* «Estaba en contra de Dios. No conocía a Jesús. Me avergüenzo de lo que era entonces… La conversión nació en la celda. Cuando estaba en mi cama pensé en mi esposa y mis dos hijos pequeños. Estaba en ese infierno sin saber nada. Y me enfadé con Dios. Estábamos ocho en la celda, pero todos se habían ido en la hora del patio, pero yo prefería estar sólo porque me sentía muy triste. En ese momento una gran luz entró por la ventana. Era la luz de Dios. Temblé y comencé a llorar. Y dije: ‘Dios mío, nunca me dejaste’. Desde ese momento mi vida cambió… Salí al patio tan sólo un par de veces porque cuando leía la Biblia, los otros reclusos se burlaban de mí. Pero cuanto más leía la Biblia, más me enamoraba de Dios y más conocía a Jesús»
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