* «Esta actitud es la propia del hombre nuevo que se ha revestido de Cristo y participa de su misión redentora, establece el Reino de Dios en la tierra y conduce a la a la vida… Si optamos por centrarnos en nosotros mismos buscando la propia gloria como si la vida de los demás nos fuera ajena, esta actitud es la propia del hombre caído que, seducido por el Maligno, quiere alzarse sobre todo y ‘ser como Dios’ (Gn 3,5), nos expulsa del paraíso, siembra la discordia, la destrucción y conduce a la muerte»
Domingo XXIX del tiempo ordinario – B:
Isaías 53, 10-11 / Salmo 32 / Hebreos 4, 14-16 / Marcos 10, 35-45
P. José María Prats / Camino Católico.- La primera lectura de hoy nos habla del sufrimiento redentor de Cristo: «El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación ... Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos». En este sufrimiento y entrega por la salvación del mundo se manifiesta el misterio del amor de Dios: ante el drama del pecado que deja al ser humano privado de su paz y harmonía, Dios no permanece indiferente gozando despreocupadamente de su gloria sino que se abaja asumiendo la miseria humana para redimirla desde dentro. El que ama es consciente de que su vida está indisociablemente unida a la de los demás y, por ello, no se conforma con su propia felicidad sino que hace todo lo posible para poder compartirla con todos.
Esta solidaridad inefable de Dios contrasta con la actitud de los apóstoles Santiago y Juan que hemos visto en el evangelio. Ellos intentan garantizar su propia felicidad mediante una situación de privilegio y para ello piden a Jesús que les conceda «sentarse en su gloria uno a su derecha y otro a su izquierda».
Este contraste de actitudes debe interpelarnos, porque el destino de nuestra vida depende de que optemos por una o por otra. Podemos, como los apóstoles Santiago y Juan, centrarnos en nosotros mismos buscando la propia gloria como si la vida de los demás nos fuera ajena. Se trata entonces de buscar seguridades materiales, poder y honores que nos pongan en una situación de privilegio que nos permita vivir evitando el sufrimiento y las miserias propias de la condición humana. Algo parecido a lo que hacen los grandes especuladores que entran con todo su poder y conocimiento en el Mercado de Valores para multiplicar su fortuna y vivir una vida regalada sin importarles hundir a muchos en la miseria. Y podemos también dejar a un lado la defensa a ultranza de nuestros intereses aparentes y unirnos a Jesús para asumir con Él la miseria material y espiritual de la humanidad viviendo nuestra vida como entrega, lucha y esfuerzo por redimirla desde dentro, conscientes de que nuestra felicidad es inseparable de la felicidad de los demás.
La primera actitud es la propia del hombre caído que, seducido por el Maligno, quiere alzarse sobre todo y «ser como Dios» (Gn 3,5); la segunda, es la propia del hombre nuevo que se ha revestido de Cristo y participa de su misión redentora. La primera nos expulsa del paraíso y siembra la discordia y la destrucción; la segunda establece el Reino de Dios en la tierra. La primera conduce a la muerte; la segunda, a la vida.
El Señor nos presenta hoy, nuevamente, las dos opciones fundamentales y sus consecuencias. Nosotros decidimos con cuál nos quedamos.
P. José María Prats
Evangelio
En aquel tiempo, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercan a Jesús y le dijeron:
«Maestro, queremos, nos concedas lo que te pidamos».
Él les dijo:
«¿Qué queréis que os conceda?».
Ellos le respondieron:
«Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda».
Jesús les dijo:
«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?».
Ellos le dijeron:
«Sí, podemos».
Jesús les dijo:
«La copa que yo voy a beber, sí la beberéis y también seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado».
Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús, llamándoles, les dice:
«Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».
Marcos 10, 35-45
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