“La misión es para uno. Si Dios permite evangelizar, estupendo, pero sobre todo es para la propia conversión. Yo vivo el día a día pidiendo a Dios, con temor y temblor, que siga apiadándose de mí porque me puedo perder y caer en lo que ahora considero inconcebible. Y me llama a vivir con docilidad para aceptar lo que Él quiera, pues mi vida no me pertenece a mí sino al Señor. Que hoy estoy aquí, muy bien, que mañana allá, pues también bien…”
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