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lunes, 17 de septiembre de 2007

Isaac, el niño del avión / Autor: Martin Valverde


Aprovecho que se me juntan varias cosas para poder escribir esta pequeña aventura que me sucediera en un avión.
Y digo que se me juntan varias cosas pues al momento de escribir esto, apenas ayer tocamos en Acapulco y ahora estoy en un avión; eso me trae a la memoria lo que les voy a contar y que tuvo que ver con un niño de 8 años llamado Isaac.

Un día después de la muerte de Juan Pablo II veníamos de regreso de mi país mi esposa Lizzy y yo. Habíamos estado en la boda de mi prima hermana Paola y su ahora esposo Rodolfo, y como somos pocos los que quedamos de familia decidimos asistir y pasar un rato interesante de esos que nos brindan los mil universos que vivo cuando estoy en Costa Rica.
El vuelo de regreso Costa Rica – México siempre es mañanero, por lo que después de abordar la mayoría de los pasajeros quedamos en estado vegetativo y nos dormimos por un buen rato.
Como a la hora de haber iniciado el vuelo me desperté y decidí estirarme, dar una caminadita y pasar al baño ahora que todo mundo estaba quieto.

En mi camino al baño me tocó ver a un niño, morenito, regordete y de cara muy tierna salir de detrás de la cortina al final del avión en donde estaban las azafatas, el niño venía llorando. Parecía que le habían llamado la atención y las cosas no le iban bien, a su lado venían otros dos niños de ascendencia oriental que por lo visto no hablaban el español (además venían en otro canal pues estaban muy sonrientes y en su asunto). Pasé al lado del niño que estaba sentado en la última fila antes de entrar al baño y, de alguna manera, el ver como estaba me conmovió de más. Yo de por sí traía conmigo muchas emociones encontradas de estar en mi tierra, ahora sin mi mamá, la muerte del Papa, etc. Mientras me lavaba las manos decidí que iba a hablar con él, sí o sí.

Salí del baño y me topé con la sorpresa de no verlo en su asiento y, de paso, no verlo en ninguna parte, pero en su asiento había quedado una Biblia con ilustraciones para niños, lo que me dio el empujón final de conversar con él a toda costa.

Me regresé a mi asiento y ahí estuve leyendo, pero con la cosa de voltear hacia atrás para intentar localizarlo; me extrañaba de más no verlo en ninguna parte.

Mientras esto pasaba yo hacía la memoria de acordarme en cuál pasaje de los Evangelios estaba el momento en que Jesús recibe a los niños, ora por ellos y los abraza (según yo, ése era el tema a tratar).

Finalmente y después de mucho ver para atrás, lo vi sentado en su asiento, igual, callado pero llorando, con sus mejillas llenas de lágrimas. Decididamente y sin saber qué iba a decirle, me fui caminando hasta su asiento, me coloqué de cuclillas a su lado y simplemente le empecé a hablar.

Le pregunté:
- ¿Cómo te llamas?
- “Isaac”, me dijo.

A leguas Isaac era hijo de padres no católicos, se podía sacar la conclusión con facilidad, su nombre era de uno de los Patriarcas del Pueblo Judío, del hijo de Abraham y, si agregamos una Biblia en su mano… Es triste decirlo pero lo cierto es que nuestros muchachos no son detectables porque traigan una Biblia en la mano, ojalá lo fueran.

Le pregunté:
- “¿Tienes familia en Costa Rica?”
- “Sí, mi papá”, me dijo.
- “¿Y en dónde vives?”
- “Soy de Acapulco - me contesto- y voy con mi mamá, allá vivo”.

Con mucho cuidado le pregunté si sus papis estaban separados; moviendo su cabeza me dijo que sí. A esta altura ya no hablaba, sólo sollozaba.

Empecé a hablar muy despacio y luchando porque cada palabra de mi boca fuera útil o no le estorbara a Dios.

Le dije:
- “Entonces tu papi quedó en Costa Rica y te duele dejarlo allá, te duele el verlos separados.
Isaac, yo pasaba por aquí y Dios me hizo fijarme en ti, creo que en algo están de acuerdo tus papás y es que tú debes estar bien y en que Dios debe cuidarte, por eso es que traes contigo, esa Biblia en tu mano”.

Para este momento había logrado su atención y simplemente le dije algo que ya he dicho en mil ocasiones:
“No fue tu culpa pequeño, ¿sí lo entiendes?
¡Que más quisiéramos todos que todo estuviera bien, que nada de esto hubiera pasado, y que tú tuvieras contigo lo que tanto quieres y a lo que tienes derecho: a tu familia. Pero en fin, aunque estás muy pequeño (aunque ¿cuál edad es buena para esto?) debes aceptar lo que pasa, perdonar a tus papás y por encima de todo entender que nada de esto es tu culpa, son cosas de papá y de mamá, son sus problemas, pero como sea no es tu culpa”.

En ese momento le pregunté:
- “¿Sabes lo que tienes en la mano?”
- “Sí, la Biblia”, me dijo.
- “¿Te la dio tu papi?”, con el movimiento de su cabeza me dijo que sí.
Retomé mis palabras:
- “Isaac, cuando tu papá te dio esta Biblia sin duda lo hizo con la intención de que Dios te ayudara o te dijera algo cuando más lo necesitaras. Y parece que el Señor escuchó a tu papá. Y créeme si no era yo, Dios iba a traer a otro.
Isaac, Él está acá contigo, Él no te ha dejado solo, Él es tu verdadero Padre y nunca te va abandonar; Dios ama a tus papás y créeme que Él no quisiera que nada esto pasara, pero como pasó, ahora es Él el que se queda contigo, el que está acá a tu lado, el que me puso a mí y pondrá todos los que necesites para ayudarte”.
Le dije: “Déjame y te muestro un pasaje”.

No había tenido tiempo de recordar dónde estaba el pasaje de los niños y Jesús así que me atuve a la A.D.C (Asistencia Divina en el camino) para que el Espíritu usara una vez más La Palabra.

Mi alma volvió a mi cuerpo cuando al abrir la Biblia (que de por sí lo hice buscando los Evangelios), se abrió justo ahí -valga la Dioscidencia- en el pasaje de Jesús y los niños, y como encima tenía imágenes e ilustraciones, la ayuda era doble. Me sonreí con Dios en mi interior por la mano que me dio y porque era una señal de que iba en la dirección correcta.

Le mostré el pasaje y mientras lo hacía le pregunté:
- ¿Qué hace Jesús con los niños en este pasaje?
- “Los abraza”, me respondió.

¡Era ahí! ¡Era en ese momento o nunca!

- “Isaac, ¿me dejas darte el abrazo que Jesús le dio a estos niños?”.
Sólo asintió con su cabeza y entonces con mucha delicadeza, simplemente puse mi brazo a su alrededor y le di un apretón mientras le limpiaba sus lágrimas y le di un beso en su cabeza mientras oraba por él en mi silencio.

- “Este abrazo es de Jesús, este beso es de Jesús”, le dije con insistencia, “es Él quien me puso aquí ahora y puedes estar seguro que pondrá más ángeles en tu camino”.

(Da terror pensar que justo aquí es donde muchos inocentes han sido destruidos en su inocencia y su impotencia de defenderse; Dios les tendrá su piedra de molino numerada a sus agresores, y no podrán preguntar por qué cuando llegue la hora, sin haberse arrepentido).

Finalmente le dije:
- “Hasta aquí llego yo Isaac. Dios se queda contigo. Papá está bien y mamá te está esperando con ansias. Sé feliz y abre bien los ojos pues Dios va caminando contigo. Tú eres especial para él, no hay nadie como tú y nadie te ama como Él.
¿Cómo estás?”
- “Bien, gracias”.

Al menos logró levantar la cabeza un poco y mostrar más calma.

Me volví a mi lugar sin fuerza, impotente, dando gracias a Dios por la experiencia y la oportunidad, y sabiendo que aunque sea poco lo que se pueda hacer, se debe hacer ese poco.

Los psicólogos insisten en que hay seis cosas que los niños que han vivido el duelo del divorcio de sus padres necesitan con desesperación:

1. Aceptación
2. Certeza de un ambiente seguro.
3. Ser liberados de cualquier sentimiento de culpa o acusación sobre la separación de sus padres, o la realidad de familia que viva.
4. Una estructura funcional para su nueva realidad.
5. Familiares fuertes y que den modelaje de fuerza en medio de la tormenta que se vive.
6. Poder ejercer el derecho de seguir siendo niños.

No ataquen a los niños o adolescentes con preguntas que no pueden ni saben cómo contestar o confrontar; no les pidan que hagan bandos, que vivan cosas que son estrictamente cosas de adultos, y no dejen que Dios tome cara de acusador, es lo último que podía pasar.

En fin, fue en un avión, Dios estaba ahí en el último asiento, esperándome en forma de niño.

Jesús te necesita, vamos en su Nombre, alguien debe ir en su Nombre.

Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.
Marcos 10,16

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