* «Pensar en el padre Pío me hizo llorar toda la noche. Yo estaba mirando un crucifijo y mi mente repasaba mis pecados, todas mis decisiones equivocadas. Y al día siguiente me fui a confesar. Y esa confesión fue como una especie de rocío. Yo estaba de rodillas, confesando mis pecados. Algo me impedía levantarme. En esa confesión, entendí profundamente la importancia de la pureza. Sin duda, el padre Pío ha sido un intercesor en mi conversión»
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