El día de tu nacimiento, cuando sólo sabías llorar, recibiste mil besos y caricias, pero también un libro con las hojas en blanco, sin estrenar: el libro de tu vida. Desde aquel instante comenzaste a escribir la historia de tu vida. Ya llevas varias páginas. ¿Qué has escrito hasta ahora?
A veces escribimos y escribimos y nunca hojeamos las páginas escritas.
Toma el libro de tu vida y repásalo durante unos minutos. Tal vez encuentres capítulos o páginas que te gustaría besar, algunas escenas te harán llorar, y al abrir alguna página amarilla o reciente, te entrarán ganas de arrancarla. Se ve negra o con salpicaduras de tinta. Pero Pilato te diría: "Lo escrito, amigo, escrito está".
Tú lo has escrito con tu puño y letra. No con la tinta de un bolígrafo o de una pluma, sino con la tinta de tu libertad. "Tú mismo has forjado tu propia aventura", decía el manco de Lepanto. "Porque veo al final de mi duro camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino", sentencia Amado Nervo, para quien prefiere la metáfora del arquitecto.
No arranques esas páginas de cuajo, déjaselas a Dios para que perdone tus garabatos y sigue escribiendo tu historia junto a Él.
¿Por qué no almacenar el libro de tu vida entre los "Best Seller" del cielo? Aprovecha tu tinta porque tarde o temprano se te va a acabar y no se venden recambios ni en los quioscos ni en las librerías. La vida es una y se vive una sola vez. La muerte cerrará tu libro. Y el día del juicio te pedirán tu libro, y Dios mismo lo leerá o lo pasará en vídeo, como las aventuras de Graham Greene o Charles Dickens.
Todos somos arquitectos y novelistas, así que, amigo, borrón y cuenta nueva. Comienza cuanto antes tu "Best Seller".
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Fuente: Catholic.net
martes, 1 de enero de 2008
Año nuevo, vida vieja / Autor: Fernando Pascual, LC
Para algunos el inicio de un nuevo año, de un nuevo número que caracterice el final de todas las fechas y documentos, puede significar que todo empieza, que se hizo “borrón y cuenta nueva”.
En realidad, no existe tal borrón. Iniciamos el nuevo año con las deudas pendientes, con la gripe crónica, con los problemas familiares, con la psicología que nos oprime... Una serie de parámetros permanecen ahí, impertérritos, y nos recuerdan, con nuestro nombre y apellido inmutables, que algo (o mucho) continúa, que recogemos el pasado y con él iniciamos la navegación incierta, y normalmente llena de esperanzas, del año nuevo.
En momentos especiales como estos, conviene no tirarlo todo por la ventana. Pero tampoco es oportuno sentirnos atrapados por el pasado, condicionados por lo que ha ocurrido. Mucha literatura psicológica nos ha ido “condicionando” hasta el punto de creer que muchos de nuestros actos, incluso aquellos que creíamos más libres, más creativos, no serían sino consecuencia de la acción que el “inconsciente” sigue ejerciendo sobre nosotros, como un dueño y señor misterioso y tremendo de nuestro destino, por más que no nos demos cuenta de su poderío.
Esta tentación del determinismo psicológico es mucho más vieja de lo que creemos. Basta con leer algunas tragedias griegas, escritas hace más de 2400 años, para comprender que también otros pueblos y culturas han creído en fuerzas ciegas que guían fatalmente los destinos humanos. El caso paradigmático de Edipo, destinado a matar a su padre para casarse con su madre, podría hacernos pensar que incluso quien desea huir de las cadenas de la “predestinación”, no puede sino caer en ellas. No es extraño que el padre del psicoanálisis, Freud, haya usado nombres de personajes griegos, como el del mismo Edipo o el de Electra, para ilustrar sus doctrinas psicoanalíticas.
Frente a los que creen tener un folio en blanco cada año, y a los que creen que ya está todo escrito y fijado en nuestra psicología (o en el horóscopo, que viene a ser lo mismo), hemos de contraponer una visión más serena y equilibrada del ser humano, una visión que deje su lugar a la historia sin negarle su puesto a la fantasía y creatividad.
El pasado, sí, nos condiciona, pero no nos esclaviza. Como decía Viktor Frankl, un agudo crítico de Freud, los determinismos y condicionamientos no sólo no eliminan la libertad, sino que son como la gravedad que nos permite caminar (libremente) por la vida. Una visión realista debe hacernos comprender que hay que asumir con responsabilidad lo que somos y tenemos, las carencias y las cualidades, los fracasos y los éxitos anteriores, los cariños y los rencores, para, desde ahí, sin cerrar los ojos, preguntarnos con sencillez: ¿a dónde quiero llegar en este año que empieza? ¿Qué deberes he heredado del pasado? ¿Qué expectativas me rodean y orientan mis respuestas para el futuro?
Un año nuevo inicia en pañales. Lo cogemos con el temor de quien toma entre sus manos a un recién nacido. Pero lo cogemos desde las canas, las arrugas y las cicatrices que nos han dejado los muchos o pocos años que hemos transcurrido en este planeta. Quizá cuando empiece el próximo año nuevo, y volvamos los ojos a lo que fue el anterior, podamos respirar, con orgullo, al ver que algo ha mejorado, que el amor ha crecido, que la justicia ha sido más completa, que los rencores han empezado a ceder el paso a la generosidad del perdón. Quizá, Dios no lo quiera, tengamos que ocultar el rostro ante un año perdido por cobardías y perezas que ahogaron nuestros mejores propósitos.
Cuando el calendario tiene números bajos en el mes de enero (el mes primero, el mes más tierno), podemos trazar planes atrevidos, hacer propuestas de superación y de conquista. Lo haremos desde lo que somos y tenemos, para ir más lejos: para crecer en la virtud y las riquezas del espíritu, para hacer un poco más felices a quienes viven a nuestro lado.
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Fuente: GAMA - Virtudes y valores
En realidad, no existe tal borrón. Iniciamos el nuevo año con las deudas pendientes, con la gripe crónica, con los problemas familiares, con la psicología que nos oprime... Una serie de parámetros permanecen ahí, impertérritos, y nos recuerdan, con nuestro nombre y apellido inmutables, que algo (o mucho) continúa, que recogemos el pasado y con él iniciamos la navegación incierta, y normalmente llena de esperanzas, del año nuevo.
En momentos especiales como estos, conviene no tirarlo todo por la ventana. Pero tampoco es oportuno sentirnos atrapados por el pasado, condicionados por lo que ha ocurrido. Mucha literatura psicológica nos ha ido “condicionando” hasta el punto de creer que muchos de nuestros actos, incluso aquellos que creíamos más libres, más creativos, no serían sino consecuencia de la acción que el “inconsciente” sigue ejerciendo sobre nosotros, como un dueño y señor misterioso y tremendo de nuestro destino, por más que no nos demos cuenta de su poderío.
Esta tentación del determinismo psicológico es mucho más vieja de lo que creemos. Basta con leer algunas tragedias griegas, escritas hace más de 2400 años, para comprender que también otros pueblos y culturas han creído en fuerzas ciegas que guían fatalmente los destinos humanos. El caso paradigmático de Edipo, destinado a matar a su padre para casarse con su madre, podría hacernos pensar que incluso quien desea huir de las cadenas de la “predestinación”, no puede sino caer en ellas. No es extraño que el padre del psicoanálisis, Freud, haya usado nombres de personajes griegos, como el del mismo Edipo o el de Electra, para ilustrar sus doctrinas psicoanalíticas.
Frente a los que creen tener un folio en blanco cada año, y a los que creen que ya está todo escrito y fijado en nuestra psicología (o en el horóscopo, que viene a ser lo mismo), hemos de contraponer una visión más serena y equilibrada del ser humano, una visión que deje su lugar a la historia sin negarle su puesto a la fantasía y creatividad.
El pasado, sí, nos condiciona, pero no nos esclaviza. Como decía Viktor Frankl, un agudo crítico de Freud, los determinismos y condicionamientos no sólo no eliminan la libertad, sino que son como la gravedad que nos permite caminar (libremente) por la vida. Una visión realista debe hacernos comprender que hay que asumir con responsabilidad lo que somos y tenemos, las carencias y las cualidades, los fracasos y los éxitos anteriores, los cariños y los rencores, para, desde ahí, sin cerrar los ojos, preguntarnos con sencillez: ¿a dónde quiero llegar en este año que empieza? ¿Qué deberes he heredado del pasado? ¿Qué expectativas me rodean y orientan mis respuestas para el futuro?
Un año nuevo inicia en pañales. Lo cogemos con el temor de quien toma entre sus manos a un recién nacido. Pero lo cogemos desde las canas, las arrugas y las cicatrices que nos han dejado los muchos o pocos años que hemos transcurrido en este planeta. Quizá cuando empiece el próximo año nuevo, y volvamos los ojos a lo que fue el anterior, podamos respirar, con orgullo, al ver que algo ha mejorado, que el amor ha crecido, que la justicia ha sido más completa, que los rencores han empezado a ceder el paso a la generosidad del perdón. Quizá, Dios no lo quiera, tengamos que ocultar el rostro ante un año perdido por cobardías y perezas que ahogaron nuestros mejores propósitos.
Cuando el calendario tiene números bajos en el mes de enero (el mes primero, el mes más tierno), podemos trazar planes atrevidos, hacer propuestas de superación y de conquista. Lo haremos desde lo que somos y tenemos, para ir más lejos: para crecer en la virtud y las riquezas del espíritu, para hacer un poco más felices a quienes viven a nuestro lado.
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Fuente: GAMA - Virtudes y valores
La Vida en el Espíritu, la opción de vivir con la libertad de los hijos de Dios (Rm 8; Ga 4-5) / Autor: Hº Jaime Ruiz Castro CM
1. El Espíritu Santo «es Señor y da la vida». Con estas palabras del símbolo niceno-constantinopolitano la Iglesia sigue profesando la fe en el Espíritu Santo, al que san Pablo proclama como «Espíritu que da la vida» (Rm 8, 2).
En la historia de la salvación la vida se presenta siempre vinculada al Espíritu de Dios. Desde la mañana de la creación, gracias al soplo divino, casi un «aliento de vida», «el hombre resultó un ser viviente» (Gn 2, 7). En la historia del pueblo elegido, el Espíritu del Señor interviene repetidamente para salvar a Israel y guiarlo mediante los patriarcas, los jueces, los reyes y los profetas. Ezequiel representa eficazmente la situación del pueblo humillado por la experiencia del exilio como un inmenso valle lleno de huesos a los que Dios comunica nueva vida (cf. Ez 37, 1-14): «y el Espíritu entró en ellos; revivieron y se pusieron en pie» (Ez 37, 10).
Sobre todo en la historia de Jesús el Espíritu Santo despliega su poder vivificante: el fruto del seno de María viene a la vida «por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18 cf. Lc 1, 35). Toda la misión de Jesús está animada y dirigida por el Espíritu Santo, de modo especial, la resurrección lleva el sello del «Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos» (Rm 8, 11).
2. El Espíritu Santo, al igual que el Padre y el Hijo, es el protagonista del «evangelio de la vida» que la Iglesia anuncia y testimonia incesantemente en el mundo.
En efecto, el evangelio de la vida no es una simple reflexión sobre la vida humana, y tampoco es sólo un mandamiento dirigido a la conciencia; se trata de «una realidad concreta y personal, porque consiste en el anuncio de la persona misma de Jesús», que se presenta como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Y, dirigiéndose a Marta, hermana de Lázaro, reafirma: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11, 25).
3. «El que me siga —proclama también Jesús— (...) tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12). La vida que Jesucristo nos da es agua viva que sacia el anhelo más profundo del hombre y lo introduce, como hijo, en la plena comunión con Dios. Esta agua viva, que da la vida, es el Espíritu Santo.
En la conversación con la samaritana Jesús anuncia ese don divino: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva. (...) Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4, 10-14). Luego, con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos, al anunciar su muerte y su resurrección, Jesús exclama, también a voz en grito, como para que lo escuchen los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí. Como dice la Escritura: "De su seno correrán ríos de agua viva". Esto lo decía —advierte el evangelista Juan— refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (Jn 7, 37-39).
Jesús, al obtenernos el don del Espíritu con el sacrificio de su vida, cumple la misión recibida del Padre: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). El Espíritu Santo renueva nuestro corazón (cf. Ez 36, 25-27; Jr 31, 31-34), conformándolo al de Cristo. Así, el cristiano puede «comprender y llevar a cabo el sentido más verdadero y profundo de la vida: ser un don que se realiza al darse». Ésta es la ley nueva, «la ley del Espíritu, que da la vida en Cristo Jesús» (Rm 8, 2). Su expresión fundamental, a imitación del Señor que da la vida por sus amigos (cf. Jn 15, 13), es la entrega de sí mismo por amor: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (1 Jn 3, 14).
4. La vida del cristiano que, mediante la fe y los sacramentos, está íntimamente unido a Jesucristo es una «vida en el Espíritu». En efecto, el Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones (cf. Ga 4, 6), se transforma en nosotros y para nosotros en «fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4, 14).
Así pues, es preciso dejarse guiar dócilmente por el Espíritu de Dios para llegar a ser cada vez más plenamente lo que ya somos por gracia: hijos de Dios en Cristo (cf. Rm 8, 14-16). «Si vivimos según el Espíritu —nos exhorta san Pablo—, obremos también según el Espíritu» (Ga 5, 25).
En este principio se funda la espiritualidad cristiana, que consiste en acoger toda la vida que el Espíritu nos da. Esta concepción de la espiritualidad nos protege de los equívocos que a veces ofuscan su perfil genuino.
La espiritualidad cristiana no consiste en un esfuerzo de autoperfeccionamiento, como si el hombre con sus fuerzas pudiera promover el crecimiento integral de su persona y conseguir la salvación. El corazón del hombre, herido por el pecado, es sanado por la gracia del Espíritu Santo; y el hombre sólo puede vivir como verdadero hijo de Dios si está sostenido por esa gracia.
La espiritualidad cristiana no consiste tampoco en llegar a ser casi «inmateriales», desencarnados, sin asumir un compromiso responsable en la historia. En efecto, la presencia del Espíritu Santo en nosotros, lejos de llevarnos a una «evasión» alienante, penetra y moviliza todo nuestro ser: inteligencia, voluntad, afectividad, corporeidad, para que nuestro «hombre nuevo» (Ef 4, 24) impregne el espacio y el tiempo de la novedad evangélica.
5. En el umbral del tercer milenio, la Iglesia se dispone a acoger el don siempre nuevo del Espíritu que da la vida, que brota del costado traspasado de Jesucristo, para anunciar a todos con íntima alegría el evangelio de la vida.
Supliquemos al Espíritu Santo que haga que la Iglesia de nuestro tiempo sea un eco fiel de las palabras de los Apóstoles: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, —pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó— lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1, 1-3).
En la historia de la salvación la vida se presenta siempre vinculada al Espíritu de Dios. Desde la mañana de la creación, gracias al soplo divino, casi un «aliento de vida», «el hombre resultó un ser viviente» (Gn 2, 7). En la historia del pueblo elegido, el Espíritu del Señor interviene repetidamente para salvar a Israel y guiarlo mediante los patriarcas, los jueces, los reyes y los profetas. Ezequiel representa eficazmente la situación del pueblo humillado por la experiencia del exilio como un inmenso valle lleno de huesos a los que Dios comunica nueva vida (cf. Ez 37, 1-14): «y el Espíritu entró en ellos; revivieron y se pusieron en pie» (Ez 37, 10).
Sobre todo en la historia de Jesús el Espíritu Santo despliega su poder vivificante: el fruto del seno de María viene a la vida «por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18 cf. Lc 1, 35). Toda la misión de Jesús está animada y dirigida por el Espíritu Santo, de modo especial, la resurrección lleva el sello del «Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos» (Rm 8, 11).
2. El Espíritu Santo, al igual que el Padre y el Hijo, es el protagonista del «evangelio de la vida» que la Iglesia anuncia y testimonia incesantemente en el mundo.
En efecto, el evangelio de la vida no es una simple reflexión sobre la vida humana, y tampoco es sólo un mandamiento dirigido a la conciencia; se trata de «una realidad concreta y personal, porque consiste en el anuncio de la persona misma de Jesús», que se presenta como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Y, dirigiéndose a Marta, hermana de Lázaro, reafirma: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11, 25).
3. «El que me siga —proclama también Jesús— (...) tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12). La vida que Jesucristo nos da es agua viva que sacia el anhelo más profundo del hombre y lo introduce, como hijo, en la plena comunión con Dios. Esta agua viva, que da la vida, es el Espíritu Santo.
En la conversación con la samaritana Jesús anuncia ese don divino: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva. (...) Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4, 10-14). Luego, con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos, al anunciar su muerte y su resurrección, Jesús exclama, también a voz en grito, como para que lo escuchen los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos: «Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí. Como dice la Escritura: "De su seno correrán ríos de agua viva". Esto lo decía —advierte el evangelista Juan— refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (Jn 7, 37-39).
Jesús, al obtenernos el don del Espíritu con el sacrificio de su vida, cumple la misión recibida del Padre: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). El Espíritu Santo renueva nuestro corazón (cf. Ez 36, 25-27; Jr 31, 31-34), conformándolo al de Cristo. Así, el cristiano puede «comprender y llevar a cabo el sentido más verdadero y profundo de la vida: ser un don que se realiza al darse». Ésta es la ley nueva, «la ley del Espíritu, que da la vida en Cristo Jesús» (Rm 8, 2). Su expresión fundamental, a imitación del Señor que da la vida por sus amigos (cf. Jn 15, 13), es la entrega de sí mismo por amor: «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos» (1 Jn 3, 14).
4. La vida del cristiano que, mediante la fe y los sacramentos, está íntimamente unido a Jesucristo es una «vida en el Espíritu». En efecto, el Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones (cf. Ga 4, 6), se transforma en nosotros y para nosotros en «fuente de agua que brota para la vida eterna» (Jn 4, 14).
Así pues, es preciso dejarse guiar dócilmente por el Espíritu de Dios para llegar a ser cada vez más plenamente lo que ya somos por gracia: hijos de Dios en Cristo (cf. Rm 8, 14-16). «Si vivimos según el Espíritu —nos exhorta san Pablo—, obremos también según el Espíritu» (Ga 5, 25).
En este principio se funda la espiritualidad cristiana, que consiste en acoger toda la vida que el Espíritu nos da. Esta concepción de la espiritualidad nos protege de los equívocos que a veces ofuscan su perfil genuino.
La espiritualidad cristiana no consiste en un esfuerzo de autoperfeccionamiento, como si el hombre con sus fuerzas pudiera promover el crecimiento integral de su persona y conseguir la salvación. El corazón del hombre, herido por el pecado, es sanado por la gracia del Espíritu Santo; y el hombre sólo puede vivir como verdadero hijo de Dios si está sostenido por esa gracia.
La espiritualidad cristiana no consiste tampoco en llegar a ser casi «inmateriales», desencarnados, sin asumir un compromiso responsable en la historia. En efecto, la presencia del Espíritu Santo en nosotros, lejos de llevarnos a una «evasión» alienante, penetra y moviliza todo nuestro ser: inteligencia, voluntad, afectividad, corporeidad, para que nuestro «hombre nuevo» (Ef 4, 24) impregne el espacio y el tiempo de la novedad evangélica.
5. En el umbral del tercer milenio, la Iglesia se dispone a acoger el don siempre nuevo del Espíritu que da la vida, que brota del costado traspasado de Jesucristo, para anunciar a todos con íntima alegría el evangelio de la vida.
Supliquemos al Espíritu Santo que haga que la Iglesia de nuestro tiempo sea un eco fiel de las palabras de los Apóstoles: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, —pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó— lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1, 1-3).
Homilía del Papa en el «Te Deum» de final de 2007 / Autor: Benedicto XVI
Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI en la basílica de San Pedro del Vaticano, durante las vísperas en las que participó en la noche del 31 de diciembre, momento en que se entonó el «Te Deum» de acción de gracias por el año 2007.
Introducción y traducción al español por «L'Osservatore Romano».
* * *
HOMILÍA DE BENEDICTO XVI
Queridos hermanos y hermanas:
También al final de este año nos hemos reunido en la basílica vaticana para celebrar las primeras Vísperas de la solemnidad de María santísima, Madre de Dios. La liturgia hace coincidir esta significativa fiesta mariana con el fin y el inicio del año solar. A la contemplación del misterio de la maternidad divina se une, por tanto, el cántico de nuestra acción de gracias por el año 2007, que está a punto de concluir, y por el año 2008, que ya vislumbramos. El tiempo pasa y su devenir inexorable nos impulsa a dirigir la mirada con profunda gratitud al Dios eterno, al Señor del tiempo.
Juntos démosle gracias, queridos hermanos y hermanas, en nombre de toda la comunidad diocesana de Roma. A cada uno de vosotros dirijo mi saludo. En primer lugar, saludo al cardenal vicario, a los obispos auxiliares, a los sacerdotes, a las personas consagradas, así como a los numerosos fieles laicos aquí reunidos. Saludo al señor alcalde y a las autoridades presentes. Extiendo mi saludo a toda la población de Roma y, de modo especial, a quienes atraviesan situaciones de dificultad y de prueba. A todos aseguro mi cercanía cordial, así como un recuerdo constante en mi oración.
En la breve lectura que hemos escuchado, tomada de la carta a los Gálatas, san Pablo, hablando de la liberación del hombre llevada a cabo por Dios con el misterio de la Encarnación, alude de manera muy discreta a la mujer por medio de la cual el Hijo de Dios entró en el mundo: "Al llegar la plenitud de los tiempos -escribe-, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer" (Ga 4, 4). En esa "mujer" la Iglesia contempla los rasgos de María de Nazaret, mujer singular por haber sido llamada a realizar una misión que la pone en una relación muy íntima con Cristo; más aún, en una relación absolutamente única, porque María es la Madre del Salvador.
Sin embargo, con la misma evidencia podemos y debemos afirmar que es madre nuestra, porque, viviendo su singularísima relación materna con el Hijo, compartió su misión por nosotros y por la salvación de todos los hombres. Contemplándola, la Iglesia descubre en ella los rasgos de su propia fisonomía: María vive la fe y la caridad; María es una criatura, también ella salvada por el único Salvador; María colabora en la iniciativa de la salvación de la humanidad entera. Así María constituye para la Iglesia su imagen más verdadera: aquella en la que la comunidad eclesial debe descubrir continuamente el sentido auténtico de su vocación y de su misterio.
Este breve pero denso pasaje paulino prosigue luego mostrando cómo el hecho de que el Hijo haya asumido la naturaleza humana abre la perspectiva de un cambio radical de la misma condición del hombre. En él se dice que "envió Dios a su Hijo (...) para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4, 4-5). El Verbo encarnado transforma desde dentro la existencia humana, haciéndonos partícipes de su ser Hijo del Padre. Se hizo como nosotros para hacernos como él: hijos en el Hijo y, por tanto, hombres libres de la ley del pecado.
¿No es este un motivo fundamental para elevar a Dios nuestra acción de gracias? Y nuestra gratitud tiene un motivo ulterior al final de un año, si tenemos en cuenta los numerosos beneficios y su constante asistencia que hemos experimentado a lo largo de los doce meses transcurridos. Precisamente por eso todas las comunidades cristianas se reúnen esta tarde para cantar el Te Deum, himno tradicional de alabanza y acción de gracias a la santísima Trinidad. Es lo que haremos también nosotros, al final de este encuentro litúrgico, delante del Santísimo Sacramento.
Cantando rezaremos: "Te ergo, quaesumus tuis famulis subveni, quos pretioso sanguine redemisti", "Socorre, Señor, te rogamos, a tus hijos, a los que has redimido con tu sangre preciosa". Esta tarde rezaremos: Socorre, Señor, con tu misericordia a los habitantes de nuestra ciudad, en la que, como en otros lugares, graves carencias y pobrezas pesan sobre la vida de las personas y de las familias, impidiéndoles mirar al futuro con confianza. No pocos, sobre todo jóvenes, se sienten atraídos por una falsa exaltación, o mejor, profanación del cuerpo y por la trivialización de la sexualidad.
¿Cómo enumerar, luego, los múltiples desafíos que, vinculados al consumismo y al laicismo, interpelan a los creyentes y a los hombres de buena voluntad? Para decirlo en pocas palabras, también en Roma se percibe el déficit de esperanza y de confianza en la vida que constituye el mal "oscuro" de la sociedad occidental moderna.
Sin embargo, aunque son evidentes las deficiencias, no faltan las luces y los motivos de esperanza sobre los cuales implorar la bendición especial de Dios. Precisamente desde esta perspectiva, al cantar el Te Deum, rezaremos: "Salvum fac populum tuum, Domine, et benedic hereditati tuae", "Salva a tu pueblo, Señor, mira y protege a tus hijos, que son tu heredad". Señor, mira y protege en particular a la comunidad diocesana comprometida, con creciente vigor, en el campo de la educación, para responder a la gran "emergencia educativa" de la que hablé el pasado 11 de junio durante el encuentro con los participantes en la Asamblea diocesana, es decir, la dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento (cf. Discurso en la inauguración de los trabajos de la Asamblea diocesana de Roma, 11 de junio de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de junio de 2007, p. 11).
Sin clamores, con paciente confianza, tratemos de afrontar esa emergencia, ante todo en el ámbito de la familia. Sin duda, es consolador constatar que el trabajo emprendido durante estos últimos años por las parroquias, por los movimientos y por las asociaciones en la pastoral familiar sigue desarrollándose y dando sus frutos.
Además, Señor, protege las iniciativas misioneras que implican al mundo juvenil: están aumentando y en ellas participa ya un número notable de jóvenes que asumen personalmente la responsabilidad y la alegría del anuncio y del testimonio del Evangelio. En este contexto, ¿cómo no dar gracias a Dios por el valioso servicio pastoral prestado en el mundo de las universidades romanas? Algo análogo conviene llevar a cabo, a pesar de las dificultades, también en las escuelas.
Bendice, Señor, a los numerosos jóvenes y adultos que en los últimos decenios se han consagrado en el sacerdocio para la diócesis de Roma: actualmente son 28 los diáconos que esperan la ordenación presbiteral, prevista para el próximo mes de abril. Así rejuvenece la edad media del clero y se pueden afrontar las crecientes necesidades pastorales; además, así también se puede prestar ayuda a otras diócesis.
Aumenta, especialmente en las periferias, la necesidad de nuevos complejos parroquiales. Actualmente son ocho los que están en construcción. Recientemente yo mismo tuve la alegría de consagrar el último de los que ya se han terminado: la parroquia de Santa María del Rosario en los Mártires Portuenses. Es hermoso palpar la alegría y la gratitud de los habitantes de un barrio que entran por primera vez a su nueva iglesia.
"In te, Domine, speravi: non confundar in aeternum", "Señor, tú eres nuestra esperanza, no seremos confundidos para siempre". El majestuoso himno del Te Deum se concluye con esta exclamación de fe, de total confianza en Dios, con esta solemne proclamación de nuestra esperanza. Cristo es nuestra esperanza "segura". A este tema dediqué mi reciente encíclica, que lleva por título Spe salvi. Pero nuestra esperanza siempre es esencialmente también esperanza para los demás. Sólo así es verdaderamente esperanza también para cada uno de nosotros (cf. n. 48).
Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia de Roma, pidamos al Señor que haga de cada uno de nosotros un auténtico fermento de esperanza en los diversos ambientes, a fin de que se pueda construir un futuro mejor para toda la ciudad. Este es mi deseo para todos en la víspera de un nuevo año, un deseo que encomiendo a la intercesión maternal de María, Madre de Dios y Estrella de la esperanza. Amén.
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[Traducción del original italiano por L'Osservatore Romano.
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
Introducción y traducción al español por «L'Osservatore Romano».
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HOMILÍA DE BENEDICTO XVI
Queridos hermanos y hermanas:
También al final de este año nos hemos reunido en la basílica vaticana para celebrar las primeras Vísperas de la solemnidad de María santísima, Madre de Dios. La liturgia hace coincidir esta significativa fiesta mariana con el fin y el inicio del año solar. A la contemplación del misterio de la maternidad divina se une, por tanto, el cántico de nuestra acción de gracias por el año 2007, que está a punto de concluir, y por el año 2008, que ya vislumbramos. El tiempo pasa y su devenir inexorable nos impulsa a dirigir la mirada con profunda gratitud al Dios eterno, al Señor del tiempo.
Juntos démosle gracias, queridos hermanos y hermanas, en nombre de toda la comunidad diocesana de Roma. A cada uno de vosotros dirijo mi saludo. En primer lugar, saludo al cardenal vicario, a los obispos auxiliares, a los sacerdotes, a las personas consagradas, así como a los numerosos fieles laicos aquí reunidos. Saludo al señor alcalde y a las autoridades presentes. Extiendo mi saludo a toda la población de Roma y, de modo especial, a quienes atraviesan situaciones de dificultad y de prueba. A todos aseguro mi cercanía cordial, así como un recuerdo constante en mi oración.
En la breve lectura que hemos escuchado, tomada de la carta a los Gálatas, san Pablo, hablando de la liberación del hombre llevada a cabo por Dios con el misterio de la Encarnación, alude de manera muy discreta a la mujer por medio de la cual el Hijo de Dios entró en el mundo: "Al llegar la plenitud de los tiempos -escribe-, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer" (Ga 4, 4). En esa "mujer" la Iglesia contempla los rasgos de María de Nazaret, mujer singular por haber sido llamada a realizar una misión que la pone en una relación muy íntima con Cristo; más aún, en una relación absolutamente única, porque María es la Madre del Salvador.
Sin embargo, con la misma evidencia podemos y debemos afirmar que es madre nuestra, porque, viviendo su singularísima relación materna con el Hijo, compartió su misión por nosotros y por la salvación de todos los hombres. Contemplándola, la Iglesia descubre en ella los rasgos de su propia fisonomía: María vive la fe y la caridad; María es una criatura, también ella salvada por el único Salvador; María colabora en la iniciativa de la salvación de la humanidad entera. Así María constituye para la Iglesia su imagen más verdadera: aquella en la que la comunidad eclesial debe descubrir continuamente el sentido auténtico de su vocación y de su misterio.
Este breve pero denso pasaje paulino prosigue luego mostrando cómo el hecho de que el Hijo haya asumido la naturaleza humana abre la perspectiva de un cambio radical de la misma condición del hombre. En él se dice que "envió Dios a su Hijo (...) para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4, 4-5). El Verbo encarnado transforma desde dentro la existencia humana, haciéndonos partícipes de su ser Hijo del Padre. Se hizo como nosotros para hacernos como él: hijos en el Hijo y, por tanto, hombres libres de la ley del pecado.
¿No es este un motivo fundamental para elevar a Dios nuestra acción de gracias? Y nuestra gratitud tiene un motivo ulterior al final de un año, si tenemos en cuenta los numerosos beneficios y su constante asistencia que hemos experimentado a lo largo de los doce meses transcurridos. Precisamente por eso todas las comunidades cristianas se reúnen esta tarde para cantar el Te Deum, himno tradicional de alabanza y acción de gracias a la santísima Trinidad. Es lo que haremos también nosotros, al final de este encuentro litúrgico, delante del Santísimo Sacramento.
Cantando rezaremos: "Te ergo, quaesumus tuis famulis subveni, quos pretioso sanguine redemisti", "Socorre, Señor, te rogamos, a tus hijos, a los que has redimido con tu sangre preciosa". Esta tarde rezaremos: Socorre, Señor, con tu misericordia a los habitantes de nuestra ciudad, en la que, como en otros lugares, graves carencias y pobrezas pesan sobre la vida de las personas y de las familias, impidiéndoles mirar al futuro con confianza. No pocos, sobre todo jóvenes, se sienten atraídos por una falsa exaltación, o mejor, profanación del cuerpo y por la trivialización de la sexualidad.
¿Cómo enumerar, luego, los múltiples desafíos que, vinculados al consumismo y al laicismo, interpelan a los creyentes y a los hombres de buena voluntad? Para decirlo en pocas palabras, también en Roma se percibe el déficit de esperanza y de confianza en la vida que constituye el mal "oscuro" de la sociedad occidental moderna.
Sin embargo, aunque son evidentes las deficiencias, no faltan las luces y los motivos de esperanza sobre los cuales implorar la bendición especial de Dios. Precisamente desde esta perspectiva, al cantar el Te Deum, rezaremos: "Salvum fac populum tuum, Domine, et benedic hereditati tuae", "Salva a tu pueblo, Señor, mira y protege a tus hijos, que son tu heredad". Señor, mira y protege en particular a la comunidad diocesana comprometida, con creciente vigor, en el campo de la educación, para responder a la gran "emergencia educativa" de la que hablé el pasado 11 de junio durante el encuentro con los participantes en la Asamblea diocesana, es decir, la dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento (cf. Discurso en la inauguración de los trabajos de la Asamblea diocesana de Roma, 11 de junio de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de junio de 2007, p. 11).
Sin clamores, con paciente confianza, tratemos de afrontar esa emergencia, ante todo en el ámbito de la familia. Sin duda, es consolador constatar que el trabajo emprendido durante estos últimos años por las parroquias, por los movimientos y por las asociaciones en la pastoral familiar sigue desarrollándose y dando sus frutos.
Además, Señor, protege las iniciativas misioneras que implican al mundo juvenil: están aumentando y en ellas participa ya un número notable de jóvenes que asumen personalmente la responsabilidad y la alegría del anuncio y del testimonio del Evangelio. En este contexto, ¿cómo no dar gracias a Dios por el valioso servicio pastoral prestado en el mundo de las universidades romanas? Algo análogo conviene llevar a cabo, a pesar de las dificultades, también en las escuelas.
Bendice, Señor, a los numerosos jóvenes y adultos que en los últimos decenios se han consagrado en el sacerdocio para la diócesis de Roma: actualmente son 28 los diáconos que esperan la ordenación presbiteral, prevista para el próximo mes de abril. Así rejuvenece la edad media del clero y se pueden afrontar las crecientes necesidades pastorales; además, así también se puede prestar ayuda a otras diócesis.
Aumenta, especialmente en las periferias, la necesidad de nuevos complejos parroquiales. Actualmente son ocho los que están en construcción. Recientemente yo mismo tuve la alegría de consagrar el último de los que ya se han terminado: la parroquia de Santa María del Rosario en los Mártires Portuenses. Es hermoso palpar la alegría y la gratitud de los habitantes de un barrio que entran por primera vez a su nueva iglesia.
"In te, Domine, speravi: non confundar in aeternum", "Señor, tú eres nuestra esperanza, no seremos confundidos para siempre". El majestuoso himno del Te Deum se concluye con esta exclamación de fe, de total confianza en Dios, con esta solemne proclamación de nuestra esperanza. Cristo es nuestra esperanza "segura". A este tema dediqué mi reciente encíclica, que lleva por título Spe salvi. Pero nuestra esperanza siempre es esencialmente también esperanza para los demás. Sólo así es verdaderamente esperanza también para cada uno de nosotros (cf. n. 48).
Queridos hermanos y hermanas de la Iglesia de Roma, pidamos al Señor que haga de cada uno de nosotros un auténtico fermento de esperanza en los diversos ambientes, a fin de que se pueda construir un futuro mejor para toda la ciudad. Este es mi deseo para todos en la víspera de un nuevo año, un deseo que encomiendo a la intercesión maternal de María, Madre de Dios y Estrella de la esperanza. Amén.
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[Traducción del original italiano por L'Osservatore Romano.
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
La persona humana, corazón de la paz / Autor: Benedicto XVI
1. Al comienzo del nuevo año, quiero hacer llegar a los gobernantes y a los responsables de las naciones, así como a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, mis deseos de paz. Los dirijo en particular a todos los que están probados por el dolor y el sufrimiento, a los que viven bajo la amenaza de la violencia y la fuerza de las armas o que, agraviados en su dignidad, esperan en su rescate humano y social. Los dirijo a los niños, que con su inocencia enriquecen de bondad y esperanza a la humanidad y, con su dolor, nos impulsan a todos trabajar por la justicia y la paz.
Pensando precisamente en los niños, especialmente en los que tienen su futuro comprometido por la explotación y la maldad de adultos sin escrúpulos, he querido que, con ocasión del Día Mundial de la Paz, la atención de todos se centre en el tema: La persona humana, corazón de la paz. En efecto, estoy convencido de que respetando a la persona se promueve la paz, y que construyendo la paz se ponen las bases para un auténtico humanismo integral. Así es como se prepara un futuro sereno para las nuevas generaciones.
La persona humana y la paz: don y tarea
2. La Sagrada Escritura dice: «Dios creó el hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien, capaz de conocerse, de poseerse, de entregarse libremente y de entrar en comunión con otras personas. Al mismo tiempo, por la gracia, está llamado a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y amor que nadie más puede dar en su lugar. (1) En esta perspectiva admirable, se comprende la tarea que se ha confiado al ser humano de madurar en su capacidad de amor y de hacer progresar el mundo, renovándolo en la justicia y en la paz. San Agustín enseña con una elocuente síntesis: «Dios, que nos ha creado sin nosotros, no ha querido salvarnos sin nosotros». (2) Por tanto, es preciso que todos los seres humanos cultiven la conciencia de los dos aspectos, del don y de la tarea.
3. También la paz es al mismo tiempo un don y una tarea. Si bien es verdad que la paz entre los individuos y los pueblos, la capacidad de vivir unos con otros, estableciendo relaciones de justicia y solidaridad, supone un compromiso permanente, también es verdad, y lo es más aún, que la paz es un don de Dios. En efecto, la paz es una característica del obrar divino, que se manifiesta tanto en la creación de un universo ordenado y armonioso como en la redención de la humanidad, que necesita ser rescatada del desorden del pecado. Creación y Redención muestran, pues, la clave de lectura que introduce a la comprensión del sentido de nuestra existencia sobre la tierra. Mi venerado predecesor Juan Pablo II, dirigiéndose a la Asamblea General de las Naciones Unidas el 5 de octubre de 1995, dijo que nosotros «no vivimos en un mundo irracional o sin sentido [...], hay una lógica moral que ilumina la existencia humana y hace posible el diálogo entre los hombres y entre los pueblos». (3) La “gramática” trascendente, es decir, el conjunto de reglas de actuación individual y de relación entre las personas en justicia y solidaridad, está inscrita en las conciencias, en las que se refleja el sabio proyecto de Dios. Como he querido reafirmar recientemente, «creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad». (4) Por tanto, la paz es también una tarea que a cada uno exige una respuesta personal coherente con el plan divino. El criterio en el que debe inspirarse dicha respuesta no puede ser otro que el respeto de la “gramática” escrita en el corazón del hombre por su divino Creador.
En esta perspectiva, las normas del derecho natural no han de considerarse como directrices que se imponen desde fuera, como si coartaran la libertad del hombre. Por el contrario, deben ser acogidas como una llamada a llevar a cabo fielmente el proyecto divino universal inscrito en la naturaleza del ser humano. Guiados por estas normas, los pueblos —en sus respectivas culturas— pueden acercarse así al misterio más grande, que es el misterio de Dios. Por tanto, el reconocimiento y el respeto de la ley natural son también hoy la gran base para el diálogo entre los creyentes de las diversas religiones, así como entre los creyentes e incluso los no creyentes. Éste es un gran punto de encuentro y, por tanto, un presupuesto fundamental para una paz auténtica.
El derecho a la vida y a la libertad religiosa
4. El deber de respetar la dignidad de cada ser humano, en el cual se refleja la imagen del Creador, comporta como consecuencia que no se puede disponer libremente de la persona. Quien tiene mayor poder político, tecnológico o económico, no puede aprovecharlo para violar los derechos de los otros menos afortunados. En efecto, la paz se basa en el respeto de todos. Consciente de ello, la Iglesia se hace pregonera de los derechos fundamentales de cada persona. En particular, reivindica el respeto de la vida y la libertad religiosa de todos. El respeto del derecho a la vida en todas sus fases establece un punto firme de importancia decisiva: la vida es un don que el sujeto no tiene a su entera disposición. Igualmente, la afirmación del derecho a la libertad religiosa pone de manifiesto la relación del ser humano con un Principio trascendente, que lo sustrae a la arbitrariedad del hombre mismo. El derecho a la vida y a la libre expresión de la propia fe en Dios no están sometidos al poder del hombre. La paz necesita que se establezca un límite claro entre lo que es y no es disponible: así se evitarán intromisiones inaceptables en ese patrimonio de valores que es propio del hombre como tal.
5. Por lo que se refiere al derecho a la vida, es preciso denunciar el estrago que se hace de ella en nuestra sociedad: además de las víctimas de los conflictos armados, del terrorismo y de diversas formas de violencia, hay muertes silenciosas provocadas por el hambre, el aborto, la experimentación sobre los embriones y la eutanasia. ¿Cómo no ver en todo esto un atentado a la paz? El aborto y la experimentación sobre los embriones son una negación directa de la actitud de acogida del otro, indispensable para establecer relaciones de paz duraderas. Respecto a la libre expresión de la propia fe, hay un síntoma preocupante de falta de paz en el mundo, que se manifiesta en las dificultades que tanto los cristianos como los seguidores de otras religiones encuentran a menudo para profesar pública y libremente sus propias convicciones religiosas.
Hablando en particular de los cristianos, debo notar con dolor que a veces no sólo se ven impedidos, sino que en algunos Estados son incluso perseguidos, y recientemente se han debido constatar también trágicos episodios de feroz violencia. Hay regímenes que imponen a todos una única religión, mientras que otros regímenes indiferentes alimentan no tanto una persecución violenta, sino un escarnio cultural sistemático respecto a las creencias religiosas. En todo caso, no se respeta un derecho humano fundamental, con graves repercusiones para la convivencia pacífica. Esto promueve necesariamente una mentalidad y una cultura negativa para la paz.
La igualdad de naturaleza de todas las personas
6. En el origen de frecuentes tensiones que amenazan la paz se encuentran seguramente muchas desigualdades injustas que, trágicamente, hay todavía en el mundo. Entre ellas son particularmente insidiosas, por un lado, las desigualdades en el acceso a bienes esenciales como la comida, el agua, la casa o la salud; por otro, las persistentes desigualdades entre hombre y mujer en el ejercicio de los derechos humanos fundamentales.
Un elemento de importancia primordial para la construcción de la paz es el reconocimiento de la igualdad esencial entre las personas humanas, que nace de su misma dignidad trascendente. En este sentido, la igualdad es, pues, un bien de todos, inscrito en esa “gramática” natural que se desprende del proyecto divino de la creación; un bien que no se puede desatender ni despreciar sin provocar graves consecuencias que ponen en peligro la paz. Las gravísimas carencias que sufren muchas poblaciones, especialmente del Continente africano, están en el origen de reivindicaciones violentas y son por tanto una tremenda herida infligida a la paz.
7. La insuficiente consideración de la condición femenina provoca también factores de inestabilidad en el orden social. Pienso en la explotación de mujeres tratadas como objetos y en tantas formas de falta de respeto a su dignidad; pienso igualmente –en un contexto diverso– en las concepciones antropológicas persistentes en algunas culturas, que todavía asignan a la mujer un papel de gran sumisión al arbitrio del hombre, con consecuencias ofensivas a su dignidad de persona y al ejercicio de las libertades fundamentales mismas. No se puede caer en la ilusión de que la paz está asegurada mientras no se superen también estas formas de discriminación, que laceran la dignidad personal inscrita por el Creador en cada ser humano. (5)
La ecología de la paz
8. Juan Pablo II, en su Carta encíclica Centesimus annus, escribe: «No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado». (6) Respondiendo a este don que el Creador le ha confiado, el hombre, junto con sus semejantes, puede dar vida a un mundo de paz. Así, pues, además de la ecología de la naturaleza hay una ecología que podemos llamar «humana», y que a su vez requiere una «ecología social». Esto comporta que la humanidad, si tiene verdadero interés por la paz, debe tener siempre presente la interrelación entre la ecología natural, es decir el respeto por la naturaleza, y la ecología humana. La experiencia demuestra que toda actitud irrespetuosa con el medio ambiente conlleva daños a la convivencia humana, y viceversa. Cada vez se ve más claramente un nexo inseparable entre la paz con la creación y la paz entre los hombres. Una y otra presuponen la paz con Dios. La poética oración de San Francisco conocida como el “Cántico del Hermano Sol”, es un admirable ejemplo, siempre actual, de esta multiforme ecología de la paz.
9. El problema cada día más grave del abastecimiento energético nos ayuda a comprender la fuerte relación entre una y otra ecología. En estos años, nuevas naciones han entrado con pujanza en la producción industrial, incrementando las necesidades energéticas. Eso está provocando una competitividad ante los recursos disponibles sin parangón con situaciones precedentes. Mientras tanto, en algunas regiones del planeta se viven aún condiciones de gran atraso, en las que el desarrollo está prácticamente bloqueado, motivado también por la subida de los precios de la energía. ¿Qué será de esas poblaciones? ¿Qué género de desarrollo, o de no desarrollo, les impondrá la escasez de abastecimiento energético? ¿Qué injusticias y antagonismos provocará la carrera a las fuentes de energía? Y ¿cómo reaccionarán los excluidos de esta competición? Son preguntas que evidencian cómo el respeto por la naturaleza está vinculado estrechamente con la necesidad de establecer entre los hombres y las naciones relaciones atentas a la dignidad de la persona y capaces de satisfacer sus auténticas necesidades. La destrucción del ambiente, su uso impropio o egoísta y el acaparamiento violento de los recursos de la tierra, generan fricciones, conflictos y guerras, precisamente porque son fruto de un concepto inhumano de desarrollo. En efecto, un desarrollo que se limitara al aspecto técnico y económico, descuidando la dimensión moral y religiosa, no sería un desarrollo humano integral y, al ser unilateral, terminaría fomentando la capacidad destructiva del hombre.
Concepciones restrictivas del hombre
10. Es apremiante, pues, incluso en el marco de las dificultades y tensiones internacionales actuales, el esfuerzo por abrir paso a una ecología humana que favorezca el crecimiento del «árbol de la paz». Para acometer una empresa como ésta, es preciso dejarse guiar por una visión de la persona no viciada por prejuicios ideológicos y culturales, o intereses políticos y económicos, que inciten al odio y a la violencia. Es comprensible que la visión del hombre varíe en las diversas culturas. Lo que no es admisible es que se promuevan concepciones antropológicas que conlleven el germen de la contraposición y la violencia. Son igualmente inaceptables las concepciones de Dios que impulsen a la intolerancia ante nuestros semejantes y el recurso a la violencia contra ellos. Éste es un punto que se ha de reafirmar con claridad: nunca es aceptable una guerra en nombre de Dios. Cuando una cierta concepción de Dios da origen a hechos criminales, es señal de que dicha concepción se ha convertido ya en ideología.
11. Pero hoy la paz peligra no sólo por el conflicto entre las concepciones restrictivas del hombre, o sea, entre las ideologías. Peligra también por la indiferencia ante lo que constituye la verdadera naturaleza del hombre. En efecto, son muchos en nuestros tiempos los que niegan la existencia de una naturaleza humana específica, haciendo así posible las más extravagantes interpretaciones de las dimensiones constitutivas esenciales del ser humano. También en esto se necesita claridad: una consideración “débil” de la persona, que dé pie a cualquier concepción, incluso excéntrica, sólo en apariencia favorece la paz. En realidad, impide el diálogo auténtico y abre las puertas a la intervención de imposiciones autoritarias, terminando así por dejar indefensa a la persona misma y, en consecuencia, presa fácil de la opresión y la violencia.
Derechos humanos y Organizaciones internacionales
12. Una paz estable y verdadera presupone el respeto de los derechos del hombre. Pero si éstos se basan en una concepción débil de la persona, ¿cómo evitar que se debiliten también ellos mismos? Se pone así de manifiesto la profunda insuficiencia de una concepción relativista de la persona cuando se trata de justificar y defender sus derechos. La aporía es patente en este caso: los derechos se proponen como absolutos, pero el fundamento que se aduce para ello es sólo relativo. ¿Por qué sorprenderse cuando, ante las exigencias “incómodas” que impone uno u otro derecho, alguien se atreviera a negarlo o decidera relegarlo? Sólo si están arraigados en bases objetivas de la naturaleza que el Creador ha dado al hombre, los derechos que se le han atribuido pueden ser afirmados sin temor de ser desmentidos. Por lo demás, es patente que los derechos del hombre implican a su vez deberes. A este respecto, bien decía el mahatma Gandhi: «El Ganges de los derechos desciende del Himalaya de los deberes». Únicamente aclarando estos presupuestos de fondo, los derechos humanos, sometidos hoy a continuos ataques, pueden ser defendidos adecuadamente. Sin esta aclaración, se termina por usar la expresión misma de «derechos humanos», sobrentendiendo sujetos muy diversos entre sí: para algunos, será la persona humana caracterizada por una dignidad permanente y por derechos siempre válidos, para todos y en cualquier lugar; para otros, una persona con dignidad versátil y con derechos siempre negociables, tanto en los contenidos como en el tiempo y en el espacio.
13. Los Organismos internacionales se refieren continuamente a la tutela de los derechos humanos y, en particular, lo hace la Organización de las Naciones Unidas que, con la Declaración Universal de 1948, se ha propuesto como tarea fundamental la promoción de los derechos del hombre. Se considera dicha Declaración como una forma de compromiso moral asumido por la humanidad entera. Esto manifiesta una profunda verdad sobre todo si se entienden los derechos descritos en la Declaración no simplemente como fundados en la decisión de la asamblea que los ha aprobado, sino en la naturaleza misma del hombre y en su dignidad inalienable de persona creada por Dios. Por tanto, es importante que los Organismos internacionales no pierdan de vista el fundamento natural de los derechos del hombre. Eso los pondría a salvo del riesgo, por desgracia siempre al acecho, de ir cayendo hacia una interpretación meramente positivista de los mismos. Si esto ocurriera, los Organismos internacionales perderían la autoridad necesaria para desempeñar el papel de defensores de los derechos fundamentales de la persona y de los pueblos, que es la justificación principal de su propia existencia y actuación.
Derecho internacional humanitario y derecho interno de los Estados
14. A partir de la convicción de que existen derechos humanos inalienables vinculados a la naturaleza común de los hombres, se ha elaborado un derecho internacional humanitario, a cuya observancia se han comprometido los Estados, incluso en caso de guerra. Lamentablemente, y dejando aparte el pasado, este derecho no ha sido aplicado coherentemente en algunas situaciones bélicas recientes. Así ha ocurrido, por ejemplo, en el conflicto que hace meses ha tenido como escenario el Sur del Líbano, en el que se ha desatendido en buena parte la obligación de proteger y ayudar a las víctimas inocentes, y de no implicar a la población civil. El doloroso caso del Líbano y la nueva configuración de los conflictos, sobre todo desde que la amenaza terrorista ha actuado con formas inéditas de violencia, exigen que la comunidad internacional corrobore el derecho internacional humanitario y lo aplique en todas las situaciones actuales de conflicto armado, incluidas las que no están previstas por el derecho internacional vigente. Además, la plaga del terrorismo reclama una reflexión profunda sobre los límites éticos implicados en el uso de los instrumentos modernos de la seguridad nacional. En efecto, cada vez más frecuentemente los conflictos no son declarados, sobre todo cuando los desencadenan grupos terroristas decididos a alcanzar por cualquier medio sus objetivos. Ante los hechos sobrecogedores de estos últimos años, los Estados deben percibir la necesidad de establecer reglas más claras, capaces de contrastar eficazmente la dramática desorientación que se está dando. La guerra es siempre un fracaso para la comunidad internacional y una gran pérdida para la humanidad. Y cuando, a pesar de todo, se llega a ella, hay que salvaguardar al menos los principios esenciales de humanidad y los valores que fundamentan toda convivencia civil, estableciendo normas de comportamiento que limiten lo más posible sus daños y ayuden a aliviar el sufrimiento de los civiles y de todas las víctimas de los conflictos. (7)
15. Otro elemento que suscita gran inquietud es la voluntad, manifestada recientemente por algunos Estados, de poseer armas nucleares. Esto ha acentuado ulteriormente el clima difuso de incertidumbre y de temor ante una posible catástrofe atómica. Es algo que hace pensar de nuevo en los tiempos pasados, en las ansias abrumadoras del período de la llamada “guerra fría”. Se esperaba que, después de ella, el peligro atómico habría pasado definitivamente y que la humanidad podría por fin dar un suspiro de sosiego duradero. A este respecto, qué actual parece la exhortación del Concilio Ecuménico Vaticano II: «Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de amplias regiones con sus habitantes es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones». (8) Lamentablemente, en el horizonte de la humanidad siguen formándose nubes amenazadoras. La vía para asegurar un futuro de paz para todos consiste no sólo en los acuerdos internacionales para la no proliferación de armas nucleares, sino también en el compromiso de intentar con determinación su disminución y desmantelamiento definitivo. Ninguna tentativa puede dejarse de lado para lograr estos objetivos mediante la negociación. ¡Está en juego la suerte de toda la familia humana!
La Iglesia, tutela de la trascendencia de la persona humana
16. Deseo, por fin, dirigir un llamamiento apremiante al Pueblo de Dios, para que todo cristiano se sienta comprometido a ser un trabajador incansable en favor de la paz y un valiente defensor de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inalienables. El cristiano, dando gracias a Dios por haberlo llamado a pertenecer a su Iglesia, que es «signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana» (9) en el mundo, no se cansará de implorarle el bien fundamental de la paz, tan importante en la vida de cada uno. Sentirá también la satisfacción de servir con generosa dedicación a la causa de la paz, ayudando a los hermanos, especialmente a aquéllos que, además de sufrir privaciones y pobreza, carecen también de este precioso bien. Jesús nos ha revelado que «Dios es amor» (1 Jn 4,8), y que la vocación más grande de cada persona es el amor. En Cristo podemos encontrar las razones supremas para hacernos firmes defensores de la dignidad humana y audaces constructores de la paz.
17. Así pues, que nunca falte la aportación de todo creyente a la promoción de un verdadero humanismo integral, según las enseñanzas de las Cartas encíclicas Populorum progressio y Sollicitudo rei socialis, de las que nos preparamos a celebrar este año precisamente el 40 y el 20 aniversario. Al comienzo del año 2007, al que nos asomamos —aun entre peligros y problemas— con el corazón lleno de esperanza, confío mi constante oración por toda la humanidad a la Reina de la Paz, Madre de Jesucristo, «nuestra paz» (Ef 2,14). Que María nos enseñe en su Hijo el camino de la paz, e ilumine nuestros ojos para que sepan reconocer su Rostro en el rostro de cada persona humana, corazón de la paz.
Vaticano, 8 de diciembre de 2006.
Benedicto XVI
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Notas
[1] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 357.
[2] Sermo 169, 11, 13: PL 38, 923.
[3] N. 3.
[4] Homilía en la explanada de Isling de Ratisbona (12 septiembre 2006).
[5] Cf. Congr. para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y de la mujer en la Iglesia y en el mundo (31 mayo 2004), 15-16.
[6] N. 38.
[7] A este respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica ha impartido unos criterios muy severos y precisos: cf. nn. 2307-2317.
[8] Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 80.
[9] Ibíd., 76.
Pensando precisamente en los niños, especialmente en los que tienen su futuro comprometido por la explotación y la maldad de adultos sin escrúpulos, he querido que, con ocasión del Día Mundial de la Paz, la atención de todos se centre en el tema: La persona humana, corazón de la paz. En efecto, estoy convencido de que respetando a la persona se promueve la paz, y que construyendo la paz se ponen las bases para un auténtico humanismo integral. Así es como se prepara un futuro sereno para las nuevas generaciones.
La persona humana y la paz: don y tarea
2. La Sagrada Escritura dice: «Dios creó el hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien, capaz de conocerse, de poseerse, de entregarse libremente y de entrar en comunión con otras personas. Al mismo tiempo, por la gracia, está llamado a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y amor que nadie más puede dar en su lugar. (1) En esta perspectiva admirable, se comprende la tarea que se ha confiado al ser humano de madurar en su capacidad de amor y de hacer progresar el mundo, renovándolo en la justicia y en la paz. San Agustín enseña con una elocuente síntesis: «Dios, que nos ha creado sin nosotros, no ha querido salvarnos sin nosotros». (2) Por tanto, es preciso que todos los seres humanos cultiven la conciencia de los dos aspectos, del don y de la tarea.
3. También la paz es al mismo tiempo un don y una tarea. Si bien es verdad que la paz entre los individuos y los pueblos, la capacidad de vivir unos con otros, estableciendo relaciones de justicia y solidaridad, supone un compromiso permanente, también es verdad, y lo es más aún, que la paz es un don de Dios. En efecto, la paz es una característica del obrar divino, que se manifiesta tanto en la creación de un universo ordenado y armonioso como en la redención de la humanidad, que necesita ser rescatada del desorden del pecado. Creación y Redención muestran, pues, la clave de lectura que introduce a la comprensión del sentido de nuestra existencia sobre la tierra. Mi venerado predecesor Juan Pablo II, dirigiéndose a la Asamblea General de las Naciones Unidas el 5 de octubre de 1995, dijo que nosotros «no vivimos en un mundo irracional o sin sentido [...], hay una lógica moral que ilumina la existencia humana y hace posible el diálogo entre los hombres y entre los pueblos». (3) La “gramática” trascendente, es decir, el conjunto de reglas de actuación individual y de relación entre las personas en justicia y solidaridad, está inscrita en las conciencias, en las que se refleja el sabio proyecto de Dios. Como he querido reafirmar recientemente, «creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad». (4) Por tanto, la paz es también una tarea que a cada uno exige una respuesta personal coherente con el plan divino. El criterio en el que debe inspirarse dicha respuesta no puede ser otro que el respeto de la “gramática” escrita en el corazón del hombre por su divino Creador.
En esta perspectiva, las normas del derecho natural no han de considerarse como directrices que se imponen desde fuera, como si coartaran la libertad del hombre. Por el contrario, deben ser acogidas como una llamada a llevar a cabo fielmente el proyecto divino universal inscrito en la naturaleza del ser humano. Guiados por estas normas, los pueblos —en sus respectivas culturas— pueden acercarse así al misterio más grande, que es el misterio de Dios. Por tanto, el reconocimiento y el respeto de la ley natural son también hoy la gran base para el diálogo entre los creyentes de las diversas religiones, así como entre los creyentes e incluso los no creyentes. Éste es un gran punto de encuentro y, por tanto, un presupuesto fundamental para una paz auténtica.
El derecho a la vida y a la libertad religiosa
4. El deber de respetar la dignidad de cada ser humano, en el cual se refleja la imagen del Creador, comporta como consecuencia que no se puede disponer libremente de la persona. Quien tiene mayor poder político, tecnológico o económico, no puede aprovecharlo para violar los derechos de los otros menos afortunados. En efecto, la paz se basa en el respeto de todos. Consciente de ello, la Iglesia se hace pregonera de los derechos fundamentales de cada persona. En particular, reivindica el respeto de la vida y la libertad religiosa de todos. El respeto del derecho a la vida en todas sus fases establece un punto firme de importancia decisiva: la vida es un don que el sujeto no tiene a su entera disposición. Igualmente, la afirmación del derecho a la libertad religiosa pone de manifiesto la relación del ser humano con un Principio trascendente, que lo sustrae a la arbitrariedad del hombre mismo. El derecho a la vida y a la libre expresión de la propia fe en Dios no están sometidos al poder del hombre. La paz necesita que se establezca un límite claro entre lo que es y no es disponible: así se evitarán intromisiones inaceptables en ese patrimonio de valores que es propio del hombre como tal.
5. Por lo que se refiere al derecho a la vida, es preciso denunciar el estrago que se hace de ella en nuestra sociedad: además de las víctimas de los conflictos armados, del terrorismo y de diversas formas de violencia, hay muertes silenciosas provocadas por el hambre, el aborto, la experimentación sobre los embriones y la eutanasia. ¿Cómo no ver en todo esto un atentado a la paz? El aborto y la experimentación sobre los embriones son una negación directa de la actitud de acogida del otro, indispensable para establecer relaciones de paz duraderas. Respecto a la libre expresión de la propia fe, hay un síntoma preocupante de falta de paz en el mundo, que se manifiesta en las dificultades que tanto los cristianos como los seguidores de otras religiones encuentran a menudo para profesar pública y libremente sus propias convicciones religiosas.
Hablando en particular de los cristianos, debo notar con dolor que a veces no sólo se ven impedidos, sino que en algunos Estados son incluso perseguidos, y recientemente se han debido constatar también trágicos episodios de feroz violencia. Hay regímenes que imponen a todos una única religión, mientras que otros regímenes indiferentes alimentan no tanto una persecución violenta, sino un escarnio cultural sistemático respecto a las creencias religiosas. En todo caso, no se respeta un derecho humano fundamental, con graves repercusiones para la convivencia pacífica. Esto promueve necesariamente una mentalidad y una cultura negativa para la paz.
La igualdad de naturaleza de todas las personas
6. En el origen de frecuentes tensiones que amenazan la paz se encuentran seguramente muchas desigualdades injustas que, trágicamente, hay todavía en el mundo. Entre ellas son particularmente insidiosas, por un lado, las desigualdades en el acceso a bienes esenciales como la comida, el agua, la casa o la salud; por otro, las persistentes desigualdades entre hombre y mujer en el ejercicio de los derechos humanos fundamentales.
Un elemento de importancia primordial para la construcción de la paz es el reconocimiento de la igualdad esencial entre las personas humanas, que nace de su misma dignidad trascendente. En este sentido, la igualdad es, pues, un bien de todos, inscrito en esa “gramática” natural que se desprende del proyecto divino de la creación; un bien que no se puede desatender ni despreciar sin provocar graves consecuencias que ponen en peligro la paz. Las gravísimas carencias que sufren muchas poblaciones, especialmente del Continente africano, están en el origen de reivindicaciones violentas y son por tanto una tremenda herida infligida a la paz.
7. La insuficiente consideración de la condición femenina provoca también factores de inestabilidad en el orden social. Pienso en la explotación de mujeres tratadas como objetos y en tantas formas de falta de respeto a su dignidad; pienso igualmente –en un contexto diverso– en las concepciones antropológicas persistentes en algunas culturas, que todavía asignan a la mujer un papel de gran sumisión al arbitrio del hombre, con consecuencias ofensivas a su dignidad de persona y al ejercicio de las libertades fundamentales mismas. No se puede caer en la ilusión de que la paz está asegurada mientras no se superen también estas formas de discriminación, que laceran la dignidad personal inscrita por el Creador en cada ser humano. (5)
La ecología de la paz
8. Juan Pablo II, en su Carta encíclica Centesimus annus, escribe: «No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado». (6) Respondiendo a este don que el Creador le ha confiado, el hombre, junto con sus semejantes, puede dar vida a un mundo de paz. Así, pues, además de la ecología de la naturaleza hay una ecología que podemos llamar «humana», y que a su vez requiere una «ecología social». Esto comporta que la humanidad, si tiene verdadero interés por la paz, debe tener siempre presente la interrelación entre la ecología natural, es decir el respeto por la naturaleza, y la ecología humana. La experiencia demuestra que toda actitud irrespetuosa con el medio ambiente conlleva daños a la convivencia humana, y viceversa. Cada vez se ve más claramente un nexo inseparable entre la paz con la creación y la paz entre los hombres. Una y otra presuponen la paz con Dios. La poética oración de San Francisco conocida como el “Cántico del Hermano Sol”, es un admirable ejemplo, siempre actual, de esta multiforme ecología de la paz.
9. El problema cada día más grave del abastecimiento energético nos ayuda a comprender la fuerte relación entre una y otra ecología. En estos años, nuevas naciones han entrado con pujanza en la producción industrial, incrementando las necesidades energéticas. Eso está provocando una competitividad ante los recursos disponibles sin parangón con situaciones precedentes. Mientras tanto, en algunas regiones del planeta se viven aún condiciones de gran atraso, en las que el desarrollo está prácticamente bloqueado, motivado también por la subida de los precios de la energía. ¿Qué será de esas poblaciones? ¿Qué género de desarrollo, o de no desarrollo, les impondrá la escasez de abastecimiento energético? ¿Qué injusticias y antagonismos provocará la carrera a las fuentes de energía? Y ¿cómo reaccionarán los excluidos de esta competición? Son preguntas que evidencian cómo el respeto por la naturaleza está vinculado estrechamente con la necesidad de establecer entre los hombres y las naciones relaciones atentas a la dignidad de la persona y capaces de satisfacer sus auténticas necesidades. La destrucción del ambiente, su uso impropio o egoísta y el acaparamiento violento de los recursos de la tierra, generan fricciones, conflictos y guerras, precisamente porque son fruto de un concepto inhumano de desarrollo. En efecto, un desarrollo que se limitara al aspecto técnico y económico, descuidando la dimensión moral y religiosa, no sería un desarrollo humano integral y, al ser unilateral, terminaría fomentando la capacidad destructiva del hombre.
Concepciones restrictivas del hombre
10. Es apremiante, pues, incluso en el marco de las dificultades y tensiones internacionales actuales, el esfuerzo por abrir paso a una ecología humana que favorezca el crecimiento del «árbol de la paz». Para acometer una empresa como ésta, es preciso dejarse guiar por una visión de la persona no viciada por prejuicios ideológicos y culturales, o intereses políticos y económicos, que inciten al odio y a la violencia. Es comprensible que la visión del hombre varíe en las diversas culturas. Lo que no es admisible es que se promuevan concepciones antropológicas que conlleven el germen de la contraposición y la violencia. Son igualmente inaceptables las concepciones de Dios que impulsen a la intolerancia ante nuestros semejantes y el recurso a la violencia contra ellos. Éste es un punto que se ha de reafirmar con claridad: nunca es aceptable una guerra en nombre de Dios. Cuando una cierta concepción de Dios da origen a hechos criminales, es señal de que dicha concepción se ha convertido ya en ideología.
11. Pero hoy la paz peligra no sólo por el conflicto entre las concepciones restrictivas del hombre, o sea, entre las ideologías. Peligra también por la indiferencia ante lo que constituye la verdadera naturaleza del hombre. En efecto, son muchos en nuestros tiempos los que niegan la existencia de una naturaleza humana específica, haciendo así posible las más extravagantes interpretaciones de las dimensiones constitutivas esenciales del ser humano. También en esto se necesita claridad: una consideración “débil” de la persona, que dé pie a cualquier concepción, incluso excéntrica, sólo en apariencia favorece la paz. En realidad, impide el diálogo auténtico y abre las puertas a la intervención de imposiciones autoritarias, terminando así por dejar indefensa a la persona misma y, en consecuencia, presa fácil de la opresión y la violencia.
Derechos humanos y Organizaciones internacionales
12. Una paz estable y verdadera presupone el respeto de los derechos del hombre. Pero si éstos se basan en una concepción débil de la persona, ¿cómo evitar que se debiliten también ellos mismos? Se pone así de manifiesto la profunda insuficiencia de una concepción relativista de la persona cuando se trata de justificar y defender sus derechos. La aporía es patente en este caso: los derechos se proponen como absolutos, pero el fundamento que se aduce para ello es sólo relativo. ¿Por qué sorprenderse cuando, ante las exigencias “incómodas” que impone uno u otro derecho, alguien se atreviera a negarlo o decidera relegarlo? Sólo si están arraigados en bases objetivas de la naturaleza que el Creador ha dado al hombre, los derechos que se le han atribuido pueden ser afirmados sin temor de ser desmentidos. Por lo demás, es patente que los derechos del hombre implican a su vez deberes. A este respecto, bien decía el mahatma Gandhi: «El Ganges de los derechos desciende del Himalaya de los deberes». Únicamente aclarando estos presupuestos de fondo, los derechos humanos, sometidos hoy a continuos ataques, pueden ser defendidos adecuadamente. Sin esta aclaración, se termina por usar la expresión misma de «derechos humanos», sobrentendiendo sujetos muy diversos entre sí: para algunos, será la persona humana caracterizada por una dignidad permanente y por derechos siempre válidos, para todos y en cualquier lugar; para otros, una persona con dignidad versátil y con derechos siempre negociables, tanto en los contenidos como en el tiempo y en el espacio.
13. Los Organismos internacionales se refieren continuamente a la tutela de los derechos humanos y, en particular, lo hace la Organización de las Naciones Unidas que, con la Declaración Universal de 1948, se ha propuesto como tarea fundamental la promoción de los derechos del hombre. Se considera dicha Declaración como una forma de compromiso moral asumido por la humanidad entera. Esto manifiesta una profunda verdad sobre todo si se entienden los derechos descritos en la Declaración no simplemente como fundados en la decisión de la asamblea que los ha aprobado, sino en la naturaleza misma del hombre y en su dignidad inalienable de persona creada por Dios. Por tanto, es importante que los Organismos internacionales no pierdan de vista el fundamento natural de los derechos del hombre. Eso los pondría a salvo del riesgo, por desgracia siempre al acecho, de ir cayendo hacia una interpretación meramente positivista de los mismos. Si esto ocurriera, los Organismos internacionales perderían la autoridad necesaria para desempeñar el papel de defensores de los derechos fundamentales de la persona y de los pueblos, que es la justificación principal de su propia existencia y actuación.
Derecho internacional humanitario y derecho interno de los Estados
14. A partir de la convicción de que existen derechos humanos inalienables vinculados a la naturaleza común de los hombres, se ha elaborado un derecho internacional humanitario, a cuya observancia se han comprometido los Estados, incluso en caso de guerra. Lamentablemente, y dejando aparte el pasado, este derecho no ha sido aplicado coherentemente en algunas situaciones bélicas recientes. Así ha ocurrido, por ejemplo, en el conflicto que hace meses ha tenido como escenario el Sur del Líbano, en el que se ha desatendido en buena parte la obligación de proteger y ayudar a las víctimas inocentes, y de no implicar a la población civil. El doloroso caso del Líbano y la nueva configuración de los conflictos, sobre todo desde que la amenaza terrorista ha actuado con formas inéditas de violencia, exigen que la comunidad internacional corrobore el derecho internacional humanitario y lo aplique en todas las situaciones actuales de conflicto armado, incluidas las que no están previstas por el derecho internacional vigente. Además, la plaga del terrorismo reclama una reflexión profunda sobre los límites éticos implicados en el uso de los instrumentos modernos de la seguridad nacional. En efecto, cada vez más frecuentemente los conflictos no son declarados, sobre todo cuando los desencadenan grupos terroristas decididos a alcanzar por cualquier medio sus objetivos. Ante los hechos sobrecogedores de estos últimos años, los Estados deben percibir la necesidad de establecer reglas más claras, capaces de contrastar eficazmente la dramática desorientación que se está dando. La guerra es siempre un fracaso para la comunidad internacional y una gran pérdida para la humanidad. Y cuando, a pesar de todo, se llega a ella, hay que salvaguardar al menos los principios esenciales de humanidad y los valores que fundamentan toda convivencia civil, estableciendo normas de comportamiento que limiten lo más posible sus daños y ayuden a aliviar el sufrimiento de los civiles y de todas las víctimas de los conflictos. (7)
15. Otro elemento que suscita gran inquietud es la voluntad, manifestada recientemente por algunos Estados, de poseer armas nucleares. Esto ha acentuado ulteriormente el clima difuso de incertidumbre y de temor ante una posible catástrofe atómica. Es algo que hace pensar de nuevo en los tiempos pasados, en las ansias abrumadoras del período de la llamada “guerra fría”. Se esperaba que, después de ella, el peligro atómico habría pasado definitivamente y que la humanidad podría por fin dar un suspiro de sosiego duradero. A este respecto, qué actual parece la exhortación del Concilio Ecuménico Vaticano II: «Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de amplias regiones con sus habitantes es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones». (8) Lamentablemente, en el horizonte de la humanidad siguen formándose nubes amenazadoras. La vía para asegurar un futuro de paz para todos consiste no sólo en los acuerdos internacionales para la no proliferación de armas nucleares, sino también en el compromiso de intentar con determinación su disminución y desmantelamiento definitivo. Ninguna tentativa puede dejarse de lado para lograr estos objetivos mediante la negociación. ¡Está en juego la suerte de toda la familia humana!
La Iglesia, tutela de la trascendencia de la persona humana
16. Deseo, por fin, dirigir un llamamiento apremiante al Pueblo de Dios, para que todo cristiano se sienta comprometido a ser un trabajador incansable en favor de la paz y un valiente defensor de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inalienables. El cristiano, dando gracias a Dios por haberlo llamado a pertenecer a su Iglesia, que es «signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana» (9) en el mundo, no se cansará de implorarle el bien fundamental de la paz, tan importante en la vida de cada uno. Sentirá también la satisfacción de servir con generosa dedicación a la causa de la paz, ayudando a los hermanos, especialmente a aquéllos que, además de sufrir privaciones y pobreza, carecen también de este precioso bien. Jesús nos ha revelado que «Dios es amor» (1 Jn 4,8), y que la vocación más grande de cada persona es el amor. En Cristo podemos encontrar las razones supremas para hacernos firmes defensores de la dignidad humana y audaces constructores de la paz.
17. Así pues, que nunca falte la aportación de todo creyente a la promoción de un verdadero humanismo integral, según las enseñanzas de las Cartas encíclicas Populorum progressio y Sollicitudo rei socialis, de las que nos preparamos a celebrar este año precisamente el 40 y el 20 aniversario. Al comienzo del año 2007, al que nos asomamos —aun entre peligros y problemas— con el corazón lleno de esperanza, confío mi constante oración por toda la humanidad a la Reina de la Paz, Madre de Jesucristo, «nuestra paz» (Ef 2,14). Que María nos enseñe en su Hijo el camino de la paz, e ilumine nuestros ojos para que sepan reconocer su Rostro en el rostro de cada persona humana, corazón de la paz.
Vaticano, 8 de diciembre de 2006.
Benedicto XVI
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Notas
[1] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 357.
[2] Sermo 169, 11, 13: PL 38, 923.
[3] N. 3.
[4] Homilía en la explanada de Isling de Ratisbona (12 septiembre 2006).
[5] Cf. Congr. para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y de la mujer en la Iglesia y en el mundo (31 mayo 2004), 15-16.
[6] N. 38.
[7] A este respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica ha impartido unos criterios muy severos y precisos: cf. nn. 2307-2317.
[8] Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 80.
[9] Ibíd., 76.
Unión de corazones / Autor: P. Ángel Peña Benito, O.A.R.
Nunca mejor que en el momento de la comunión podremos decir con san Pablo "Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3). Entonces formamos una UNIDAD en Cristo con todos los hombres. Como diría san Agustín: "Tu alma ya no es tuya, sino de todos tus hermanos, como sus almas son también tuyas; mejor dicho, sus almas igualmente con la tuya no son varias almas, sino una sola, la única de Cristo" (Epístola 24, 3). "Cristo lo es TODO en todos" (Col 3, 11) y formamos con Él una sola alma y un solo corazón.
"El que come mi carne y bebe mi sangre está en Mí y Yo en él" (Juan 6, 56). Decía santa Catalina de Génova: "Yo no tengo alma ni corazón, mi corazón y mi alma son los de Jescuristo". Precisamente, el fin de la comunión es la fusión de los corazones y de las almas en Jesús. Y debemos vivir esta unión con Jesús, Dios y hombre, las veinticuatro horas del día. Algunos santos han vivido esta unión de corazones de modo singular, pues Jesús les ha cambiado su propio corazón por el suyo.
Este cambio de corazones se lo concedió a Santa Catalina de Siena. Cuenta su director, el Beato Raimundo: "Un día le pareció ver que su eterno Esposo venía a ella como de costumbre, que le abría el costado izquierdo, le quitaba el corazón y se marchaba, de suerte que quedaba sin corazón. La impresión de esta visión fue tal... que Catlina dijo a su confesor que ya no tenía corazón en su cuerpo... Algún tiempo después, se le apareció el Señor, teniendo en sus sagradas manos un corazón humano rojo y resplandeciente. Acercándosele , el Señor le abrió de nuevo el costado izquierdo e introduciendo el corazón que tenía en las manos le dijo: Hija mía, así como el otro día te he llevado tu corazón, así hoy te entrego el mío, que te hará vivir siempre".
Esta gracia, algunos santos la han recibido con la Eucaristía, teniendo permenentemente en su pecho a Jesús sacramentado y estando así en unión continua con su humanidad santísima. Así nos lo refiere san Antonio Mª Claret en su autobiografía: "En el día 26 de Agosto de 1861, hallándome en oración en la Iglesia del Rosario en la Granja, a las siete de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales y tener siempre, día y noche, el Santísimo Sacramento en el pecho".
La gracia de la unión de corazones la recibimos nosotros también durante el tiempo que permanecen en nosotros las especies sacramentales. El P. Pío de Pietrelcina manifestó en una ocasión: "¡qué dulce fue la conversación que sostuve con el paraíso esta mañana después de comulgar! El Corazón de Jesús y mi propio corazón se fundieron. Ya no eran dos corazones palpitantes, sino uno solo. Mi corazón se había perdido como una gota se pierde en el océano". En ese momento, dice S. Cipriano: "nuestra unión con Cristo unifica nuestros afectos y voluntades".
Y la Vble. Cándida de la Eucaristía aseguraba: "mi alma y la de Jesús se hacen UNA." S. Lorenzo Justiniano exclamaba: "Oh admirable milagro de tu amor, Señor Jesús, que has querido unirnos a tu Cuerpo de tal modo que tengamos una sola alma y un solo Corazón inseparablemente unidos contigo". Que tú también seas UNO con Jesús y que tengas sus mismos pensamientos, sentimientos y deseos.
Que tu voluntad y la suya sean UNA para que puedas decirle en todo momento: "que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Mt 26,39). Que seas sagrario viviente de Jesús como María, y puedas decir con Sta. Teresita: "Señor ¿no sois omnipotente? Permaneced en mí como en el sagrario, no os alejéis jamás de vuestra pequeñita hostia" (Ofrenda al Amor misericordioso).
"El que come mi carne y bebe mi sangre está en Mí y Yo en él" (Juan 6, 56). Decía santa Catalina de Génova: "Yo no tengo alma ni corazón, mi corazón y mi alma son los de Jescuristo". Precisamente, el fin de la comunión es la fusión de los corazones y de las almas en Jesús. Y debemos vivir esta unión con Jesús, Dios y hombre, las veinticuatro horas del día. Algunos santos han vivido esta unión de corazones de modo singular, pues Jesús les ha cambiado su propio corazón por el suyo.
Este cambio de corazones se lo concedió a Santa Catalina de Siena. Cuenta su director, el Beato Raimundo: "Un día le pareció ver que su eterno Esposo venía a ella como de costumbre, que le abría el costado izquierdo, le quitaba el corazón y se marchaba, de suerte que quedaba sin corazón. La impresión de esta visión fue tal... que Catlina dijo a su confesor que ya no tenía corazón en su cuerpo... Algún tiempo después, se le apareció el Señor, teniendo en sus sagradas manos un corazón humano rojo y resplandeciente. Acercándosele , el Señor le abrió de nuevo el costado izquierdo e introduciendo el corazón que tenía en las manos le dijo: Hija mía, así como el otro día te he llevado tu corazón, así hoy te entrego el mío, que te hará vivir siempre".
Esta gracia, algunos santos la han recibido con la Eucaristía, teniendo permenentemente en su pecho a Jesús sacramentado y estando así en unión continua con su humanidad santísima. Así nos lo refiere san Antonio Mª Claret en su autobiografía: "En el día 26 de Agosto de 1861, hallándome en oración en la Iglesia del Rosario en la Granja, a las siete de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales y tener siempre, día y noche, el Santísimo Sacramento en el pecho".
La gracia de la unión de corazones la recibimos nosotros también durante el tiempo que permanecen en nosotros las especies sacramentales. El P. Pío de Pietrelcina manifestó en una ocasión: "¡qué dulce fue la conversación que sostuve con el paraíso esta mañana después de comulgar! El Corazón de Jesús y mi propio corazón se fundieron. Ya no eran dos corazones palpitantes, sino uno solo. Mi corazón se había perdido como una gota se pierde en el océano". En ese momento, dice S. Cipriano: "nuestra unión con Cristo unifica nuestros afectos y voluntades".
Y la Vble. Cándida de la Eucaristía aseguraba: "mi alma y la de Jesús se hacen UNA." S. Lorenzo Justiniano exclamaba: "Oh admirable milagro de tu amor, Señor Jesús, que has querido unirnos a tu Cuerpo de tal modo que tengamos una sola alma y un solo Corazón inseparablemente unidos contigo". Que tú también seas UNO con Jesús y que tengas sus mismos pensamientos, sentimientos y deseos.
Que tu voluntad y la suya sean UNA para que puedas decirle en todo momento: "que no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Mt 26,39). Que seas sagrario viviente de Jesús como María, y puedas decir con Sta. Teresita: "Señor ¿no sois omnipotente? Permaneced en mí como en el sagrario, no os alejéis jamás de vuestra pequeñita hostia" (Ofrenda al Amor misericordioso).
lunes, 31 de diciembre de 2007
Oración de acción de gracias al acabar el año 2007 / Autor: José Luis Elizalde
Queridos amigos: Paz y Bien!!!
El día último del año 2007 tiene que ser un Día de Acción de Gracias, por tanto bien recibido de su Misericordia Divina a lo largo del año.
Te damos gracias, Señor, por todas las cosas buenas que hemos vivido en este año.
Te damos gracias, Señor, porque has estado todos los días a nuestro lado.
Te damos gracias, Señor, por tu Iglesia que es UNA, SANTA, CATOLICA, APOSTOLICA Y MSIONERA y ha cuidado de nosotros.
Te damos gracias, Señor, por darnos a tu Madre, como Madre nuestra. nos ha cuidado. Te ddmos gracias, Señor, por tus siete Sacramentos y, sobre todo, por tu Eucaristía. Te damos gracias, Señor, por las nuevas familias y los nuevos nacimientos.
Te damos gracias, Señor, por todas la vocaciones sacerdotales, religiosas, de personas consagradas, familias cristianas y laicos.
Te damos gracias, Señor, por las personas que han entregado sus vidas por un mundo mejor.
Te damos gracias, Señor, por los que han conocido por primera vez la fe.
Te damos gracias, Señor, por los niños nacidos que han visto la luz amados y esperados por sus padres.
Te damos gracias, Señor, porque cada día se ha predicado tu Palabra y celebrado la Eucaristía.
Te damos gracias, Señor, porque tu retorno glorioso está más cerca.
Te damos gracias, Señor, por tu pasión y muerte, que nos salvó.
Te damos gracias, Señor, por todos tus misioneros y misioneras, por tus religiosos contemplativos que son la fuerza de tu Iglesia.
Te damos gracias, Señor, por el Papa Benedicto XVI, por los Cardenales y Obispos, Sacerdotes, Religiosos verdaderamente comprometidos.
Te damos gracias, Señor, por los hermanos, hijos y nietos que nos has dado.
Te damos gracias, Señor, por cuanto nos diste a lo largo y ancho de nuestras vidas. Te damos gracias, Señor, por nuestro trabajo, por nuestros amigos y conocidos.
Te damos gracias, Señor, por todas las personas que has puesto en nuestro camino y necesitan de nosotros.
Te damos gracias, Señor, por todos nuestros dolores y miserias, enfermedades y fracasos que nos han acercado más a tí.
Te damos gracias, Señor, por todo aquello que nos concediste y no lo sabíamos. GRACIAS, DIOS TRINO Y UNO GRACIAS, MADRE DE DIOS, POR TODOS TUS REGALOS
¡SEÑOR, que yo te ame hoy, aunque no sepa que te amo. Que nadie te ofenda hoy, por mi culpa, y que yo no ofenda a nadie. Dame ocasión de sacrificarme muchas veces por los demás, sin que se enteren. Mantenme siempre en el último lugar y haz que no me olvide nunca de que es el mío. Dame aquellas gracias que tu Corazón quiere dar y no encuentra quien las pida. Se hoy bueno, sin que nadie lo sepa... ni yo mismo. Un saludo cordial de ACCION DE GRACIAS al acabar este año 2007, en compañía de Jesús Eucaristía y en María nuestra Madre.
El día último del año 2007 tiene que ser un Día de Acción de Gracias, por tanto bien recibido de su Misericordia Divina a lo largo del año.
Te damos gracias, Señor, por todas las cosas buenas que hemos vivido en este año.
Te damos gracias, Señor, porque has estado todos los días a nuestro lado.
Te damos gracias, Señor, por tu Iglesia que es UNA, SANTA, CATOLICA, APOSTOLICA Y MSIONERA y ha cuidado de nosotros.
Te damos gracias, Señor, por darnos a tu Madre, como Madre nuestra. nos ha cuidado. Te ddmos gracias, Señor, por tus siete Sacramentos y, sobre todo, por tu Eucaristía. Te damos gracias, Señor, por las nuevas familias y los nuevos nacimientos.
Te damos gracias, Señor, por todas la vocaciones sacerdotales, religiosas, de personas consagradas, familias cristianas y laicos.
Te damos gracias, Señor, por las personas que han entregado sus vidas por un mundo mejor.
Te damos gracias, Señor, por los que han conocido por primera vez la fe.
Te damos gracias, Señor, por los niños nacidos que han visto la luz amados y esperados por sus padres.
Te damos gracias, Señor, porque cada día se ha predicado tu Palabra y celebrado la Eucaristía.
Te damos gracias, Señor, porque tu retorno glorioso está más cerca.
Te damos gracias, Señor, por tu pasión y muerte, que nos salvó.
Te damos gracias, Señor, por todos tus misioneros y misioneras, por tus religiosos contemplativos que son la fuerza de tu Iglesia.
Te damos gracias, Señor, por el Papa Benedicto XVI, por los Cardenales y Obispos, Sacerdotes, Religiosos verdaderamente comprometidos.
Te damos gracias, Señor, por los hermanos, hijos y nietos que nos has dado.
Te damos gracias, Señor, por cuanto nos diste a lo largo y ancho de nuestras vidas. Te damos gracias, Señor, por nuestro trabajo, por nuestros amigos y conocidos.
Te damos gracias, Señor, por todas las personas que has puesto en nuestro camino y necesitan de nosotros.
Te damos gracias, Señor, por todos nuestros dolores y miserias, enfermedades y fracasos que nos han acercado más a tí.
Te damos gracias, Señor, por todo aquello que nos concediste y no lo sabíamos. GRACIAS, DIOS TRINO Y UNO GRACIAS, MADRE DE DIOS, POR TODOS TUS REGALOS
¡SEÑOR, que yo te ame hoy, aunque no sepa que te amo. Que nadie te ofenda hoy, por mi culpa, y que yo no ofenda a nadie. Dame ocasión de sacrificarme muchas veces por los demás, sin que se enteren. Mantenme siempre en el último lugar y haz que no me olvide nunca de que es el mío. Dame aquellas gracias que tu Corazón quiere dar y no encuentra quien las pida. Se hoy bueno, sin que nadie lo sepa... ni yo mismo. Un saludo cordial de ACCION DE GRACIAS al acabar este año 2007, en compañía de Jesús Eucaristía y en María nuestra Madre.
sábado, 29 de diciembre de 2007
Un año nuevo, no es cualquier cosa / Autor: P Mariano de Blas LC
Empezar un nuevo año, como si fuera cualquier cosa, es una enorme torpeza. Un año de vida es un regalo demasiado grande para echarlo a perder.
¿Alguna vez has sentido en lo más hondo de tu ser ese deseo profundo y enorme de mejorar o de cambiar? Si es así, no dejes que el deseo se escape, porque no todos los días lo sentirás. Si hoy sientes esa llamada a querer ser otro, a ser distinto, atrápala con fuerza y hazla realidad.
El inicio de un nuevo año es el momento para reunir las fuerzas y toda la ilusión para comenzar el mejor año de la vida, porque el que se proponga convertir éste en su mejor año, lo puede lograr.
El año nuevo es una oportunidad más para transformar la vida, el hogar, el trabajo en algo distinto. «Quiero algo diferente, voy a comenzar bien; así será más fácil seguir bien y terminar bien. Quizá el año pasado no fue mi mejor año, me dejó un mal sabor de boca. Éste va a ser distinto, quiero que así sea; es un deseo, es un propósito, y no lo voy a echar a perder.
Tengo otra oportunidad que no voy a desperdiciar, porque la vida es demasiado breve».
¿Quién es capaz de decir?: "Desde hoy, desde este primer día, todo será distinto" En mi hogar me voy a arrancar ese egoísmo que tantos males provoca; voy a estrenar un nuevo amor a mi cónyuge y a mi familia; seré mejor padre o madre. Seré también distinto en mi trabajo, no porque vaya a cambiar de trabajo, sino de humor. En él incluso voy a desempolvar mi fe, esa fe arrumbada y llena de polvo; voy a poner un poco más de oración, de cielo azul, de aire puro en mi jornada diaria. Ya me harté de vivir como he vivido, de ser egoísta, tracalero, injusto. Otro estilo de vida, otra forma de ser. ¿Por qué no intentarlo?”
En los ratos más negros y amargos, llenos de culpa, piensas: «¿Por qué no acabar con todo? Pero en esos mismos momentos se puede pensar otra cosa: ¿Por qué no comenzar de nuevo?».
Algunos ven que su vida pasada ha sido gris, vulgar y mediocre, y su gran argumento y razón para desesperarse es: «He sido un Don Nadie, ¿qué puedo hacer ya?» Pero otros sacan de ahí mismo el gran argumento, la gran razón para el cambio radical positivo: «No me resigno a ser vulgar; quiero resucitar a una vida mejor, quiero luchar, voy a trabajar, quiero volver a empezar».
Un año recién salido de las manos del autor de la vida es un año que aún no estrenas. ¿Qué vas a hacer con él? El año pasado ¿no te gustó?, ¿no diste la medida? Con éste ¿qué vas a hacer? Un nuevo año recién iniciado: todo comienza, si tú quieres; todo vuelve a empezar...
Yo me uno a los grandes insatisfechos, a los que reniegan de la mediocridad, a los que, aún conscientes de sus debilidades, confían y luchan por una vida mejor.
Todos desean a los demás y a sí mismos un buen año, pero pocos luchan por obtenerlo. Prefiero ser de los segundos.
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Fuente: Caholic.net
¿Alguna vez has sentido en lo más hondo de tu ser ese deseo profundo y enorme de mejorar o de cambiar? Si es así, no dejes que el deseo se escape, porque no todos los días lo sentirás. Si hoy sientes esa llamada a querer ser otro, a ser distinto, atrápala con fuerza y hazla realidad.
El inicio de un nuevo año es el momento para reunir las fuerzas y toda la ilusión para comenzar el mejor año de la vida, porque el que se proponga convertir éste en su mejor año, lo puede lograr.
El año nuevo es una oportunidad más para transformar la vida, el hogar, el trabajo en algo distinto. «Quiero algo diferente, voy a comenzar bien; así será más fácil seguir bien y terminar bien. Quizá el año pasado no fue mi mejor año, me dejó un mal sabor de boca. Éste va a ser distinto, quiero que así sea; es un deseo, es un propósito, y no lo voy a echar a perder.
Tengo otra oportunidad que no voy a desperdiciar, porque la vida es demasiado breve».
¿Quién es capaz de decir?: "Desde hoy, desde este primer día, todo será distinto" En mi hogar me voy a arrancar ese egoísmo que tantos males provoca; voy a estrenar un nuevo amor a mi cónyuge y a mi familia; seré mejor padre o madre. Seré también distinto en mi trabajo, no porque vaya a cambiar de trabajo, sino de humor. En él incluso voy a desempolvar mi fe, esa fe arrumbada y llena de polvo; voy a poner un poco más de oración, de cielo azul, de aire puro en mi jornada diaria. Ya me harté de vivir como he vivido, de ser egoísta, tracalero, injusto. Otro estilo de vida, otra forma de ser. ¿Por qué no intentarlo?”
En los ratos más negros y amargos, llenos de culpa, piensas: «¿Por qué no acabar con todo? Pero en esos mismos momentos se puede pensar otra cosa: ¿Por qué no comenzar de nuevo?».
Algunos ven que su vida pasada ha sido gris, vulgar y mediocre, y su gran argumento y razón para desesperarse es: «He sido un Don Nadie, ¿qué puedo hacer ya?» Pero otros sacan de ahí mismo el gran argumento, la gran razón para el cambio radical positivo: «No me resigno a ser vulgar; quiero resucitar a una vida mejor, quiero luchar, voy a trabajar, quiero volver a empezar».
Un año recién salido de las manos del autor de la vida es un año que aún no estrenas. ¿Qué vas a hacer con él? El año pasado ¿no te gustó?, ¿no diste la medida? Con éste ¿qué vas a hacer? Un nuevo año recién iniciado: todo comienza, si tú quieres; todo vuelve a empezar...
Yo me uno a los grandes insatisfechos, a los que reniegan de la mediocridad, a los que, aún conscientes de sus debilidades, confían y luchan por una vida mejor.
Todos desean a los demás y a sí mismos un buen año, pero pocos luchan por obtenerlo. Prefiero ser de los segundos.
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Fuente: Caholic.net
¿Un chip para eliminar los pecados? / Autor: Fernando Pascual
El sueño es tentador: desvelar todos los secretos del cerebro para llegar un día a controlar, con ayuda de la técnica, el comportamiento de cada ser humano.
Bastaría con pastillas, inyecciones hormonales o un chip en el cerebro, para que todos se comportasen bien.
Desaparecerían entonces los delitos. Ya no habría ladrones, mentirosos, violadores, terroristas, estafadores, trabajadores y políticos deshonestos, borrachos, asesinos.
¿Se trata de una meta posible? Quizá alguno piense que sí. Bastaría con analizar bien los mecanismos profundos que dirigen las decisiones humanas para luego desarrollar técnicas sumamente eficaces para el control de las acciones presentes y futuras.
Pero lo anterior supone una cosa terrible: haber “demostrado” que la supuesta libertad humana no existe; que los actos criminales son simplemente una consecuencia de errores evolutivos que podrían ser “corregidos” con la técnica.
Lo cual, hay que decirlo, es sinónimo de suprimir toda grandeza humana. Porque también los actos de altruismo y de generosidad serían, simplemente, resultado de un buen sistema hormonal y de un cerebro desarrollado convenientemente. Y porque los mal llamados delincuentes actuarían simplemente determinados por errores fisiológicos remediables en un futuro más o menos próximo.
A pesar de los esfuerzos técnicos, a pesar de los descubrimientos científicos, el hombre es mucho más que un circuito complicado de neuronas. Porque incluso el médico que cree poder eliminar las guerras a base de inyecciones sobre la gente no actúa simplemente “dirigido” por su fisiología biológica, sino por un deseo de bien que sólo se entiende desde el reconocimiento de su condición de espíritu encarnado.
El sueño de eliminar los pecados y las injusticias a base de sustancias químicas y de aparatos muy sofisticados es, simplemente, vano. O, a lo sumo, llegaría al control de los comportamientos a base de embrutecer al paciente o de acabar con su vida.
Ninguna técnica podrá suprimir el núcleo más profundo del hombre, la raíz de sus actos más sublimes o más egoístas: ese alma por la que vive abierto al amor y a la esperanza.
El camino más difícil, pero más completo, para erradicar el mal consiste en acoger ese misterio de la libertad humana y, desde ella, renunciar al egoísmo, caminar hacia el amor, tender la mano hacia quien lo necesita, y ofrecer un gesto de perdón a quienes nos hayan lastimado.
Existe en cada vida un misterio de miserias y de grandeza. Escoger el camino errado, o avanzar hacia la búsqueda de lo bueno, depende de la elección de las conciencias libres.
Hoy construyo un poco mi futuro. La decisión está en mis manos. Mi cuerpo sufre un desgaste continuo, mientras mi alma, con sus riquezas infinitas y su libertad profunda, puede acoger la mano bondadosa de Dios y ayudar también a quienes me piden un gesto de amistad sincera.
----------------------------------------------
Fuente: Catholic.net
Bastaría con pastillas, inyecciones hormonales o un chip en el cerebro, para que todos se comportasen bien.
Desaparecerían entonces los delitos. Ya no habría ladrones, mentirosos, violadores, terroristas, estafadores, trabajadores y políticos deshonestos, borrachos, asesinos.
¿Se trata de una meta posible? Quizá alguno piense que sí. Bastaría con analizar bien los mecanismos profundos que dirigen las decisiones humanas para luego desarrollar técnicas sumamente eficaces para el control de las acciones presentes y futuras.
Pero lo anterior supone una cosa terrible: haber “demostrado” que la supuesta libertad humana no existe; que los actos criminales son simplemente una consecuencia de errores evolutivos que podrían ser “corregidos” con la técnica.
Lo cual, hay que decirlo, es sinónimo de suprimir toda grandeza humana. Porque también los actos de altruismo y de generosidad serían, simplemente, resultado de un buen sistema hormonal y de un cerebro desarrollado convenientemente. Y porque los mal llamados delincuentes actuarían simplemente determinados por errores fisiológicos remediables en un futuro más o menos próximo.
A pesar de los esfuerzos técnicos, a pesar de los descubrimientos científicos, el hombre es mucho más que un circuito complicado de neuronas. Porque incluso el médico que cree poder eliminar las guerras a base de inyecciones sobre la gente no actúa simplemente “dirigido” por su fisiología biológica, sino por un deseo de bien que sólo se entiende desde el reconocimiento de su condición de espíritu encarnado.
El sueño de eliminar los pecados y las injusticias a base de sustancias químicas y de aparatos muy sofisticados es, simplemente, vano. O, a lo sumo, llegaría al control de los comportamientos a base de embrutecer al paciente o de acabar con su vida.
Ninguna técnica podrá suprimir el núcleo más profundo del hombre, la raíz de sus actos más sublimes o más egoístas: ese alma por la que vive abierto al amor y a la esperanza.
El camino más difícil, pero más completo, para erradicar el mal consiste en acoger ese misterio de la libertad humana y, desde ella, renunciar al egoísmo, caminar hacia el amor, tender la mano hacia quien lo necesita, y ofrecer un gesto de perdón a quienes nos hayan lastimado.
Existe en cada vida un misterio de miserias y de grandeza. Escoger el camino errado, o avanzar hacia la búsqueda de lo bueno, depende de la elección de las conciencias libres.
Hoy construyo un poco mi futuro. La decisión está en mis manos. Mi cuerpo sufre un desgaste continuo, mientras mi alma, con sus riquezas infinitas y su libertad profunda, puede acoger la mano bondadosa de Dios y ayudar también a quienes me piden un gesto de amistad sincera.
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Fuente: Catholic.net
jueves, 27 de diciembre de 2007
El Dios del Amor nos revela su identidad: un Niño! / Autora: Madre Elvira, fundadora de la Comunidad Cenáculo
“En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis
a uno de estos hermanos míos,
aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mt 25, 40)
En el silencio de una noche misteriosa, mientras tanta humanidad vive el drama de la soledad, de la enfermedad, del odio, del rencor, el Dios del Amor nos revela su identidad: un Niño!
En una gruta, Él ilumina las tinieblas que recubren la tierra de nuestra vida. Un niño viene a buscarnos; el Rey del universo ha nacido entre los humildes pastores. Ha venido al mundo Aquel que es el Salvador de cada hombre.
He aquí porque todos los neonatos son un inconmensurable tesoro que lleva la luz a un mundo envuelto con frecuencia, por las tinieblas del rechazo de la vida.
Dejémonos abrazar por este niño que nos invita a ser más humanos y más buenos.
Feliz Navidad a todos!
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Te recomendamos que conozcas el trabajo de la comunidad Cenáculo. Haz click AQUÍ y maravillate!!!!
a uno de estos hermanos míos,
aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mt 25, 40)
En el silencio de una noche misteriosa, mientras tanta humanidad vive el drama de la soledad, de la enfermedad, del odio, del rencor, el Dios del Amor nos revela su identidad: un Niño!
En una gruta, Él ilumina las tinieblas que recubren la tierra de nuestra vida. Un niño viene a buscarnos; el Rey del universo ha nacido entre los humildes pastores. Ha venido al mundo Aquel que es el Salvador de cada hombre.
He aquí porque todos los neonatos son un inconmensurable tesoro que lleva la luz a un mundo envuelto con frecuencia, por las tinieblas del rechazo de la vida.
Dejémonos abrazar por este niño que nos invita a ser más humanos y más buenos.
Feliz Navidad a todos!
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Te recomendamos que conozcas el trabajo de la comunidad Cenáculo. Haz click AQUÍ y maravillate!!!!
¡Qué regalo! / Autor: P. Jesús Higueras
Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo".
José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.
Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta:
Desde Egipto llamé a mi hijo.
Mt 2, 13-15
Son muchas las cosas que no podemos elegir en la vida, y entre esas, está la familia en la que nacemos o en la que vivimos. Así, a fuerza de acostumbrarnos y a fuerza de vivir cada día en ella, podríamos dejar de dar importancia y valorar esta realidad tan maravillosa que es la familia. La familia que me ha sido dada, la mía, la que yo tengo que vivir. Tan importante es, que cuando Dios quiso venir a la tierra, quiso hacerlo a través de la familia, porque Él mismo – así lo dicen los teólogos hoy en día – es familia, porque la Trinidad es un misterio familiar de donación de vida.
En este domingo, dentro de la octava de Navidad, la Iglesia propone a todos los cristianos el modelo de la Sagrada Familia, para que nosotros nos veamos en ella, para que pensemos que no se trata de llegar a una situación de perfección, sino sobre todo comprobar cómo la Sagrada Familia en medio de tantas dificultades, persecuciones y problemas, supo estar cerca del Señor y estar muy unida a Él.
La familia es causa de gozo y dolor para todos nosotros, porque precisamente es donde las personas más queridas nos dan la alegría más grande, y también la pena más intensa. Precisamente por eso, porque les queremos, y muchas veces es en la familia donde se muestra con más claridad las fragilidades, las negligencias, las faltas de todos nosotros. Sin embargo, que escuela de vida tan maravillosa es la familia. El Papa la definía como “la comunidad de vida y de amor incondicional, donde el ser humano es amado por lo que es y no por lo que tiene”.
Es verdad que vivimos unos momentos en los cuales se nos valora por lo que tenemos, “tanto vales, cuanto tienes”, y sin embargo en la familia, a las personas no se las quiere por lo que tienen, sino por lo que son: porque eres mi hermano, mi hijo, mi padre y eso es una cosa que nunca podré renunciar a ello. Me ha sido dada, y agradezco éste don tan grande.
Hoy es un día para pensar, que esa familia que yo tengo, con sus defectos, sus deficiencias y sus limitaciones, es el lugar donde Dios ha querido que yo venga a la vida y donde ha querido que yo me santifique, madure y crezca, y es mi camino para ir al Cielo. Por eso tengo que bendecir a Dios por la familia que tengo. Todos conocemos el refrán: “En todas las casas se cuecen habas, y en la mía calderadas”, ya que todos pensamos a veces que nuestra familia puede ser la más difícil y la peor, la que tiene más dificultades, sobre todo si nos comparamos con las de alrededor, de las cuales sólo vemos la fachada, pero nunca el interior. Hay que luchar contra esa idea negativa de la familia, ya que es un lugar maravilloso donde el ser humano crece, donde se hace más humano, donde aprende a amar y a entregarse a los demás, incluso a pesar de las dificultades que éstos puedan poner. Por eso, que buen propósito sería en estos días navideños, valorar más nuestra familia, sabiendo que es la empresa más importante que tenemos que realizar en nuestra vida, y que hay que sacarla adelante con mucha más energía que todas las empresas que nos puedan aparecer, porque al final de la vida, sólo queda la familia y sólo importamos a la familia.
Intentemos luchar por sacarla adelante, intentemos entregarnos del todo a aquellos que nos han sido dados como parte de nuestra existencia, no cayendo en el error de dejar lo mejor de nosotros mismos para los de fuera, y lo peor para los de dentro.
José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.
Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta:
Desde Egipto llamé a mi hijo.
Mt 2, 13-15
Son muchas las cosas que no podemos elegir en la vida, y entre esas, está la familia en la que nacemos o en la que vivimos. Así, a fuerza de acostumbrarnos y a fuerza de vivir cada día en ella, podríamos dejar de dar importancia y valorar esta realidad tan maravillosa que es la familia. La familia que me ha sido dada, la mía, la que yo tengo que vivir. Tan importante es, que cuando Dios quiso venir a la tierra, quiso hacerlo a través de la familia, porque Él mismo – así lo dicen los teólogos hoy en día – es familia, porque la Trinidad es un misterio familiar de donación de vida.
En este domingo, dentro de la octava de Navidad, la Iglesia propone a todos los cristianos el modelo de la Sagrada Familia, para que nosotros nos veamos en ella, para que pensemos que no se trata de llegar a una situación de perfección, sino sobre todo comprobar cómo la Sagrada Familia en medio de tantas dificultades, persecuciones y problemas, supo estar cerca del Señor y estar muy unida a Él.
La familia es causa de gozo y dolor para todos nosotros, porque precisamente es donde las personas más queridas nos dan la alegría más grande, y también la pena más intensa. Precisamente por eso, porque les queremos, y muchas veces es en la familia donde se muestra con más claridad las fragilidades, las negligencias, las faltas de todos nosotros. Sin embargo, que escuela de vida tan maravillosa es la familia. El Papa la definía como “la comunidad de vida y de amor incondicional, donde el ser humano es amado por lo que es y no por lo que tiene”.
Es verdad que vivimos unos momentos en los cuales se nos valora por lo que tenemos, “tanto vales, cuanto tienes”, y sin embargo en la familia, a las personas no se las quiere por lo que tienen, sino por lo que son: porque eres mi hermano, mi hijo, mi padre y eso es una cosa que nunca podré renunciar a ello. Me ha sido dada, y agradezco éste don tan grande.
Hoy es un día para pensar, que esa familia que yo tengo, con sus defectos, sus deficiencias y sus limitaciones, es el lugar donde Dios ha querido que yo venga a la vida y donde ha querido que yo me santifique, madure y crezca, y es mi camino para ir al Cielo. Por eso tengo que bendecir a Dios por la familia que tengo. Todos conocemos el refrán: “En todas las casas se cuecen habas, y en la mía calderadas”, ya que todos pensamos a veces que nuestra familia puede ser la más difícil y la peor, la que tiene más dificultades, sobre todo si nos comparamos con las de alrededor, de las cuales sólo vemos la fachada, pero nunca el interior. Hay que luchar contra esa idea negativa de la familia, ya que es un lugar maravilloso donde el ser humano crece, donde se hace más humano, donde aprende a amar y a entregarse a los demás, incluso a pesar de las dificultades que éstos puedan poner. Por eso, que buen propósito sería en estos días navideños, valorar más nuestra familia, sabiendo que es la empresa más importante que tenemos que realizar en nuestra vida, y que hay que sacarla adelante con mucha más energía que todas las empresas que nos puedan aparecer, porque al final de la vida, sólo queda la familia y sólo importamos a la familia.
Intentemos luchar por sacarla adelante, intentemos entregarnos del todo a aquellos que nos han sido dados como parte de nuestra existencia, no cayendo en el error de dejar lo mejor de nosotros mismos para los de fuera, y lo peor para los de dentro.
¿Quieres tú contribuir a a la obra Salvadora de Cristo Jesús? / Autores: Conchi y Arturo
¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén! Ha retirado Yahveh las sentencias contra ti, ha alejado a tu enemigo. ¡Yahveh, Rey de Israel, está en medio de ti, no temerás ya ningún mal! Aquel día se dirá a Jerusalén: ¡No tengas miedo, Sión, no desmayen tus manos! Yahveh tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador!El exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta. Yo quitaré de tu lado la desgracia, el oprobio que pesa sobre ti.
(Sofonías 3, 14-18)
Alégrate y exulta de todo corazón. Ese gozo no es como el que da el mundo. La alegría real, que produce felicidad auténtica, es la de contemplar y esperar siempre el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios. La tristeza proviene del espíritu del mundo, de las obras de la carne. Interioriza con Santa Teresa de Jesús que "sólo Dios basta". Ten claro que el Niño Jesús es quien más te ama, porque lo hace escuchando la voluntad de su Padre. Asume que el Señor te habla envuelto en pañales y te susurra: "Nadie te ama como yo. Dame tus debilidades, tus tristezas, tus desesperaciones y todo tu ser. Yo quiero nacer de nuevo cada segundo en ti para hacerte gozar de las primicias del Reino".
Hijo con el Hijo
Esa declaración de Amor está plasmada en palabras poéticas y de vida en el Cantar de los Cantares 2, 8-14:
¡La voz de mi amado!
Ahí viene, saltando por las montañas,
brincando por las colinas.
Mi amado es como una gacela,
como un ciervo joven.
Ahí está: se detiene
detrás de nuestro muro;
mira por la ventana,
espía por el enrejado.
Habla mi amado, y me dice:
"¡Levántate, amada mía,
y ven, hermosa mía!
Porque ya pasó el invierno,
cesaron y se fueron las lluvias.
Aparecieron las flores sobre la tierra,
llegó el tiempo de las canciones,
y se oye en nuestra tierra
el arrullo de la tórtola.
La higuera dio sus primeros frutos
y las viñas en flor exhalan su perfume.
¡Levántate, amada mía,
y ven, hermosa mía!
Paloma mía, que anidas
en las grietas de las rocas,
en lugares escarpados,
muéstrame tu rostro,
déjame oír tu voz;
porque tu voz es suave
y es hermoso tu semblante".
Tú. eres hermoso porque eres hijo con el Hijo, Jesucristo, de un Padre lleno de misericordia que desea llenar tu corazón de árboles de Amor enraizados en Él como Cedros del Líbano. Sé como el Niño Jesús y muéstrate desnudo, desposeido ante Papá Dios. Él quiere cobijarte, ser tu refugio, hacerte caminar por senderos de paz infinita.
La niña que compra milagros
Sólo así podrás creer que Dios estará contigo para siempre y desea acompañarte. Deja que guie tus pasos. Hazte como un niño. Una de las historias reales, que vuelan por internet y que nos ha hecho llegar Paulina Binyons. muestra que nada es imposible para Dios:
Era una niña precoz de 8 años. Un día escuchó a su madre y a su padre hablar acerca de su hermanito Andrew. Ella solo sabía que su hermano estaba muy enfermo y que su familia no tenía dinero.
Planeaban mudarse para un complejo de apartamentos el siguiente mes porque su padre no tenía el dinero para las facturas médicas y la hipoteca. Solo una operación costosísima podría salvar a Andrew.
La niña escuchó que su padre estaba gestionando un préstamo pero no lo conseguía.
Papá susurraba a su madre, quien tenía los ojos llenos de lágrimas: "Sólo un milagro puede salvarlo".
Tess fue a su cuarto y sacó un frasco de jalea que mantenía escondido. Vació todo su contenido en el suelo y lo contó cuidadosamente. Lo contó una segunda vez y una tercera. La cantidad tenía que ser perfecta. No había margen para errores. Luego colocó todas las monedas en el frasco nuevamente, lo tapó y se escabulló por la puerta trasera y caminó 6 bloques hasta la farmacia, que tenía el jefe indio color rojo pintado en el marco de la puerta. Esperó pacientemente su turno.
El farmacéutico parecía muy ocupado y no le prestaba atención. Tess movió su pie haciendo un ruido. Nada. Se aclaró la garganta con el peor sonido que pudo producir. Nada. Finalmente, sacó una moneda del frasco y golpeó el mostrador.
"¿Qué deseas?", le preguntó el farmacéutico en un tono bastante desagradable. Y le dijo sin esperar respuesta:
-"Estoy hablando con mi hermano que acaba de llegar de Chicago y no lo he visto en años".
-"Bueno, yo quiero hablarle acerca de mi hermano" le contestó Tess en el mismo tono que usara el farmacéutico. "Está muy enfermo y quiero comprar un milagro".
-"¿Qué dices?" dijo el farmacéutico.
-"Su nombre es Andrew y tiene algo creciéndole dentro de la cabeza y mi padre dice que solo un milagro lo puede salvar. Así que, ¿cuánto cuesta un milagro?"
-"Aquí no vendemos milagros, pequeña. Lo siento pero no te puedo ayudar" le contestó el farmacéutico; ahora en un tono más dulce.
-"Mire, yo tengo el dinero para pagarlo. Si no es suficiente, conseguiré el resto. Sólo dígame cuanto cuesta".
El hermano del farmacéutico era un hombre elegante. Se inclinó y le preguntó a la niña:
-"¿Qué clase de milagro necesita tu hermanito?"
-"No lo sé" contestó Tess con los ojos a punto de explotar. "Solo se que está bien enfermo y mi mami dice que necesita una operación. Pero mi papá no puede pagarla, así que yo quiero usar mi dinero".
-"¿Cuánto dinero tienes?" le preguntó el hombre de Chicago.
-"Un dólar con once centavos" contestó Tess en una voz que casi no se entendió. "Es todo el dinero que tengo pero puedo conseguir más si lo necesita".
-"Pues que coincidencia" dijo el hombre sonriendo. "Un dólar con once centavos, justo el precio de un milagro para hermanos menores".
Tomó el dinero en una mano y con la otra cogió a la niña del brazo y le dijo;
-"Llévame a tu casa. Quiero ver a tu hermano y conocer a tus padres.
Veamos si yo tengo el milagro que tú necesitas".
Ese hombre de buena apariencia era el Dr. Carlton Armstrong, un cirujano
especialista en neurocirugía.
La operación se efectuó sin cargos y en poco tiempo Andrew estaba de regreso a casa y en buena salud.
Los padres de Tess hablaban felices de las circunstancias que llevaron a este doctor hasta su puerta.
-"Esa cirugía" dijo la madre, "fue un verdadero milagro. Me pregunto cuanto habría costado".
Tess sonrió. Ella sabía exactamente cuanto costaba un milagro, un dólar con once centavos más la fe de una pequeña.
Colaborador de la Salvación
Quizás en tu mano esté hacer milagros en el nombre de Jesús engendrado por el Amor de Dios Padre en el seno de la Virgen María y San José. María y José fueron dos colaboradores decisivos para que se ejecutara la Salvación de toda la humanidad acogiendo como padres terrenales a Jesús. ¿Quieres tú contribuir a la obra Salvadora de Cristo Jesús?. Mira a los ojos al Niño Jesús del pesebre y dile: "Ven a mi corazón para que pueda hacerte presente en los demás de la manera que Tú deseas nacer en ellos. Haz que escuche tu voz y no endurezca mi corazón".
Oremos con el Salmo 32:
Aclamen, justos, al Señor:
es propio de los buenos alabarlo.
Alaben al Señor con la cítara,
toquen en su honor el arpa de diez cuerdas;
entonen para él un canto nuevo,
toquen con arte, profiriendo aclamaciones.
Porque la palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor.
La palabra del Señor hizo el cielo,
y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales;
él encierra en un cántaro las aguas del mar
y pone en un depósito las olas del océano.
Que toda la tierra tema al Señor,
y tiemblen ante él los habitantes del mundo;
porque él lo dijo, y el mundo existió,
él dio una orden, y todo subsiste.
El Señor frustra el designio de las naciones
y deshace los planes de los pueblos,
pero el designio del Señor
permanece para siempre,
y sus planes, a lo largo de las generaciones.
¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se eligió como herencia!
El Señor observa desde el cielo
y contempla a todos los hombres;
él mira desde su trono
a todos los habitantes de la tierra;
modela el corazón de cada uno
y conoce a fondo todas sus acciones.
El rey no vence por su mucha fuerza
ni se libra el guerrero por su gran vigor;
de nada sirven los caballos para la victoria:
a pesar de su fuerza no pueden salvar.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia.
Nuestra alma espera en el Señor:
él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Nuestro corazón se regocija en él:
nosotros confiamos en su santo Nombre.
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en ti.
Dios desea permanecer en nuestros corazones e iluminar toda la tierra inundándola de la Gloria de su Amor. Es Navidad hoy y puede serlo siempre.
(Sofonías 3, 14-18)
Alégrate y exulta de todo corazón. Ese gozo no es como el que da el mundo. La alegría real, que produce felicidad auténtica, es la de contemplar y esperar siempre el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios. La tristeza proviene del espíritu del mundo, de las obras de la carne. Interioriza con Santa Teresa de Jesús que "sólo Dios basta". Ten claro que el Niño Jesús es quien más te ama, porque lo hace escuchando la voluntad de su Padre. Asume que el Señor te habla envuelto en pañales y te susurra: "Nadie te ama como yo. Dame tus debilidades, tus tristezas, tus desesperaciones y todo tu ser. Yo quiero nacer de nuevo cada segundo en ti para hacerte gozar de las primicias del Reino".
Hijo con el Hijo
Esa declaración de Amor está plasmada en palabras poéticas y de vida en el Cantar de los Cantares 2, 8-14:
¡La voz de mi amado!
Ahí viene, saltando por las montañas,
brincando por las colinas.
Mi amado es como una gacela,
como un ciervo joven.
Ahí está: se detiene
detrás de nuestro muro;
mira por la ventana,
espía por el enrejado.
Habla mi amado, y me dice:
"¡Levántate, amada mía,
y ven, hermosa mía!
Porque ya pasó el invierno,
cesaron y se fueron las lluvias.
Aparecieron las flores sobre la tierra,
llegó el tiempo de las canciones,
y se oye en nuestra tierra
el arrullo de la tórtola.
La higuera dio sus primeros frutos
y las viñas en flor exhalan su perfume.
¡Levántate, amada mía,
y ven, hermosa mía!
Paloma mía, que anidas
en las grietas de las rocas,
en lugares escarpados,
muéstrame tu rostro,
déjame oír tu voz;
porque tu voz es suave
y es hermoso tu semblante".
Tú. eres hermoso porque eres hijo con el Hijo, Jesucristo, de un Padre lleno de misericordia que desea llenar tu corazón de árboles de Amor enraizados en Él como Cedros del Líbano. Sé como el Niño Jesús y muéstrate desnudo, desposeido ante Papá Dios. Él quiere cobijarte, ser tu refugio, hacerte caminar por senderos de paz infinita.
La niña que compra milagros
Sólo así podrás creer que Dios estará contigo para siempre y desea acompañarte. Deja que guie tus pasos. Hazte como un niño. Una de las historias reales, que vuelan por internet y que nos ha hecho llegar Paulina Binyons. muestra que nada es imposible para Dios:
Era una niña precoz de 8 años. Un día escuchó a su madre y a su padre hablar acerca de su hermanito Andrew. Ella solo sabía que su hermano estaba muy enfermo y que su familia no tenía dinero.
Planeaban mudarse para un complejo de apartamentos el siguiente mes porque su padre no tenía el dinero para las facturas médicas y la hipoteca. Solo una operación costosísima podría salvar a Andrew.
La niña escuchó que su padre estaba gestionando un préstamo pero no lo conseguía.
Papá susurraba a su madre, quien tenía los ojos llenos de lágrimas: "Sólo un milagro puede salvarlo".
Tess fue a su cuarto y sacó un frasco de jalea que mantenía escondido. Vació todo su contenido en el suelo y lo contó cuidadosamente. Lo contó una segunda vez y una tercera. La cantidad tenía que ser perfecta. No había margen para errores. Luego colocó todas las monedas en el frasco nuevamente, lo tapó y se escabulló por la puerta trasera y caminó 6 bloques hasta la farmacia, que tenía el jefe indio color rojo pintado en el marco de la puerta. Esperó pacientemente su turno.
El farmacéutico parecía muy ocupado y no le prestaba atención. Tess movió su pie haciendo un ruido. Nada. Se aclaró la garganta con el peor sonido que pudo producir. Nada. Finalmente, sacó una moneda del frasco y golpeó el mostrador.
"¿Qué deseas?", le preguntó el farmacéutico en un tono bastante desagradable. Y le dijo sin esperar respuesta:
-"Estoy hablando con mi hermano que acaba de llegar de Chicago y no lo he visto en años".
-"Bueno, yo quiero hablarle acerca de mi hermano" le contestó Tess en el mismo tono que usara el farmacéutico. "Está muy enfermo y quiero comprar un milagro".
-"¿Qué dices?" dijo el farmacéutico.
-"Su nombre es Andrew y tiene algo creciéndole dentro de la cabeza y mi padre dice que solo un milagro lo puede salvar. Así que, ¿cuánto cuesta un milagro?"
-"Aquí no vendemos milagros, pequeña. Lo siento pero no te puedo ayudar" le contestó el farmacéutico; ahora en un tono más dulce.
-"Mire, yo tengo el dinero para pagarlo. Si no es suficiente, conseguiré el resto. Sólo dígame cuanto cuesta".
El hermano del farmacéutico era un hombre elegante. Se inclinó y le preguntó a la niña:
-"¿Qué clase de milagro necesita tu hermanito?"
-"No lo sé" contestó Tess con los ojos a punto de explotar. "Solo se que está bien enfermo y mi mami dice que necesita una operación. Pero mi papá no puede pagarla, así que yo quiero usar mi dinero".
-"¿Cuánto dinero tienes?" le preguntó el hombre de Chicago.
-"Un dólar con once centavos" contestó Tess en una voz que casi no se entendió. "Es todo el dinero que tengo pero puedo conseguir más si lo necesita".
-"Pues que coincidencia" dijo el hombre sonriendo. "Un dólar con once centavos, justo el precio de un milagro para hermanos menores".
Tomó el dinero en una mano y con la otra cogió a la niña del brazo y le dijo;
-"Llévame a tu casa. Quiero ver a tu hermano y conocer a tus padres.
Veamos si yo tengo el milagro que tú necesitas".
Ese hombre de buena apariencia era el Dr. Carlton Armstrong, un cirujano
especialista en neurocirugía.
La operación se efectuó sin cargos y en poco tiempo Andrew estaba de regreso a casa y en buena salud.
Los padres de Tess hablaban felices de las circunstancias que llevaron a este doctor hasta su puerta.
-"Esa cirugía" dijo la madre, "fue un verdadero milagro. Me pregunto cuanto habría costado".
Tess sonrió. Ella sabía exactamente cuanto costaba un milagro, un dólar con once centavos más la fe de una pequeña.
Colaborador de la Salvación
Quizás en tu mano esté hacer milagros en el nombre de Jesús engendrado por el Amor de Dios Padre en el seno de la Virgen María y San José. María y José fueron dos colaboradores decisivos para que se ejecutara la Salvación de toda la humanidad acogiendo como padres terrenales a Jesús. ¿Quieres tú contribuir a la obra Salvadora de Cristo Jesús?. Mira a los ojos al Niño Jesús del pesebre y dile: "Ven a mi corazón para que pueda hacerte presente en los demás de la manera que Tú deseas nacer en ellos. Haz que escuche tu voz y no endurezca mi corazón".
Oremos con el Salmo 32:
Aclamen, justos, al Señor:
es propio de los buenos alabarlo.
Alaben al Señor con la cítara,
toquen en su honor el arpa de diez cuerdas;
entonen para él un canto nuevo,
toquen con arte, profiriendo aclamaciones.
Porque la palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor.
La palabra del Señor hizo el cielo,
y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales;
él encierra en un cántaro las aguas del mar
y pone en un depósito las olas del océano.
Que toda la tierra tema al Señor,
y tiemblen ante él los habitantes del mundo;
porque él lo dijo, y el mundo existió,
él dio una orden, y todo subsiste.
El Señor frustra el designio de las naciones
y deshace los planes de los pueblos,
pero el designio del Señor
permanece para siempre,
y sus planes, a lo largo de las generaciones.
¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se eligió como herencia!
El Señor observa desde el cielo
y contempla a todos los hombres;
él mira desde su trono
a todos los habitantes de la tierra;
modela el corazón de cada uno
y conoce a fondo todas sus acciones.
El rey no vence por su mucha fuerza
ni se libra el guerrero por su gran vigor;
de nada sirven los caballos para la victoria:
a pesar de su fuerza no pueden salvar.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia.
Nuestra alma espera en el Señor:
él es nuestra ayuda y nuestro escudo.
Nuestro corazón se regocija en él:
nosotros confiamos en su santo Nombre.
Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en ti.
Dios desea permanecer en nuestros corazones e iluminar toda la tierra inundándola de la Gloria de su Amor. Es Navidad hoy y puede serlo siempre.
Despiértate, levántate y la Luz de Cristo brillará sobre ti / Autores: Conchi y Arturo
¿Alumbramos más que las luces de Navidad sembradas por las calles por comerciantes y ayuntamientos? ¿Guardamos en el corazón la perenne Navidad por obra y gracia del Espíritu Santo? Jesús que vino a salvarnos dijo a quienes le escuchaban en el sermón de las Bienaventuranzas:
"Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse la ciudad que está sobre la colina, ni los hombres encienden la luz para colocarla bajo el celemín, sino sobre el candelero, de manera que alumbre a todos los que están en casa. Que vuestra luz brille entre los hombres, de manera que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". (Mt. 5, 14-16)
¿Si somos la luz del mundo porque nos sentimos inundados de tinieblas, tristeza y depresión?. En el Evangelio de Jn. 8,12 se afirma: "Jesús respondió diciendo: - Yo soy la Luz del mundo. Quien me sigue no anda en tinieblas, sino que tiene la Luz de la vida."
Se hizo Luz en nuestros corazones
El seguimiento de Jesús debe ser permanente. Cada fracción diminuta de tiempo debe ser fértil para engendrar al Hijo de Dios en nuestro corazón, para convertirnos en Luz del mundo. La Palabra de Dios nos dice en Mt.: "Vosotros sois la Luz del mundo". Por su parte el Evangelio de Jn. se refiere a Jesús proclamando: "Yo soy la Luz del mundo".
Parecen frases contradictorias, pero no lo son. Somos Luz del mundo en virtud de que Jesús nació en Belén, iluminó al mundo, murió en la Cruz para la salvación de todos, resucitó para darnos el Espíritu Santo prometido y morar en nosotros para siempre. En el corazón hay un lugar, como en Belén, donde sólo puede penetrar el Espíritu de Dios. Es el portal que Jesús se ha reservado para que podamos acogernos a la salvación. San Pablo lo concreta claramente en 2Co. 4,6:
"Por eso el mismo Dios que dijo: - Brilla la Luz en las tinieblas, se hizo Luz en nuestros corazones, para que la Gloria de Dios resplandezca como brilla en el rostro de Cristo".
El fruto de la Luz
La Luz de Cristo en Belén ilumina el Universo eternamente. El problema es que si llenos de la luminosidad del Salvador realizamos obras de las tinieblas el resultado es la oscuridad. Pablo explica en 2Co. 6,14:
"No pactéis alianzas incompatibles con los que no creen. ¿Podría pactar la justicia con la maldad? ¿O podría convivir la Luz con las tinieblas?"
Los frutos son los que disciernen el estado de nuestra vida. El apóstol de los gentiles lo escribe en Ef. 5,8-9:
"Hubo un tiempo en que estabais en la tinieblas, pero ahora sois Luz en el Señor. Caminad como hijos de la Luz, ya que el fruto de la Luz se halla en todo lo que es bueno, justo y verdadero".
Palabra de Luz
Cuando la Luz del pesebre de Jesús no brilla en nosotros es consecuencia de nuestras actitudes como se señala en Sa. 5,7:
"Es cierto que perdimos el camino de la Verdad. El Espíritu de Justicia no fue nuestra Luz y el Sol Verdadero no nos iluminó".
El aceite para mantener encendida la Luz de Cristo en el corazón es, como leemos al recitar el Sl. 119, 105 y 130:
"Tu Palabra es lámpara para mis pasos y Luz para mi sendero".
"La comprensión de tus palabras ilumina, da inteligencia al ignorante".
Cuando hacemos vida la Palabra de Dios escuchamos interiormente el anuncio de alegría perpetua de Is. 60,1:
"Levántate, brilla, porque tu Luz llega y la Gloria del Señor se alza sobre ti".
Querer acoger al Niño Dios
Vamos a fijar nuestra mirada en los avatares de la Sagrada Familia, en el momento del nacimiento de Jesús, para comprender como podemos engendrar continuamente al Hijo de Dios con obras, palabras y actitudes. Dios Padre busca posada para el nacimiento de Jesús, a través de José y María, los progenitores terrenales.
Dios llama a todos los corazones cada día como lo hizo en todas la puertas de Belén. En el pueblo estaba todo lleno. Todos estaban ocupados. No tenían ni espacio ni tiempo para acoger el nacimiento del Hijo de Dios.
El egocentrismo de la gente era el mismo con el que Dios se topa 2000 años después. Las puertas se cerraban al paso de José y María. Todos los que tenían las mejores casas y posesiones, la mayor comodidad, no quieren ser molestados por la presencia de la Virgen María que iba a traer al mundo la verdadera Luz: JESÚS.
Sólo unos humildes pastores les invitan a resguardarse en el único lugar que tienen: una cueva para los rebaños. El Hijo de Dios sólo necesita que deseemos acogerlo en el corazón con todo lo que tenemos en él, los talentos y las debilidades. Abre tu corazón a Jesús y Él será tu Luz y Salvación. Disipará toda tiniebla como leemos Jn. 1,14:
"Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad."
Vivir de la Providencia
En el portal de Belén, a diferencia de en las otras casas, la puerta estaba abierta. Es casi seguro que ni existía. Tener la puerta abierta de nuestro corazón a la Palabra del Verbo Encarnado, sin cerrarla nunca, es otra de las actitudes para que la Luz de Cristo no mengue.
Los pastores reciben el anuncio del nacimiento de Jesús estando a la intemperie. Son las personas con menos recursos materiales, pero con una profunda sabiduría de la vida adquirida en medio de la naturaleza, obra del Creador. Viven de la Providencia, buscan su alimento día a día, trabajan continuamente y viven con sencillez, sólo pendientes de sus rebaños y sus familias. Estamos llamados a vivir como los pastores, levantando la mirada al cielo para recibir el anuncio y el regalo de la Providencia de Dios para nuestra existencia.
Jesús cuando le preguntan en donde vive responde: "El Hijo del Hombre no tiene donde reposar su cabeza". Los pastores hacen una vida humana parecida a la del Hijo de Dios. No se quedan instalados en un lugar, sino que andan buscando los mejores pastos para sus rebaños. Tenemos que buscar la Luz de Dios cada día para poder amarnos personalmente y a los demás como Él lo hace.
Jesús viene al mundo y se proclama el Buen Pastor. Quiere iluminar nuestros caminos y llevarnos a los mejores pastos, a la tierra prometida que mana leche y miel. Cantemos con gozo lo que dice el Sal. 24 (23):
"Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella,
el mundo y todos sus habitantes,
porque él la fundó sobre los mares,
él la afirmó sobre las corrientes del océano.
¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor
y permanecer en su recinto sagrado?
El que tiene las manos limpias
y puro el corazón;
el que no rinde culto a los ídolos
ni jura falsamente:
él recibirá la bendición del Señor,
la recompensa de Dios, su salvador.
Así son los que buscan al Señor,
los que buscan tu rostro, Dios de Jacob".
Construir sobre roca
El portal de Belén es una cueva de piedra. Dios es la roca que salva. Acogernos al amor del Padre del Cielo, la Roca, es la única forma de poder modelar el corazón como un pesebre perenne. El Padre y Jesús son uno con el Espíritu Santo. Como Pedro, nosotros somos piedras sobre las que Dios quiere edificar su Iglesia. Interioricemos la Palabra del verdadero arquitecto: "Si el Señor no construye la casa en vano se cansa el albañil". Ser roca supone anhelar vivir en comunión con la Santísima Trinidad. Construyamos nuestra vida fundamentada en la Roca que salva: JESUCRISTO.
Ser un portal de Belén viviente, engendrar a Jesús, llevarlo en el corazón, implica tener la actitud de la Virgen María y de San José. Hay que llamar a la puerta de los corazones de todos cuantos se crucen en nuestra vida explicitando que Jesús es su Luz y Salvación. Hay que comunicar que el Hijo de Dios quiere morar en cada ser humano: nacer, crecer e iluminar. Sepamos que nos pueden contestar que no hay lugar ni para nosotros, ni para el Mesías.
Si nos cierran la puertas, no temamos. Jesucristo siempre nace y es Luz. Nació en Belén e iluminará el Universo por toda la eternidad. Él sólo desea que mostremos su rostro, no que lo impongamos, sino que lo propongamos. Dios quiere hacer del corazón de todos los hombres un pesebre para que engendren a Jesús. Él sólo espera de cada uno que le abramos el corazón.
Mi delicia eres Tú
El resplandor del nacimiento Cristo ilumina toda tiniebla por el don del Espíritu Santo que lo hace presente. Jesús te mira desde su cuna y te dice: "Aliméntate de mi Palabra y de mi Paz. Acógeme. Déjame crecer en ti y amar a los demás desde tu corazón, llevarles la verdadera felicidad que proviene de la Gloria de Dios Padre".
Canta nuevos himnos de alabanza al Señor. Adórale como hicieron los pastores, con sencillez y humildad, poniéndo a sus pies como presente toda tu vida, la de ayer, hoy y mañana.
Ponte ante el Salvador del mundo y ora con la nítida letra de una canción compuesta a partir de los salmos 16 y 19, por Yuan-Fuei Liao, titulada "Mi delicia", que forma parte del CD "DIOS DE VICTORIA" del ministerio de jóvenes de la Comunidad Siervos de Cristo Vivo:
Mi Delicia eres Tú,
mi gozo es contemplar
tu mirada de ternura, mi Jesús.
Mi Delicia eres Tú
mi alegría está en ti,
en tu presencia quiero ser adorador.
Tú destilas para mí
tu amor como la miel,
adorarte es mi pasión, Señor.
En tu humilde corazón
hoy quisiera entrar
para hacer tu voluntad, mi buen Jesús.
Cristo es tu Delicia: deléitate, regala paz y dulzura a tu alma. Las fiestas pasarán pero tu corazón debe permanecer abierto a acoger la Luz del Salvador del mundo infinitamente. Que la gracia de Dios Padre lo haga posible por el don del Espíritu Santo en Cristo Jesús Señor nuestro.
¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!
"Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse la ciudad que está sobre la colina, ni los hombres encienden la luz para colocarla bajo el celemín, sino sobre el candelero, de manera que alumbre a todos los que están en casa. Que vuestra luz brille entre los hombres, de manera que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". (Mt. 5, 14-16)
¿Si somos la luz del mundo porque nos sentimos inundados de tinieblas, tristeza y depresión?. En el Evangelio de Jn. 8,12 se afirma: "Jesús respondió diciendo: - Yo soy la Luz del mundo. Quien me sigue no anda en tinieblas, sino que tiene la Luz de la vida."
Se hizo Luz en nuestros corazones
El seguimiento de Jesús debe ser permanente. Cada fracción diminuta de tiempo debe ser fértil para engendrar al Hijo de Dios en nuestro corazón, para convertirnos en Luz del mundo. La Palabra de Dios nos dice en Mt.: "Vosotros sois la Luz del mundo". Por su parte el Evangelio de Jn. se refiere a Jesús proclamando: "Yo soy la Luz del mundo".
Parecen frases contradictorias, pero no lo son. Somos Luz del mundo en virtud de que Jesús nació en Belén, iluminó al mundo, murió en la Cruz para la salvación de todos, resucitó para darnos el Espíritu Santo prometido y morar en nosotros para siempre. En el corazón hay un lugar, como en Belén, donde sólo puede penetrar el Espíritu de Dios. Es el portal que Jesús se ha reservado para que podamos acogernos a la salvación. San Pablo lo concreta claramente en 2Co. 4,6:
"Por eso el mismo Dios que dijo: - Brilla la Luz en las tinieblas, se hizo Luz en nuestros corazones, para que la Gloria de Dios resplandezca como brilla en el rostro de Cristo".
El fruto de la Luz
La Luz de Cristo en Belén ilumina el Universo eternamente. El problema es que si llenos de la luminosidad del Salvador realizamos obras de las tinieblas el resultado es la oscuridad. Pablo explica en 2Co. 6,14:
"No pactéis alianzas incompatibles con los que no creen. ¿Podría pactar la justicia con la maldad? ¿O podría convivir la Luz con las tinieblas?"
Los frutos son los que disciernen el estado de nuestra vida. El apóstol de los gentiles lo escribe en Ef. 5,8-9:
"Hubo un tiempo en que estabais en la tinieblas, pero ahora sois Luz en el Señor. Caminad como hijos de la Luz, ya que el fruto de la Luz se halla en todo lo que es bueno, justo y verdadero".
Palabra de Luz
Cuando la Luz del pesebre de Jesús no brilla en nosotros es consecuencia de nuestras actitudes como se señala en Sa. 5,7:
"Es cierto que perdimos el camino de la Verdad. El Espíritu de Justicia no fue nuestra Luz y el Sol Verdadero no nos iluminó".
El aceite para mantener encendida la Luz de Cristo en el corazón es, como leemos al recitar el Sl. 119, 105 y 130:
"Tu Palabra es lámpara para mis pasos y Luz para mi sendero".
"La comprensión de tus palabras ilumina, da inteligencia al ignorante".
Cuando hacemos vida la Palabra de Dios escuchamos interiormente el anuncio de alegría perpetua de Is. 60,1:
"Levántate, brilla, porque tu Luz llega y la Gloria del Señor se alza sobre ti".
Querer acoger al Niño Dios
Vamos a fijar nuestra mirada en los avatares de la Sagrada Familia, en el momento del nacimiento de Jesús, para comprender como podemos engendrar continuamente al Hijo de Dios con obras, palabras y actitudes. Dios Padre busca posada para el nacimiento de Jesús, a través de José y María, los progenitores terrenales.
Dios llama a todos los corazones cada día como lo hizo en todas la puertas de Belén. En el pueblo estaba todo lleno. Todos estaban ocupados. No tenían ni espacio ni tiempo para acoger el nacimiento del Hijo de Dios.
El egocentrismo de la gente era el mismo con el que Dios se topa 2000 años después. Las puertas se cerraban al paso de José y María. Todos los que tenían las mejores casas y posesiones, la mayor comodidad, no quieren ser molestados por la presencia de la Virgen María que iba a traer al mundo la verdadera Luz: JESÚS.
Sólo unos humildes pastores les invitan a resguardarse en el único lugar que tienen: una cueva para los rebaños. El Hijo de Dios sólo necesita que deseemos acogerlo en el corazón con todo lo que tenemos en él, los talentos y las debilidades. Abre tu corazón a Jesús y Él será tu Luz y Salvación. Disipará toda tiniebla como leemos Jn. 1,14:
"Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad."
Vivir de la Providencia
En el portal de Belén, a diferencia de en las otras casas, la puerta estaba abierta. Es casi seguro que ni existía. Tener la puerta abierta de nuestro corazón a la Palabra del Verbo Encarnado, sin cerrarla nunca, es otra de las actitudes para que la Luz de Cristo no mengue.
Los pastores reciben el anuncio del nacimiento de Jesús estando a la intemperie. Son las personas con menos recursos materiales, pero con una profunda sabiduría de la vida adquirida en medio de la naturaleza, obra del Creador. Viven de la Providencia, buscan su alimento día a día, trabajan continuamente y viven con sencillez, sólo pendientes de sus rebaños y sus familias. Estamos llamados a vivir como los pastores, levantando la mirada al cielo para recibir el anuncio y el regalo de la Providencia de Dios para nuestra existencia.
Jesús cuando le preguntan en donde vive responde: "El Hijo del Hombre no tiene donde reposar su cabeza". Los pastores hacen una vida humana parecida a la del Hijo de Dios. No se quedan instalados en un lugar, sino que andan buscando los mejores pastos para sus rebaños. Tenemos que buscar la Luz de Dios cada día para poder amarnos personalmente y a los demás como Él lo hace.
Jesús viene al mundo y se proclama el Buen Pastor. Quiere iluminar nuestros caminos y llevarnos a los mejores pastos, a la tierra prometida que mana leche y miel. Cantemos con gozo lo que dice el Sal. 24 (23):
"Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella,
el mundo y todos sus habitantes,
porque él la fundó sobre los mares,
él la afirmó sobre las corrientes del océano.
¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor
y permanecer en su recinto sagrado?
El que tiene las manos limpias
y puro el corazón;
el que no rinde culto a los ídolos
ni jura falsamente:
él recibirá la bendición del Señor,
la recompensa de Dios, su salvador.
Así son los que buscan al Señor,
los que buscan tu rostro, Dios de Jacob".
Construir sobre roca
El portal de Belén es una cueva de piedra. Dios es la roca que salva. Acogernos al amor del Padre del Cielo, la Roca, es la única forma de poder modelar el corazón como un pesebre perenne. El Padre y Jesús son uno con el Espíritu Santo. Como Pedro, nosotros somos piedras sobre las que Dios quiere edificar su Iglesia. Interioricemos la Palabra del verdadero arquitecto: "Si el Señor no construye la casa en vano se cansa el albañil". Ser roca supone anhelar vivir en comunión con la Santísima Trinidad. Construyamos nuestra vida fundamentada en la Roca que salva: JESUCRISTO.
Ser un portal de Belén viviente, engendrar a Jesús, llevarlo en el corazón, implica tener la actitud de la Virgen María y de San José. Hay que llamar a la puerta de los corazones de todos cuantos se crucen en nuestra vida explicitando que Jesús es su Luz y Salvación. Hay que comunicar que el Hijo de Dios quiere morar en cada ser humano: nacer, crecer e iluminar. Sepamos que nos pueden contestar que no hay lugar ni para nosotros, ni para el Mesías.
Si nos cierran la puertas, no temamos. Jesucristo siempre nace y es Luz. Nació en Belén e iluminará el Universo por toda la eternidad. Él sólo desea que mostremos su rostro, no que lo impongamos, sino que lo propongamos. Dios quiere hacer del corazón de todos los hombres un pesebre para que engendren a Jesús. Él sólo espera de cada uno que le abramos el corazón.
Mi delicia eres Tú
El resplandor del nacimiento Cristo ilumina toda tiniebla por el don del Espíritu Santo que lo hace presente. Jesús te mira desde su cuna y te dice: "Aliméntate de mi Palabra y de mi Paz. Acógeme. Déjame crecer en ti y amar a los demás desde tu corazón, llevarles la verdadera felicidad que proviene de la Gloria de Dios Padre".
Canta nuevos himnos de alabanza al Señor. Adórale como hicieron los pastores, con sencillez y humildad, poniéndo a sus pies como presente toda tu vida, la de ayer, hoy y mañana.
Ponte ante el Salvador del mundo y ora con la nítida letra de una canción compuesta a partir de los salmos 16 y 19, por Yuan-Fuei Liao, titulada "Mi delicia", que forma parte del CD "DIOS DE VICTORIA" del ministerio de jóvenes de la Comunidad Siervos de Cristo Vivo:
Mi Delicia eres Tú,
mi gozo es contemplar
tu mirada de ternura, mi Jesús.
Mi Delicia eres Tú
mi alegría está en ti,
en tu presencia quiero ser adorador.
Tú destilas para mí
tu amor como la miel,
adorarte es mi pasión, Señor.
En tu humilde corazón
hoy quisiera entrar
para hacer tu voluntad, mi buen Jesús.
Cristo es tu Delicia: deléitate, regala paz y dulzura a tu alma. Las fiestas pasarán pero tu corazón debe permanecer abierto a acoger la Luz del Salvador del mundo infinitamente. Que la gracia de Dios Padre lo haga posible por el don del Espíritu Santo en Cristo Jesús Señor nuestro.
¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!
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