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domingo, 16 de marzo de 2025

Homilía del Evangelio del Domingo: La Cruz y la negación de uno mismo son los instrumentos que vienen a purificarnos y a configurarnos con Cristo para poder participar de su plenitud de vida / Por P. José María Prats

* «Jesús, a través de la experiencia de la transfiguración, les proporciona a sus discípulos las grandes certezas que necesitan para seguir caminando. Por una parte, les hace ver que Él es el camino que deben seguir: la presencia de Moisés y Elías lo confirma como el Mesías, el Salvador anunciado por Dios en el Antiguo Testamento, y la voz del Padre les invita a escucharlo y a seguirlo. Y, al mostrárseles transfigurado y glorioso, les revela que el destino final hacia el que se dirigen es la gloria del Padre»

Domingo II de Cuaresma - C

Génesis 15, 5-12.17-18  /  Salmo  26  /  Filipenses 3, 17-4,1  /  San Lucas 9, 28b-36

P. José María Prats / Camino Católico.- Cuando organizamos una excursión, empezamos pensando en un lugar que valga la pena visitar y a continuación intentamos determinar el camino y el medio más adecuados para llegar hasta allí. Si saliéramos de casa sin saber adónde vamos, eligiendo el camino que nos parece más atractivo en cada momento, seguramente nuestra excursión acabaría siendo muy pobre.

Pues éste es el gran drama de nuestro tiempo: hemos perdido las convicciones y referencias que daban sentido y orientación a nuestra vida (quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos), y vivimos como náufragos, arrastrados en cada momento por impulsos cambiantes o siguiendo simplemente lo que hace todo el mundo. Y es, sobre todo, en los momentos de crisis ‒de salud, afectivas, económicas, familiares...‒ cuando más nos afecta esta situación, pues las cosas efímeras en que nos apoyábamos se vienen abajo y nos encontramos como perdidos y sin razones para seguir viviendo.

En el evangelio que hemos proclamado, los discípulos se encuentran en un momento de crisis. Hasta entonces acompañar a Jesús había sido un camino de rosas: habían sido testigos de curaciones y milagros, de una predicación llena de fuerza y autoridad, de manifestaciones de poder frente a las fuerzas del mal. Ahora, en cambio, Jesús les ha anunciado que se dirige a Jerusalén donde va a padecer mucho y va ser ejecutado por los líderes del pueblo de Israel. El mismo Pedro se ha rebelado contra este anuncio de Jesús.

Pues en este momento de crisis, Jesús, a través de la experiencia de la transfiguración, les proporciona las grandes certezas que necesitan para seguir caminando. Por una parte, les hace ver que Él es el camino que deben seguir: la presencia de Moisés y Elías lo confirma como el Mesías, el Salvador anunciado por Dios en el Antiguo Testamento, y la voz del Padre les invita a escucharlo y a seguirlo. Y, al mostrárseles transfigurado y glorioso, les revela que el destino final hacia el que se dirigen es la gloria del Padre.

La liturgia de hoy, pues, quiere recordarnos también a nosotros estas grandes certezas que dan sentido, orientación y solidez a nuestra vida: que hemos sido creados por amor para participar de la gloria de Dios, y que alcanzamos esta eterna bienaventuranza escuchando la palabra y siguiendo los pasos de Jesucristo. Pero no podemos olvidar que los pasos del Señor pasan por la Cruz y la negación de uno mismo. De hecho, ésta es la clave de nuestra fortaleza ante las dificultades y las crisis que inevitablemente hemos de vivir: el saber que ellas no son las grandes enemigas que vienen a destruir el sentido de la vida y a llenarnos de amargura, sino los instrumentos que vienen a purificarnos y a configurarnos con Cristo para poder participar de su plenitud de vida.

Como nos decía San Pablo en la segunda lectura, «hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas». Son los que viven sin rumbo, dejándose arrastrar por sus instintos más inmediatos en un intento vano y desesperado de huir de la cruz. «Nosotros, por el contrario ‒sigue diciendo San Pablo‒ somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo».

P. José María Prats

 

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con Él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con Él. Y sucedió que, al separarse ellos de Él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías», sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle». Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.

San Lucas 9, 28b-36

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