* «Para buscar el inicio de mi vocación tengo que remontarme a mi más tierna infancia. Desde que tengo uso de razón he tenido una inclinación natural a las cosas del Señor. Con apenas cuatro o cinco años jugaba a celebrar la misa, a predicar desde la escalera de casa y a hacer procesiones con mis primos. Poco tiempo después, con ocho años comencé a ser monaguillo en mi parroquia… El del seminario ha sido un tiempo de fascinarme por una persona, Jesucristo; de descubrir un amor que me trasciende, un Dios que ha entrado en la historia, que se ha hecho hombre; y no solo eso, sino que ha ido mostrándome que lo que él quiere para mí es algo que me sobrepasa: hacer a Dios presente en medio del mundo»
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