Elige tu idioma

Síguenos en el canal de Camino Católico en WhatsApp para no perderte nada pinchando en la imagen:

Mostrando entradas con la etiqueta psiquiatra forense. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta psiquiatra forense. Mostrar todas las entradas

sábado, 30 de noviembre de 2024

José Cabrera, psiquiatra forense: «Si hubiera que elegir entre la fe y la ciencia, me quedo con la fe. Ni se vive ni se muere igual creyendo en Dios que no creyendo en Dios»


El psiquiatra y médico forense, José Cabrera / Foto: José María Visiers

* «Cuando, como en mi caso, uno tiene los dos componentes, la ciencia –soy médico y vivo en la realidad dura de cada día– y la creencia en una religión, en un Dios que te vincula, las cosas son aún más fáciles que cuando solo tienes ciencia o solo tienes fe. Para muchos, la religión es magia. Pero para mí, lo que es ‘mágico’ es que el corazón lata noventa años sin parar nunca. Y, según mi razonamiento, esa ‘magia’ viene de un ser divino que se ha revelado y me ha dicho a mí: ‘Eres algo importante’»

* «A Dios hay que sentirlo, y hay que conducirse en la vida dando ejemplo, porque las palabras convencen, pero los ejemplos arrastran. En quien se acerca a Dios, ¿puede haber una intervención divina? Por supuesto. ¿Puede haber Alguien que te ha soplado algo a la oreja? Por supuesto. ¿Puede darse esa influencia divina directa? Por supuesto. Yo tengo amigos que se han convertido, y esa conversión, ¿de dónde nace? ¿de la mente? ¿de la experiencia? o ¿hay algo más? Definitivamente, no puede ser solo de la razón, tiene que haber algo más: un influjo de Dios, que decide que en ese momento tenga fe. Porque la fe es un don gratuito: yo no puedo pelear por tener fe; o me la dan o no la tengo. La fe es un don gratuito y sobrenatural. Obviamente, aquí hablo como hombre de fe, no como científico»

Camino Católico.- Es el psiquiatra forense más conocido de España. Y no solo porque lleve décadas apareciendo en los platós de televisión para analizar los casos criminales más mediáticos, sino sobre todo por la libertad de espíritu que exhibe a la hora de exponer sus argumentos. Aunque tal vez lo más llamativo es que después de haber examinado cara a cara a los peores criminales, y con más de setecientas autopsias en su haber –algunas, de casos realmente estremecedores–, el doctor José Cabrera (Madrid, 1956) sigue reconociendo que ni el mal ni el dolor le han hecho perder su fe en Dios. Lo entrevista José Antonio Méndez en el último número de la revista La Antorcha, la revista gratuita de la ACdP.

 –¿Puede la ciencia abarcar cuestiones que están más allá de la materia, como la existencia del alma, el bien o el origen del mal?

–Para la ciencia hay unos límites que son rígidos, porque la ciencia necesita evidencias, y la evidencia en el mundo de lo inmaterial no existe. Existe el sentimiento, la emoción, la intuición, la presunción… De modo que para la ciencia es terrible enfrentarse a lo inmaterial, porque está encorsetada en argumentos técnicos: existe el átomo, el aire, el fuego, las reacciones químicas… Pero, a pesar de eso, la ciencia está obligada, incluso moralmente, a entender «lo que técnicamente no existe». Por tanto, la ciencia solo conoce cosas en un muy estrecho margen, pero el gran mundo de lo que no se conoce es muy superior, y por ese motivo la ciencia está abocada a entenderse con lo inmaterial: con los sentimientos, las creencias, aquello que está en el corazón y no en el cerebro. Cuando, como en mi caso, uno tiene los dos componentes, la ciencia –soy médico y vivo en la realidad dura de cada día– y la creencia en una religión, en un Dios que te vincula, las cosas son aún más fáciles que cuando solo tienes ciencia o solo tienes fe.

–¿Y hay alguno que sea más importante que otro para la vida de la persona?

–Si hubiera que elegir entre la fe y la ciencia, me quedo con la fe. A estas alturas, el sentimiento es lo que me mueve, sin perder de vista el razonamiento. Yo no puedo ir por la vida con uno de los ojos cerrados, porque me doy un golpe. Así que compaginar la ciencia y la fe es lo que me da la ilusión de vivir. El hombre de ciencia está obligado a demostrarlo todo y el hombre de fe no tiene que demostrar nada; el hombre de fe no tiene que estar explicando si Dios existe o no, si cree o no cree, porque la fe es un sentimiento profundo del corazón, igual que uno cree en su mujer, en su novia, en su padre, en un amigo, en la lealtad, en la justicia… eso no tienes que demostrarlo. Lo que sí tienes que demostrar es que el átomo tiene electrones. A mí me ocurre como a Chesterton: a él no le importaba que hubiera hombres o mujeres que no creyeran en Dios; lo que le importaba es que el que no cree en Dios es capaz de creer en cualquier cosa. Ese es el problema.

–¿Qué es lo más complicado para que un médico forense mantenga la fe?

–La ciencia te erosiona, no solo la fe, sino también el sentimiento. Porque si todo lo buscas con ciencia, el sentimiento va en retirada. La parte más complicada para un psiquiatra forense que se ha pasado la vida haciendo autopsias, viendo asesinos y visitando cárceles, es «el silencio de Dios». Lo más duro es cuando estás con alguien que ha matado a cuatro personas, sin sentido alguno, o con un terrorista, o haciendo la autopsia de un padre, una madre y cuatro hijos que han muerto porque un camión se ha salido de la carretera, y escuchas por dentro un grito que te dice: «Pero ¿Dios existe?» Y tienes que tratar de entender que, a lo mejor, eso tiene un sentido. El silencio de Dios es la parte más dura para un hombre de ciencia como yo.

–Y eso ¿cómo se salva?

–Entregándote. Aceptando que, aunque no lo comprendas, eso tiene un sentido divino. Tienes que aceptar que una muerte horrible, un asesinato, un crimen, una injusticia, tiene que tener sentido. Porque Dios da la libertad de obrar, y el ser humano con esa libertad hace lo que le apetece. Si yo fuera solo materialista, y no tuviera fe, esto sería inllevable.

José Cabrera, durante su entrevista / Foto: José María Visiers

–¿Podemos encontrar argumentos científicos que prueben la existencia del alma?

–Cuando uno se pregunta (yo lo he hecho muchas veces) sobre la base científica de la evidencia del alma o de lo inmaterial, del alma como espíritu, lo primero es diferenciar bien. Porque muchas veces se confunde el alma con el pensamiento, la inteligencia o la emoción. Y el alma es otra cosa: es la esencia inmaterial del ser humano individual. Es importante entender que el alma es una cosa y los factores psicológicos son otra. Para justificar su existencia no existe ningún argumento técnico o científico que se pueda utilizar. Es, en el fondo, un acto de fe: igual que crees en el amor de tu mujer o de tu hijo. Entender el alma es como tirarse al vacío… pero sabiendo que hay una red, aunque no la hayas visto. Intentar entender su existencia con argumentos técnicos es algo abocado al fracaso. El alma está y se siente, pero no se puede medir.

–Entonces, más que pruebas, ¿podríamos decir que hay indicios de su existencia?

–Correcto. El indicio, en el caso de la existencia del alma, lo vemos cuando hablamos con cada persona. Cuando hablo con alguien que me explica un dolor en su familia, una depresión, un hijo con un trastorno bipolar, un hijo con drogodependencia… y veo cómo sufre, estoy viendo más que una cabeza y unas lágrimas. Cuando hablo con una persona que ha matado a tres porque en una reyerta «se le fue la mano porque se calentó», que es algo que oigo todos los días en las cárceles, y hablo con esa persona, no es meramente una suma de memoria, inteligencia, afectividad, voluntad o una infancia horrorosa: como científico compruebo que hay algo más, algo que une todo, un principio inmaterial. Eso es el alma. Un teólogo lo explicaría de otra manera, pero desde la ciencia solo podemos hablar de un principio inmaterial del que hay indicios, pero no pruebas.

¿Qué opinión le merecen las experiencias próximas a la muerte?

–Son el último argumento del que no cree en Dios, pero quiere creer: «Hay alguien que estuvo a punto de morir, o que murió clínicamente, pero resucitó de alguna manera a través de la resucitación cardiopulmonar, y vio un túnel, una luz, se vio a sí mismo en el quirófano, oyó voces…». Estos son argumentos maravillosos para la gente que, queriendo creer, no cree. Pero es un argumento falaz, porque el cerebro, cuando entra en anoxia, en el fracaso cardíaco, elabora ilusiones, alucinaciones y sensaciones que, cuando despierta, cree que las ha vivido. «No, es que yo me vi en la mesa del quirófano y te puedo relatar frases» … Todo eso son sensaciones neurológicas puras y duras. No se toca a Dios cuando has muerto y te han resucitado a los tres minutos con el cardio-shock. Definitivamente, no. Desde el punto de vista neurológico, técnico, psiquiátrico y científico, lo que hay es anoxia y estados especiales del cerebro.

–Sin embargo, hay casos en los que personas que pasan por esas experiencias narran sucesos que ocurrían lejos de donde estaban, y que se demostraron ciertos…

–Es cierto que hay ocasiones en que un paciente te cuenta algo que no acabas de entender con los argumentos técnicos y científicos. Y entonces surge la duda de si realmente serán como esbozos de ese otro mundo que hay más allá de la materia. Yo no me cierro a que haya experiencias que no sean explicables por la neurología o la psiquiatría, sino que encierren algo más. Pero no quiero entrar en el bazar de la magia.

–¿A qué se refiere?

–A que, para muchos, la religión es magia. Pero para mí, lo que es «mágico» es que el corazón lata noventa años sin parar nunca. Y, según mi razonamiento, esa «magia» viene de un ser divino que se ha revelado y me ha dicho a mí: «Eres algo importante».

–¿Cómo es su relación con la muerte?

–Tengo una buena relación, porque cuando Caronte atraviesa la laguna Estigia lleva un secretario, y ese soy yo. Me he pasado la vida entre muertos: habré hecho setecientas autopsias, no sé a cuánta gente he visto morir, se me han suicidado pacientes… La muerte es una compañera de viaje, casi una amiga, que me recuerda que no sé si mañana voy a vivir o no.

–Usted ha tenido que tratar con personas realmente malvadas. ¿Qué razones existen para que una persona se convierta en un criminal?

–Esa es la pregunta del millón, sobre todo para esas personas que ven muchas series de televisión sobre crímenes, como CSI, en las que todas las forenses son rubias y están macizas, y los forenses son como Superman, aunque la realidad es que somos gente normalísima. Bromas aparte, habré investigado y explorado personalmente, cara a cara, a unos setecientos homicidas: terroristas, yihadistas, grapos, etarras, asesinos múltiples… todo tipo de sujetos que han hecho maldades horrorosas. Y todos, todos, fueron en algún momento un bebé. Y un bebé no puede ser malo. Es decir, que el mal no se lleva en el ADN. En el ADN llevamos unas instrucciones para que ese bebé nazca y vaya creciendo, pero ese crecimiento se hace en un caldo de cultivo, en un entorno. Y si el árbol crece torcido, se irá torciendo cada vez más; y si crece recto, tenderá a mantenerse recto. Por tanto, lo que he concluido es que no creo para nada que el mal sea algo congénito. Hay personas malas porque hacen maldades, pero en realidad esas personas son el mecanismo a través del cual el mal opera.

El médico José Cabrera ha realizado más de 700 autopsias Foto: José María Visiers

–¿Me está diciendo que, por su experiencia como psiquiatra forense, el mal es «algo», una entidad, que influye en las personas?

–Exacto. Para mí, el mal es algo aparte. Mi trayectoria profesional me ha llevado a ver esto como técnico, pero también como hombre de fe. El mal es un ente fuera del ser humano, y la persona puede ser instrumento del mal. Por eso el padrenuestro no termina diciendo «líbranos de los malos que tenemos al lado», sino «líbranos del mal, o del Maligno». A veces el mal circunda e inunda a la persona. Esa persona crece en un ambiente roto, o con un padre alcohólico, o con padres que son buena gente pero que no le hacen caso durante la infancia, o se pega a malas compañías que van degenerando. O no pasa nada de eso y al final acaba cometiendo un crimen. Lo que sé es que el mal nunca es congénito, ni es solo algo ambiental. Es algo externo, un ente que instrumentaliza al ser humano.

–Entonces, ¿cualquier persona puede convertirse en un criminal?

–En cualquier instante, si el escenario nos aprieta, cualquiera puede cruzar la línea que marca el Código Penal, sin lugar a dudas. Porque depende de circunstancias que no controlas. En un momento dado tienes un arrebato, no te puedes controlar, coges una sartén que tenías al lado, das un mal golpe a otro y lo matas. Eres un hombre bueno, pero has cometido un crimen. Yo he visto en la cárcel a cantidad de buenas personas que han matado en un arrebato, pero que jamás volverían a hacerlo. Así que, si la pregunta es si todos podemos hacer el mal, la respuesta es que sí. De hecho, todos lo hacemos a pequeña escala.

–Pero no es lo mismo eso, que acabar siendo un criminal monstruoso…

–Yo no creo que la persona que repite acciones malas se convierta en el mal, sino que el mal se vierte en alguien cuya conducta de maldad le satisface de alguna manera. Bien por su personalidad, por sus vivencias infantiles, por sus experiencias… pero nadie es el mal personificado. Incluso Hitler, Stalin, o Mao, que mató a millones de personas de hambre, no eran el mal, sino que fueron instrumentos del mal. Evidentemente, hay personas que al reincidir en conductas malvadas van por la senda inequívoca de hacer el mal. Porque el mal es un ente muy poderoso.

–Si el mal es un ente externo, ¿ha derivado a personas para que les hagan un exorcismo?

–Algunas personas que yo he analizado después han ido al exorcista. Pero yo nunca he presenciado ninguna liturgia exorcista, porque quiero mantenerme al margen y comportarme como técnico. Si me dejo llevar por la fe, pierdo la fuerza de la neutralidad científica, y entonces estoy perdido. Esos casos tengo que tratarlos con conocimientos técnicos, si no, viviría en una insoportable ambigüedad. Antes de que el exorcista actuara, he valorado en la consulta qué grado de trastorno mental tenía o no tenía esa persona. Como psiquiatra, me limito a diagnosticar: esta persona tiene tal trastorno o tal enfermedad mental, y a mi juicio necesitaría este tratamiento. Si con el tratamiento esa persona mejora, estamos ante una enfermedad. Si con el tratamiento no mejora, cabe la duda de si hay algo más que supera la ciencia. En ese momento interviene el exorcista.

–¿Puede haber razones de tipo espiritual en el mal que hacen algunas personas?

–Las posesiones o las influencias demoníacas ocurren y son muy reales. No serán miles y miles, pero son muy reales y muchas veces llevan de cabeza a los directores espirituales. Es un tema muy complicado, pero como espectador, tengo que reconocer que puede haber razones espirituales que expliquen el mal. De hecho, hay un gran debate en el Vaticano sobre hasta qué punto el Maligno, que en el cristianismo es presentado como el demonio, es capaz de manipular a un sujeto con una enfermedad mental grave, para que actúe como mecanismo del mal, pero, a causa de su enfermedad, para un exorcista sea casi imposible discriminar si está delante de un enfermo o delante de una posesión. Es un debate complicado y profundo. Pero que el ser humano puede ser manipulado espiritualmente por energías o entes negativos, sí: es posible.

–Y si por observación se puede deducir la existencia del demonio, ¿también hay indicios racionales de la existencia de Dios?

–Dios, como dicen algunos, es la hipótesis menos mala para sobrevivir a este mundo de angustia. La existencia de Dios es la hipótesis más plausible. Yo tengo amigos musulmanes, budistas, judíos, he leído el Corán, el Bhagavad Gita [un texto sagrado hinduista], el Chilam Balaam de los mayas… y me encantan las religiones comparadas. Por eso, que Dios existe para mí es una evidencia completa. Y una evidencia sentimental, afectiva y educativa. Porque la existencia de Dios es algo que no hay que demostrar, y empeñarse en hacerlo, no sirve para que nadie se acerque a Él.

José Cabrera es académico de la Academia Médico Quirúrgica Española / Foto: José María Visiers

–Pero la razón es un buen camino para descubrir a Dios, ¿no?

–Argumentos como la Suma Teológica de santo Tomás valen de contrapeso racional, pero a Dios hay que sentirlo, y hay que conducirse en la vida dando ejemplo, porque las palabras convencen, pero los ejemplos arrastran. En quien se acerca a Dios, ¿puede haber una intervención divina? Por supuesto. ¿Puede haber Alguien que te ha soplado algo a la oreja? Por supuesto. ¿Puede darse esa influencia divina directa? Por supuesto. Yo tengo amigos que se han convertido, y esa conversión, ¿de dónde nace? ¿de la mente? ¿de la experiencia? o ¿hay algo más? Definitivamente, no puede ser solo de la razón, tiene que haber algo más: un influjo de Dios, que decide que en ese momento tenga fe. Porque la fe es un don gratuito: yo no puedo pelear por tener fe; o me la dan o no la tengo. Y esto a mí siempre me ha hecho sangrar.

–¿Por qué?

–Porque, en mi ingenuidad, creía que, si tú haces mucha barra fija, tienes mucho músculo, y si practicas mucho, tienes más fe. Pero no es así: la fe es un don gratuito y sobrenatural. Obviamente, aquí hablo como hombre de fe, no como científico.

–O sea, que la fe sí que influye en la vida de una forma, digamos, mensurable, ¿no?

–Ni se vive ni se muere igual creyendo en Dios que no creyendo en Dios. Si yo fuera ateo y me preguntaras qué cantidad es sentimiento y qué cantidad es raciocinio, te diría que el sentimiento es el 80 % del ser humano y el 20 % es raciocinio. Y ocurre igual con lo espiritual. Porque lo que conocemos con la ciencia es solo una pequeñísima parte de nuestra vida en comparación con todo lo inexplicable y espiritual que nos rodea. Y eso es maravilloso.