* «“¡No, no! ¡Tengo mi relación con Dios y a Él mismo le confieso mis pecados!”. Ésta fue mi respuesta al obispo. Unos meses más tarde, cuando se acercaba la Semana Santa, recibí una gracia especial y un deseo de confesar mis pecados al Señor. No tenía idea de cómo confesar… Pero sabía que estaba en presencia del amoroso y misericordioso Señor, comunicándome con Él y escuchándolo. En el momento de la absolución, entendí lo que me habían contado sobre el sacramento de la Reconciliación. Solo lo entendí cuando recibí la gracia yo misma. El perdón, la curación. Al salir del confesionario, supe que era el momento de mi conversión, a través del Sacramento de la Reconciliación, a través de un encuentro íntimo con el Señor. El día de mi Primera Comunión me di cuenta de lo que me había estado perdiendo. Fue el Santo Cuerpo de Cristo»
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