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viernes, 15 de abril de 2022

«La cruz con el Crucificado se transforma en signo de amor y fuente de vida» / Por Mons. Ginés García Beltrán, obispo de Getafe


 * «Nosotros lo podemos todo si en nuestras cruces de cada día está el Señor, si nos refugiamos en su costado abierto del que mana la gracia de la nueva vida. En la cruz donde está Cristo se descansa. Es a Cristo crucificado y muerto por nuestra redención al que adoramos esta tarde. Nos acercamos a su imagen para depositar nuestro afecto reverente, pero sobre todo para comulgar con sus padecimientos, para hacernos uno con Él. La adoración es propia del hombre libre que rinde su existencia ante el amor más grande, el que da la vida por los amigos»

15 de abril de 2022.- (Camino Católico) El obispo de Getafe reflexiona en ‘Palabra de Vida’ en 13 TV sobre el Viernes Santo: «Se nos invita al comienzo a hacer silencio, a postrarnos en adoración ante el Misterio. El silencio es esencial en este momento. La pasión y muerte del Señor nos deja sin palabras, la mejor palabra en este momento es el silencio«. Este es el texto completo de la reflexión del obispo de Getafe para este Viernes Santo:

La liturgia de hoy nos invita a mirar y a adorar “el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Hoy, la Iglesia se recoge en torno a la cruz y a su Esposo clavado en ella. La celebración de esta tarde, en la que no celebraremos la Eucaristía, es una gran meditación sobre los misterios que contemplamos: la pasión y muerte del Señor.

La contemplación de esta tarde es unitiva, el que contempla no tiene más deseo que ir tras él, meterse en su piel, incorporarse a su sufrimiento, como dice S. Pablo en su carta a los Filipenses: “Tened los mismos sentimientos de Cristo…” (2,5ss). El dolor y la soledad de Cristo nos embargan de tal modo que no queremos vivir ya más que de las entrañas de este misterio de amor y de donación. Se hacen realidad las palabras del Señor en el evangelio de S. Juan: “cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). La pasión y muerte de Jesús es un imán que me atrae, me une entrañablemente a él.

Se nos invita al comienzo a hacer silencio, a postrarnos en adoración ante el Misterio. El silencio es esencial en este momento. La pasión y muerte del Señor nos deja sin palabras, la mejor palabra en este momento es el silencio. Es una invitación a poner los sentidos en aquello que contemplamos. Escuchar, mirar, tocar, poner el corazón en el inocente que es condenado y carga con la cruz hasta el Calvario, lugar del suplicio. Todo lo que vemos y oímos es un verdadero testamento, hemos de recoger cada palabra, cada gesto, como lección de vida y como arma que nos ayude y nos sostenga en nuestro cotidiano vivir.

La proclamación de la Pasión según S. Juan nos introducirá en el acontecimiento del que hacemos memoria esta tarde. Es un texto denso, sapiencial, en el que se nos invita a mirar al Señor, a unirnos a su pasión. Os invito a escuchar también los demás textos de la Escritura que se proclaman, la profecía de Isaías, con el canto del Siervo de Yavéh, y la carta a los Hebreos.

En el horizonte del Viernes Santo está la cruz, una cruz que con frecuencia queremos evitar, y que hasta rechazamos porque es pesada; la cruz es difícil de llevar, y más cuando se lleva con el sentimiento de necedad o de maldición, cuando no entiendo por qué hay que sufrir, cuándo me escandaliza el sufrimiento de los inocentes, o el mío que soy alguien cercano a Dios y cumplidor de mis deberes como creyente.

La cruz vacía es un signo de muerte, de destrucción del hombre, la cruz vacía mata y rompe a la comunidad de los pueblos, solo la cruz con el Crucificado se llena de vida y de sentido. La cruz con el Crucificado se transforma en signo de amor y fuente de vida, S. Pablo lo puede todo en Aquel que lo conforta; nosotros lo podemos todo si en nuestras cruces de cada día está el Señor, si nos refugiamos en su costado abierto del que mana la gracia de la nueva vida. En la cruz donde está Cristo se descansa.

Es a Cristo crucificado y muerto por nuestra redención al que adoramos esta tarde. Nos acercamos a su imagen para depositar nuestro afecto reverente, pero sobre todo para comulgar con sus padecimientos, para hacernos uno con Él. La adoración es propia del hombre libre que rinde su existencia ante el amor más grande, el que da la vida por los amigos.

La oración universal que haremos hoy es la expresión de un corazón ensanchado donde caben todos. En el corazón de Cristo cabemos todos, en este gesto orante la Iglesia se manifiesta como el Cuerpo de Cristo que abraza a toda la humanidad, a los que están cerca y a los que están lejos, especialmente tenemos presentes a los que más lo necesitan.

Al final de la celebración, y antes de despedirnos, comulgaremos con el Cuerpo de Cristo. Solo me queda invitaros a no dejar de mirar a María que está al pie de la cruz, es la Madre que comparte la existencia del hijo hasta el final; es la Virgen que vuelve a engendrar para dar a luz en el dolor a la nueva humanidad nacida del costado abierto del Redentor. Miremos a María que “estaba”, y pidamos al Señor, por mediación de la Madre, que nosotros estemos también, que no huyamos nunca de este misterio de muerte y de vida.

Mons. Ginés García Beltrán

Obispo de Getafe