* «Lo que para los católicos era obvio, ahora lo podía ver claro yo: Dios no nos había dado un libro, sino un pueblo. Y este pueblo, pese a sus pecados y herejías, fallos y errores, estaba aún intacto, por Gracia de Dios. En la Iglesia Católica real, sobre el terreno, encuentro una mezcla profunda de lo ordinario y lo divino. En mi parroquia de Vancouver veo a mi vecindario: ricos y pobres, hombres y mujeres, casados y solteros, jóvenes y viejos, sanos e impedidos, de muchos orígenes étnicos… Mi convicción creciente es que este cuerpo de gente ordinaria es, misteriosa y verdaderamente, también el Cuerpo de Cristo»
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