* «Fuimos al gran encuentro de jóvenes que cada verano organiza la comunidad del Emmanuel en Paray-le-Monial (Francia): Tres mil jóvenes que se reúnen y rezan de rodillas en la adoración… ¡Es impresionante! Tres mil personas, y ni un solo ruido… Entonces, recé. No sabía rezar mucho, pero muchas cosas pasaron por mi cabeza. Y en ese momento, no sé si fue un milagro -quizá sería demasiado, no me atrevo a decirlo-, pero… ¡conocí el rostro de Cristo! Sentí un calor, un amor… me puse a llorar de alegría al descubrirle». Desde entonces, Jesús realmente se convirtió en Alguien para mí: alguien que está en mi corazón, en mi espíritu, en mi vida, a quien puedo hablar todos los días, a quien puedo confiar mis momentos más duros, ms exámenes. Me ayudó a construir mi familia, a creer en la familia. Hoy tengo una familia numerosa plena de amor. Y quiero compartir esa felicidad, que es una felicidad de Dios»
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