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jueves, 10 de enero de 2008

Tu dignidad / Autor: P. Jesús Higueras

"En aquel tiempo fue Jesús desde Galilea al río Jordán, a donde estaba Juan, para que este le bautizase. Al principio, Juan se resistió diciendole:
–Yo tendría que ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?
Jesús le contestó:
–Déjalo así por ahora, pues es conveniente que cumplamos todo lo que es justo delante de Dios.
Entonces Juan consintió. Jesús, una vez bautizado, salió del agua. En esto el cielo se abrió, y Jesús vio que el Espíritu de Dios bajaba sobre él como una paloma. Y se oyó una voz del cielo, que decía: “Este es mi Hijo amado, a quien he elegido.”"
Mt 3, 13-17

Todos sabemos que Cristo no tenía ninguna necesidad de recibir el Bautismo. Sin embargo quiso aprovechar esa circunstancia, no solamente para darnos un ejemplo de humildad, sino que sirvió también como manifestación de la Trinidad, con la voz del Padre, la presencia del Espíritu, para darnos a entender que el Bautismo realiza la habilitación de la Trinidad en todo aquél que recibe el agua salvadora y sobre el cual es pronunciada esa frase maravillosa: “Este es mi Hijo amado, éste es mi predilecto”.

Hoy que celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, es un día para que todos recordemos y agradezcamos ése sacramento del Bautismo que recibimos muchos de nosotros en nuestra infancia, como el mejor de los regalos que nuestros padres y nuestra madre la Iglesia nos pudo hacer al comenzar la vida.

Valorar el Bautismo, es ser consciente que se sembró en nosotros una semilla, que si la cultivamos y la cuidamos, crecerá y se hará un gran árbol que dará frutos de vida, que alimentarán a los demás.

Cuando uno piensa que el apóstol San Pablo a los primeros cristianos les llamaba “los santos”, porque al estar bautizados era consciente de que esa semilla de santidad ha sido puesta ya en el corazón de los hombres, así también nosotros deberíamos respetarnos y llamarnos unos a otros “los santos”, porque esa santidad de Dios reposa en nuestra alma. Hemos sido constituidos templo de la Trinidad, y tenemos que saber ser templo abierto, para que los demás, al tratar con nosotros, puedan tratar con el mismo Dios. Qué desolador es encontrar las Iglesias cerradas cuando uno tiene necesidad de encontrarse con su Dios. Qué gusto da cuando uno encuentra una Iglesia abierta para poder rezar y hablar con su Señor. Así, igual de desolador, es encontrarse al cristiano con las puertas cerradas, que no quiere transmitir a Dios, que no quiere transmitir a nada, sino que está encerrado en sí mismo. Por eso, tener las puertas y las ventanas abiertas para que los demás puedan entrar, participar en nuestra intimidad, y poder dejar ellos también su intimidad en nuestro corazón, de algún modo es querer vivir ése Bautismo, y querer que los demás puedan percibir los frutos de ese Bautismo, que están en nosotros.

¡Cuánto don ha sido puesto en nuestras vidas! Cuanto mimo y cuanto cariño ha puesto Dios en nuestra historia, aunque nosotros muchas veces percibimos solamente lo negativo, y olvidemos que Dios con su gracia nos hizo imagen de su hijo Jesucristo. Toda la fuerza del Espíritu Santo está en nosotros, y somos los hijos predilectos del Padre.

El Bautismo nos tiene que ayudar a vivir esa filiación divina que es saber agradecer al Padre que nos ha dado todo; nos ha dado la vida, la fe, la familia y tantas cosas. Por eso Dios mío, que sea muy consciente de la dignidad tan grande que yo tengo. Decía el Papa San León Magno: “Reconoce cristiano tu dignidad”. Que seas consciente de quién eres, y que la dignidad ha querido reposar en ti y morar en ti. Aunque a ti te parezca que eres una basura y que eres lo peor del mundo, a Dios no le importa ni te hace ascos. Comprende que en medio de esa fragilidad tuya, está Dios habitando dentro de ti. Cuando busques a Dios, lo buscarás en el Cielo, y estará. Lo buscarás en las Iglesias, especialmente en el Sagrario, y estará. Pero sobre todo búscalo en el fondo de tu alma, búscalo en ese santuario que quedó edificado desde el día de tu Bautismo, y ahí podrás encontrarte con tu Dios, disfrutar de Él, y gozar de un Dios que se llamó Enmanuel, es decir, Dios siempre con nosotros.

Ojalá que hoy todos los cristianos queramos renovar ese sacramento bendito que es la fuente de todas las gracias, que sepamos vivir en ese templo que somos de Dios, y que queramos allí, no solamente encontrarnos con Él, sino hacer que los demás se encuentren con Él en nosotros.

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