* «Mi bautismo, confirmación y primera comunión, fueron experiencias profundas de gozo y paz en la presencia y alegría compartida de toda mi familia y muchos otros. Después de tantos años de esfuerzo, ¿por qué me sentía indigno de sus felicitaciones? Me llegó la respuesta, y fue la mayor lección que he recibido: el esfuerzo no era mérito mío ni el éxito era mío. Pertenecían a Dios, que me había perseguido con amor, silenciosa pero incansablemente, durante 71 años. Como nos persigue a cada uno de nosotros. Solo necesitamos escucharle»
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