* «¡La fraternidad católica está herida! La túnica de Cristo ha sido desgarrada por las divisiones entre las Iglesias; pero —lo que es peor— cada trozo de la túnica está dividido a menudo, a su vez, en otros trozos. Hablo naturalmente del elemento humano de la misma, porque la verdadera túnica de Cristo, su cuerpo místico animado por el Espíritu Santo, nadie la podrá nunca herir. A los ojos de Dios, la Iglesia es «única, santa, católica y apostólica», y permanecerá como tal hasta el fin del mundo. Esto, sin embargo, no excusa nuestras divisiones, sino que las hace más culpables y debe impulsarnos con más fuerza para que las sanemos ¿Cuál es la causa más común de las divisiones entre los católicos? No es el dogma, no son los sacramentos y los ministerios: todas las cosas que por singular gracia de Dios guardamos íntegras y unánimes. Es la opción política, cuando toma ventaja sobre la religiosa y eclesial y defiende una ideología. Esto, en muchas partes del mundo, es el verdadero factor de división, incluso si es silenciosa o desdeñosamente negada. Esto es un pecado, en el sentido más estricto del término. Significa que «el reino de este mundo» se ha vuelto más importante, en el propio corazón, que el Reino de Dios. Creo que todos estamos llamados a hacer un examen serio de nuestras conciencias sobre este asunto y a convertirnos. Esta es, por excelencia, la obra de aquel cuyo nombre es «diábolos», es decir, el divisor, el enemigo que siembra cizaña, como Jesús lo define en su parábola (Cf. Mt 13,25)»
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* «Jesús amaba a su patria. Lloró sobre ella, previendo su destino (Cf. Lc 19,41), pero no fomentó desórdenes, alineándose con una parte y situándose contra la otra. La primitiva comunidad cristiana lo siguió fielmente en esta elección. Este es un ejemplo especialmente para los pastores que deben ser pastores de todo el rebaño, no de una sola parte de él. Por eso, son los primeros en tener que hacer un examen serio de conciencia y preguntarse a dónde están llevando a su rebaño: si a su lado, o al lado de Jesús. Cristo vino a anunciar «paz a los que estaban lejos y paz a los que estaban cerca» (Ef 2,17). Es decir, a los que estaban cerca por la profesión de la misma religión, pero lejos unos de otros con el corazón: la paz entre la Iglesia y el mundo y la paz entre cristianos y cristianos en la Iglesia. «Por medio de él podemos presentarnos, unos y otros, al Padre en un solo Espíritu» (Ef 2,18). Si hay un carisma especial o un don que la Iglesia católica está llamada a cultivar para todas las Iglesias cristianas, es precisamente la unidad»
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