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jueves, 30 de enero de 2025

Jon Fosse, Premio Nobel de literatura: «Cambié el alcohol por la fe católica. Me di cuenta de que no solo debía, o quería, dejar de beber, sino que también debía y quería cambiar de vida. El rosario es mi fuerza»


Jon Fosse fue premio Nobel de literatura en 2023

* «Cuando salí del hospital, no sentí ninguna necesidad de beber y no la he vuelto a sentir desde entonces. La fe no llega como un sustituto, sino como una presencia capaz de llenar un espacio vacío, de otorgar sentido a lo que previamente parecía solo anhelo y desesperación. Intento rezar el rosario por la mañana, al mediodía y por la noche. No siempre lo consigo, pero rezo todos los días, eso seguro. Aunque a veces le pido a Dios que me ayude de una manera y no de otra, si es lo mejor para mí, pero en ese caso siento cierta modestia y asumo que lo que pido ya está contenido en las antiguas palabras de oración que componen el rosario»

Camino Católico.- Son muchas las razones que llevaron al escritor Jon Fosse (Haugesund, Noruega, 1959) a convertirse al catolicismo. Numerosos viajes y giras mundiales que lo hacían pasar a veces hasta seis meses fuera de casa, un consumo de alcohol «bastante alto» y un segundo divorcio, llevaron al ganador del premio Nobel de literatura en 2023 a «un colapso» en su vida. En todo caso, no fue un proceso fácil y es por eso que este escritor, uno de los más influyentes de Europa, se enfrenta a su relación con la fe de una manera tan única como su estilo literario.

En su último libro, El misterio de la fe, publicado en diciembre en italiano, relata con brutal sinceridad, en una conversación con el teólogo católico Eskil Skjeldal, el recorrido que lo llevó al encuentro con Dios. A través de las palabras de Fosse, conocemos cómo la lucha interna se convirtió en el caldo de cultivo para una experiencia radical: el alcohol como vía de escape y la fe como la única respuesta capaz de redimir su alma.

Lejos de un camino sencillo o predecible, Fosse narra una historia de búsqueda, desilusión y, finalmente, de una vinculación con el misterio de la fe, como si se tratara de un hilo invisible que une su vida, su arte y su alma. María Rabell García en El Debate sintetiza el testimonio de conversión que plasma el libro.  

«Le debo mucho al alcohol»

Fosse pasó por años de lucha con el alcohol, que fueron, paradójicamente, una parte importante de su vida. En sus palabras, «desde finales de los años ochenta, bebía todos los días, después de las cinco de la tarde. Así me sentía bien». No se trataba de borracheras descontroladas, sino de una necesidad constante, un refugio personal para lidiar con su dificultad para encajar en ciertos entornos. «Bebía sobre todo porque siempre me ha costado sentirme cómodo en contextos sociales amplios», explica.

El alcohol fue, en cierto modo, su compañero durante años. «Le debo mucho al alcohol, lo digo con gran honestidad. No habría sido capaz de hacer todo lo que he hecho en mi vida sin él», asegura Fosse. Sin embargo, llegó el momento en que esa dependencia «se me escapó de las manos». Entendió que aquella vida empezaba a ser «una especie de suicidio prolongado, aunque no fuera algo que quisiera conscientemente».

En medio de todo ese sufrimiento, algo cambió. La desesperación lo empujó hacia la fe, como él mismo lo describe: «Hay algo de verdad en el mito de que para ser un buen artista tienes que sufrir, o al menos haber sufrido, tienes que haberte purificado a través del sufrimiento. Creo que lo mismo ocurre para llegar a la fe. La fe se enraizó en mí a través del dolor y el sufrimiento. Me acerqué a la fe tanto a través de la depresión y la angustia como, en parte, a través de una autodestrucción que desembocó en el alcoholismo», reconoce el noruego.

¿Dios le salvó?

La conversión de Jon Fosse no fue un rayo divino ni una redención instantánea. No cree en una fe simplista donde Dios lo salvó del abismo de manera automática. «No es así como se debe pensar. Cierto, la fe requiere una especie de mente infantil, una cierta ingenuidad [...] y la ingenuidad tiene en sí al mismo tiempo sabiduría y estupidez». Para él, la fe no es un consuelo fácil, sino una forma de habitar el misterio, de aceptar que la eternidad no es solo un destino, sino algo que «existe aquí y ahora».

Salir de la adicción no fue solo dejar de beber, sino un desplome total, seguido de una reconstrucción. «Después de recuperarme tanto como pude del colapso, del derrumbe, de mi hundimiento total, me di cuenta de que no solo debía, o quería, dejar de beber, sino que también debía y quería cambiar de vida».

En ese renacimiento, el catolicismo se presentó como una senda natural, en parte gracias a su esposa y las conversaciones que lo llevaron a comprender la profundidad de esa tradición: «Juntos llegamos a la conclusión de que queríamos pertenecer a la misma confesión», asevera el escritor.

¿Qué hace un hombre como tú en un sitio como este?

Cuando finalmente fue acogido en la Iglesia, lo hizo con una mezcla de gratitud y humildad. «Estoy muy agradecido al monseñor Bernt [Bernt Ivar Eidsvig, obispo de Oslo] por haber permitido que un gran pecador como yo entrara a formar parte de la Iglesia». Su conversión ha sido un proceso sutil, más bien una transformación gradual, que desafía las narrativas convencionales de redención. «La vida aparece diferente cuando ya no la vemos a través del velo conciliador y atenuante de la embriaguez alcohólica. Pero no puedo decir que me arrepienta ni que me duela nada, ni siquiera el haber bebido».

Su relación con la bebida no fue una adicción superficial, sino un medio para lidiar con la incomodidad y la alienación que sentía frente a la vida. No lo veía como un pecado que lo atormentaba, sino más bien como una herramienta que, irónicamente, lo llevó a tomar conciencia de lo que le faltaba, abriéndole paso a una nueva forma de existencia.

Cuando le preguntan si la fe reemplazó el deseo de beber, Fosse lo niega, pero en sus palabras resuena una verdad más compleja. «Es incorrecto decirlo de esa manera. Cuando salí del hospital, no sentí ninguna necesidad de beber y no la he vuelto a sentir desde entonces. La fe no llega como un sustituto, sino como una presencia capaz de llenar un espacio vacío, de otorgar sentido a lo que previamente parecía solo anhelo y desesperación».

El alcohol no fue reemplazado, sino que la necesidad misma de ese escape fue disipada, quizás porque, como alguien le confesó, la verdadera transformación requiere algo más que renunciar a un vicio; debe ser reemplazado por algo que ofrezca un sentido profundo y duradero. «Como me dijo una vez un viejo actor que tuvo que dejar de beber, para lograrlo tuvo que reemplazar spriten, el alcohol, con spiriten, el espíritu, la fe cristiana, de lo contrario no lo habría logrado».


Jon Fosse, en su despacho de Austria, donde también tiene residencia / Foto: Editorial De Conatus

El «poder» de santiguarse

En su vida de oración, Fosse busca algo más que simplemente pedir. «El rosario se ha convertido en mi fuerza. Intento rezar por la mañana, al mediodía y por la noche. No siempre lo consigo, pero rezo todos los días, eso seguro». Si pide, lo hace por los demás, «aunque a veces le pido a Dios que me ayude de una manera y no de otra, si es lo mejor para mí, pero en ese caso siento cierta modestia y asumo que lo que pido ya está contenido en las antiguas palabras de oración que componen el rosario».

Fosse también recalca la importancia del «asombro» en la espiritualidad, como la clave tanto de su fe como de su literatura. En su experiencia, la relación con lo sagrado no se trata de un conocimiento abstracto, sino de una experiencia que trasciende la comprensión humana. «Sin asombro, la palabra Dios no tiene significado», sostiene.

«Lo que más busco en la oración es la quietud, un respiro sobre el momento, sobre la vida». Incluso el gesto simple y cotidiano del signo de la cruz cobra un significado profundo en su vida, para él tiene «fuerza y poder». «Lo hago en cualquier momento, cuando estoy solo y siento que necesito un poco de apoyo, y también eso me ayuda», asevera.

Fosse lo dice con claridad: «La fe no necesita de una Iglesia, pero yo, Jon, como ser humano, la necesito. O al menos la necesito en el punto de mi vida en el que me encuentro ahora». Es en esa necesidad personal donde se forja su conversión, un proceso visceral y esencial que, sin rodeos, le lleva a creer firmemente que «probablemente la Iglesia católica se las habría arreglado mejor sin mí, pero no al revés», asevera.