Todos tenemos sueños acerca de la vida ideal: una vida sin dolor, tristeza, conflicto o guerra. El reto es espiritual. En medio de nuestras muchas luchas tenemos el derecho a hacer guiños a la experiencia de esta vida perfecta. Al abrazar la realidad de nuestra vida mortal, podemos ponernos en contacto con la vida eterna
que se ha sembrado.
El apóstol Pablo expresa esto poderosamente cuando escribe:
"Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados.
Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.
Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.
De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida." (2 Corintios 4:8-12).
Sólo haciendo frente a nuestra mortalidad podemos entrar en contacto con la vida que trasciende la muerte. Nuestras imperfecciones han abierto para nosotros
la visión de la vida perfecta que Dios a través de Jesús nos ha prometido.
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