Parece que los héroes son esa gente que miramos en el cine –¡menuda realidad!– que poseen poderes especiales, o bien, que si reciben disparos no se mueren. Sea que se trate de un hombre normal, un tal Bruce Willis en la típica película de «Me quitaron a mi familia y sólo tengo una navaja», o un humano-mutante que lanza telarañas, lo que admiramos es esto: que su agenda está llena con mil calamidades y sin embargo se preocupan por los demás antes que por sí mismos.
No soy un enemigo del cine, de lo que soy contrario es que no reconozcamos a tantos héroes que viven a nuestro lado. Alabamos una “conducta ejemplar” en un personaje que no existe, en una situación que no sólo no es real, sino que se presenta bastante inverosímil y no nos damos cuenta de que los héroes tienen nombres tan normales y corrientes como los nuestros…
Los héroes son hombres de carne y hueso, tienen sentimientos y a veces sienten frío, como el P. Juan Sarmiento: un sacerdote argentino que vive en la mismísima Siberia, no para jugar a las cartas con los osos, ni para vencer un insano récord de vivir por un mes a la intemperie. Está allí llevado por el amor que tiene a Dios y a todos los hombres.
El P. Juan –que en breve cumplirá sus 50 años– es un héroe porque tuvo que pelearle al gobierno ruso un pedazo de tierra, no en Hawai, sino a 1,400 kilómetros al norte de San Petersburgo, en Murmansk, donde sí conocen lo que es el frío.
Es héroe porque tuvo que soportar una larga y dura prueba como lo es aprender el ruso durante 9 meses y lo consiguió. No sólo eso, gracias a sus esfuerzos pudo abrir la primera iglesia católica del lugar (Parroquia de San Miguel Arcángel, por si alguno quiere visitarla).
¿Enemigos? Más que antagonistas personificados, el P. Juan y los otros dos sacerdotes que le acompañan –uno español y el otro alemán– han tenido que hacer frente a una cierta indiferencia entre sus fieles. La razón: el estalinismo feroz sembró la desconfianza y la inseguridad entre esas personas.
Junto a esto, el alcohol –con su famosa cara nacional: el vodka– es un gran problema que afecta a la población. Sin embargo, nunca ha dejado lugar al desaliento en su vida y, poco a poco, a lo largo de siete años ha podido ir construyendo una pequeña comunidad de católicos, en medio de la gran mayoría de ateos y de ortodoxos…
¿Cómo ha aguantado? Su secreto ha sido no dejar de amar a esas personas. En el corazón de un sacerdote, de un héroe, hay espacio para todos: jóvenes, ancianos, mujeres, hombres, niños, enemigos, indiferentes, católicos… hasta los no creyentes.
Llama la atención que la organista de su parroquia es una mujer atea. Quizá ésta sea una característica principal del héroe: si da la vida al servicio de todos por igual es un héroe; si lo hace sólo por algunos, no podríamos darle ese título.
Necesitamos más hombres y mujeres como éstos: héroes de verdad. Héroes no porque se enfrasquen en un apretado y vistoso traje, sino porque creen en el amor. En efecto, sólo el amor nos convertirá en auténticos héroes.
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Con datos del diario Clarín, 16 de diciembre de 2007.
Fuente: www.buenas-noticias.org
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