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sábado, 30 de noviembre de 2024

Homilía del evangelio del domingo: Preparar la venida de Cristo en su parusía consiste en acoger en cada momento su continua venida a nosotros / Por P. José María Prats

  


* «El Señor nos visita continuamente infundiendo en nosotros el fuego del Espíritu Santo, que ilumina nuestra inteligencia y hace arder nuestro corazón: en la oración, el estudio o la lectura; en el testimonio edificante de nuestros hermanos; en el arrepentimiento y confesión de nuestros pecados; muy especialmente en la celebración de sus sagrados misterios. En estas visitas el Señor nos va modelando y fortaleciendo para que podamos permanecer en pie en el momento de su visita definitiva»

Domingo I de Adviento – C

Jeremías 33, 14-16  /  Salmo 24  /  1 Tesalonicenses 3, 12-4,2  /  San Lucas 21, 25-28, 34-36

P. José María Prats / Camino Católico.- El año litúrgico no viene representado por una línea recta sino por un círculo, como el de la corona de adviento, donde el principio y el fin se entrelazan armónicamente y sin solución de continuidad. Por ello hoy, primer domingo de adviento, las lecturas hacen referencia tanto a la primera venida de Jesucristo naciendo en Belén como a su última venida al final de los tiempos, conocida como su parusía.

El Evangelio nos presenta este retorno glorioso de Jesucristo al fin del mundo distinguiendo dos grupos de personas:

  • Por una parte están «las gentes», que vivirán esta realidad con «angustia», «enloquecidas por el estruendo del mar y del oleaje» y «quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad, ante lo que le viene encima al mundo».

  • Por otra parte están los destinatarios del Evangelio, que vivirán estos hechos como una liberación: «cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación». Y a ellos se les exhorta a la vigilancia, a estar despiertos esperando este momento decisivo sin que se les «embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida».

Es importante notar que estas palabras proféticas no se aplican únicamente a la generación que habitará en la tierra en el momento de la parusía, sino a todos los hombres. De hecho, para la mayor parte de la humanidad, la parusía se inicia en el instante de la muerte donde se produce el encuentro con Cristo resucitado y el juicio particular que, tras ese estado misterioso de escatología intermedia que está ya fuera de las coordenadas del espacio-tiempo físico, culminará en el juicio final.

Y aplicar este Evangelio al momento de la muerte de cada persona resulta muy aleccionador:

  • En primer lugar está el uso del lenguaje apocalíptico que da a este momento decisivo de la persona una dimensión cósmica grandiosa: «habrá signos en el sol, la luna y las estrellas ... los astros temblarán...». Con ello se nos muestra el dramatismo de nuestra vida, donde cada instante tiene una importancia infinita porque en él se decide nuestro destino eterno, un destino al servicio del cual fue creado todo el universo material. De ahí la necesidad de velar y vigilar, pues un tesoro de tal valor debe ser custodiado con la máxima diligencia.

  • Y, sobre todo, quedan muy bien reflejadas las actitudes ante la muerte propias de los dos grupos de personas que mencionábamos. Quienes han vivido instalados en el mundo absolutizando las realidades terrenas viven con angustia, miedo y ansiedad este momento que viene desconsideradamente a arrebatar sus tesoros. Quienes, en cambio, han vivido como peregrinos, esperando y luchando por anticipar el Reino de Dios, ven en la muerte el momento tan deseado y preparado del encuentro con Cristo y de la liberación definitiva del lastre del pecado.

  • Finalmente, la vigilancia que prepara este momento –se nos dice- consiste en evitar, con la ayuda de la gracia, que nuestra atención se desvíe del Señor y su Reino hacia las realidades mundanas: «tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida ... estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir».

Creo que una buena manera de expresar la esencia de la vigilancia a la luz de las lecturas de hoy es la siguiente: preparar la venida de Cristo en su parusía consiste en acoger en cada momento su continua venida a nosotros. San Bernardo dice en uno de sus sermones de adviento:

«Conocemos tres venidas del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia (...) La venida intermedia es oculta, sólo la ven los elegidos, en sí mismos, y gracias a ella reciben la salvación (...) Esta venida intermedia es como un camino que conduce de la primera a la última.»

Seguro que todos tenemos experiencia de ello. El Señor nos visita continuamente infundiendo en nosotros el fuego del Espíritu Santo, que ilumina nuestra inteligencia y hace arder nuestro corazón: en la oración, el estudio o la lectura; en el testimonio edificante de nuestros hermanos; en el arrepentimiento y confesión de nuestros pecados; muy especialmente en la celebración de sus sagrados misterios. En estas visitas el Señor nos va modelando y fortaleciendo para que podamos permanecer en pie en el momento de su visita definitiva. 

En este tiempo de adviento que hoy comenzamos el Señor nos anuncia una vez más, por medio de los profetas, su promesa de venir a visitarnos. Y nosotros, unidos a María, la Mujer del silencio y de la escucha, nos comprometemos a permanecer vigilantes para que esta visita pueda sanarnos y renovarnos.

P. José María Prats

 Evangelio

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: 

«Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación.

»Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre».

San Lucas 21, 25-28, 34-36

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