* «Bienaventurados quienes no están dispuestos a reír mientras alguien llore ni a callar mientras alguien sea explotado. Bienaventurados, en definitiva, quienes siguen a Cristo, quien, siendo de condición divina, se despojó de su rango y se hizo pobre para enriquecernos y murió por nosotros para darnos la vida. Bienaventurados porque, al compartir su vida, compartirán también su resurrección y su gloria»
Domingo VI del tiempo ordinario - C
Jeremías 17, 5-8 / Salmo 1 / 1 Corintios 15, 12.16-20 / San Lucas 6, 17.20-26
P. José María Prats / Camino Católico.- Este pasaje de las bienaventuranzas según San Lucas es un texto importante de la Sagrada Escritura que deberíamos tener muy presente.
La primera lectura nos da la clave de su interpretación: «Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor ... Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza».
Ésta es la gran tentación en este mundo: intentar construir con estrategias humanas nuestro pequeño cielo aquí en la tierra protegiéndolo con las murallas del poder y las riquezas. Construir un cielo privado y exclusivo donde poder saciar nuestras necesidades, deseos y vanidades; un cielo donde nos parece que lo tendremos todo pero donde, en realidad, no tendremos nada, porque nos faltará lo esencial: Dios y el amor.
Ay, por lo tanto, de los ricos, de los que están saciados, de los que ríen y de los que son admirados; ay de aquellos que han levantado a su alrededor una muralla que los separa de los pobres, de los hambrientos, de los que lloran, de los que son perseguidos y explotados. Ay de ellos porque, encerrados en su egoísmo, han desterrado de sus vidas al autor de la vida. Ay porque cuando suene la trompeta que nos llama a juicio, sus murallas construidas sobre la injusticia, el poder y las riquezas, se derrumbarán como las murallas de Jericó y entonces se verán pobres, desnudos e indefensos; y allí será el llanto y el rechinar de dientes.
Bienaventurados, en cambio, los que han crucificado su egoísmo y, demoliendo las murallas que los separan de sus hermanos, han hecho del Señor su muralla y su tesoro. Bienaventurados quienes no están dispuestos a reír mientras alguien llore ni a callar mientras alguien sea explotado. Bienaventurados, en definitiva, quienes siguen a Cristo, quien, siendo de condición divina, se despojó de su rango y se hizo pobre para enriquecernos y murió por nosotros para darnos la vida. Bienaventurados porque, al compartir su vida, compartirán también su resurrección y su gloria.
P. José María Prats
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús bajó de la montaña y se detuvo con sus discípulos en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón. Y Él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas.
»Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto. ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas».
San Lucas 6, 17.20-26
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