* «Poco a poco, a medida que comienza de nuevo el tratamiento, mi marido y yo nos vamos acercando más a la parroquia. Un día organizan una nueva vigilia. Algunos sacerdotes se ponen a nuestra disposición para confesar. También está expuesto el Santísimo Sacramento. Es entonces cuando me siento empujada a confesarme con un sacerdote. Suelto todas mis cargas. Es la primera vez que me libero después de todos estos años de sufrimiento, de incertidumbres, de inquietudes, de ira. Y a través de la mirada de ese sacerdote, veo verdaderamente la de Jesús, mirándome. Esta ahí solamente para mí, y me hace comprender que a lo largo de todos estos años siempre me ha acompañado, tanto en mis alegrías como en mis penas. Transformada, me deshago en lágrimas. Han pasado años desde aquella vigilia. Mi enfermedad sigue ahí, con remisiones y recaídas, pero ahora veo a Dios presente y actuante en mi vida, incluso a través de los demás. ¡Mi marido y yo nos sentimos tan llevados, tan acogidos…! Nos maravilla tanto amor. Ahora considero a Jesús como un compañero del camino. Forma parte de mi día a día. Le hablo. Su presencia es como evidente. Cristo es el corazón de mi vida»
Leer más...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario