lunes, 17 de septiembre de 2007
Isaac, el niño del avión / Autor: Martin Valverde
Aprovecho que se me juntan varias cosas para poder escribir esta pequeña aventura que me sucediera en un avión.
Y digo que se me juntan varias cosas pues al momento de escribir esto, apenas ayer tocamos en Acapulco y ahora estoy en un avión; eso me trae a la memoria lo que les voy a contar y que tuvo que ver con un niño de 8 años llamado Isaac.
Un día después de la muerte de Juan Pablo II veníamos de regreso de mi país mi esposa Lizzy y yo. Habíamos estado en la boda de mi prima hermana Paola y su ahora esposo Rodolfo, y como somos pocos los que quedamos de familia decidimos asistir y pasar un rato interesante de esos que nos brindan los mil universos que vivo cuando estoy en Costa Rica.
El vuelo de regreso Costa Rica – México siempre es mañanero, por lo que después de abordar la mayoría de los pasajeros quedamos en estado vegetativo y nos dormimos por un buen rato.
Como a la hora de haber iniciado el vuelo me desperté y decidí estirarme, dar una caminadita y pasar al baño ahora que todo mundo estaba quieto.
En mi camino al baño me tocó ver a un niño, morenito, regordete y de cara muy tierna salir de detrás de la cortina al final del avión en donde estaban las azafatas, el niño venía llorando. Parecía que le habían llamado la atención y las cosas no le iban bien, a su lado venían otros dos niños de ascendencia oriental que por lo visto no hablaban el español (además venían en otro canal pues estaban muy sonrientes y en su asunto). Pasé al lado del niño que estaba sentado en la última fila antes de entrar al baño y, de alguna manera, el ver como estaba me conmovió de más. Yo de por sí traía conmigo muchas emociones encontradas de estar en mi tierra, ahora sin mi mamá, la muerte del Papa, etc. Mientras me lavaba las manos decidí que iba a hablar con él, sí o sí.
Salí del baño y me topé con la sorpresa de no verlo en su asiento y, de paso, no verlo en ninguna parte, pero en su asiento había quedado una Biblia con ilustraciones para niños, lo que me dio el empujón final de conversar con él a toda costa.
Me regresé a mi asiento y ahí estuve leyendo, pero con la cosa de voltear hacia atrás para intentar localizarlo; me extrañaba de más no verlo en ninguna parte.
Mientras esto pasaba yo hacía la memoria de acordarme en cuál pasaje de los Evangelios estaba el momento en que Jesús recibe a los niños, ora por ellos y los abraza (según yo, ése era el tema a tratar).
Finalmente y después de mucho ver para atrás, lo vi sentado en su asiento, igual, callado pero llorando, con sus mejillas llenas de lágrimas. Decididamente y sin saber qué iba a decirle, me fui caminando hasta su asiento, me coloqué de cuclillas a su lado y simplemente le empecé a hablar.
Le pregunté:
- ¿Cómo te llamas?
- “Isaac”, me dijo.
A leguas Isaac era hijo de padres no católicos, se podía sacar la conclusión con facilidad, su nombre era de uno de los Patriarcas del Pueblo Judío, del hijo de Abraham y, si agregamos una Biblia en su mano… Es triste decirlo pero lo cierto es que nuestros muchachos no son detectables porque traigan una Biblia en la mano, ojalá lo fueran.
Le pregunté:
- “¿Tienes familia en Costa Rica?”
- “Sí, mi papá”, me dijo.
- “¿Y en dónde vives?”
- “Soy de Acapulco - me contesto- y voy con mi mamá, allá vivo”.
Con mucho cuidado le pregunté si sus papis estaban separados; moviendo su cabeza me dijo que sí. A esta altura ya no hablaba, sólo sollozaba.
Empecé a hablar muy despacio y luchando porque cada palabra de mi boca fuera útil o no le estorbara a Dios.
Le dije:
- “Entonces tu papi quedó en Costa Rica y te duele dejarlo allá, te duele el verlos separados.
Isaac, yo pasaba por aquí y Dios me hizo fijarme en ti, creo que en algo están de acuerdo tus papás y es que tú debes estar bien y en que Dios debe cuidarte, por eso es que traes contigo, esa Biblia en tu mano”.
Para este momento había logrado su atención y simplemente le dije algo que ya he dicho en mil ocasiones:
“No fue tu culpa pequeño, ¿sí lo entiendes?
¡Que más quisiéramos todos que todo estuviera bien, que nada de esto hubiera pasado, y que tú tuvieras contigo lo que tanto quieres y a lo que tienes derecho: a tu familia. Pero en fin, aunque estás muy pequeño (aunque ¿cuál edad es buena para esto?) debes aceptar lo que pasa, perdonar a tus papás y por encima de todo entender que nada de esto es tu culpa, son cosas de papá y de mamá, son sus problemas, pero como sea no es tu culpa”.
En ese momento le pregunté:
- “¿Sabes lo que tienes en la mano?”
- “Sí, la Biblia”, me dijo.
- “¿Te la dio tu papi?”, con el movimiento de su cabeza me dijo que sí.
Retomé mis palabras:
- “Isaac, cuando tu papá te dio esta Biblia sin duda lo hizo con la intención de que Dios te ayudara o te dijera algo cuando más lo necesitaras. Y parece que el Señor escuchó a tu papá. Y créeme si no era yo, Dios iba a traer a otro.
Isaac, Él está acá contigo, Él no te ha dejado solo, Él es tu verdadero Padre y nunca te va abandonar; Dios ama a tus papás y créeme que Él no quisiera que nada esto pasara, pero como pasó, ahora es Él el que se queda contigo, el que está acá a tu lado, el que me puso a mí y pondrá todos los que necesites para ayudarte”.
Le dije: “Déjame y te muestro un pasaje”.
No había tenido tiempo de recordar dónde estaba el pasaje de los niños y Jesús así que me atuve a la A.D.C (Asistencia Divina en el camino) para que el Espíritu usara una vez más La Palabra.
Mi alma volvió a mi cuerpo cuando al abrir la Biblia (que de por sí lo hice buscando los Evangelios), se abrió justo ahí -valga la Dioscidencia- en el pasaje de Jesús y los niños, y como encima tenía imágenes e ilustraciones, la ayuda era doble. Me sonreí con Dios en mi interior por la mano que me dio y porque era una señal de que iba en la dirección correcta.
Le mostré el pasaje y mientras lo hacía le pregunté:
- ¿Qué hace Jesús con los niños en este pasaje?
- “Los abraza”, me respondió.
¡Era ahí! ¡Era en ese momento o nunca!
- “Isaac, ¿me dejas darte el abrazo que Jesús le dio a estos niños?”.
Sólo asintió con su cabeza y entonces con mucha delicadeza, simplemente puse mi brazo a su alrededor y le di un apretón mientras le limpiaba sus lágrimas y le di un beso en su cabeza mientras oraba por él en mi silencio.
- “Este abrazo es de Jesús, este beso es de Jesús”, le dije con insistencia, “es Él quien me puso aquí ahora y puedes estar seguro que pondrá más ángeles en tu camino”.
(Da terror pensar que justo aquí es donde muchos inocentes han sido destruidos en su inocencia y su impotencia de defenderse; Dios les tendrá su piedra de molino numerada a sus agresores, y no podrán preguntar por qué cuando llegue la hora, sin haberse arrepentido).
Finalmente le dije:
- “Hasta aquí llego yo Isaac. Dios se queda contigo. Papá está bien y mamá te está esperando con ansias. Sé feliz y abre bien los ojos pues Dios va caminando contigo. Tú eres especial para él, no hay nadie como tú y nadie te ama como Él.
¿Cómo estás?”
- “Bien, gracias”.
Al menos logró levantar la cabeza un poco y mostrar más calma.
Me volví a mi lugar sin fuerza, impotente, dando gracias a Dios por la experiencia y la oportunidad, y sabiendo que aunque sea poco lo que se pueda hacer, se debe hacer ese poco.
Los psicólogos insisten en que hay seis cosas que los niños que han vivido el duelo del divorcio de sus padres necesitan con desesperación:
1. Aceptación
2. Certeza de un ambiente seguro.
3. Ser liberados de cualquier sentimiento de culpa o acusación sobre la separación de sus padres, o la realidad de familia que viva.
4. Una estructura funcional para su nueva realidad.
5. Familiares fuertes y que den modelaje de fuerza en medio de la tormenta que se vive.
6. Poder ejercer el derecho de seguir siendo niños.
No ataquen a los niños o adolescentes con preguntas que no pueden ni saben cómo contestar o confrontar; no les pidan que hagan bandos, que vivan cosas que son estrictamente cosas de adultos, y no dejen que Dios tome cara de acusador, es lo último que podía pasar.
En fin, fue en un avión, Dios estaba ahí en el último asiento, esperándome en forma de niño.
Jesús te necesita, vamos en su Nombre, alguien debe ir en su Nombre.
Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.
Marcos 10,16
Por los jóvenes de todo el mundo/ Autor: Juan Pablo II
Dios, Padre nuestro,
te confiamos a los jóvenes del mundo
con sus problemas,
anhelos y esperanzas.
Fija en ellos tu mirada de amor
y conviértelos en creadores de paz
y constructores de la cultura del amor.
Llámalos a seguir a Jesús, tu Hijo.
Hazles comprender
que merece la pena entregar
totalmente la vida por ti y por la humanidad.
Concédeles generosidad
y prontitud en la respuesta.
Acoge también, Señor,
nuestra alabanza y nuestra oración
por los jóvenes que,
a ejemplo de María, Madre de la Iglesia,
han creído en tu palabra
y se están preparando para las órdenes sagradas,
para la profesión de los consejos evangélicos
para el compromiso misionero.
Ayúdales a comprender
que la llamada que les ha hecho Dios
es siempre urgente y actual.
¡Amén!
¡Cúrame Señor! Sólo puedo contar contigo / P. Jonas Abib, Fundador de la Comunidad Canción Nueva
En el evangelio de Marcos capítulo 3 versiculos 1 y siguiente, el Señor nos pregunta a cada uno personalmente ¿Qué ha secado tu alma, que endureció tu corazón? Esto puede suceder frecuentemente, por eso Dios cuida de nosotros, porque más que nuestra mano es nuestro corazón y nuestra alma que pueden secarse. Por eso el Señor nos pregunta ¿hijo mío, hija mía ¿que ha secado tu alma, que endureció tu corazón? Y Él te llama para que te pongas en medio, ¿y que significa venir al medio? Es ante todo abrirse delante del Señor, pues muchas veces en situaciones como estas escondemos todo dentro de nosotros y negamos lo que sucede hasta para nosotros mismos, y también para el Señor. Hoy Él nos pide lo contrario: Que saquemos todo a luz, es necesario venir al medio.
Necesitamos aclarar todo, en primer lugar que nosotros veamos lo que sucede con nosotros y segundo, que con valentía lo presentemos al Señor, pues Él sabe todo, Él ya ve todo lo que sucede, pero guardamos todo dentro de nosotros debido a nuestra ingenuidad, como queriendo que Dios no vea, como nuestros primeros padres que pecaron y rápidamente se escondieron. Dios los buscó, como hoy te busca a ti y te dice: ¿Hijo mío qué secó tu alma? ¿Qué endureció tu corazón? ¡Coraje, ponte al medio, quiero curarte!
Muchas cosas pueden secar nuestra alma, por ejemplo: nuestros resentimientos, nuestras angustias, algo que te molestó, que te hirió, alguien que fue injusto contigo, alguien que te maltrató, tú sientes, pero al contrario de perdonar tu guardas esto, cuántos son los que guardan cosas del pasado. Mis hermanos el sufrimiento, el dolor, acaba secando nuestra alma e infelizmente, viviendo esto, nosotros permanecemos con el corazón endurecido en relación a Dios. De la misma forma en que pienso que fue Dios quien envió este sufrimiento, tengo la impresión de que Dios está lejos de mí. ¡No! Al contrario, en el dolor que ya pasó, en el dolor que tienes ahora, en el sufrimiento que vives actualmente Dios está mucho más presente que el dolor, más cerca que el dolor.
Además del dolor del alma y del corazón, también está el dolor físico que toca nuestro cuerpo, Dios está más cerca que el dolor que está en tu cuerpo. El dolor y el sufrimiento pueden acercarte más a Dios, porque en la cruz tenemos oportunidad de acercarnos más a Él. Él viene y se pone cerca de ti para socorrer, atender y consolarte.
Pensamos que si Dios realmente estuviese cerca debería de quitar el dolor, pero el sufrimiento también es parte de nuestra fragilidad humana, tenemos que excluir de nuestra mente esta idea equivocada de que es Dios quien envía sufrimientos, no, no es así.
Di conmigo: “Cúrame Señor, necesito ser curado también de mi mentalidad, te miraba casi como a un enemigo, pero eres un verdadero amigo, mi Padre, aquel que me ama, que no me envía sufrimientos, sino que al llegar el sufrimiento Tú haz llegado antes para estar conmigo, para ser mi fortaleza, cúrame Señor, no puedo continuar así”
Cuantos pasan por problemas familiares, en el matrimonio, eso acaba por secar sus almas y en esta hora es que necesitan mucho más de la fuerza de Dios. ¿Para que ponerte contra tu cónyuge en esta situación? Muchas veces por que él o ella abandonó el hogar, la familia, todo se derrumba, yo sé que todo provoca sufrimiento y que es un gran dolor, un dolor del alma, pero Dios no te quiere postrado, no, de ninguna manera, tú no puedes hacer como un niño que se tira por tierra y se irrita, porque pensamos que si Dios estuviese conmigo Él rehacería mi matrimonio, traería de nuevo a la persona que me abandonó, mas Dios nunca quiso esto y tú dices: pero yo recé tanto. Sí, tu rezaste, pero la otra persona no, y tampoco quiso encontrar la solución al problema, y como Dios nos hizo libres, si la persona no se decide a volver y rehacer el matrimonio, Dios, que es todopoderoso acaba siendo impotente delante de la libertad de una persona, es así que tenemos que pensar, no dejes tu alma secar por este motivo.
Cuantos están tristes, tirados al suelo, postrados, entrando en depresión o ya en depresión, mi hermano, mi hermana déjate curar hoy por el Señor. ¿Qué está secando tu alma? Así como el Señor mandó al hombre extender la mano, extiende ahora también la tuya, presenta al Señor lo que está secando tu alma, lo que está endureciendo tu corazón.
Aquel hombre no pidió porque el no imaginaba que Jesús iría curarlo, pero tú lo sabes bien, entonces pide: ¡Cúrame Señor! preséntale donde te duele, donde está endurecido y di, cura aquí Señor, en este lugar, en esta situación, yo te necesito, ahora sólo puedo contar contigo, ¡Cúrame Señor!
Estamos pidiéndote Señor, por tantas situaciones que ocurrieron, que suceden hoy, que endurecieron los corazones de tus hijos, de tus hijas, y hoy cada uno de nosotros nos rendimos, delante de Ti.
Sabiendo que mi gloria y salvación están en Ti, rindiéndome te pido: ¡Cúrame!
Durante todo este día Señor volveré a preguntarme: ¿Qué secó mi corazón? e inmediatamente que lo recuerde te lo presentaré con esta súplica: ¡Cúrame Señor!
Él Señor quiere verte feliz, hoy es el día de la salvación, déjate curar por el Señor.
¿Es bíblica la Confesión? / Autor: Francisco Javier Madueño
"¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta! ¡Feliz el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta las culpas, y en cuyo espíritu no hay doblez! Pero yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa, pensando: "Confesaré mis faltas al Señor". ¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado! Tú eres mi refugio, tú me libras de los peligros y me colmas con la alegría de la salvación. ¡Alégrense en el Señor, regocíjense los justos! ¡Canten jubilosos los rectos de corazón!"
En primer lugar, por la Biblia vemos que Dios es un Dios que perdona nuestros pecados, y que sólo Dios perdona los pecados. Esta es una enseñanza de la Iglesia Católica, con un fuerte antecedente en el Antiguo Testamento y aun más fuerte evidencia de su práctica en el Nuevo Testamento. La confesión ha sido parte de la vida de la Iglesia Católica durante ya veinte siglos. Ver el Catecismo de la Iglesia Católica, 1441.
En segundo lugar, el perdón de los pecados depende hoy de Jesucristo nuestro Señor, por cuya sangre derramada se nos limpia de todo pecado. El pagó nuestra deuda. Todo esto también está de acuerdo con la Biblia. Y lo cree la Iglesia Católica, y así lo enseña desde siempre. No depende solamente de Cristo, a pesar de la oposición y objeciones que algunos pudieran tener.
Esto es un hecho. ¿Crees que estoy siendo sincero hasta aquí? Pues sigamos. Sabiendo que sólo Dios perdona pecados, y sólo por Cristo nos llega el perdón, hay que ver un tercer punto: ¿Cómo perdona Dios esos pecados nuestros? ¿Cuál es la forma en que nos aplicamos los beneficios de la sangre de Cristo que nos purifica de todos nuestros pecados? ¿Por medio de una oración de arrepentimiento? ¿Por medio de acudir a un llamado al altar en una iglesia? ¿Citando Juan 3, 16 de memoria? Honestamente—miremos bien—porque en la Biblia está la solución a esta pregunta.
Antes de seguir, es necesario dejar claro que Dios podría no haber ordenado ningún procedimiento para que los cristianos obtuviéramos el perdón de los pecados. Pero por la Biblia vemos que esto no ha sido así, y que Dios si ha establecido un procedimiento para obtener el perdón.
El apóstol Pablo dice por ejemplo en Hechos 22, 16: "Ahora, pues, ¿Por qué te detienes? Levántate, bautízate y lava tus pecados invocando su nombre." El apóstol Pedro dice en Hechos 2, 38: "Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros para perdón de los pecados." Se ve en estos pasajes que la Iglesia desde el principio asocia el perdón de los pecados al Bautismo.
Aquí tenemos que ser totalmente honestos y creer que lo que dice la Escritura es cierto: “bautízate y lava tus pecados”, “bautismo para perdón de los pecados”. ¿Pero… qué ocurre después de nuestro bautismo, cuando pecamos nuevamente? Ya lo dice la Biblia, y concretamente el apóstol Juan en 1 Juan 1, 8-10: "El que dice que no tiene pecado, se miente a si mismo y a Dios lo hace mentiroso." Si estás de acuerdo conmigo en que después de haber creído en Cristo, y después de haber sido bautizados, pecamos, estarás de acuerdo conmigo que debe existir un remedio para estos pecados. Volvemos al principio.
El remedio es Dios, quien nos perdona en Cristo por Su sangre. Aquí surge la pregunta: ¿Cómo nos aplicamos ese perdón? ¿Decimos simplemente… "Gracias Señor porque tu nos perdonas siempre"? Bueno, esta frase es cierta, pero yo no estaba seguro que esto fuera exactamente lo que Dios quería de mi. Sobre todo al leer este pasaje de la Biblia: "Si confesamos nuestros pecados, el es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad." (1 Juan 1) Este versículo es claro por sí mismo. Se requiere una acción por nuestra parte. Esta acción requerida es la confesión de nuestros pecados, para lo cual tenemos la garantía de que Dios nos perdona y nos limpia siempre.
Que buena es la Palabra del Señor. De momento no hay nada que me impida ser evangélico en esto, puesto que —cuando yo era evangélico— pedía perdón directamente a Dios, y sabía que El me perdonaba. Pero la Biblia contiene más de un versículo. Si amas la Palabra, lo quieres todo, y no te conformas con una parte, aunque ésta sea buena. Ese versículo dice que confesemos los pecados, pero no dice, que confesemos directamente a Dios. Sólo dice que Dios nos perdona y nos limpia cuando confesamos.
Luego hay que considerar otro versículo de Juan un poco después, que dice que si pecamos tenemos un abogado ante el Padre: Jesucristo (1 Juan 2, 1-2). Este versículo tampoco aclara el método de la confesión de los pecados. No dice si hay que confesar a Dios directamente. Juan aclara, una vez que sabemos que sólo Dios perdona nuestros pecados y nos limpia, dice después, que Cristo es nuestro abogado, es decir, nuestro defensor ante el Padre.
Necesitamos seguir indagando en la Biblia con sinceridad y el corazón dispuesto y el Espíritu abierto. Siempre hay que estar atentos a lo que Dios nos dice en su Palabra, para aprender algo más. Dios ha dispuesto para su Iglesia un sacramento específico para la confesión y perdón de nuestros pecados.
Hay un texto del Antiguo Testamento que me parece interesante. Se encuentra en 2 Samuel 12, 7-10.
"Entonces Natán dijo a David: "¡Ese hombre eres tú! Así habla el Señor, el Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel y te libré de las manos de Saúl; te entregué la casa de tu señor y puse a sus mujeres en tus brazos; te di la casa de Israel y de Judá, y por si esto fuera poco, añadiría otro tanto y aún más. ¿Por qué entonces has despreciado la palabra del Señor, haciendo lo que es malo a sus ojos? ¡Tú has matado al filo de la espada a Urías, el hitita! Has tomado por esposa a su mujer, y a él lo has hecho morir bajo la espada de los amonitas. Por eso, la espada nunca más se apartará de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado por esposa a la mujer de Urías, el hitita. David dijo a Natán: "¡He pecado contra el Señor!". Natán le respondió: "El Señor, por su parte, ha borrado tu pecado: no morirás."
El Rey David había pecado, y el profeta Natán se lo hace ver. David reconoce su pecado, y Natán le dice en el nombre del Señor, que su pecado ha sido borrado. Por boca de un hombre, David recibe el anuncio de que ha sido absuelto y perdonado por Dios.
El Salmo 32 nos dice: "De David. Poema. ¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta! ¡Feliz el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta las culpas, y en cuyo espíritu no hay doblez! Pero yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa, pensando: "Confesaré mis faltas al Señor". ¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado! Tú eres mi refugio, tú me libras de los peligros y me colmas con la alegría de la salvación. ¡Alegraos en el Señor, regocijaos los justos! ¡Cantad jubilosos los rectos de corazón!"
Ahora volvamos de nuevo al Nuevo Testamento, que es donde Dios ha hablado definitivamente por Cristo, Señor nuestro. En el Evangelio de Marcos, capítulo segundo, Jesús iba a sanar a un paralítico. Jesús dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados son perdonados." A los escribas que contemplaban la escena atónitos, les pareció una blasfemia que un hombre pudiera decir a otro hombre: "Te perdono tus pecados." Sin embargo Jesús, no solamente es Hombre verdadero, también es Dios verdadero. Jesús les recrimina su pensamiento, y les deja claro que el, como Hijo del Hombre, tiene potestad para perdonar pecados. (Marcos 2, 10) Esto lo hizo Jesús muchas veces, según narran los evangelios.
Ahora bien, hasta aquí se podría argumentar que cuando Juan habla de que confesemos los pecados en el pasaje que hemos visto antes, está queriendo decir que lo confesemos directamente a Dios, y por Cristo se nos perdona, y ya está.
El Evangelio de Juan relata un hecho relevante, Jesús, que tiene poder de perdonar pecados, dice a sus discípulos después de resucitar: "¡Paz a vosotros! Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y al decir esto, sopló y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retengáis les quedaran retenidos."—Juan 20, 21-23. Este versículo no puede ser ignorado, ni tampoco se le puede dar un significado que no tiene. En él vemos que Aquel que tiene poder de perdonar pecados, envía y manda a sus apóstoles a hacer lo mismo, dándoles autoridad de perdonar o de no perdonar. Yo no encontré que esto se estuviera cumpliendo en las iglesias evangélicas. No me encajaba.
Había entendido que como dice el Señor, “no debemos pecar”. Pero como dice el apóstol Juan, si pecamos, tenemos que confesar nuestros pecados. Lo que no veía por ningún lado es que el método para confesar los pecados, faltaba en las iglesias evangélicas, y era todo muy subjetivo. Todo se centraba en reconocerse uno pecador y en clamar al cielo y dar gracias por que Jesucristo nos limpia, y confiar en que eso es así, pero como no tienes que confesar los pecados a nadie, excepto directamente a Dios, entonces el examen de conciencia no es tan necesario.
Y eso resulta en un problema para el crecimiento espiritual porque esa práctica no está totlamente fundamentada en la Palabra de Dios. La Biblia dice claramente que los Apóstoles recibieron poder de perdonar los pecados. Y la pregunta es: ¿De qué te van a perdonar, si no confiesas los pecados que has cometido? Y no puede bastar con decir, “soy pecador”, sino que para que alguien te perdone, tiene que saber de qué tiene que perdonarte. Ese es el origen de la confesión ante el sacerdote. La COnfesión Sacramental es totalmente bíblica.
Ahora todo se ve claro. Juan dice que si pecamos, que confesemos lo que hemos hecho, y que Dios nos perdona. Y Juan también escribe que el poder de perdonar se lo da Jesús a sus Apóstoles, es decir que en la Iglesia existe ese poder, y alguien lo tiene que ejercer. Estos son los sucesores de los apóstoles, que son hoy los Obispos y los Presbíteros (sacerdotes).
Si en tu Iglesia no existe ese poder, entonces tu iglesia tiene un serio problema. Sabiendo esto, no puedes permanecer quieto, como si todo diera igual. El asunto de la salvación es cosa seria. A Cristo le costó toda su sangre.
Al tiempo de mi conversión, ya empezaba a ver que después del bautismo, la única forma segura de que Dios perdone tus pecados, es confesándolos a quien tiene el poder de perdonarte en el Nombre de Jesús. Al tiempo encontré que esto se realiza en la Iglesia Católica desde el principio. Leí Hechos 19, 18 y tuve aún mas argumentos. Allí dice:
"Aquellos que habían creido, venían confensando y dando cuenta de sus hechos."— RVA.
"Muchos de los que habían creido, venían a confesar y declarar públicamente sus prácticas."—Biblia de Jerusalén.
Esos hechos o prácticas que confesaban eran sus pecados de practicar la magia y la superstición, y las confesaban delante del apóstol Pablo. La Iglesia Católica ha hecho esto desde el principio. Se confiesan los pecados ante un representante de Dios, en este caso el Sacerdote, y luego Dios te perdona. Al leer al apóstol Santiago, lo vi más claro aun. En el capítulo cinco, Santiago explica como los enfermos pueden llamar a los Ancianos de la Iglesia. Debo aclarar que Anciano, Presbítero y Sacerdote son términos que significan lo mismo. El punto aquí, es que hay una figura en la Iglesia que unge a los enfermos con aceite el Nombre del Señor y si ha cometido pecados, les serán perdonados. (Este es el Sacramento Católico de la Unción de Enfermos), y a continuación dice: "Confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros para que seáis curados."— Carta de Santiago 5, 16
La versión católica dice “pecados”, pero es lo mismo ya que el pecado es una ofensa, sin embargo al emplear la palabra ofensa puede dar lugar a la confusión, eso ocurre ocasionalmente en las iglesias evangélicas. No podemos desligar este versículo de lo que ya hemos visto antes. Todo pecado es, primeramente una ofensa contra Dios. Por lo tanto no se puede tomar este tema ligeramente o hacer lo que uno le parece. Es necesario que revisemnos cuidadosamente nuestras acciones. Santiago habla de confesar nuestros pecados a otro (unos a otros), y en la escena vemos a un ministro de la Iglesia, que es el Anciano o Presbítero (Sacerdote), y la figura de un pecador en el enfermo que llama a los Ancianos de la Iglesia. Antes, Juan había dicho que si pecamos, confesemos, y seremos limpios, y el Señor había dado el poder de perdonar a sus Apóstoles, y los pecadores convertidos en Hechos 19, iban a confesar sus pecados ante Pablo. Aquí se puede ver con claridad una secuencia de acciones.
Es claro que, para interpretar la Biblia, es necesario usar más de un versículo, hay que ver el contexto, y hay que aplicar honestamente lo que aprendemos. Liberarse del prejuicio es muy importante. Dios no aprueba los prejuicios.
Tampoco podemos guiarnos por nuestros gustos. Si a mi no me gusta confesar mis pecados ante un hombre, o no me parece bien; eso no significa que no deba hacerse. Yo no soy Dios y mis gustos y pareceres no son mandamientos divinos y no pueden salvarme.
No es lo que nos parece a nosotros lo que va a valer para nuestra salvación: lo que importa es el parecer de Dios. La Biblia afirma con claridad el Sacramento de la Confesión
¿Es rentable ser bueno? / Autor: José Luis Martín Descalzo
Quiero contarles a ustedes la historia de Piluca. Resulta que, en el colegio donde yo fui muchos años capellán, había dos hermanitas –Piluca y Manoli- que eran especialmente simpáticas y diablillos. Y un día, hablando a las mayores (y a Piluca entre ellas) les expliqué como todos los que nos rodean son imágenes de Dios y cómo debían tratar a sus padres, a sus hermanas, como si tratasen a Dios. Y Piluca quedó impresionadísima.
Aquel día, al regresar del colegio, coincidió con su hermana pequeña en el ascensor. Y, como Piluca iba cargadísima de libros, dijo a Manoli: "Dale al botón del ascensor". "Dale tú", respondió la pequeña. "Dale tú, que yo no puedo", insistió Piluca. "Pues dale tú, que eres mayor", replicó Manoli. Y, entonces, Piluca sintió unos deseos tremendos de soltar los libros y pegarle un mamporro a su hermanita. Pero, como un relámpago, acudió a su cabeza un pensamiento. ¿Cómo la voy a pegar si mi hermanita es Dios? Y optó por callarse y por dar como pudo al botón.
Luego, jugando, se repitió la historia. Y comiendo. Y por la noche. Y todas las veces que Piluca sentía deseos de estrangular a su hermana, se los metía debajo de los tacones porque no estaba nada bien estrangular a Dios.
A la mañana siguiente, cuando volvieron del colegio, veo yo a Piluca que viene hacia mí, arrastrando por el uniforme a su hermana con las lágrimas de genio en los ojos, y me grita: "Padre, explíquele a mi hermana que también yo soy Dios, porque así no hay manera de vivir."
Comprenderéis que me reí muchísimo y que, después de tratar de explicar a Manoli lo que Piluca me pedía, me quedé pensativo sobre un problema que me han planteado muchas veces: ¿Ser buena persona es llevar siempre las de perder? En un mundo en el que todos pisotean, si tú no lo haces ¿no estarás llamado a ser un estropajo? ¿Hay que ladrar con los perros y morder con los lobos? ¿Es "rentable" ser cordero?
Las preguntas se las traen. Y, en una primera respuesta, habría que decir que ser bueno es una lata, que en este mundo "triunfan" los listos, que es más rentable ser un buen pelota que un buen trabajador, que para hacer millones hay que olvidarse de la moral y de la ética.
Pero, si uno piensa un poquito más, la cosa ya no es tan sencilla. ¿Es seguro que ese tipo de "triunfos" son los realmente importantes? Y no voy a hablar aquí del reino de los cielos. En ese campo yo estoy seguro de que la bondad da un ciento por uno, rentabilidad que no da acción alguna de este mundo.
Pero quiero hacer la pregunta más a nivel de tierra. Y aquí mi optimismo es tan profundo que estoy dispuesto a apostar porque, más a la corta o más a la larga, ser buena persona y querer a los demás acaba siendo rentabilísimo.
Lo es, sobre todo, a nivel interior. Yo, al menos, me siento muchísimo más a gusto cuando quiero que cuando soy frío. Sólo la satisfacción de haber hecho aquello que debía me produce más gozo interior que todos los triunfos de este mundo. Moriría pobre a cambio de morir queriendo.
Pero es que, incluso, creo que el amor produce amor. Con excepciones, claro. ¿Quién no conoce que el desagradecimiento es una de las plantas más abundantes en este mundo de hombres? ¡Cuántas puñaladas recibimos de aquellos a quienes más hemos amado! ¡Cuántas veces el amor acaba siendo reconocido... pero tardísimo!
Esa es la razón por la que uno debe amar porque debe amar y no porque espere la recompensa de otro amor. Eso llevaría a terribles desencantos.
Y, sin embargo, me atrevo a apostar a que quien ama a diez personas, acabará recibiendo el amor de alguna de ellas. Tal vez no de muchas. Cristo curó diez leprosos y sólo uno volvió a darle las gracias. Tal vez esa sea la proporción correcta de lo que pasa en este mundo.
Pero aún así, ser querido por uno de los diez a quienes hemos querido, ¿no es ya un éxito enorme? Por eso me parece que será bueno eso de amar a la gente como si fuesen Dios, aunque la mitad nos traten después como demonios.
¿Sabes?...Te amo / Enviado por Juan Jimenez
Un día cuando desperté no había luz, todo estaba oscuro. Las luces y las estrellas se encontraban lejos. Me vi sola y un par de lágrimas me hicieron compañía.
Caminé, caminé... mis rodillas y manos sangraban por las caídas, mis ojos no alcanzaban a ver nada, mi llanto era un diluvio de dolores, las cuáles la luz no traspasaba.
Lloré, lloré... caminé y caí, una... y otra vez; Caí y ya no pude levantarme más. El cansancio y la tristeza actuaron en mí. Y profundamente dormí...
¡Levántate!
Al instante desperté y un viento cálido me acarició.
¡Levántate! ¡Yo ya caí por ti tres veces!
Alcé la cara y busqué con desesperación. Fue inútil, mis ojos estaban cegados y nada distinguían. La voz se oyó con ternura, cargada de amor muy cerca de mí.
"Levántate, dame tu mano, tú no me has buscado con el corazón, no te asustes, yo soy el que ha velado tu sueño, el que ha secado tus lágrimas y tus heridas las he curado, ese corazón tan roto lo he pegado, anda siéntate acércate, ¡Te amo!"
No sé como, pero de pie me puse. Nada me dolía, ya no había pesar en mi alma.
Mis ojos... mis ojos ¡Veían! Levanté la cara y ahí, cerca de mí estaba Él. Era un hombre de mirada más dulce que la miel, y la sonrisa más hermosa que he visto, me extendía los brazos...
-" Ya no necesitas caer, ya no necesitas llorar, si estás herido, sólo, búscame, yo estoy cerca de ti siempre...".
Comprendí que nunca estuve sola, alguien me observaba, me cuidaba, ¡estaba junto a mí!...
¡Levántate!, ¡Levántate!
Yo he dado la vida por ti, he vencido a la muerte, vamos, el camino lo he abierto, no temas yo iré junto a ti, ¿sabes?... te amo.
domingo, 16 de septiembre de 2007
El caro precio del resquebrajamiento del matrimonio / Autor: P. John Flynn, L. C.
El matrimonio continúa en declive en Estados Unidos, algo que trae consigo numerosas consecuencias negativas para los individuos y la sociedad en general. Esta es una de las principales conclusiones de un reciente estudio.
El National Marriage Report hacía público este verano su informe anual: «The State of Our Unions: The Social Health of Marriage in America 2007» (El Estado de nuestros Matrimonios: La Salud Social del Matrimonio en América 2007). Este centro se encuentra en Rutgers, la universidad estatal de Nueva Jersey.
Los autores del estudio son dos académicos reconocidos por sus trabajos sobre temas de familia y matrimonio: David Popenoe y Barbara Dafoe Whitehead. Encontraron que desde 1970 al 2005 ha habido un descenso de cerca del 50% en el número anual de matrimonios por cada 1.000 mujeres adultas solteras.
Una parte significativa de esta caída se debe simplemente al hecho de posponer el matrimonio a una edad más madura. No obstante, muchas personas simplemente no se casan o son solteros, debido a la cohabitación y a un descenso en el número de gente que se divorcia y luego se vuelve a casar.
El informe cita estimaciones de que alrededor de un cuarto de las mujeres solteras de entre 25 y 39 años están viviendo actualmente con su pareja, y otro cuarto más ha vivido con su pareja durante algún tiempo en el pasado. Asimismo, cerca de la mitad de todos los matrimonios proceden de haber vivido juntos, algo que no existía hace 50 años.
La cohabitación es más común entre personas con niveles educativos bajos y menores ingresos, así como entre personas menos religiosas.
Mitos
El informe también rebate algunos mitos que suelen utilizar las fuerzas antifamilia. El primer mito es que vivir juntos antes del matrimonio es útil para saber si la pareja podrá durar, evitando así un mal matrimonio y un eventual divorcio. Esto no tiene apoyo alguno en los hechos, observa el informe.
«De hecho, evidencias sustanciales indican que quienes viven juntos antes del matrimonio es más probable que rompan después de casarse», comenta el informe.
El informe admite que hay diversas opiniones sobre la interpretación de los datos, pero atendiendo a un mínimo común los autores concluyen: «Lo que se puede decir que es cierto es que no se han encontrado todavía evidencias de que quienes cohabitan antes del matrimonio tienen matrimonios más sólidos que los que no».
El segundo mito refutado por el informe es la afirmación de que aunque se casen menos, quienes se casan tienen matrimonio de mejor calidad. No es así, replican Popenoe y Whitehead, observando que «las mejores evidencias disponibles sobre el tema» muestran un declive en los últimos 25 años en el número tanto de hombres como de mujeres que afirman que sus matrimonios son «muy felices».
Papel educativo
El informe también revela una creciente división social cuando se trata del matrimonio. Entre quienes han recibido una educación universitaria la institución del matrimonio se ha robustecido en el último par de décadas. Actualmente, las mujeres con estudios universitarios tienen un índice de matrimonios más alto que el resto de la población, y también son menos favorables al divorcio que las mujeres con menos educación.
Además, entres quienes retrasan la edad de casarse a más allá de la treintena, las mujeres con estudios universitarios son las únicas propensas a tener hijos después de casarse en vez de antes.
Hay, por tanto, una creciente «división matrimonial» en Norteamérica, observa el informe, entre aquellos que tienen estudios y los que no.
De hecho, para quienes carecen de estudios universitarios, «la situación del matrimonio sigue siendo triste», según el informe. Esto se debe a la combinación de un declive continuo en el índice de matrimonio y un creciente porcentaje de nacimientos fuera del matrimonio. En el año 2000, el 40% de las madres que habían abandonado sus estudios vivían sin sus maridos, en comparación con el 12% de las que habían logrado graduarse, indica el informe.
Después de alcanza su máximo a principios de los ochenta, el divorcio ha descendido de forma moderada. En general, la probabilidad de que un primer matrimonio acabe en divorcio o separación permanece entre el 40% y el 50%. El riesgo de divorcio, no obstante, varía ampliamente. La probabilidad de divorciarse es mucho más alta entre quienes son pobres, entre personas que abandonaron sus estudios, y entre parejas que se casaron antes de los veinte. Las parejas que tienen familias con un historial de divorcios, así como las que no tienen afiliación religiosa, son también más propensas a divorciarse.
El límite
Además de las consecuencias personales, la quiebra del matrimonio y la vida familiar en las últimas décadas ha tenido un grave impacto económico. Una sección del informe considera las ventajas económicas del matrimonio para la sociedad.
«Las parejas casadas crean, de media, más activos económicos que los creados por parejas similares solteras en cohabitación», sostiene el informe. Las parejas casadas viven de forma más frugal, si se compara con dos adultos que viven solteros, y también ahorra e invierten más para el futuro. Los hombres tienden también a ser más productivos económicamente tras el matrimonio, ganando, con educación e historial laboral similar, entre un 10% y un 40% más que cuando eran solteros.
El aumento del divorcio también ha dado lugar a más desigualdad y pobreza. El informe apunta que los resultados de muchas investigaciones han demostrado que tanto el divorcio como el criar a los hijos fuera del matrimonio aumentan la pobreza infantil. Un estudio incluso va más allá al mostrar que, si la estructura familiar no hubiera cambiado entre 1960 y 1998, el índice de pobreza infantil entre los niños de color habría sido en 1998 del 28,4% en vez del 45,6%, y, en caso de los niños blancos, habría sido del 11,4% en vez del 15,4%.
El divorcio también significa costes más altos para los gobiernos, debido a factores como los gastos sociales y el aumento de la delincuencia juvenil. Los 1,4 millones de divorcios del 2002 en Estados Unidos se estima que han costado a los contribuyentes más de 30.000 millones de dólares, afirma el informe.
El aumento de las familias monoparentales también impone altos costes a los hijos. En el 2006 cerca del 28% de los niños norteamericanos vivían con sólo uno de sus padres. «Esto significa que cada año más niños en familias que incluyan a sus propios padres biológicos casados, que, como afirman todas las evidencias empíricas disponibles, son el ámbito ideal para asegurar los mejores resultados en el desarrollo del niño», comentaba Popenoe en su ensayo introductoria al informe.
Invertir la tendencia
Popenoe se pregunta también como podría repararse la quiebra en el matrimonio y la familia. Una forma de hacerlo es a través de una transformación cultural gracias a la religión. Con el paso de los años, continúa Popenoe, los Estados Unidos y otros países se han vuelto cada vez más laicistas e individualistas. Este es el caso en particular de los jóvenes.
Robustecer la religión y la familia es uno de los temas comunes de Benedicto XVI. La familia es una prioridad de la nueva evangelización, declaraba el 5 de julio a un grupo de obispos de la República Dominicana presentes en Roma para su visita quinquenal.
El Pontífice afirmaba que «la Iglesia promueve que la familia sea de verdad el ámbito donde la persona nace, crece y se educa para la vida, y donde los padres, amando con ternura a sus hijos, los van preparando para unas sanas relaciones interpersonales que encarnen los valores morales y humanos en medio de una sociedad tan marcada por el hedonismo o la indiferencia religiosa»
Más recientemente, al responder el 1 de septiembre a las preguntas planteadas por los jóvenes reunidos con el Papa en Loreto, Italia, Benedicto XVI indicaba que la marginalización que afecta a tantas personas de hoy se debe en parte a la desintegración familiar.
La familia, apuntaba, «no sólo debería ser un lugar donde se encuentren las generaciones, sino también donde se aprenda a vivir, donde se aprendan las virtudes esenciales para la vida, está desintegrada, se encuentra en peligro». Necesitamos asegurarnos de que la familia sobreviva y esté una vez más en el centro de la sociedad", urgía el Papa.
No hay nada que reemplace la oración / Autor: Hº Jaume Ruiz Castro CM
A través de la oración, nuestros corazones se convierten a Dios y cuando nosotros somos tocados por esa gran gracia extraordinaria, podemos volvernos testigos, aún silenciosos, y suscitar en otros el cambio profundo de vida que lleva a la salvación.
Es por eso mismo que, una vez más, nuestra Madre del Cielo insiste en la importancia de la oración. La oración es insustituible. No bastan las obras de caridad y misericordia por grandes que parezcan si no hay oración porque acaban siendo obras humanas. La oración es insustituible e indispensable, como lo es el aire para respirar. Así como nuestro cuerpo no puede vivir sin respirar así tampoco el alma vive sin la oración. Sin oración languidece y muere espiritualmente. La oración llena la vida, más aún es vida.
LA ORACION DE LOS CINCO DEDOS
1. El pulgar es tu dedo más cercano. Comienza orando por aquéllos más cercanos a ti, porque son los que recuerdas con más facilidad. Rezar por los que amamos es, como dijo C.S. Lewis, “…un dulce deber.”
2. El siguiente dedo es el de apuntar. Ora por los que enseñan, instruyen y sanan. Ora por maestros, médicos, sacerdotes, religiosos y evangelizadores. Ellos necesitan apoyo para apuntar sabiamente nuestro camino hacia la dirección correcta. Manténlos siempre en tus oraciones.
3. El siguiente dedo es el más largo. Nos recuerda a nuestros líderes. Ora por el presidente, los legisladores, administradores de empresas e industrias. Ora por los padres y madres de familia, y también por los líderes de nuestra Iglesia. Estas personas guían nuestra nación, nuestra economía y nuestras familias. Ellos necesitan ser guiado por Dios.
4. El cuarto dedo es el anular. Es, sorprendentemente, nuestro dedo más débil, como nos diría cualquier profesor de piano. Debe recordarnos los débiles, los que sufren, los que tienen algún problema. Ellos necesitan nuestras oraciones constantes.
5. El meñique, nuestro dedo más pequeño, nos recuerda cual debe ser nuestro lugar en relación con Dios y los demás. Como dice la Biblia: “el más humilde será ensalzado.” Tu meñique debe recordarte orar por ti mismo. Después que hayas orado por los otros cuatro grupos, tendrás una mejor perpectiva de tus propias necesidades y podrás orar por ti con mayor efectividad.
Y recuerda: no le cuentes a Dios cuán grande es tu problema; dile a tu problema cuán grande es tu Dios.
La Felicidad / Enviado por Vivy
Normalmente todas las personas quieren triunfar y ser felices, pero sólo lo logran algunos, ¿quienes? Los que apuestan con su corazón, los que cultivan y desarrollan su mejor potencialidad con base en: TRABAJO, PERSEVERANCIA, DISCIPLINA, FE, CONFIANZA, OPTIMISMO y mucho, pero mucho AMOR!! Amor por sí mismos, por su tarea, por sus semejantes, por lo que son y por lo que hacen, Piénsalo.
Si tienes suficiente fe en ti mismo y en tus dones, atributos y capacidades, si perseveras con paciencia y disciplina, si trabajas con entusiasmo y perseverancia. .. podrás lograrlo!, podrás hacerlo realidad!. Encamínate hacia tu objetivo con la certeza de que puedes lograrlo.
Todo aquello que seas capaz de imaginar y visualizar, todo aquello que tu imaginación pueda crear en tu mente, si logras amarlo con intensidad y con todas las fuerzas de tu ser... podrás hacerlo realidad ¡
La imaginación y la creatividad son regalos gratuitos de nuestro Creador y los hemos recibido por alguna razón valedera y positiva. Indudablemente estas herramientas también requieren práctica de nuestra parte. La creatividad y la imaginación pueden ser la mejor solución para encontrar tu camino en las adversidades y en épocas de confusión. Cultívalas.
Toma una sonrisa, regálala a quien nunca la ha tenido. Serénate, sólo así podrás enfrentar tus dificultades con alguna posibilidad de solución. Si tienes dificultades, necesitas todas tus energías y tu paz interior, no las malgastes alterándote y dejándote llevar por algún desorden emocional. La paciencia, la calma y la objetividad serán la plataforma que te permitirán encontrar soluciones y respuestas adecuadas.
sábado, 15 de septiembre de 2007
¿Desgracias incomprensibles? / Autor: P. Fernando Pascual LC
¿Desgracias incomprensibles?
El hermano Jacinto sentía una pena profunda en su alma. Otra vez las noticias hablaban de un desastre. Cientos, quizá miles de muertos. Como si fuese una extraña ley de la fatalidad que todo tipo de mal ocurriese precisamente en los países más pobres, en los lugares que ya sufrían por miles de miserias e injusticias.
Su oración era casi un grito de angustia. “¿Por qué, Señor? ¿Qué ocurre para que sean los pobres los primeros en morir? ¿No tienen ya en sus corazones tantas lágrimas? ¿No son víctimas de un mundo de injusticias y pecados? ¿No merecen, al menos ellos, un poco de Tu Bondad divina, de la atención que diste a los pobres y a los enfermos cuando caminaste por tierras de Palestina?”
El padre abad había percibido la inquietud de aquel monje lleno de juventud, irruente y enamorado. No era la primera vez que la noticia de una desgracia natural había alterado el corazón del hermano Jacinto. Era viva la memoria del tsunami, del huracán, del terremoto, de los atentados terroristas contra familias y contra niños...
El hermano Jacinto mantuvo la mirada triste durante todo el día. Llegada la noche, el padre abad se dejó encontrar. Preguntas, rabia, lágrimas. El desahogo fue profundo, y el padre escuchaba a su inquieto y buen discípulo.
Al final, cuando las estrellas se hacían más intensas, cuando una lechuza lanzaba su canto sugestivo en medio de la noche, el padre abad pensó que era el momento de ofrecer una pequeña y humilde semilla a un corazón atribulado. No resultaba fácil decir aquello. Pero confió en la luz del Espíritu Santo. Miró la silueta de un Cristo crucificado que dominaba el jardín del convento, y empezó a hablar.
“Hermano Jacinto. Creo que a todos nos impresiona vivir en un mundo lleno de injusticias, de miserias, de pecados, de pobreza, de muertes violentas, de terremotos y disparos. Nos cuesta, sobre todo, ver morir a niños inocentes, ver llorar a las madres por sus hijos, ver la angustia de socorristas con pocos medios y con esperanzas mortecinas.
Pero hay un modo distinto y más profundo de ver las cosas. Desde Dios, a la luz del cielo, descubrimos que la muerte no es desgracia, no es condena, no es fracaso. Es simplemente, como decía un laico profundo y sencillo que vivió hace unos años en Italia, un paso, la entrada en una paz envidiable y profunda.
Ese laico, Renzo Buricchi, hablaba así a un amigo pocas horas de morir: «Marcello, lo que te digo a ti debes decirlo a todos: ¡morir es algo maravilloso! Se entra de repente dentro de una luz que no tiene igual, y sientes una paz y una alegría que no puede compararse con ninguna sensación».
Las personas por las que lloras acaban de dar el paso. Antes vivían en medio de dolores y de angustias. Ahora pertenecen al mundo de Dios. Allí no hay lágrimas, ni tinieblas, ni injusticias, ni angustias. Quienes acogieron la mano maravillosa del Dios amigo gozan en estos momentos de algo muy grande, algo que nada ni nadie podrá arrebatarles.
Es cierto que la prensa, la radio, la televisión, nos muestran cuerpos mutilados, ennegrecidos, despedazados. Pero lo más importante de cada una de esas personas, sus almas, es indestructible. Han empezado a vivir en una dimensión distinta. Han pasado a una nueva etapa de su existir humano.
En esa nueva etapa ellos nos esperan a ti y a mí. No quieren vernos tristes, no quieren que la angustia atenace esa capacidad que tenemos de amar y de acompañar a los vivos que no conocen la maravilla de la muerte, que sufren porque creen haber perdido a alguien que, en cambio, goza ya de la dicha de los cielos.
Hermano Jacinto, si vivimos de verdad como cristianos, si tenemos una fe profunda en Cristo muerto y resucitado, veremos cada acontecimiento con ojos nuevos. Lo que antes creíamos ser desgracia llega a convertirse en una bendición, en un momento de dicha indescriptible. La verdadera desgracia, el fracaso más profundo de una vida, consiste en no haber sabido amar, no haber sabido acoger el amor continuo que el Padre de los cielos ofrece a cada uno de sus hijos y de sus creaturas.
Hoy podemos, tú y yo, rezar para que las miradas de los corazones lleguen más lejos. La vida nace desde el Amor y avanza hacia el Amor. El Amor escribe la última página de la historia. Todo lo que no es Amor es pérdida. Si tenemos que llorar y lamentarnos, es precisamente por esos que se consideran satisfechos en sus riquezas y no son capaces de pensar en sus hermanos.
Te invito a venir conmigo, unos momentos, a la capilla. Junto a Cristo están ahora cientos de almas de corazones buenos. Otros tendrán que pasar un tiempo en el purgatorio, en espera de una purificación completa. Otros... no sé, tú y yo quisiéramos un infierno vacío, pero cada uno escoge lo que ama. Nadie será obligado a ingresar en el cielo, a amar a Dios eternamente”.
Dos sombras oran, en silencio, en la capilla del monasterio. Junto al abad, con su mirada llena de paz, su respiración serena, sus manos arrugadas, está el hermano Jacinto. Empieza a comprender aquello que tantas veces había leído en el Evangelio: “Os digo a vosotros, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os mostraré a quién debéis temer: temed a Aquel que, después de matar, tiene poder para arrojar a la gehenna; sí, os repito: temed a ése. ¿No se venden cinco pajarillos por dos ases? Pues bien, ni uno de ellos está olvidado ante Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis más que muchos pajarillos” (Lc 12,4-7).
Pasa y deja una huella / Enviado por Viviana Baigorría
Por donde pases, deja una huella.
Para eso, no es necesario que pises fuerte, que te hagas notar con autoritarismo, que trates de llamar la atención con bombos y platillos.
No… No son tus voces de mando, ni tu aspereza, ni tu rigor lo
que marcará el lugar que has ocupado en el trabajo o en tu casa.
Será.. Eso de ti que has dado con amor; la palabra al que necesitaba aliento; la sonrisa al que se acercaba a ti; el consejo al que te lo pedía, la generosidad para comprender los motivos que llevan a algunos a cometer errores, a herir, a golpear.
Cuando no te agradecen algo que has hecho por otro…piensa que no lo has hecho con sinceridad… pues siempre se agradece lo que es generoso, auténtico.
Conozco mucha gente que sólo hace favores para que se los agradezcan, o para pregonarlos y que digan: “que bueno”, “que maravilla”.
Esos no dejan huellas, ni corazones encendidos con lámparas votivas.
Para dejar una huella, hay que quedarse un poco en lo que se hace; la tiza dibujando palabras en el pizarrón del grado, la esposa planchando la camisa del marido, la mano apretando con tibieza la manito del hijo…
Para dejar una huella… chiquita como una corola de violeta, no importa su tamaño, sino el signo que indique que pasaste por alli.
El Pan de Cristo / Autor: Rafael M. Estévez
El siguiente es el relato verídico de un hombre llamado Víctor. Al cabo de meses de encontrarse sin trabajo, se vio obligado a recurrir a la mendicidad para sobrevivir, cosa que detestaba profundamente. Una fría tarde de invierno se encontraba en las inmediaciones de un club privado cuando observó a un hombre y su esposa que entraban al mismo.Víctor le pedía al hombre unas monedas para poder comprarse algo de comer.Lo siento, amigo, pero no tengo nada de cambio -replicó éste. La mujer, que oyó la conversación, preguntó:
-¿Qué quería ese pobre hombre?
-Dinero para una comida. Dijo que tenía hambre -respondió su marido.
-Lorenzo, no podemos entrar a comer una comida suntuosa que no necesitamos y ¡Dejar a un hombre hambriento aquí afuera!
-¡Hoy en día hay un mendigo en cada esquina! Seguro que quiere el dinero para beber.
-¡Yo tengo un poco de cambio! Le daré algo.
Aunque Víctor estaba de espaldas a ellos, oyó todo lo que dijeron. Avergonzado, quería alejarse corriendo de allí, pero en ese momento oyó la amable voz de la mujer que le decía:
-Aquí tiene unas monedas. Consígase algo de comer. Aunque la situación está difícil, no pierda la esperanzas. En alguna parte hay un empleo para usted.Espero que pronto lo encuentre.
-¡Muchas gracias, señora! Me ha dado usted ocasión de comenzar de nuevo y me ha ayudado a cobrar ánimo. Jamás olvidaré su gentileza.
-Estará usted comiendo el pan de Cristo. Compártalo -dijo ella con una cálida sonrisa dirigida más bien a un hombre y no a un mendigo.
Víctor sintió como si una descarga eléctrica le recorriera el cuerpo. Encontró un lugar barato donde comer, gastó la mitad de lo que la señora le había dado y resolvía guardar lo que le sobraba para otro día. Comería el pan de Cristo dos días. Una vez más, aquella descarga eléctrica corría por su interior. ¡El pan de Cristo!
-¡Un momento!-pensó -. No puedo guardarme el pan de Cristo solamente para mí mismo.
Le parecía estar escuchando el eco de un viejo himno que había prendido en mi colegio o escuela..En ese momento pasó a su lado un anciano.
-Quizás ese pobre anciano tenga hambre -pensó-. Tengo que compartir el pan de Cristo.
-Oiga -exclamó Víctor- ¿Le gustaría entrar y comerse una buena comida?
El viejo se dio vuelta y lo miró con descreimiento.
-¿Habla usted en serio, amigo?
El hombre no daba crédito a su buena fortuna hasta que se sentó a una mesa cubierta con un hule y le pusieron delante un plato de guiso caliente. Durante la cena, Víctor notó que el hombre envolvía un pedazo de pan en su servilleta de papel.
-¿Está guardando un poco para mañana? -le preguntó.
- No, no. Es que hay un chico que conozco por donde suelo frecuentar. La ha pasado mal últimamente y estaba llorando cuando lo dejé. Tenía hambre. Le voy a llevar el pan.
El pan de Cristo. Recordó nuevamente las palabras de la mujer y tuvo la extraña sensación de que había un tercer Convidado sentado a aquella mesa. A lo lejos las campanas de una iglesia parecían entonar a sus dos el viejo himno que le había sonado antes en la cabeza. Los dos hombres llevaron el pan al niño hambriento, que comenzó a engullírselo. De golpe se detuvo y llamó a un perro, un perro perdido y asustado.
-Aquí tienes, perrito. Te doy la mitad ---- dijo el niño.
El pan de Cristo. Alcanzará también para el hermano cuadrúpedo. El niño había cambiado totalmente de semblante. Se puso de pie y comenzó a vender el periódico con entusiasmo.
-Hasta luego -dijo Víctor al viejo-. En alguna parte hay un empleo para usted. Pronto dará con el. No desespere. ¿Sabe? -su voz se tornó en un susurró-. Esto que hemos comido es el pan de Cristo. Una señora me lo dijo cuando me dio aquellas monedas para comprarlo. El futuro nos deparará algo bueno!
Al alejarse el viejo, Víctor se dio vuelta y se encontró con el perro que le olfateaba la pierna. Se agachó para acariciarlo y descubrió que tenía un collar que llevaba grabado el nombre del dueño. Víctor recorrió el largo camino hasta la casa del dueño del perro y llamó a la puerta. Al salir éste y ver que había encontrado a su perro, se puso contentísimo. De golpe la expresión de su rostro se tornó seria. Estaba por reprocharle a Víctor que seguramente había robado el perro para cobrar la recompensa, pero no lo hizo. Víctor ostentaba un cierto aire de dignidad que lo detuvo. En cambio dijo:
-En el periódico vespertino de ayer ofrecí una recompensa. ¡Aquí tiene! Víctor miró el billete medio aturdido.
-No puedo aceptarlo -dijo quedamente-. Solo quería hacerle un bien al perro.
-Téngalo! Para mi lo que usted hizo vale mucho más que eso. ¿Le interesará un empleo? Venga a mi oficina mañana. Me hace mucha falta una persona íntegra como usted. Al volver a emprender Víctor la caminata por la avenida, aquel viejo himno que recordaba de su niñez volvió a sonarle en el alma.Se titulaba "Parte el Pan de Vida"...
"NO OS CANSÉIS DE DAR, PERO NO DEIS LAS SOBRAS, DAD HASTA SENTIRLO, HASTA QUE DUELA".
QUE EL SEÑOR NOS CONCEDA LA GRACIA DE TOMAR NUESTRA CRUZ Y SEGUIRLO.
AHORA, SI LO DESEAS, COMPARTE ESTO CON LOS DEMÁS, "EL PAN DE CRISTO"... YO YA LO HICE. ESPERO QUE SIRVA DE ALGO EN TU VIDA...
¡QUE DIOS LOS BENDIGA SIEMPRE...!! !
Por favor, léelo en silencio, por favor
ES MUY CORTITO Y EFECTIVO
Señor Jesús:
"Te amo mucho, te necesito para siempre, estás en lo más profundo de mi corazón, bendice con tus néctares corporales, a mi familia, mi casa, mi hogar, mi empleo, mis finanzas, mis sueños, mis proyectos y a mis amigos".
viernes, 14 de septiembre de 2007
"Amar hasta que duela", fundamento de toda comunidad cristiana / Autores: Conchi y Arturo
Profundizamos hoy en otras actitudes sin las cuales cualquier tipo de comunidad cristiana, parroquia, grupo, asociación de fieles laicos o familia, dejará de crecer en el Amor de Dios. Nos fijaremos únicamente en una de las afirmaciones que se hace en los hechos de los Apóstoles 2, 42: "Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles". Estas palabras pueden ser interpretadas como escucharlas palabras y homilías del Santo Padre, Cardenales, Obispos y Diáconos si se consideran desde la visión de la sucesión apostólica.
La Palabra de Dios nunca se contradice. Está bien escuchar y debemos hacerlo a todos los presbíteros, sea cual sea su responsabilidad pastoral. Ellos nos darán Palabras de Vida y de sabiduría de Dios que nos harán crecer como comunidad cristiana. San Pablo nos enseña en Colosenses 3, 16-17, que la llamada para enseñar y a la vez aprender es mutua y para todos: "La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre".
En el Evangelio de Juan, 15, 12-17, se nos confirma de nuevo con claridad la Voluntad de Dios: "Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros."
Estas palabras fueron pronunciadas por Jesús a los apóstoles. Hoy, aquí y ahora, el Señor nos la dice personalmente a todos y cada uno de nosotros. Él nos ha elegido para Amar con nuestras palabras y obras, siendo luz para los demás en crecimiento diario en el Amor de Dios. Además nos ha elegido para dar nuestra vida escuchando y aprendiendo lo que Dios quiere enseñarnos, utilizando a las personas que se cruzan en nuestro camino día a día.
La expresión utilizada por la Madre Teresa de Calcuta "Amar hasta que
duela"es la que define con precisión lo que Dios nos pide. Sólo si Amamos hasta que nos duela daremos frutos individuales y comunitarios que permanezcan.
Sólo podemos abrir nuestro corazón herido y todo nuestro ser al Señor, cada día, implorando que nos enseñe a Amar como Él nos Ama a nosotros. Su Amor es fiel y permanente aunque lo igmnoremos, nos desanimemos, lo neguemos o nos cansemos de seguir sus pasos temporal o definitivamente.
Conocemos profundamente a unos amigos que sienten en su corazón la llamada de Dios a servirle en comunidad. Su primera comunidad es su familia, matrimonio e hijos. Todos acuden asiduamente a la parroquia a servir los hermanos de distintas formas. Su corazón siente en su interior una llamada profunda a la evangelización y a la dedicación total de su vida a Dios.
Oran para que el Señor les guíe en toda su vida para ir dando pasos de crecimiento en el seguimiento de Jesús. Esta familia a pedido a personas de la comunidad católica de distintas partes del mundo que intercedan para obtener diariamente la sabiduría para hacer en todo la Voluntad de Dios.
Esta familia son personas con licenciaturas y estudios, con nivel cultural, pero han llegado a la certeza interior que por lo único que tiene sentido sufrir es para hacer crecer el Reino de Dios amando a las personas más desvalidas, prestando atención a sus necesidades materiales, emocionales, afectivas y espirituales.
Muchas personas interceden y han ido confirmando el camino espiritual de la familia y el Señor va delante de ellos como Buen Pastor.Hay algunas de las personas más amadas por la familia y con quienes han vivido profundos crecimientos en la espiritualidad, que les han desconcertado muchas veces con el paso de los años. En realidad, ellos son conscientes que esos desconciertos han sido sucesivos episodios
de "Amar con dolor" por gracia de Dios y sólo con el deseo de seguir su Voluntad.
Las personas con quienes han vivido las experiencias de Amor más dolorosas han sido realmente "AMIGOS/AS" dispuestos a dar la vida mutua y recíprocamente. A veces, de repente, esas personas han tenido reacciones incomprensibles sino fueran observadas con la mirada de Dios. Han pasado de estar presentes a ausentarse, como hermanos que caminan a tu lado. Han compartido la Palabra de Dios con celo y ardor y sin más el miedo de vivir el Evangelio los ha paralizado. Han decidido dar pasos en fe y sin quererlo se han encontrado implorando seguridad. El señor ha mostrado su poder a través de dones únicos y ellos se han asustado y no han querido ponerlos al servicio de su comunidad para no perder el prestigio. Han estado en comunión y luego se han encerrado en si mismas. Han elegido llenar los días de de relaciones superficiales, comidas, películas, teatro y distracciones, para no afrontar las heridas de su corazón y los problemas que provocan esas reacciones.
La familia que nos ha compartido estas vivencias no se quejan de sus AMIGOS. Les Aman con un dolor profundo en el corazón: "Amar hasta que duela". Ellos han interiorizado que lo que hacen no es un esfuerzo humano sino una gracia
de Dios para hacerlos crecer en comunidad. A esta familia le gustaría hacer tantas cosas con esos amigos que Dios les regaló hace años, que cuando los ven pasar por esas situaciones de oscuridad espiritual no saben como actuar. Ellos nos cuentan que "sólo podemos estar. Hablar con Dios de nuestro dolor por nuestros amigos. Aunque el dolor permanece, el Amor por ellos crece". Sólo desde el seguimiento de la Palabra y la Voluntad de Dios vivimos la práctica del AMOR: "Amaros los unos a los otros como Yo os he amado"
Eso es acudir diariamente a la enseñanza de los apóstoles. Hemos escuchado la versión y las vivencias espirituales de esa familia. Desconocemos la versión de los amigos que viven en esos vaivenes. Estamos seguros que también han crecido y han aprendido en esa relación de Amor, fundamentada en instaurar el Reino de Dios. No dudamos que a esas personas les duele Amar en medio de sus convulsiones interiores. No obstante, lo más importante, es que el Señor de estas relaciones ha hecho crecer
frutos que han perdurado. La familia que nos ha contado su experiencia no tienen dudas que esos frutos perduraran para siempre.
Nos ha contado esta misma familia, que en muchas ocasiones, en reuniones comunitarias parroquiales, de grupos, movimientos o proyectos pastorales, cuando existen problemas de relación o diferencias de opinión entre los asistentes, ellos son partidarios de orar, para que el Señor muestre la forma más adecuada de actuar y dar frutos por el de del Espíritu Santo. Todo discernimiento comunitario debe producirse en la Paz de Cristo y en la unidad, asumiendo que nuestra misión, la de todos, es llevar a las personas a los pies de Cristo Resucitado, no a nosotros como personas con una forma concreta de actuar.
Nuestros interlocutores han trabajado pastoralmente en varios grupos, parroquias y movimientos de la iglesia. "Amar hasta que duela" ha sido para ellos escuchar de religiosos, laicos comprometidos, diáconos y sacerdotes frases como: "-Es que existe un teléfono directo con el Espíritu Santo?. A ver si nos dais el número. Aquí hacemos lo que crea la mayoría y ya está". Ellos, al oír palabras como estas o similares han optado por callar y orar. Luego, el señor en todas las ocasiones ha mostrado claramente su Voluntad a todos con corazón unánime.
La comunidad cristiana en cualquiera de sus formas debe construirse cada día. Como dice San Pablo cuando un miembro sufre es todo el cuerpo que sufre. Y no olvidemos que estamos llamados a formar parte real del Cuerpo de Cristo. Jesús, cabeza del Cuerpo, nos ha Amado hasta dolerle no sólo la salvación de todos y cada uno en la Cruz. También se conmueve cada vez que nos hemos paralizado, que le hemos negado, que hemos tenido miedo de seguirlo.
Danos la gracía Padre Santo de tener la sabiduría de escuchar las Palabras de Vida pronunciadas por nuestros hermanos en la fe en Tu Nombre. Capacitanos para ponerlas en práctica y hacer crecer Tu Reino en todo el mundo. Haznos crecer en el Amor que da la Vida. Enseñanos a Amar como Tú Amas. Que nuestra valentía sea empleada para pronunciar Palabras de Vida salidas de Tu corazón de misericordia para el crecimiento nuestro y de la comunidad. Queremos ser discípulos t apóstoles de Tu Amor. Amén.
15 de septiembre: Los siete Dolores de Santísima Virgen / Autor: Faustino Martinez Goñi
Se puede decir que, desde el principio del cristianismo, la espada que atravesó el alma de María —según las palabras de Simeón (Lc. 2,35)— ha provocado compasión tierna de los buenos cristianos. Y es que, al recordar la pasión del Redentor, los hijos de la Iglesia no podían menos de asociar al dolor del Hijo de Dios los sufrimientos de su benditísima Madre.
Parece como si el Stabat Mater del devoto franciscano Jacapone de Todi († 1306) hubiera resonado desde los albores de la cristiandad en el corazón de los fieles. De esta bellísima secuencia, que se recita en, la misa de esta festividad, escribió Federico Ozanam: "La liturgia católica nada tiene tan patético como estos lamentos tristes, cuyas estrofas caen como lágrimas, tan dulces, que en ellos se descubre un dolor divino consolado por los ángeles; tan sencillos en su latín popular, que las mujeres y los niños comprenden la mitad por las palabras y la otra mitad por el canto y el corazón". Y, ¡por qué no pensar que lo que se hizo estrofa y versos en la fervorosa Edad Media, no estaba ya latente, desde que murió Jesús, en la ternura compasiva de los amantes hijos de la Virgen!
Los Padres de la Iglesia demuestran, efectivamente, que no pasó desapercibido el dolor de María. San Efrén (en su Lamentación de María), San Agustín, San Antonio, San Bernardo y otros cantan piadosamente los padecimientos de la Madre de Dios. Y, ya en el siglo V, vemos cómo el papa Sixto III (432-440), al restaurar la basílica Liberiana, la consagra a los mártires y a su Reina. según lo indica un mosaico de dicha iglesia, en el que celebra a María como "Regina Martyrum".
Con todo, hay que admitir que la devoción —más concreta— a los Dolores de María fue extendida especialmente por los servitas, Orden fundada por siete patricios de Florencia (su fiesta se celebra el 12 de febrero bajo el título de "Los siete Santos Fundadores") a mediados del siglo XIII. La historia nos cuenta cómo, en los duros tiempos de Federico II, se reunían estos piadosos varones para sus actos religiosos en la ciudad de Florencia, y cómo poco a poco fue surgiendo la Orden de los Siervos de la Virgen o Servitas, cuyo principal cometido era el meditar en la pasión de Cristo y en los dolores de su Madre. San Felipe Benicio († 1285; su fiesta se celebra el 23 de agosto), superior general de dicha Orden, fue uno de los más destacados propagadores de esta devoción, popularizando por todas partes el "hábito de la Dolorosa" y su escapulario.
En el siglo XVII se dio principio a la celebración litúrgica de dos fiestas dedicadas a los Siete Dolores, una el viernes después del Domingo de Pasión, llamado Viernes de Dolores, y otra el tercer domingo de septiembre. La primera fue extendida a toda la Iglesia, en 1472, por el papa Benedicto XIII; y la segunda en 1814, por Pío VII, en memoria de la cautividad sufrida por él en tiempos de Napoleón. Esta segunda fiesta se fijó definitivamente para el 15 de septiembre.
De la raigambre de la devoción a la Virgen Dolorosa entre el pueblo cristiano —singularmente los fieles de estirpe hispánica— es un índice la frecuente utilización del nombre Dolores en la onomástica femenina así como la profusión de las representaciones de la Dolorosa en el arte y la repetición del tema en la poesía popular —saetas— y en la literatura, en general.
La fiesta de este día hace alusión a siete dolores de la Virgen, sin especificar cuáles fueron éstos. Lo del número no tiene importancia y manifiesta una influencia bíblica, ya que en la Sagrada Escritura es frecuente el uso del número siete para significar la indeterminación y, con más frecuencia tal vez, la universalidad. Según esto, conmemorar los Siete Dolores de la Virgen equivaldría a celebrar todo el inmenso dolor de la Madre de Dios a través de su vida terrena. De todos modos, la piedad cristiana suele referir los dolores de la Virgen a los siete hechos siguientes: 1º la profecía de Simeón; 2º la huida a Egipto; 3º la pérdida de Jesús en Jerusalén, a los 12 años; 4º el encuentro de María con su Hijo en la calle de la Amargura; 5º la agonía y la muerte de Jesús en la cruz; 6º el descendimiento de la cruz; y 7º la sepultura del cuerpo del Señor y la soledad de la Virgen.
Sin duda que la piedad cristiana ha sabido acertar al resumir en esos siete hechos-clave los momentos más agudos del dolor de María. Porque, ¿no es cierto que son como hitos que señalan la trayectoria ascendente de los insondables sufrimientos de la Madre de Dios? En efecto, si las enigmáticas palabras de Simeón (He aquí que éste está destinado para caída y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción, y una espada atravesará tu misma alma, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones (Lc. 2, 34-35), tuvieron que entristecer el semblante de María, ¿que no habremos de pensar que ocurriría en la huida a Egipto, ¡Su hijo, tan tierno, arrojado por el vendaval del odio a tierras lejanas! Y, en cuanto a la pérdida de Jesús en Jerusalén, a los doce años, ¿quien es capaz de profundizar en el abismo de incertidumbre y en la agonía de una Madre privada de su Hijo?
Pero donde los dolores de la Virgen rebasaron toda medida fue en el drama del Calvario y, especialmente, al pie de la Cruz. Detengámonos en su contemplación con el alma transida de compasión amorosa, como hacían los santos.
Entre los personajes que asistieron de cerca a la tragedia del Gólgota destaca la figura de la Virgen. De su presencia en el Calvario nos habla San Juan en su Evangelio con palabras sencillas pero impregnadas de un intenso dramatismo: Estaban en pie —dice— junto a la Cruz de Jesús su Madre y la hermana de su Madre, María de Cleofás, y María Magdalena... Podemos representarnos la escena sin necesidad de hacer grandes esfuerzos de imaginación: Jesús acaba de recorrer las calles de Jerusalén con su cruz a cuestas. Durante el lúgubre desfile, el populacho le ha injuriado y escarnecido o, cuando menos, ha contemplado su paso con estupor y desconcierto. Porque, ¿no era Aquél el que hacía unos días había entrado en la ciudad santa en medio de aclamaciones? ¿No tendrían razón los escribas y fariseos al decir que era un vulgar impostor y un blasfemo?
Jesús, según asegura la tradición, se encontró con su Madre bendita en la calle que el pueblo cristiano llamó "de la amargura". ¿Qué se dirían con la mirada el Hijo y la Madre? Tal vez sólo las madres que tienen la inmensa desdicha de asistir a sus hijos antes de ser ajusticiados pueden sospechar algo de lo que pasaría por el alma de la Virgen.
Pero la comitiva siguió avanzando. Y después de muchos tropezones e incluso caídas de los que llevaban sudorosos sus cruces —y entre ellos iba como un vulgar facineroso Jesús—, llegaron al Calvario. La Virgen caminó también, deshecha en el dolor, en pos de su Hijo. Era el primero y el más sublime de los Viacrucis.
Ya está en el lugar de la crucifixión. Es Él. Los sayones le quitan sus vestiduras. La Virgen contemplaría aquella túnica inconsútil que con tanto cariño había tejido para su Hijo...
Unos momentos después suenan unos martillazos terribles. En un remolino instantáneo de recuerdos desfilarían ante la Virgen las escenas de Belén y de Nazaret, cuando las manecitas de su Niño le acariciaban con perfume de azucenas o le traían virutas para encender el fuego... Pero todo aquello quedaba muy lejos. Ahora tenía ante sí la realidad brutal de los pecados de los hombres horadando aquellas sacratísimas manos, pródigas en repartir beneficios.
Unos momentos más, y la cruz —su Hijo hecho cruz— era levantada entre el cielo y la tierra. En medio del clamor confuso de la multitud, María escucharía el respirar fatigoso y jadeante de su Hijo, puesto en el mayor de los suplicios. ¡Ella que había recogido su primer aliento en el pesebre de Belén y había arrimado tantas veces su virginal rostro al corazón de su Niño Jesús, palpitante de vida!
Las tres horas que siguieron, mientras Jesús derramaba gota a gota por la salud del mundo la sangre que un día recibiera de María, fueron las más sagradas de la historia del mundo. Y, si hasta las piedras se abrieron —como señala el Evangelio— ante el dolor del Hijo y de la Madre, ¿cómo podremos nosotros, los causantes de aquella "divina catástrofe" (como dice la liturgia), permanecer indiferentes en la contemplación de este divino espectáculo? Eia, Mater, fons amoris, me sentire vim doloris faic, ut tecum lugeam. (¡Ea! Madre, fuente de amor, hazme sentir la fuerza de tu dolor, para que llore contigo). Así exclama el autor del Stabat Mater. Y es que se necesita que la gracia sobrenatural aúpe y levante el corazón humano para que pueda siquiera rastrear la intensidad de los sufrimientos de Cristo y de su Madre.
El texto sagrado nos habla de las siete palabras de Jesús en la cruz, de su sed, de las burlas de que fue objeto, de las tinieblas que cubrieron la tierra...
No es difícil sospechar cuáles serían las reacciones del alma de la Virgen ante lo que estaba ocurriendo en el Calvario. Sin duda que poco a poco se fue abriendo camino entre la multitud y logró situarse por fin al pie de la cruz. ¿Quién de aquellos sanguinarios judíos se habría atrevido a encararse con la Madre Dolorosa? A su paso, los más empedernidos perseguidores de Jesús sentirían que la fibra del amor maternal —que jamás desaparece aun en los hombres más degradados— vibraba con un sentimiento de compasión: "Es la madre del ajusticiado —dirían—; ella no tiene la culpa. ¡Hacedle paso!
Y la Virgen se fue acercando a su Hijo. Pero no era el de otras veces, el niño gracioso de Belén, el joven gallardo de Nazaret, el taumaturgo prodigioso de Cafarnaúm... ¡Era un guiñapo! (¿será irreverencia traducir así las palabras proféticas de Isaías, en las que dice que Jesús seria un gusano y no un hombre, que no tendría sino fealdad y aspecto repugnante?) Y le miraría intensamente, como identificándose con El, quedándose colgada con El de la cruz.
¿Advirtió Jesús la presencia de su Madre? Lo afirma expresamente el Evangelio: "Como viese Jesús a su Madre..." (lo. 19, 25). Como dice el padre Alameda, "había tres crucificados y tres cruces, no muy lejanas unas de otras, puesto que podían hablarse y comunicarse las víctimas. María, según nos dice San Juan, se situó junto a la cruz de Jesús, iuxta crucem Iesu, lo que significa "a corta distancia de ella", tal vez tocando con la misma cruz. Y si se tiene en cuenta que, según costumbre, los maderos eran bajos, de modo que los pies del crucificado tocaban casi en el suelo, la vecindad era mayor, y María tomaba las apariencias de madre desolada que asiste a la cabecera del hijo agonizante. La expresión cum vidisset, habiendo visto, parece insinuar como si, agobiado por el dolor y la fiebre que le causaban las heridas, nuestro adorable Salvador hubiese tenido, en algunos momentos por lo menos, cerrados los ojos. Pudo también suceder que en medio de tanta aglomeración no hubiese advertido la presencia de aquellos seres queridos. Ellos, por otra parte, aunque deseosos de que Jesús reparase que allí estaban, no es creíble le hablasen. Ni el angustioso estado de su alma, ni la asistencia de los soldados curiosos convidaban a ello".
Jesús, pues, como anota San Juan, habiendo visto a su Madre y al discípulo amado, exclamó: "Madre, ahí tienes a tu hijo". Y en seguida, dirigiéndose al discípulo: "Ahí tienes a tu Madre" (lo. 19, 26). Fueron las únicas palabras que, según narra el Evangelio, dirigió Jesús a María en su agonía. Estas palabras, en su sentido literal, se refieren sin duda a San Juan, a quien encomienda a su Madre, que iba a quedar sola en el mundo. Pero, en el sentido que los exegetas llaman supraliteral y plenior (más completo), significaban que Juan, es decir, el género humano, a quien el apóstol representaba en aquellos momentos, pasaba a ser hijo de la Santísima Virgen. Esta es la interpretación que dan los Santos Padres y escritores eclesiásticos y que la Iglesia siempre ha aceptado.
¿Quién no se sentirá conmovido ante el precioso legado de Jesús y ante esta espiritual maternidad de la Virgen extendida, por gracia de la redención, a todos los hombres?
"Mujer --exclama San Bernardo en el oficio de hoy—, he aquí a tu hijo". ¡Qué trueque tan desigual! Se te entrega a Juan por Jesús, un siervo en lugar del Señor, un discípulo en lugar del Maestro, el hijo del Zebedeo por el Hijo de Dios, un mero hombre en lugar del Dios verdadero". Somos, en realidad, nosotros, los verdugos de Jesús, los que fuimos dados a María como hijos. ¿Cómo no trataremos de asemejarnos a Jesús para agradecerle esta magnífica filiación con la que nos regala?
Pero la tragedia del Gólgota se iba aproximando hacia su acto final. Jesús era ya casi un cadáver, Sus ojos estaban mortecinos; sus labios, resecos; su rostro, lívido y cetrino; y todo su cuerpo, rígido como el de un moribundo. María contemplaba a su Hijo en los últimos estertores de su agonía. Nada podía hacer frente a aquel estado de cosas al cual había conducido el amor de Jesús hacia los hombres,
¿Para qué hacer comentarios sobre el dolor de la Virgen en estos supremos momentos de la Pasión? ¿No es mejor que el corazón intuya y que se derrita en lágrimas de devoción?
Jesús —dice el Evangelio— dando una gran voz, exclamó: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". E inclinando su cabeza expiro".
María, que había dado el "sí" a la encarnación, que al pie de la cruz aceptó el ser nuestra Corredentora, se unió a la entrega de su Hijo y le ofreció al Padre como la única Hostia propiciatoria por nuestros pecados.
Dejamos a la iniciativa piadosa del lector contemplar a la Virgen con el cadáver de su Hijo en los brazos, como la primera Dolorosa, mucho más bella y expresiva en su casi infinito dolor que todas las tallas que adornan nuestras procesiones de Semana Santa. Pero, ¿por qué no cotejar esta imagen tremenda de la Virgen con el cadáver de su Hijo en los brazos —mucho más bella que cualquier Pietá de Míquel Angel— con aquella otra, tan dulce, de la Virgen —una doncellita— con su hermosísimo Niño apretado junto a su corazón? Sólo así podremos darnos cuenta de la horrible transmutación que en el mundo causan nuestros pecados.
Finalmente, la Virgen presidió el sepelio de Jesús. Una blanca sábana envolvía aquel cadáver que Ella había cubierto de besos y de lágrimas. Pronto la pesada losa del sepulcro se interpuso entre Madre e Hijo. Y Ia Madre se sintió sola, con una soledad terrible, comparable a la que momentos antes había sentido Jesús al exclamar en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".
Es cierto que la Virgen creía firmísimamente en la resurrección de su Hijo; pero esta creencia, como observa San Bernardo, en nada se opone a los sufrimientos agudísimos ante la pasión de su Hijo; lo mismo que Éste pudo sufrir y sufrió, aun sabiendo que había de resucitar.
Que la Virgen Dolorosa nos infunda horror al pecado y marque nuestras almas con el imborrable sello del amor. El Amor, he ahí el secreto de la íntima tragedia que acabamos de contemplar.
Porque todo tiene su origen en aquello, que tan profundamente se grabó a San Juan, espectador excepcional de todo este drama: "De tal manera amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Unigénito" (lo. 3, 16).
La Paradoja de la Oración / Autor: Henri Nouwen
La paradoja de la oración es que hemos aprendido cómo orar, cuando en realidad la oración es un don gratuito. Esta paradoja nos aclara por qué la oración es el sujeto de tantas afirmaciones aparentemente tan contradictorias.
Todos los grandes santos de la historia y los directores espirituales afirman que tenemos que aprender a rezar, puesto que la oración es nuestra primera obligación tanto como nuestra exigencia interior más fuerte- Se han escrito bibliotecas enteras sobre cómo orar. Muchos hombres y mujeres han intentado articular las diferentes formas y niveles de sus experiencias impresionantes y han animado a sus lectores a seguir sus caminos. Nos recuerdan repetidamente las palabras de san Pablo: “Orad sin interrupción” (1 Tes 5, 17), y a menudo nos ofrecen instrucciones muy trabajadas sobre cómo desarrollar una relación íntima con Dios. Incluso encontramos diferentes escuelas de oración y argumentos a favor de una u otra escuela.
Una de esas escuelas o tradiciones es el “hesicasmo” (de la palabra griega hesychia = respuesta). Teófanes el Eremita, es un “hesicasta” ruso del siglo diecinueve, nos ofrece un hermoso ejemplo de una orientación sobre la oración cuando escribe:
“Sigue siempre tu propia regla, encontrada y trabajada por ti, para estar con tu Señor. Guarda tu mente en tu corazón y no dejes a tus pensamientos que vagabundeen a su gusto. Todas las veces que lo hagan, hazles volver y guárdalos en casa, en el armario de tu corazón y deléitate en la conversación con el Señor” (1).
No hay duda de que Teófanes, y con él todos los grandes escritores sobre espiritualidad, considera que una seria disciplina es esencial para llegar a una relación de intimidad con Dios. Para ellos, la oración, sin un esfuerzo duro y continuado, no vale la pena ni que se intente. De hecho, algunos autores de libros de espiritualidad han relatado sus esfuerzos para orar con detalles de tal viveza y concreción que, a menudo, dejan a los lectores con la impresión errónea de que pueden alcanzar un nivel de oración esforzándose al máximo y con una perseverancia a toda prueba. Esta impresión ha creado muchas desilusiones, ya sentidas por muchos. Después de grandes esfuerzos en el trabajo de la oración, han comprobado que estaban más lejos de Dios que cuando empezaron.
Pero los mismos santos y guías de vida espiritual, que hablan sobre la disciplina de la oración, también nos recuerdan que la oración es un don de Dios. Dicen que no podemos orar verdaderamente por nosotros mismos, solos, sino que es el espíritu de Dios el que ora en nosotros. San Pablo lo dice muy claramente: “Nadie puede decir que Jesús es el Señor si no es bajo la influencia del Espíritu Santo” (1 Cor 12, 3). No podemos forzar a Dios a entrar en relación con nosotros. Dios viene a nosotros por propia iniciativa, y no como efecto de la disciplina, del esfuerzo o de la práctica ascética. Esto no le obliga a venir a nosotros. Todos los místicos insisten con una unanimidad impresionante en que la oración es una gracia, es decir, un don gratuito de Dios, al que podemos responder solamente con gratitud. Pero se apresuran a añadir que este don precioso está a nuestro alcance. En Jesucristo, Dios ha entrado en nuestras vidas en la forma más íntima, de tal manera que nosotros podamos entrar en su vida por medio del Espíritu. Éste es el significado de las impresionantes palabras que Jesús dijo a sus apóstoles la víspera de su muerte: “Debo deciros la verdad. Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Abogado (el Espíritu) no vendrá a vosotros. Pero si yo me voy, os lo enviaré” (Jn 16, 7). En Jesús, Dios se hizo uno de nosotros para conducirnos por medio de Jesús hacia la intimidad de su vida diaria. Jesús vino a nosotros para ser como nosotros y permitirnos convertirnos en lo que Él es. Dándonos su Espíritu, su aliento, se hizo más cercano a nosotros de lo que somos nosotros mismos. Por medio de este aliento de Dios podemos llamarle Abba, Padre, y se nos ocrece la posibilidad de participar en la misteriosa y divina relación entre el Padre y el Hijo. Por tanto, rezar en el Espíritu de Jesucristo significa participar en la vida íntima de Dios mismo.
Thomas Merton escribe:
“La unión del cristiano con Cristo… es una unión mística en la que el mismo Cristo se convierte en fuente y principio de vida en mí. Cristo mismo… “respira” en mí de forma divina al darme su Espíritu”.(2)
Probablemente no hay imagen que exprese tan bien la intimidad con Dios en la oración como la imagen del aliento de Dios. Somos como la imagen del aliento de Dios. Somos como gente asmática curada de su respirar angustioso. El Espíritu nos ha liberado de nuestra estrechez (la palabra latina para ansiedad es angustia = estrechez) y abre nuevas vías en nosotros. Recibimos un nuevo aliento, una nueva libertad, una nueva vida. Esta nueva vida es la vida de Dios mismo. La oración es el aliento de Dios en nosotros, por el que entramos a formar parte de la intimidad de la vida de Dios y por la que renacemos.
La paradoja de la oración es que nos exige un serio esfuerzo cuando a fin de cuentas es un don. No podemos planificar, organizar o manipular a Dios. Pero sin una disciplina cuidadosa, tampoco podemos recibirlo. Esta paradoja nos obliga a mirar más allá de los límites de nuestra existencia mortal. En el grado en que hayamos sido capaces de librarnos de nuestra ilusión de inmortalidad y hayamos llegado a la plena realización de nuestra frágil condición mortal, podemos alcanzar en libertad al creador y recreador de la vida, y responder a sus dones con gratitud.
La oración está considerada a menudo como una debilidad, un sistema de apoyo, del que nos servimos cuando ya no podemos ayudarnos a nosotros mismos. Pero es sólo verdad cuando el Dios de nuestras oraciones está creado a nuestra imagen y adaptado a nuestras necesidades y preocupaciones. Pero cuando la oración nos hace alcanzar a Dios, no en nuestros términos, sino en los suyos, entonces nos libera de las preocupaciones por nosotros mismos, nos anima a abandonar el campo familiar t nos reta a entrar en un nuevo mundo que no puede ser contenido dentro de los límites estrechos de nuestra mente o de nuestro corazón. La oración es una gran aventura porque el Dios con el que entramos en una nueva relación es mayor que nosotros y desafía todos nuestros cálculos y predicciones. El paso de la ilusión a la oración es difícil de dar, puesto que nos lleva de las falsas seguridades a las verdaderas incertidumbres de un fácil sistema de apoyo al peligro que nos rodea y de los muchos dioses seguros al Dios cuyo amor no tiene límites.
NOTAS:
(1) Khariton (ed), The Arto f Prayer, London, Faber and Faber, 1966, p. 119.
(2) Thomas Merton, New Seeds of Contemplation, News Cork, New Directions, 1961, p159.
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