* «Mis padres, creyentes comprometidos con la Iglesia, desde niña me donaron este incomparable legado de la fe marcándome con su ejemplo. Nunca se opusieron a mi decisión de seguir a Cristo. Él, que se fue al cielo tempranamente, dejó en mí el rastro de su gran devoción mariana. Se alegró y brindó con gozo cuando anuncié en casa que mi consagración sería plena. «Has escogido el mejor esposo del mundo. Sele siempre fiel porque Él lo será», fueron sus palabras. Mi madre, singularmente devota de san José, que fue misionera idente, y que no ha mucho voló a los brazos del Padre siendo nonagenaria, me ha acompañado en este recorrido apostólico en todo momento…. Todo lo que ha acontecido, mirando retrospectivamente a estos cincuenta años, ha sido fruto del milagro cotidiano, de la oración y el cariño de tantas personas que han ido marcando mi quehacer. Todas, en conjunto, me han ido alentando a seguir en pos de la unión con la Santísima Trinidad»
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