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miércoles, 19 de febrero de 2025

A María Dolores Rosique le daban de seis meses a un año de vida por un cáncer maligno y se ha curado: «Beato Carlo Acutis, aquí en tus manos estoy. La intercesión la tengo que pedir a través de ti»


María Dolores Rosique, Lola para sus amigos, recibiendo atención hospitalaria en Madrid. Junto a ella una reliquia de segundo grado del Beato Carlo Acutis / Foto: Cortesía de Lola Rosique

* «No le pedí que no tuviera nada, sino que no fuera muy grave, para poder ver crecer a mis hijas y acompañarlas durante esos años. Me entregué por completo. Cuando dices: ‘Esto ya no depende de mí, Carlo, aquí te lo dejo’, sientes un descanso profundo. Experimenté un bienestar físico impresionante con ausencia de dolor. Creo que fue una caricia del Señor, que me decía: ‘Estate tranquila, no estás sola. Pase lo que pase, no estás sola’... El Beato Carlo Acutis es uno más en mi casa. Hablamos de él como si estuviera aquí, como un miembro más de la familia. He vuelto a trabajar, gracias a Dios, y creo que, a través de mi trabajo, puedo llegar a mucha gente. Puedo transmitir la alegría del Evangelio, aunque sea en pequeñas dosis, a los pacientes y a sus familias. El Señor me ha enseñado que no tenemos por qué controlarlo todo. Antes solía ser una persona bastante controladora. Dios me mostró que las cosas más importantes no dependen de mí. Es cuestión de dejarse guiar por Él»

Vídeo de El Rosario de las 11 PM en el que María Dolores Rosique cuenta su testimonio de sanación 

Camino Católico.- Con una sonrisa radiante, María Dolores Rosique, Lola para sus amigos, relata con una fe renovada su testimonio de sanación tras superar un agresivo cáncer abdominal. Su recuperación comenzó después de visitar el cuerpo del Beato Carlo Acutis en Asís y encomendarse por completo bajo su cuidado. “Siempre digo que la enfermedad que tuve me ha dado muchas más cosas buenas que malas. Una de ellas es haber reafirmado mi fe. Hoy sé que sin el Señor no soy nada y no puedo llegar a ningún sitio”, afirma en entrevista con ACI Prensa. También publicamos el vídeo de El Rosario de las 11 PM en el que Lola cuenta su experiencia de sanación.

Lola, española de 44 años, pediatra de profesión, disfrutaba quizás del mejor momento de su vida junto a su esposo Pablo, sus tres hijas adolescentes de 17, 15 y 12 años, y su pequeño de siete. Sin embargo, durante un viaje familiar a la región italiana de la Toscana en 2022, su vida dio un giro inesperado, enfrentándola a una prueba que desafiaría su fe.

María Dolores Rosique realizando una consulta médica de pediatría / Foto: Cortesía de Lola Rosique

Lola confiesa que venía sintiéndose mal desde hacía un tiempo: “Tenía molestias digestivas en el abdomen. Fui al médico y me hice ecografías, incluso me pidieron una endoscopia. Me hice esas pruebas y todo salió bien”, relata.

Sin embargo, meses después, durante su viaje a la Toscana, Roma y el Vaticano, una noche sintió molestias en el abdomen y, al palparse, tuvo una certeza inmediata: tenía cáncer. “Lo tuve claro desde el minuto uno, porque para eso tengo el sexto sentido de mi profesión. No sabía si el cáncer estaba en el hígado, en el páncreas, pero en ese momento la vida nos dio un giro repentino. Pasamos de estar en el paraíso a sentir que caíamos en el infierno”, afirma.

Lola asegura que, desde ese momento, no ha sido un camino fácil, pero ha sido “un camino maravilloso”, ya que se han sentido “arropados por el cariño y la oración de tanta gente, por nuestra familia y, por supuesto, por la mano del Señor”.

Vacaciones familiares de María Dolores Rosique y Pablo en 2022 con sus cuatro hijos. Interior de la Basílica de San Pedro en el Vaticano / Foto: Cortesía de Lola Rosique

“Ha sido un proceso duro: dos cirugías muy agresivas, quimioterapia intraperitoneal, muchas dificultades… pero hace ya dos años de eso, y gracias a Dios, ahora mismo estoy libre de enfermedad”, relata con una sonrisa.

Según Lola, no le pidió al Beato Carlo Acutis que le concediera el milagro de una sanación sino que su mal no fuera tan grave para poder ver crecer a sus hijas.

“El verdadero milagro no es sólo que esté viva —que sí, que es una bendición—, sino el impacto espiritual que esto ha tenido en mí, en mi familia y en muchas amigas que estaban alejadas del Señor. A raíz de esta experiencia, mucha gente ha vuelto a acercarse a Dios. Y, claro, no puedo estar más feliz, porque ese es el verdadero milagro”, asegura.

La historia de Carlo Acutis y Lola: el primer encuentro

Cuando apareció la enfermedad, Lola recordó que vivían “una época súper feliz”. Sus hijas estaban creciendo y “ya no demandaban tanto esfuerzo físico”. “Mi trabajo era estable y todo funcionaba bien, sin grandes sobresaltos”, afirmó.

Al comunicarle la noticia del cáncer a su esposo, Pablo mantuvo la calma y le ofreció dos opciones: regresar de inmediato a España o esperar a que saliera el barco en tres días. Sin embargo, le dejó claro que, si decidían quedarse, debían afrontarlo con serenidad, sin dejarse llevar por la tristeza.

María Dolores Rosique y su esposo Pablo, en el día de su boda / Foto: Cortesía de Lola Rosique

“Lo sensato era esperar. Tres días no iban a cambiar nada y, al menos, podíamos disfrutar juntos. Así que intentamos hacer lo mejor posible. Tragué saliva más de una vez, pero le pedí al Señor que nos diera fuerza, que nos uniera aún más, por si nos esperaba una época complicada, como luego supimos que sería”, cuenta Lola.

Mientras se dirigían al barco desde la Toscana hacia Roma, aún con varias horas por delante antes de zarpar, Pablo sugirió hacer una parada en Asís, aunque no formaba parte de sus planes iniciales.

“Ahora sé que no fue casualidad. Todo tiene un sentido. La providencia del Espíritu Santo te ilumina cuando menos lo esperas. Así que, al visitar Asís y la Iglesia de San Francisco sentí la presencia de nuestro Señor, sabía que estaba allí, que no nos dejaba”, recuerda Lola.

Según relata, en ese punto su mayor preocupación era que sus hijas se quedaran tan jóvenes sin su madre. Ante esa posibilidad, le rogó a Dios: “Señor, hazlo por ellas. Realmente no quiero nada para mí”.

“No fue una sanación que buscara para mí misma. Me sentía completa, con Dios, con todo lo que me había dado. Pero pensaba en mis hijas, en que ellas necesitaban a su mamá. Ahí llegó un punto de inflexión inesperado”, continúa.

María Dolores Rosique, Pablo y sus cuatro hijos / Foto: Cortesía de Lola Rosique

Mientras Lola tenía esos pensamientos, Pablo notó de pronto que en las tiendas de Asís abundaban fotos, rosarios y estampas con la imagen del Beato Carlo Acutis, un joven del que apenas habían oído hablar en el colegio de sus hijas. Intrigado, investigó un poco más y, al buscar en Google, descubrió con asombro que el cuerpo del beato se encontraba a solo 300 metros.

Lola se sentía agotada, tanto física como emocionalmente, y en ese momento sólo pensaba en comer y regresar al coche. Al principio, no quiso ir, pero sus hijas insistieron. “Al final, creo que fue el Espíritu Santo, o incluso Carlo, quien me arrastró a través de mis hijas, porque por mi propia voluntad jamás habría subido”, confiesa.

“Nos dirigimos a la iglesia del Despojo, donde está el cuerpo de Carlo. Llegamos allí y encontramos una nave lateral donde reposa su cuerpo. Justo enfrente hay un banco para sentarse y rezar. Yo caí allí rendida, en el momento más difícil de nuestra vida. Le pedí por tantas cosas... Pero sobre todo por mis cuatro hijos. Le dije: ‘Carlo, no sé qué hago aquí en este momento, no sé qué hago aquí, pero Dios sabe más y aquí estoy’. Y entonces le hice dos peticiones”, cuenta en la entrevista.

Fotografía tomada por María Dolores Rosique: El cuerpo de Carlo Acutis en la iglesia del Despojo / Foto: Cortesía de Lola Rosique

Lola tuvo la oportunidad de escribir sus peticiones en una notita y depositarla en el buzón de intenciones. Primero, le pidió a Carlo que sus hijos y los jóvenes de su familia estuvieran siempre cerca de la Eucaristía, como lo estuvo él, porque sabía que ese era su gran amor y su “autopista al Cielo”.

Luego, le suplicó que lo suyo no fuera “demasiado grave”. “No le pedí que no tuviera nada, sino que no fuera muy grave, para poder ver crecer a mis hijas y acompañarlas durante esos años. Me entregué por completo y le dije: ‘Carlo, aquí en tus manos estoy. La intercesión la tengo que pedir a través de ti, porque me has traído hasta aquí’”, cuenta Lola.

Lola y su familia rezaron juntos. Sus hijos elevaron sus oraciones y su esposo también se quedó un momento frente al cuerpo de Carlo. Poco después, salieron de la iglesia.

María Dolores Rosique y tres de sus hijos en la Iglesia del milagro eucarístico en Santarém, Portugal / Foto: Cortesía de Lola Rosique

Al cruzar la puerta, algo cambió. Por un lado, sintió una paz espiritual inmensa. “Cuando dices: ‘Esto ya no depende de mí, Carlo, aquí te lo dejo’, sientes un descanso profundo”, recuerda. Pero además, experimentó algo físico.

De repente, Lola se sintió bien, como no lo había estado en meses. No tenía dolor, su cuerpo estaba fuerte. “Fue un bienestar impresionante”, explica. Y en ese instante, lo entendió. “Creo que fue una caricia del Señor, que me decía: ‘Estate tranquila, no estás sola. Pase lo que pase, no estás sola’”.

En ese momento, Lola supo con certeza que se iba a curar.

María Dolores Rosique y sus hijos en Asís / Foto: Cortesía de Lola Rosique

El regreso a España, el diagnóstico y la sanación

Lola y su familia partieron rumbo a España, preparándose para las pruebas médicas y todo lo que vendría después. La primera prueba señalaba que tenía un tumor en el ovario. “Estaba muy extendido por todo el abdomen”, explicó. Afectaba al peritoneo, la membrana que recubre internamente el abdomen, y había implantes tumorales por todas partes. Aunque los médicos confirmaron que no había llegado al pulmón ni al cerebro; en el abdomen, estaba prácticamente en todos lados.

El diagnóstico fue claro: un tumor maligno y muy avanzado. Lola tuvo que afrontar la difícil tarea de comunicarlo a su familia, ya que le habían dado entre seis meses y un año de vida. Sin embargo, tras una primera cirugía, descubrieron que el tumor no era de ovario, sino del apéndice, una zona del colon cercana.

Este nuevo diagnóstico cambió todo, ya que el cáncer de apéndice, aunque agresivo dentro del abdomen, tiene un pronóstico mucho mejor, explicó Lola. Éste no se propaga a órganos vitales como el cerebro o los pulmones y su malignidad es menos letal. A pesar de la extensión del tumor, la noticia resultó ser mucho más esperanzadora.

María Dolores Rosique tras ser sometida a exámenes médicos / Foto: Cortesía de Lola Rosique

“Cuando lo contamos, mis hermanas nos preguntaron si podían difundir la noticia para que la gente rezara”, recuerda. Sin dudarlo, les dijo que sí, y así comenzó una impresionante cadena de oración.

“Eso es la comunión de los santos: cuando uno sólo no puede, de repente toda la Iglesia —la terrenal y la celestial— se une en oración. Fue increíble ver el poder de la oración y cómo llegó a distintos lugares del mundo. Me consta que había personas rezando por mí en muchos países, personas que ni siquiera me conocían”, asegura Lola.

Esa misma tarde, los padres de Lola fueron a la iglesia junto a su casa, donde asisten a Misa diariamente. Le pidieron al párroco, don Leandro, que rezara por su hija. Él, además de comprometerse a hacerlo, les sugirió que al día siguiente Lola recibiera la Unción de los Enfermos.

“Soy bastante dócil, así que decidí ir”, cuenta Lola. Para ella, este sacramento tiene un significado profundo cuando se recibe con el corazón abierto.

En la sacristía, en un momento íntimo con su esposo y el sacerdote, don Leandro comenzó con unas lecturas y luego le pidió que se arrodillara. “Impuso sus manos sobre mi cabeza y, mientras rezaba, sentí que el Señor mismo me ungía. Fue un momento de gracia indescriptible”, recordó. En ese instante, entregada por completo, oró en su interior: “Señor, si tú has sido capaz de curar a paralíticos, a leprosos, has convertido a prostitutas y pecadores… pues si tú quieres, puedes curarme, ¿no?”.

Al terminar, mientras se despedían, su esposo mencionó que habían estado en Italia. De repente, don Leandro pareció recordar algo y les pidió que esperaran. Regresó con un objeto en la mano y les preguntó: “¿Vosotros sabéis quién es Carlo Acutis?”.

Lola y su esposo quedaron en shock. Entonces, el sacerdote les mostró una reliquia de segundo grado: un trozo de tela de la ropa de Carlo Acutis. “Esto te lo dejo hasta que te cures”, les dijo.

María Dolores Rosique antes de entrar al quirófano, sosteniendo la reliquia de Carlo Acutis / Foto: Cortesía de Lola Rosique

En ese momento, Lola sintió que Carlo la acompañaría en su camino. “Pensé: Carlo, tú y yo vamos a hacer un gran equipo’”, recuerda. Desde entonces, pidió la intercesión de todos en oración por su curación.

“Antes de que la gente comenzara a rezar, mi esposo y yo nos sentíamos como si estuviéramos de la mano en un lugar completamente oscuro, sin saber a dónde ir. Pero cuando empezaron a orar por nosotros, fue como si una alfombra de luz se desplegara frente a nosotros, mostrándonos el camino. En ese momento, supe sin ninguna duda que no estaba sola, que no me perdía, que estábamos con Él”, asegura Lola.

En este duro camino, Lola tuvo que someterse a dos cirugías agresivas, recibir quimioterapia y enfrentar dificultades. Sin embargo, dos años después, su realidad es muy diferente. Ahora, con gratitud, puede decir que se encuentra en remisión.

“Carlo es como un hijo más”

El Beato Carlo Acutis ocupa hoy un lugar especial en la vida de Lola. “Carlo es uno más en mi casa. Hablamos de él como si estuviera aquí, como un miembro más de la familia”. Gracias a su testimonio, muchas personas han conocido la historia de este joven beato. “El Señor me ha utilizado como instrumento para que su historia llegue a muchas personas”.

Cuadro del Beato Carlo Acutis. Crédito: Cortesía de Lola Rosique

Lola también custodia la reliquia de segundo grado de Carlo Acutis, aunque no la guarda sólo para ella: “En varias ocasiones, en la oración, Carlo me ha hecho sentir que debía compartirla y no quedarmela”. Por ello, la ha compartido con quienes cree que él mismo ha dispuesto.

“Yo soy como, no sé cómo decirte, una apóstol de Carlo. Voy a transmitir su mensaje, su devoción”, subraya.

Asimismo, destaca el testimonio de amor que dio este joven al mundo: “No hace falta tener 40 años para ir a misa todos los días. Carlo siempre tuvo un amor incondicional a la Eucaristía y aún hoy nos enseña cómo vivir el amor y la caridad hacia los pobres, a quienes tanto ayudó”.

María Dolores Rosique y su familia. Crédito: Cortesía de Lola Rosique 

Un cambio de vida para Lola: una nueva perspectiva de la fe

Uno de los grandes cambios en la vida de Lola, asegura, es que se intensificó su “amor a la Eucaristía”. “Ahora mi vida, la de Pablo y mía,  empieza en Misa a las 7:15 en la Catedral de Murcia, pidiéndole la gracia para llevar el día”.

“He vuelto a trabajar, gracias a Dios, y creo que, a través de mi trabajo, puedo llegar a mucha gente”, afirma. Su misión no es sólo profesional, sino también espiritual: “Puedo transmitir la alegría del Evangelio, aunque sea en pequeñas dosis, a los pacientes y a sus familias”.

Desde su experiencia, ha aprendido una lección clave: “El Señor me ha enseñado que no tenemos por qué controlarlo todo”. Reconoce que antes solía ser una persona “bastante controladora”, pero Dios le mostró que “las cosas más importantes no dependen de mí. Es cuestión de dejarse guiar por Él”.

María Dolores Rosique / Foto: Cortesía de Lola Rosique

“He aprendido a confiar y a descargar en Él mis preocupaciones. ‘Señor, pues Tú sabrás si conviene, si no conviene, si hay que hacer, si no hay que hacer… Confío en Ti’”, continua.

Además de su testimonio personal, Lola ha comenzado una labor evangelizadora con amigas que estaban alejadas de la fe. “Desde hace unos meses, hago algo que llamamos ‘mini-catequesis’. Una vez al mes les doy una pequeña catequesis basada en el Catecismo”, explica.

Para ella, su misión de vida es clara: “Sé que, de momento, el Señor me llama a esto: a compartir mi testimonio, que está ayudando a algunas personas. Donde Él me llame, voy”.

Desde su sanación física, Lola también ha animado a otros a abrir los ojos a la presencia de Dios en medio del sufrimiento: “Presten atención a los pequeños detalles. Vean a la Virgen y al Señor en las personas que los cuidan: en quienes los acompañan, en el sacerdote que les lleva la comunión. Detrás de todos ellos, ahí está el Señor. No nos deja solos”.

“Al final, estamos hechos para algo mucho más grande, y hay veces en que el cielo no puede esperar”, concluye.

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