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domingo, 9 de febrero de 2025

Homilía del evangelio del domingo: Nuestra vida sólo será fecunda en la medida en que dejemos que Jesús suba a nuestra barca y sea Él quien lo dirija todo / Por P. José María Prats

* «Y cuando le permitamos a Jesús subir a nuestra barca, lo primero que nos dirá será: ‘rema mar adentro’, es decir, atrévete a alejarte de la orilla, de todas esas cosas en las que has puesto tu confianza y que te hacen sentir falsamente seguro, y déjalo todo en mis manos. Deja que sea Yo quien te diga en la oración y a través de los signos que pongo en tu vida, lo que debes hacer en cada momento, por dónde tienes que navegar, dónde y cuándo tienes que echar las redes, y te daré una pesca como jamás habrías podido imaginar, haré tu vida verdaderamente fecunda, llena de frutos materiales y espirituales, y entonces, al contemplar la obra que he hecho a través de ti, reconocerás con todo tu corazón –como Simón– que yo soy el Señor»

Domingo V del tiempo ordinario - C

Isaías 6, 1-2a.3-8  /  Salmo 137  /  1 Corintios 15, 1-11  /  San Lucas 5, 1-11

P. José María Prats / Camino Católico.-  El evangelio de hoy nos da una lección preciosa sobre lo que debemos hacer para que nuestra vida sea verdaderamente fecunda.

Vemos cómo Simón –el apóstol Pedro– y sus compañeros se habían pasado toda la noche trabajando duro y, sin embargo, no habían pescado nada. A pesar de haber puesto en juego todo su esfuerzo y su conocimiento sobre la pesca, el resultado había sido muy malo.

Pero cuando ya creían que todo estaba perdido, aparece Jesús, sube a la barca de Simón y le dice: «Rema mar adentro y echad las redes para pescar». Y Simón obedece y capturan entonces una cantidad de peces tan enorme que no podían ni cargarlos en una sola barca.

La enseñanza de este pasaje es muy clara: nuestra vida sólo será fecunda en la medida en que dejemos que Jesús suba a nuestra barca y sea Él quien lo dirija todo. Muchas veces nos quejamos porque nos reventamos a trabajar y no conseguimos nada. Como los pescadores del lago de Genesaret ponemos en juego todo nuestro esfuerzo y habilidad y, sin embargo, nuestra vida permanece estéril e insatisfactoria. 

Y la razón es que nos hemos olvidado de que Dios es el Señor de la creación y de nuestras vidas y nos hemos empeñado en querer hacerlo todo sin contar con Él: le hemos dejado en la orilla sin permitirle subir a nuestra barca. ¿Y por qué? Porque no nos atrevemos a soltar el timón y a ponerlo sus manos, no vaya a ser que nos haga navegar por donde no queremos. Tenemos nuestros propios planes y proyectos, nuestra idea de lo que nos conviene, y no estamos dispuestos a renunciar a ella por nada del mundo.

Bien está que trabajemos con ahínco, pero no olvidemos nunca las advertencias de Jesús: «sin mí no podéis hacer nada», «el que no recoge conmigo, desparrama». A veces me encuentro con personas que me dicen: “En estos momentos estoy tan ocupado y con tantos problemas que no tengo tiempo para ir a la iglesia, para orar o para meditar la Palabra de Dios”. Y yo les respondo: “Pues es precisamente ahora cuando más lo necesitas”. 

Dice el Salmo 126: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas. Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: Dios lo da a sus amigos mientras duermen».

El Evangelio de hoy nos anima, pues, a que dejemos subir a Jesús a nuestra barca y a que sea Él quien tome el timón. Y cuando se lo permitamos, lo primero que nos dirá será: «rema mar adentro», es decir, atrévete a alejarte de la orilla, de todas esas cosas en las que has puesto tu confianza y que te hacen sentir falsamente seguro, y déjalo todo en mis manos. Deja que sea Yo quien te diga en la oración y a través de los signos que pongo en tu vida, lo que debes hacer en cada momento, por dónde tienes que navegar, dónde y cuándo tienes que echar las redes, y te daré una pesca como jamás habrías podido imaginar, haré tu vida verdaderamente fecunda, llena de frutos materiales y espirituales, y entonces, al contemplar la obra que he hecho a través de ti, reconocerás con todo tu corazón –como Simón– que yo soy el Señor. 

P. José María Prats


Evangelio

En una ocasión, Jesús estaba a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre Él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. 

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: 

«Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar».

Simón le respondió: 

«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes». 

Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían.

Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo:

«Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». 

Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». 

Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.

San Lucas  5, 1-11

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