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Dimitri Conejo Sanz, ruso y de padres alcohólicos, fue abandonado, sufrió hambre violencia y desprecio: «En el orfanato no valíamos nada. Allí, Dios me escuchó»
* «Vino un pope, que es un sacerdote ortodoxo. Nos habló de Dios como un padre bueno, que se preocupaba por nosotros… Yo, que tenía siete años y medio, me levanté y le pregunté que dónde estaba su Dios, porque de nosotros se había olvidado. Me dio cuatro iconos, una vela y un libro de oración, y me dijo que rezara a Dios cada noche y que entonces vería como sí me escuchaba. El día de mi octavo cumpleaños, hasta entonces no sabía qué era eso, nada más levantarme, solo en la habitación, pedí a Dios que si existía que me trajera una tarta. Sonó el timbre y apareció mi madre biológica con una. A partir de ese día, rezar empezó a tener sentido; era una conversación con Dios, sentía que Él estaba conmigo. Lo que me hizo ilusión no fue la tarta, sino que Dios me había escuchado»
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