familia con muchos hijos que no puede llegar a final de mes, la comunidad hace una colecta para ayudarles. La comunidad ayuda a la familia y la familia salva a la Iglesia (aplausos).

Nuestra sociedad está destruyendo la familia y, en particular, Europa está caminando hacia la apostasía y está haciendo que la familia se separe. A causa del trabajó no tenemos tiempo para volver a casa y comer juntos. Las nuevas generaciones ya no comen juntos. En Europa no hay lugares de encuentro, no hay tiempo. Pon la mañana un chico sale a jugar al baloncesto y una chica va a bailar. Están siempre fuera, no se reúnen nunca, no se sientan a hablar. La mujer trabaja, el hombre trabaja, cuando vuelven a casa los hijos ya duermen. Y la familia se está destruyendo en cuanto al tiempo (el ritmo del trabajo y los horarios escolares), en cuanto a su composición (parejas homosexuales, parejas de hecho, divorcio), en cuanto a su estilo de vida (la gente vive de un modo que está en contra de la familia) y sobre todo a través de una cultura que nos rodea y que es contraria al Evangelio.

Estamos convencidos de que la batalla real que la Iglesia tiene que afrontar en el tercer milenio, el desafío que tenernos que afrontar y en el que se juega nuestro futuro, es el de la familia. Por esto he dicho que estamos contentos de colaborar con el Pontificio Consejo para la Familia, llevando la experiencia de tantas familias, después de tantos años en los cuales hemos visto que ésta es una fórmula vencedora. Con ellos estamos buscando hacer una guía. Sobre la base de una experiencia de más de treinta años, con familias de diferentes culturas y clases sociales, podemos hacer algo válido, no sólo un esquema diseñado en la mesa de un´ bar, sino algo serio, una guía para la familia, una experiencia del camino neocatecumenal a través de la cual la Iglesia puede ayudar a la familia a transmitir la fe a los hijos. Pienso que todo esto es una gran contribución para la familia.

Espero que esta pequeña semilla que ahora sembramos pueda un día convertirse en un árbol lleno de frutos, porque si un niño de cuatro años ha visto a su padre rezar en la asamblea con sinceridad, no lo olvidará jamás, jamás (aplausos). Muchos adultos no olvidarán jamás el modo en el que han celebrado en sus propias familias, donde han visto el amor de sus padres por Dios y cómo rezaban con verdadero convencimiento.

Rezad por mí. Gracias.

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Fuente: Mscperu.org

Hay que sacar la TV del cuarto de los niños / Autora: Fabiola Czubaj - La Nación |

Lo afirma el pediatra Víctor Strasburger, experto en medios de comunicación

La sentencia es contundente: «Hay que sacar el televisor de la habitación de los niños», dice al periódico La Nación (Argentina) el pediatra Víctor Strasburger, jefe de la División de Medicina Adolescente del hospital de la Universidad de Nuevo México, en Albuquerque, Estados Unidos, y autor de más de 120 investigaciones y ocho libros sobre los efectos de los medios en el desarrollo infantil y adolescente. Una vez de acuerdo con ese punto, sostiene, se puede empezar a hablar…

«En Estados Unidos, dos tercios de los adolescentes, la mitad de los preadolescentes y un cuarto de los más chiquitos tienen televisor en el dormitorio y, cuando esto ocurre, pasan más horas frente a la pantalla, por lo que leen menos, hacen menos deporte y son más propensos a tener sobrepeso», señala. Su explicación está a tono con las críticas que despertó esta semana el lanzamiento de BabyFirst TV, la primera señal de televisión por cable de su país que transmite las 24 horas programas dirigidos, exclusivamente, a un público de entre 6 meses y 3 años de edad.

El problema reside, básicamente, en la falta de control que los padres tienen sobre cuánto y qué ven sus hijos cuando el aparato está en esa zona en la que comienza a construirse su privacidad.

En segundo lugar, Strasburger propone limitar a dos horas por día el tiempo frente a una pantalla. «En el mundo, los chicos miran televisión o usan los videojuegos en promedio tres horas al día, lo que representa una hora de más», indicó el doctor Strasburger, que participa en el XI Simposio Internacional de Actualización Pediátrica Dr. Carlos Gianantonio, organizado por el Departamento de Pediatría del Hospital Italiano de Buenos Aires.

Un tercer consejo, altamente efectivo según la práctica del experto, es que los padres se sienten a mirar las películas, los programas o los videojuegos con sus hijos para hablar sobre qué es lo que disgusta a unos y gusta a otros.

«Se puede tomar cualquier programa y si los padres se sientan y hablan sobre el contenido, la situación se vuelve educativa -señaló el autor de «Decir no en los 90, cuando decían sí en los 60»-. Los padres aún no comprenden cuán poderosa puede ser la televisión como «maestra», que seguramente desaprobarían para la escuela. Les enseña a sus hijos comportamientos agresivos, uso de drogas y sexo explícito Por lo tanto, si no hablan con sus hijos de sexo, del consumo de drogas o de la violencia, lo hará la televisión, pero de manera poco saludable. Y hoy los padres no están haciendo nada para evitarlo.»

Cuidado: cerebro creciendo

Si de Internet se trata, Strasburger recomendó instalar la computadora en el living o en un lugar expuesto de la casa. «Ningún adolescente se va sentar en la sala a mirar sitios pornográficos con los hermanos y los padres pasando por ahí», razonó.

En la niñez el cerebro crece como los chicos, rápidamente, y lo hace como respuesta a lo que lo rodea. «Si el entorno es un padre que lee libros a su hijo, el cerebro infantil crecerá con otras opciones», sostuvo Strasburger, que durante la entrevista emitió su segunda sentencia: «Los padres de chicos menores de 2 años no deberían dejarlos mirar televisión».

Pero, ¿qué pasa cuando un hijo se queja de que es el único que no puede mirar este u otro programa? Según Strasburger, la forma más simple de evitarlo es limitar de entrada el tiempo y los programas que pueden ver sus hijos. «Si lo hacen, no van a llegar a esa situación. Y muchos padres no lo hacen, de modo que lo siguiente es sentarse a mirar el programa con su hijo y explicarle por qué no les gusta», dijo.

Si esto no da resultado, sólo queda empezar a reducir por semana la cantidad de horas frente al televisor y que los chicos elijan los programas de una lista, según la edad y el contenido.

¿Realidad virtual o real?

Los últimos estudios sobre la percepción infantil demuestran que los chicos menores de 8 años tienden a pensar que lo que la pantalla les presenta es cómo los adultos se comportan en la vida real. Es decir, por ejemplo, que no comprenden que si una persona le pega a otra en el mentón, puede quebrarse la mano, aunque no suceda en la pantalla.

«Veo adolescentes en el hospital que le pegan un puñetazo a la pared porque están muy enojados y al menos una vez a la semana tenemos que hacer radiografías de las manos para comprobar si sufrieron lo que se llama una fractura de boxeador --relató Strasburger--. O creen que el sexo como se presenta en la pantalla es real y, entonces, tienden a sobreestimar la cantidad de amigos que tienen relaciones Es muy tentador ver el mundo de los medios como real, el problema es que los chicos lo hacen».

Según el experto, antes de los 8 años ningún chico puede diferenciar la realidad de la fantasía. Entre 8 y 14 años, no logran hacerlo en temas relacionados con el sexo y las drogas; y no es hasta los 15, 16 o 17 años que comprenden que todo es fantasía y entretenimiento, «a menos que los padres o la escuela se los expliquen antes», que es lo que hacen los denominados programas de educación en medios.

Esos programas, que se pueden dictar desde la escuela primaria, enseñan cómo se «fabrica» la realidad en una publicidad o cómo se filma una pelea, entre otras cosas. «Demostraron ser muy efectivos y protegen a los chicos a través de la educación de los efectos de los medios, aunque la mayoría de los países no los ponen en práctica», opinó Strasburger.

Los buenos resultados de esos programas ya se observaron en las escuelas de Canadá, Australia e Inglaterra.

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Fuente: Mscperu.org