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sábado, 9 de febrero de 2008

Hombre y mujer: diferencia que no elimina la igualdad

Una mentalidad machista ignora la novedad del cristianismo / Autor: Benedicto XVI

Discurso al congreso internacional «Mujer y varón, la totalidad del humanum»

CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 10 febrero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI este sábado a los participantes en el congreso internacional «Mujer y varón, la totalidad del humanum», celebrado en Roma del 7 al 9 de febrero para recordar los veinte años de la publicación de la carta apostólica de Juan Pablo II «Mulieris dignitatem».
* * *

Queridos hermanos y hermanas:

Con mucho gusto os doy la bienvenida y os saludo a todos vosotro, que participáis en el Congreso internacional sobre el tema «Mujer y varón, la totalidad del humanum», organizado en el XX aniversario de la publicación de la carta apostólica «Mulieris dignitatem».
Saludo al señor cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, y le doy las gracias por haber manifestado los sentimientos comunes de los presentes. Saludo al secretario el obispo Josef Clemens, a los miembros y colaboradores del dicasterio. En particular, saludo a las mujeres, que son la gran mayoría de los presentes, y que han enriquecido con su experiencia y competencia las sesiones de trabajo del congreso.
El argumento sobre el que estáis reflexionando es de gran actualidad: desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy, el movimiento de valorización de la mujer en las diferentes instancias de la vida social ha suscitado innumerables reflexione y debates, y ha multiplicado muchas iniciativas que la Iglesia católica ha seguido y con frecuencia acompañado con interés.
La relación hombre-mujer en su respectiva especificidad, reciprocidad y complementariedad constituye, sin duda, un punto central de la «cuestión antropológica», tan decisiva en la cultura contemporánea. Numerosas intervenciones y documentos pontificios han tocado la realidad emergente de la cuestión femenina. Me limito a recordar los publicados por mi querido predecesor, Juan Pablo II, quien en junio de 1995 quiso escribir una Carta a las mujeres, mientras que el 15 de agosto de 1988, exactamente hace veinte años, publicó la carta apostólica «Mulieris dignitatem». Este texto sobre la vocación y la dignidad de la mujer, de gran riqueza teológica, espiritual y cultural, inspiró a su vez la Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

En la «Mulieris dignitatem», Juan Pablo II quiso profundizar en las verdades antropológicas fundamentales del hombre y de la mujer, en la igualdad de dignidad y en la unidad de los dos, en la arraigada y profunda diversidad entre lo masculino y lo femenino, y en su vocación a la reciprocidad y a la complementariedad, a la colaboración y a la comunión (Cf. n. 6). Esta unidad dual del hombre y de la mujer se basa en el fundamento de la dignidad de toda persona, creada a imagen y semejanza de Dios, quien «les creó varón y mujer» (Génesis 1, 27), evitando tanto una uniformidad indistinta y una igualdad estática y empobrecedora, como una diferencia abismal y conflictiva (Cf. Juan Pablo II, Carta a las mujeres, 8).

Esta unidad de los dos lleva en sí, inscrita en los cuerpos y en las almas, la relación con el otro, el amor por el otro, la comunión interpersonal que indica que «en la creación del hombre se da también una cierta semejanza con la comunión divina» («Mulieris dignitatem», n. 7). Por tanto, cuando el hombre o la mujer pretenden ser autónomos y totalmente autosuficientes, corren el riesgo de encerrarse en una autorrealización que considera como una conquista de la libertad la superación de todo vínculo natural, social o religioso, pero que en realidad les reduce a una soledad opresora. Para favorecer y apoyar la auténtica promoción de la mujer y del hombre no es posible descuidar esta realidad.

Ciertamente se necesita una renovada investigación antropológica que, basándose en la gran tradición cristiana, incorpore los nuevos progresos de la ciencia y las actuales sensibilidades culturales, contribuyendo de este modo a profundizar no sólo en la identidad femenina, sino también en la masculina, que con frecuencia también es objeto de reflexiones parciales e ideológicas.

Ante corrientes culturales y políticas que tratan de eliminar, o al menos de ofuscar y confundir, las diferencias sexuales inscritas en la naturaleza humana considerándolas como una construcción cultural, es necesario recordar el designio de Dios que ha creado al ser humano varón y mujer, con una unidad y al mismo tiempo una diferencia originaria y complementaria. La naturaleza humana y la dimensión cultural se integran en un proceso amplio y complejo que constituye la formación de la propia identidad, en la que ambas dimensiones, la femenina y la masculina, se corresponden y complementan.

Al inaugurar las sesiones de trabajo de la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en mayo pasado en Brasil, quise recordar que todavía hoy persiste una mentalidad machista, que ignora la novedad del cristianismo, que reconoce y proclama la igual dignidad y responsabilidad de la mujer con respecto al hombre. Hay lugares y culturas en los que la mujer es discriminada y minusvalorada sólo por el hecho de ser mujer, en los que se recurre incluso a argumentos religiosos y a presiones familiares, sociales y culturales para defender la disparidad de los sexos, en los que se perpetran actos de violencia contra la mujer, haciendo de ella objeto de malos tratos o de abusos en la publicidad y en la industria del consumo y de la diversión.

Ante fenómenos tan graves y persistentes parece más urgente todavía el compromiso de los cristianos para que se conviertan por doquier en promotores de una cultura que reconozca a la mujer la dignidad que le compete, en el derecho y en la realidad concreta.

Dios encomienda al hombre y a la mujer, según sus peculiaridades, una vocación específica y una misión en la Iglesia y en el mundo. Pienso en estos momentos en la familia, comunidad de amor abierto a la vida, célula fundamental de la sociedad. En ella, la mujer y el hombre, gracias al don de la maternidad y de la paternidad, desempeñan juntos un papel insustituible en relación con la vida.

Desde su concepción, los hijos tienen el derecho de poder contar con un padre y una madre para que les cuiden y les acompañen en su crecimiento. El Estado, por su parte, tiene que apoyar con políticas sociales adecuadas todo lo que promueve la estabilidad y la unidad del matrimonio, la dignidad y la responsabilidad de los cónyuges, su derecho y tarea insustituible como educadores de lo hijos. Además, es necesario que se le permita a la mujer colaborar en la construcción de la sociedad, valorando su típico «genio femenino».

Queridos hermanos y hermanas: os doy las gracias una vez más por vuestra visita y, deseando pleno éxito para vuestro congreso, os aseguro un recuerdo en la oración, invocando la materna intercesión de María para que ayude a las mujeres de nuestro tiempo a realizar su vocación y su misión en la comunidad eclesial y civil. Con estos deseos, os imparto a cuantos estáis aquí presentes y a vuestros seres queridos una especial bendición apostólica.

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[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]

jueves, 7 de febrero de 2008

Ser mujer es una misión / Auora: Miriam Díez i Bosch


Tres participantes del Movimiento de Schoenstatt en el congreso organizado por la Santa Sede
ROMA, (ZENIT.org).- Tres participantes en el congreso «Mujer y varón, la totalidad del humanum» organizado por la Santa Sede, miembros del Movimiento de Schoenstatt, están convencidas de que ser mujer es una auténtica misión. Lo explican a Zenit Perla Piovera, de Argentina; Alicia Kostka, de Polonia; y Marianne Mertke, de Alemania; presentando sus contribuciones a este encuentro mundial desde la espiritualidad de Schoenstatt, movimiento apostólico de matriz mariana.El congreso, convocado por el Consejo Pontificio para los Laicos, analiza el impacto de la carta apostólica «Mulieris dignitatem», primer documento pontificio dedicado a la mujer, publicado hace veinte años.

Alicia Kostka, de Polonia, hace dos años hizo su tesis de doctorado sobre la dignidad y vocación de la mujer desde la perspectiva del padre Josef Kentenich (1885-1968), fundador de esta nueva realidad eclesial. «Desde que se publicó, pienso que ha crecido el caos de términos en la sociedad; se define según gusto lo que es mujer y hombre. Queremos profundizar en lo que dicen la Biblia y la antropología cristiana», explica haciendo un sintético balance. Kostka insiste en el planteamiento del congreso, explicitado en una de las conferencias que llevaban por tema «Hombre y mujer, creados uno para el otro».
«Debemos ser conscientes de esto también en la vida diaria», reconoce: «el hombre y la mujer representan a Dios, cada uno en su manera».
La mujer, imagen de Dios

«A mí me fascina cómo el padre Kentenich lo presenta en su descripción de la mujer como imagen de Dios, y como todavía hoy está mucho más adelante de lo que dice la Iglesia --confiesa--. Cómo muestra concretamente a la mujer como imagen de Dios». «La Iglesia en su doctrina se queda todavía en mostrar que la mujer como persona --como persona que ama, que piensa, que actúa-- refleja a Dios. El padre Kentenich es mucho más concreto mostrando como ella es reflejo, imagen de Dios como mujer, es decir, imagen de un Dios que también es Madre en su entrega desinteresada».

«Muy raras veces se encuentra esto en la teología de la mujer: el servir desinteresado como don natural de la mujer, como potencia de la mujer, es un reflejo de un Dios que nos sirve a nosotros, porque es fuerte y porque es amor».
Otra contribución del padre Kentenich, expresada por la teóloga polaca, «es el papel de la mujer en la salvación del hombre», algo que el fundado expresa a través de «la actitud de fiat, del sí». «Si la mujer lo desarrolla en sí misma, puede también ayudar al hombre a llegar a esta actitud frente Dios. En una palabra, el padre Kentenich ha aportado mucho para que la mujer pueda estar orgullosa de ser mujer».

El padre Kentenich, «un feminista» positivo

Por este motivo Kostka, sonriendo, llega a definir al padre Kentenich de «feminista»: «Pero en el sentido más positivo. La mujer hasta el día de hoy se orienta en la escala de valores masculina, nos orientamos en el concepto masculino de la mujer, y lo hemos interiorizado sin darnos cuenta».
«Por ello no somos nosotros mismos, no somos lo que podemos ser según la idea de Dios, y como el hombre nos necesitaría. Esto lo dijo el padre Kentenich hace ya 70 años. Es un programa para la liberación de la mujer, la liberación de su orientación en la escala de valores masculina».Marianne Mertke, miembro de la dirección internacional de la Federación de Mujeres, concuerda en que el padre Kentenich fue un feminista, y aclara que «no sólo ofreció una teoría, sino la aplicación a la vida: «habla del ser, que es lo que puede orientar en un tiempo de un caos de definiciones escogidas al azar».

Mertke considera que la gran contribución que ofrece a través de su espiritualidad es la visión de «Maria como mujer, como orientación viva para todas las mujeres que buscan orientación».Por su parte, Perla Piovera, de Mendoza, confiesa: «me parece que este congreso apunta a un desafío central de la vida del mundo de hoy, a cual la Iglesia debe responder. Como dice Juan Pablo II en la carta apostólica "Mulieris dignitatem", lo que se juega con este tema no solo es el problema de la mujer, sino el destino de la humanidad».
«Me parece que en eso Schoenstatt hace un aporte muy importante. No solamente en lo teórico, en el hablar de temas importantes, de profundizarlos; el padre Kentenich puso en el centro a la figura de Maria, y más todavía, la alianza con Maria».

No sólo teoría

De este modo, constata, «le da a la mujer de hoy no sólo una teoría, sino la vida! Posibilita que surja la imagen que Dios tuvo de lo femenino cuando creo al hombre y a la mujer».
La propuesta del fundador, indica, «no ha nacido de una teoría, sino de su encuentro con muchas mujeres de todas las edades y en todas las circunstancias de la vida, y con el encuentro con la mujer, que es Maria, que es el alma de su alma».
De este modo, reconoce, se entiende «lo que dijo proféticamente el padre Kentenich ya en los años veinte. Animó a la mujer a salir a trabajar, a la política, vio en el feminismo de esa época un signo de Dios. No se puede volver atrás».
«No podemos soñar con un cambio volviendo al pasado, sino que tenemos que trabajar para una formación de la mujer siendo mujer, para la época actual, y dar a la mujer el derecho de ser mujer», añade Piovera.

«En nuestra época donde se habla tanto de los derechos humanos, nos olvidamos de los derechos básicos. ¡Devolver a la mujer el derecho de ser mujer! No quiere decir que no trabaje, que no sea madre, sino que sea mujer. Ser mujer es una misión, dice el padre Kentenich. Parece locura. Uno es mujer, ¿qué hacer? Pero es verdad: hoy en día ser mujer es una misión».