* «Las personas que se abren a la palabra de Dios, reconocen su valor incomparable y, en consecuencia, no cejan en el empeño de ser siempre fieles a ella, dedicándole la atención y energías que merece… Los frutos producidos por la palabra de Dios están mucho más allá de lo que el ser humano puede alcanzar con su esfuerzo, están en el ámbito de lo eterno e imperecedero: son frutos de vida eterna”

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