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sábado, 4 de enero de 2020

Alexandra, drogada y maltratada, miró a su hijo asustado y sintió la «necesidad inexplicable» de un crucifijo: «Me refugié en mi parroquia y encontré a Dios»

* «Me sentí en brazos de Alguien. Me derrumbé, lloré todas las lágrimas que podía hacer brotar mi cuerpo, todas las lágrimas que podía llorar, y quedé consolada. Todo el peso que llevaba sobre mis hombros se lo confié a Jesús, porque solo Él podía comprenderlo, acompañarme y tranquilizarme. Cuando me refugié en sus brazos, al fin comprendí y me sentí comprendida. Finalmente había encontrado alguien que podía ayudarme a avanzar. Al fin podía avanzar. Esto me transformo completamente. Hoy quiero compartir todo ese amor que me habría gustado recibir y del que Jesús me ha colmado, quiero dárselo a todos. He encontrado la paz y la serenidad, me he reconciliado conmigo misma. Este amor me ha quitado mucha amargura y todo el odio que llevaba dentro de mí»

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