“A la Iglesia, servidora de los pobres, no le es ajeno el sufrimiento de las familias en dificultades económicas a las que no se les ofrece un decidido apoyo, de los jóvenes sin trabajo y sin recursos para formar una familia, de los adultos que ya no tienen esperanza de incorporarse a la vida laboral, de los niños que carecen de un ambiente familiar y social adecuado para poder desarrollarse integralmente, de los ancianos olvidados, de tantas mujeres afectadas por la penuria económica, muchas de ellas víctimas de la violencia doméstica, de los hombres y mujeres del campo y del mar que se han empobrecido”
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