* «Empecé a orar por este joven. Al principio fue difícil. Me apetecía pedir el mal para él y para su familia. Mi cara estaba completamente destrozada. Pero comencé a pedirle a Dios bondad para él. Algo extraordinario sucedió. Sé que el joven está fuera de prisión. Siempre rezo por su alma, y le confío que, si está cerca de Dios, pida gracias para mí. Ya no lo trato como a un enemigo, sino como a un amigo. Doy por cerrada esta etapa. A veces, cuando me miro al espejo y veo un parche en el ojo, me siento enfadado. Luego recuerdo que Dios puede convertir cualquier mal en bien. Toda esta situación me ayudó a convertirme y acercarme más a Dios»
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