* «De golpe, me sentí reunificada: mi espíritu, mi cuerpo y mi corazón estaban unidos, y tenía una sensación de completitud increíble y muy tranquilizadora. Al mismo tiempo, recibí una alegría profunda que me llenó de ganas de amar, de amar sin medida. Esta fuente de amor, que estaba casi seca, se abrió con mayor fuerza que antes, con el deseo de dar y de que todos a mi alrededor fuesen felices. Yo no he cambiado, pero todo ha cambiado. Nada me da miedo, todo puede suceder. ¡Jesús está ahí! La vida continúa con sus pruebas y sus dificultades, pero esta presencia y esta paz interior me acompañan desde entonces. Mi fe se ha hecho más encarnada: vivo en relación con un Dios vivo, en un corazón a corazón para profundizar cada vez más y como una presencia en cada una de las personas con las que me encuentro. Quiero compartir con todos esta esperanza que habita en mí desde entonces y que me impulsa a abandonarme, a confiar»
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