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domingo, 27 de abril de 2008

María, Madre de la Iglesia, testimonio de amor / Autor: Cardenal Lluís Martínez Sistach

SOLEMNIDAD DE NUESTA SEÑORA DE MONTSERRAT
Homilía del Dr. Lluís Martínez Sistach, Cardenal Arzobispo de Barcelona
27 de abril de 2008

La celebración de la Solemnidad de Nuestra Señora de Montserrat, Patrona de
Cataluña, nos hace pensar en nuestro país y nos hace rogar por Cataluña. Esta
solemnidad nos mueve a preguntarnos qué tiene que hacer hoy la Iglesia en Cataluña, bien conscientes del servicio inapreciable que ha ido haciendo desde los inicios de
nuestra nación.


La Iglesia está inmersa y vive en medio de nuestro pueblo. Somos un pueblo que
viene de lejos. Más de mil años de historia vivida constituyen un largo camino para un
país. Cataluña es un pueblo que hace más de mil años que camina por los senderos
de la historia; somos un pueblo que vive y por eso somos un pueblo cambiante. Pero
también permanente. La permanencia voluntaria en el mantenimiento de nuestras
esencias no configuran nuestra identidad como excluyente. Todo lo contrario. Una de
las constantes de nuestra historia consiste en el espíritu de acogida, de integración y
de asimilación de todo aquello que puede ayudarnos a ser lo que tenemos que ser y a
demostrar que estamos abiertos al mundo. Hemos sido y tenemos que ser siempre
aquella "tierra bendecida y poblada de lealtad", según una bella expresión del rey
Ceremonioso: tierra señora y ama, hermana de las otras tierras.

Y esta tierra bendecida y leal, nació cristiana y católica. La historia de Cataluña está
llena de las huellas que los cristianos han dejado, viviendo su fe y arraigándola en el
terruño de la patria. La savia cristiana llenó de vida el árbol tierno de la Cataluña
naciente, contribuyó a ennoblecer su tronco y no ha dejado nunca correr por sus fibras y hacer copioso el árbol de la patria común. "El nacimiento, la historia y la cultura de Cataluña están intensamente empapados de cristianismo", se dice en el documento episcopal "Raíces cristianas de Cataluña".

La palabra de Dios que hemos escuchado señala los contenidos principales de lo que tiene que ofrecer la Iglesia si quiere realizar un buen servicio a nuestro país. Son los
elementos nucleares de la vida cristiana y que tienen que hacer realidad todos los
cristianos: el anuncio bien claro y auténtico del Evangelio, la celebración de la fe y el
testimonio del amor. Por su parte, María, Madre de la Iglesia, vivió intensamente este
contenido nuclear. Ella fue decididamente a la montaña para ayudar a Isabel, que
esperaba un hijo, y estuvo en casa de Zacarías tres meses. María, tabernáculo virginal
del Hijo de Dios, con su presencia amorosa hizo bien presente en aquel hogar al
Señor y Salvador, llenando a todos de gozo y de entusiasmo. Y María con los
Apóstoles, después de la resurrección de Jesús, unánimemente asistían sin falta a las
horas de plegaria esperando la venida del Espíritu Santo en aquel primer Pentecostés.

Los cristianos llevamos el tesoro maravilloso de la fe en vasijas de barro (2 Cor 4, 7).
Es un tesoro muy necesario para los hombres y las mujeres de nuestra sociedad
catalana, como lo es para toda la humanidad. Jesús, el Señor, está presente en sus
seguidores y da sentido pleno a sus vidas, ofreciendo lo que todo el mundo busca con
el fin de ser felices. Isabel, llena del Espíritu Santo, acogiendo la visita de María y de
Jesús en sus entrañas virginales, proclamó la felicidad que su prima tenía porque
había creído. Es la felicidad de la fe. Es la alegría que da la presencia amorosa del
Señor y que llena el corazón humano y lo hace plenamente feliz porque el Señor
cumplirá todas sus promesas de amor, de perdón, de consuelo y de salvación.

Hoy es absolutamente necesario y muy urgente el anuncio del mensaje de Jesús. Hoy
las comunidades cristianas, toda la Iglesia en nuestro país, tiene que ser
evangelizadora y misionera. Nos hace falta asumir plenamente que nuestra situación,
en este comienzo del siglo XXI, es de misión, y asumirlo jubilosamente.

La Iglesia tiene que anunciar a Jesús. Pero en el anuncio de su mensaje, la Iglesia no
puede pretender imponer a los otros la propia verdad. El relieve social y público de la
fe cristiana tiene que evitar una pretensión de hegemonía cultural que se daría si no se
reconoce que la verdad se propone pero no se impone. Sin embargo eso no significa
que la Iglesia no tenga que ofrecer la verdad a la sociedad, en la totalidad de lo que
significa el anuncio del Evangelio. Se trata de una propuesta que apela al valor
trascendente de la persona y salva la sociedad del riesgo de un pensamiento único,
que todo lo aplana y uniformiza.

La fe cristiana no es algo meramente intelectual. Es también el principio inspirador de
una manera de vivir y de actuar. La manera de estar en la sociedad propia del
cristiano, ha de comportar también una manera de actuar, inspirada por su fe,
ordenada a influir en la sociedad para una mejor configuración de la convivencia,
coherente con los valores humanos y cristianos.
Hoy por todo nuestro occidente europeo es necesario el testimonio de la Iglesia y de
los cristianos, porque se participa de una cultura que va generando un nuevo estilo de
vida "como si Dios no existiera". En esta línea, la ética se sitúa en el ámbito del
relativismo y utilitarismo, excluyendo cualquier principio moral que sea válido y
vinculante por sí mismo. Este tipo de cultura significa un corte radical y profundo no
sólo con el cristianismo, sino también con las tradiciones religiosas y morales de la
humanidad.

En medio de este estilo de vida "como si Dios no existiera", haría falta que quien no ha
encontrado a Dios en su existencia personal, lo buscara y dirigiera su vida "como si
Dios existiera". Éste es el consejo que ya daba Pascal a sus amigos no creyentes y,
como afirma Benedicto XVI, "es el consejo que damos también hoy a los amigos que
no creen. Así nadie queda limitado en su libertad" (Cf. La Europa de Benedicto en la
crisis de la cultura).

Es necesario ofrecer a la sociedad catalana toda la riqueza del humanismo cristiano,
capaz de interesar a muchísimas personas - especialmente a los jóvenes - y de querer
vivirlo con alegría y coraje. El Papa Benedicto XVI, en una entrevista a las televisiones
alemanas, dijo que "el cristianismo no es un cúmulo de prohibiciones sino una opción
positiva". La presentación del mensaje de Jesús y de su persona con toda claridad y
fidelidad es la tarea prioritaria de la Iglesia en nuestra sociedad. La Iglesia, que tiene
una visión positiva de la vida humana y de las personas, tiene que presentar con
convicción el mensaje del evangelio. Tenemos el peligro hoy de limitarnos - o de dar la
sensación que nos limitamos - a denunciar aunque sea con un espíritu de
colaboración, los contenidos sociales y legales que no responden a los auténticos
principios antropológicos, éticos y morales.

La Iglesia tiene que priorizar la evangelización de las personas. Tenemos que orientar
el trabajo eclesial en nuestro país hacia la formación auténtica y sólida de los
cristianos a fin de que vivan su vida cristiana con fidelidad a la Iglesia y con
generosidad y manifiesten con el testimonio de su propia vida y con palabras su fe en
medio de la sociedad sea cuál sea la realidad cultural, social y política. Hoy
especialmente necesitamos cristianos plenamente convencidos de que conozcan a
fondo los contenidos de la fe y que estén siempre a punto para dar respuesta de su
esperanza, como pide el apóstol Pedro.

Este trabajo en la formación de auténticos cristianos contribuirá, también, a un
fortalecimiento espiritual de la sociedad ya que con su vida, su testimonio y su
actividad harán que la sociedad se configure más de acuerdo con sus raíces
cristianas, las instituciones estén más empapadas de valores evangélicos y el
ordenamiento jurídico se adecue más y más a los principios y valores del humanismo
cristiano.

La presencia de los cristianos en Cataluña se inserta sin el relieve quizás de otras
épocas en medio de la pluralidad de propuestas y opciones de nuestra sociedad
actual. Pensemos, sin embargo, que este momento histórico - lejos de cualquier
añoranza - nos ayuda providencialmente a centrarnos en la fuerza de Jesucristo
resucitado y en la misión que él nos tiene confiada al servicio de los hermanos. Nos lo
recuerda el tiempo pascual que estamos vivimos, y también Juan en su primera carta:
"Lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el vence al
mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios"?. Y el apóstol Pablo nos ha
dicho hoy que "nosotros desde el principio tenemos puesta en Cristo nuestra
esperanza".

El Evangelio es la fuente que puede calmar la sed espiritual de la sociedad catalana, a
veces triste y resignada, a menudo escéptica ante su futuro, que tiene la tentación de
replegarse sobre ella misma. En medio de nuestra sociedad pluralista, tenemos que
intensificar el diálogo ecuménico e interreligioso para prestar un apreciable servicio a
la espiritualidad de la sociedad, y a la paz en el mundo, como se está trabajando en la
archidiócesis y recientemente en este monasterio con un encuentro interreligioso.
Celebremos la Eucaristía en este cenáculo en la cima de nuestro Sinaí, como los
Apóstoles y María se reunieron con actitud de plegaria en aquel primer tiempo pascual
de la historia de la salvación y que hoy hemos escuchado en la primera lectura.
Esperemos, también, con alegría Pentecostés, pidiendo al Espíritu Santo que vaya
manifestando a la Iglesia que peregrina en Cataluña su misión que tiene que realizar
con generosidad y fidelidad en medio de la sociedad catalana.

viernes, 11 de abril de 2008

Religiones por la paz: Personalidades civiles y religiosas firman la ‘Declaración de Montserrat’

El abad de Montserrat, Mayor Zaragoza y Jatami

Instan a la comunidad internacional a unir esfuerzos ante las amenazas aI la Humanidad y a no relacionar religión y violencia

“La información engañosa sobre el origen de los conflictos reclama un análisis inequívoco sobre la relación entre los sentimientos religiosos y la violencia, para avanzar hacia la construcción de paz". Así comienza la Declaración de Montserrat, un documento firmado el pasado 10 de abril por un grupo heterogéneo de importantes personalidades internacionales civiles y religiosas en el monasterio de Montserrat.

Con la firma de este texto, los asistentes al encuentro, promovido y organizado por la
Fundación Cultura de Paz, quieren transmitir la idea de que las religiones no deberían ser nunca más origen de confrontación, y sí de conciliación.

Los firmantes reclaman la implicación de la sociedad civil para exigir a las autoridades que emprendan acciones. También quieren implicar a los gobiernos, organizaciones internacionales y líderes políticos y religiosos para que refuercen su papel como actores de la paz y la comprensión mutua.

Convocados por la Fundación Cultura de Paz, presidida por Federico Mayor Zaragoza, y acogidos por la Abadía de Montserrat y el abad Josep M. Soler, como anfitrión, entre los firmantes de la Declaración de Montserrat, además de los propios Federico Mayor y Josep M. Soler, destacan el obispo de Urgell y copríncipe de Andorra, Joan Enric Vives; Mohammed Jatami, presidente de la Foundation for Dialogue among Civilizations y ex presidente de la República de Irán; Aram I, Katholikós de Cilícia de la Iglesia Armenia Ortodoxa y presidente del Consejo de Iglesias de Oriente Medio; Abdulaziz O. Altwaijri, director general de la ISESCO; el rabino René-Samuel Sirat; Mar O. Oraham, de la Iglesia Asiria del Este; Kjell M. Bondevik, presidente del Oslo Centre for Peace and Human Rights i ex primer ministro de Noruega; Candido Mendes, secretario general de la Academia de la Latinidad, y William F. Vendley, secretario general de la Conferencia Mundial de Religiones para la Paz.

Texto íntegro de la Declaración de Montserrat

La información engañosa sobre el origen de los conflictos reclama un análisis inequívoco sobre la relación entre los sentimientos religiosos y la violencia, para avanzar hacia la construcción de paz mediante la prevención y la resolución pacífica. Si no analizamos y damos a conocer de un modo esmerado esta relación, algunos medios de comunicación y muchas personas de cualquier parte del mundo continuarán pensando y percibiendo que la religión es, a menudo, la que alimenta la violencia.

En 1994, en Barcelona, tuvo lugar una importante reunión entre los representantes de diferentes creencias y organizaciones religiosas (1), en la cual los participantes llegaron a la conclusión unánime de que las religiones, basadas en valores compartidos como la fraternidad, la solidaridad humana y el amor, no deberán ser nunca jamás origen de confrontación sino de conciliación.

Los conflictos dramáticos e inacabables de Oriente Próximo, como también los acontecimientos trágicos que han tenido lugar recientemente en otros lugares del mundo, requieren soluciones desde la toma de conciencia, del compromiso y de la implicación de la sociedad civil, que debe exigir a las autoridades que emprendan acciones y adopten medidas políticas.

Tal y como establecen el Informe de la Alianza de Civilizaciones y otros documentos, debemos intensificar nuestros esfuerzos para reducir las diferencias entre religiones y culturas mediante el diálogo y actuaciones concretas. Debemos superar las ideas falsas, los estereotipos, el lenguaje tendencioso y los conceptos que difunden los medios de comunicación y a menudo reproducen los líderes irresponsables. Debemos rebatir las actitudes que propagan la idea de un vínculo entre religión y violencia, extremismo e incluso terrorismo.

En este contexto, es urgente la necesidad de promover acciones que puedan contrarrestar la situación y las tendencias actuales, basadas en la fuerza y en la imposición. Debemos fomentar comportamientos y actitudes orientados a la acción y debemos dar a conocer el verdadero origen de los conflictos, incluyendo, si procede, las religiones y las ideologías. Hemos de ofrecer posibles soluciones para construir la paz e implantarla en la mentalidad de las personas, especialmente en los actores políticos y sociales y en los medios de comunicación.

Por lo tanto, reunidos en la edificante montaña y abadía de Montserrat, y dentro del marco del 60º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, reconfirmamos nuestra adhesión plena a los principios ratificados en la Declaración, como también en otros documentos (2) y acuerdos internacionales, que garantizan el derecho y el pleno respeto a la libertad de religión y otras creencias, y promueven el diálogo y la interacción con personas de otras afinidades e identidades, sean creyentes o no. En este sentido, parece esencial un encuentro y una puesta en común rápidos y eficaces entre los representantes de las religiones y las autoridades nacionales e internacionales, sobre todo para identificar los valores comunes y aprender a vivir con nuestras diferencias.

Destacamos la importancia que tienen hoy las identidades, las cuales, dejando aparte los extremismos, constituyen la base más poderosa para crear un modelo efectivo de coexistencia internacional. Estamos convencidos que es necesario construir una cultura de diálogo, alianza, no violencia y paz, y expresamos en voz alta nuestro apoyo convencido a todos los que dedican esfuerzos a este proyecto.

Invitamos a todos los líderes religiosos, a todos los niveles, desde la jerarquía más alta hasta la base popular, a reforzar y ejercer su papel crucial como actores de la paz y la comprensión mutua.

Invitamos a la sociedad civil y a los actores institucionales a trabajar en estrecha colaboración, diligente e incansablemente, con resolución e imaginación, para lograr los Objetivos del Milenio e ir más allá, y de este modo, acelerar la transición de la fuerza hacia la palabra, de la violencia hacia la armonía intercultural e interreligiosa, del enfrentamiento a la alianza, de una economía de guerra a una economía de desarrollo global, de una cultura de guerra a una cultura de paz basada en la justicia.

Realizamos un llamamiento especial a las comunidades educativa, académica, científica y artística, así como a las asociaciones intelectuales, grupos de expertos y medios de comunicación. Por su naturaleza misma, deberían convertirse en los principales paladines de la enseñanza y el aprendizaje de los derechos humanos, la tolerancia, los valores y un mejor equilibrio entre géneros.

Invitamos a los líderes políticos, a los Gobiernos y a las organizaciones internacionales –especialmente mediante una reforma exhaustiva del sistema de Naciones Unidas– a unir sus esfuerzos, guiados por “principios democráticos”, para hacer frente a las dificultades que amenazan a la Humanidad. Estamos convencidos de que, si los seres humanos lo desean, pueden transformar el mundo. Tal y como reconocen todas las religiones, no hay nada que esté fuera del alcance de la capacidad creativa del ser humano para distinguir.


(1) Declaración de Barcelona 1994: Declaración sobre el papel de la religión en la promoción de una cultura de paz, UNESCO.
www.unesco.org/cpp/uk/declarations/religion.pdf

(2) Informe del Grupo de Alto Nivel de Naciones Unidas para la Alianza de Civilizaciones:
www.unaoc.org; Proceso de diálogo entre civilizaciones: www.unesco.org/dialogue, Fomento del diálogo interreligioso e intercultural, comprensión y cooperación para la paz. Resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas A/RES/61/221, www.un.org/ga/61/

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Artículos relacionados:

Las religiones en la construcción de la paz: Encuentro internacional en Montserrat

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Fuente: Forum Libertas