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jueves, 20 de septiembre de 2007

El perfil del lider cristiano en el siglo XXI / Autor: Henri Nouwen


Cuando mi amigo Murray McDonell vino a visitarme a la Comunidad Daybreak (Amanecer) cerca de Toronto (Canadá), me preguntó si yo estaría dispuesto a hablar sobre Liderazgo Cristiano en el siglo XXI con motivo del 15º aniversario del Centro de Desarrollo Humano en Washington D.C. Yo había comenzado hacia poco mi trabajo como sacerdote en la Comunidad Daybreak, una de las comunidades L'Arche para deficientes mentales, y no quise desilusionar a Murray que, como presidente del Centro, había dedicado mucho de su tiempo y energía para su crecimiento. Además yo también conocía al padre Vicent Dwyer, el fundador del Centro, y tenía una gran admiración por su dedicación a ayudar sacerdotes y ministros en su búsqueda de salud emocional y espiritual. Por eso respondí "Sí".

Pero, después de haber dicho "Sí" a la invitación, me di cuenta de que no iba a ser nada fácil presentarme allá con una perspectiva sensata sobre el liderazgo cristiano en el siglo venidero.

La audiencia estaría compuesta, en su mayoría, por sacerdotes que ya estaban, a su vez, profundamente involucrados en ministrar a sus colegas en el ministerio. ¿Qué podría decir yo, a personas que piensan, día a día, sobre el futuro del sacerdocio y del ministerio en la iglesia? También me pregunté ¿cómo seria posible prever el futuro que tenía por delante, más allá del final de este siglo, si nadie en los años 50 pudo prever la situación de la mayoría de los sacerdotes de hoy7 Sin embargo, cuanto más me decía a mi mismo: "yo no puedo hacer esto", descubría en mi un deseo mayor de poner mis pensamientos acerca del ministerio, en palabras, pues mis conceptos se habían desarrollado bastante desde mi ingreso a la Comunidad Amanecer. Durante muchos años di cursos sobre cómo ministrar. Ahora, habiéndome apartado de la vida académica para este llamado a ser sacerdote para deficientes mentales y sus asistentes, yo me pregunté: "¿Cómo debo vivir día a día, ahora, después de haber hablado por 20 años a jóvenes que se preparaban para e! ministerio? ¿Qué pienso ahora con respecto a mi ministerio y cómo estos pensamientos afectan mis palabras y acciones cotidianas?

También llegué a comprender que no debería preocuparme por mañana, por la próxima semana, por el próximo año, o por el próximo siglo. Cuanta más disposición tuviese para examinar honestamente lo que estaba pensando, diciendo y haciendo en este momento, estaría más fácilmente en contacto con el mover del Espíritu de Dios en mí, guiándome hacia el futuro. Dios es un Dios del presente y Él revela a aquellos que realmente quieren discernir en el tiempo actual los pasos que deben tomar en dirección al futuro. "No os afanéis por el día de mañana", dijo Jesús, "porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal" (Mt 6:34).

Con estos pensamientos comencé a escribir lo que sentía profundamente sobre mi vida presente como sacerdote en la Comunidad Amanecer, intentando cuidadosamente, discernir cuáles de mis propias experiencias y percepciones debería transmitir a sacerdotes y ministros que viven en circunstancias muy diferentes.

No obstante, debo decir a los que leen estas lineas, que no fui a Washington D.C. solo. Mientras preparaba mi presentación, fui profundamente conciente del hecho de que Jesús no envió a sus discípulos solos a predicar la palabra. El los envió de dos en dos. Comencé a preguntarme por qué nadie pretendía ir conmigo. Si mi vida es, verdaderamente, una vida entre deficientes mentales, por qué no pedirle a uno de ellos que se uniera a mi jornada, y compartiera el ministerio conmigo.

Después de algunas consultas, la Comunidad Amanecer decidió enviar a Bill Van Buren conmigo. Desde mi llegada a la Comunidad, Bill y yo nos habíamos transformado en buenos amigos. De todos los deficientes mentales de la casa, él era el más capaz para expresarse con palabras y gestos. Desde el comienzo de nuestra amistad, mostró un verdadero interés en mi trabajo como sacerdote y se ofreció para ayudarme durante las reuniones. Un día él me dijo que no era bautizado, y expresó un fuerte deseo de pertenecer a la iglesia. Le sugerí que participara de un programa parroquial para aquellos que desean bautizarse. Fielmente, él iba a la parroquia local todos los jueves a la noche. No obstante, las largas y frecuentemente complejas prédicas y las discusiones estuvieran mucho más allá de sus capacidades mentales, él tenía un sentimiento real de pertenecer al grupo. Se sintió aceptado y amado. Recibió mucho, y con su corazón generoso, dio mucho a cambio. Su bautismo, confirmación y primera comunión durante la Vigilia de Pascua se convirtió en un punto clave en su vida. Aún limitado en su habilidad de expresarse con muchas palabras, él se sentía profundamente tocado por Jesús, y sabía lo que significaba ser renacido del agua y del Espíritu Santo.

Frecuentemente yo le decía a Bill que aquellos que son bautizados y confirmados tienen una nueva vocación, la vocación de proclamar a otros las Buenas Nuevas de Jesús. Bill me oía atentamente, y cuando yo lo invité para ir conmigo a Washington D.C. para hablar a sacerdotes y ministros, él aceptó esto como una invitación para unirse a mi ministerio.

"Nosotros estarnos haciendo esto juntos", él decía repetidas veces durante los días anteriores al viaje. "Sí", yo siempre le respondía, "nosotros estamos haciendo esto juntos. Tú y yo vamos a Washington a proclamar el Evangelio".

Bill ni por un instante, dudó de la veracidad de esto. Cuando yo estaba inseguro sobre qué decir o cómo decirlo, Bill demostraba gran confianza en su tarea. Mientras yo todavía pensaba que llevar a Bill conmigo en este viaje seria básicamente una cosa buena solamente para él, Bill, desde el principio, estaba convencido de que me iba a ayudar. Más tarde comprendí que él estaba más acertado que yo. Cuando nos embarcarnos en el avión, en Toronto, Bill me recordó en más de una vez: "estamos haciendo esto juntos, ¿no es cierto?" ”Sí, Bill", yo le decía, "realmente lo estamos haciendo juntos".

Después de relatar de lo que hablé en Washington, contaré con más detalles lo que ocurrió allá, y explicaré por qué la presencia de Bill, muy probablemente, tuvo una influencia más duradera que mis palabras.


INTRODUCCIÓN

El pedido de reflexionar sobre el liderazgo cristiano en el próximo siglo generó mucha ansiedad en mí. ¿Qué puedo decir sobre el próximo siglo si yo hasta me siento perdido cuando me preguntan sobre el próximo mes? Después de mucho tumulto interior, decidí permanecer en la mayor sintonía posible con mi propio corazón. Me pregunté a mi mismo: "¿Qué decisiones has tomado últimamente, y qué es lo que ellas revelan sobre tu manera de entender el futuro?" De alguna forma, tengo que creer que Dios está trabajando en mí, y que la manera en que estoy siendo conducido a nuevas actitudes interiores y exteriores, forma parte de un mover mucho mayor, del cual soy apenas una parte muy pequeña.

Después de 20 años en el mundo académico como profesor de psicología pastoral, teología pastoral y espiritualidad cristiana, comencé a sentir una profunda amenaza interior. Cuando entré en la década de los 50 años y reconocí la improbabilidad de doblar mi edad, me encontré cara a cara con un simple interrogante: "¿El hecho de que me esté poniendo más viejo me ha aproximado más a Jesús?"

Después de 25 años de sacerdocio, descubrí que todavía tenía una vida pobre de oración, que vivía un tanto aisladamente de otras personas y que me preocupaba mucho por las cuestiones polémicas actuales. Todos decían que yo realmente estaba actuando muy bien, pero algo dentro mío me decía que mi éxito ponía mi alma en peligro. Comencé a preguntarme si mi falta de oración contemplativa, mi soledad y mi constante cambio de compromiso hacia aquello más urgente, eran señales de que el Espíritu Santo estaba siendo, poco a poco, sofocado. Era muy difícil para mi ver esto claramente, y aunque yo nunca hablaba sobre el infierno, o sólo me refería a él jugando, un día me desperté con la sensación de que estaba viviendo en un lugar muy oscuro, y que los términos "en crisis" y "fatiga" eran una traducción psicológica conveniente para muerte espiritual.

En medio de esto yo oraba: "Señor, muéstrame dónde quieres que vaya y yo te seguiré, pero, por favor, ¡sé claro y objetivo sobre esto! Y Dios lo fue. En la persona de Jean Vanier, el fundador de las comunidades L Arche para deficientes mentales, Dios me dijo; "Ve y vive entre los pobres de espíritu y ellos te curarán".

El llamado fue tan claro y nítido que yo no tuve otra opción, excepto seguirlo. Por eso me mudé de Harvard a L’Arche, de los mejores y más brillantes hombres y mujeres que pretendían gobernar el mundo, a hombres y mujeres que tenían poca o ninguna capacidad para hablar y que eran considerados, a lo sumo, como incoherentes hacia las necesidades de nuestra sociedad. Fue muy difícil y doloroso hacer este cambio, y todavía estoy en medio del proceso. Después de vivir 20 años con la libertad de ir a donde yo quisiera para discutir lo que yo escogiese, pasar a una vida insignificante y escondida en medio de personas cuyas mentes y cuerpos averiados exigen una rutina diaria rigurosa en la que las palabras son lo que menos cuenta, no me parecía que fuese la solución para quien estaba en crisis espiritual. Sin embargo mi nueva vida en L'Arche me está ofreciendo nuevas palabras para usar al hablar sobre liderazgo cristiano en el futuro, porque allá encontré todos los desafíos que enfrentamos como ministros de la Palabra de Dios.

Por tanto, ofreceré aquí algunas imágenes de mi vida con personas deficientes mentales, Espero que ellas le proporcionen algunas nociones sobre qué dirección tomar que cuando esté buscando el rumbo del liderazgo cristiano en el futuro.

Al compartir mis reflexiones, me basaré en dos historia de los Evangelios: la historia de la tentación de Jesús en el desierto (Mt 4:1-11), y la historia del llamado de Pedro para ser pastor (Jn 21:15-19).



I. DE LA RELEVANCIA A LA ORACIÓN

LA TENTACIÓN: CAUSAR IMPACTO


La primera cosa que me chocó cuando vine a vivir a una casa con deficientes mentales fue que su afección o antipatía por mi no tenía, absolutamente, nada que ver con cua1quiera de las muchas cosas útiles que yo había hecho hasta entonces. Como ninguno de ellos podía leer mis libros, éstos no podían impresionarlos, y como la mayoría de ellos nunca había ido a la escuela, mis veinte años en Notre Dame, Yale y Harvard no me proporcionaron una presentación especial. Mi considerable experiencia ecuménica demostró tener menos validez todavía. Cuando le ofrecí carne a uno de los asistentes durante la cena, uno de los hombres deficientes me dijo: “No le de carne, él no come carne, pues es presbiteriano”.

La incapacidad de usar cualquiera de las habilidades que me habían sido tan útiles en el pasado fue una verdadera fuente de ansiedad. De repente, yo estaba de nuevo con mi propia desnudez, abierto a afirmaciones y rechazos, a abrazos y puñetazos, a sonrisas y lágrimas, todo dependía de cómo era comprendido en el momento. En cierto modo era como si estuviera comenzando toda mi vida nuevamente. Mis amistades, contactos y reputaciones anteriores sólo podían estar en mi contra.

Esta experiencia fue, y de muchas maneras todavía es, la más importante experiencia de mi nueva vida, porque me obligó a redescubrir mi verdadera identidad. Estas personas destruidas, heridas y completamente despretenciosas, me forzaron a abandonar mi ego relevante, el ego que puede realizar cosas, mostrar cosas, probar cosas y construir cosas, y me forzaron a retomar aquel ego sin adorno, que me deja completamente vulnerable, abierto a recibir y a dar amor, mucho más allá de cualquier realización.

Digo todo esto porque estoy profundamente convencido de que el líder cristiano del futuro está llamado a ser completamente irrelevante y a estar en este mundo sin nada que ofrecer, a no ser su propia persona vulnerable. Fue así que Jesús vino a revelar el amor de Dios. El gran mensaje que nosotros tenemos para transmitir como ministros de la Palabra de Dios y seguidores de Jesús es que Dios nos ama no por lo que nosotros hacemos o realizamos, sino porque él nos creó, nos redimió en amor, y nos escogió para proclamar este amor como la verdadera fuente de toda la vida humana.

La primera tentación de Jesús fue obtener relevancia: transformar las piedras en pan. ¡Cuántas veces deseé tener este poder! Al caminar por tas "ciudades nuevas" en los alrededores de Lima en Perú, donde niños mueren de desnutrición y donde el agua está contaminada, yo no habría sido capaz de rechazar el don mágico de transformar las calles de piedra empolvadas en lugares donde las personas pudiesen tomar una de las innumerables piedras y descubrir que era una medialuna, una torta de café, o una rosca fresquita, y donde al llenarse las manos del agua estancada de los pozos, pudieran constatar alegremente que, en realidad, estaban bebiendo leche pura y deliciosa.

¿No estamos llamados nosotros, sacerdotes y ministros, a ayudar a las personas, alimentar a los hambrientos y aliviar el sufrimiento de los pobres? Jesús enfrentó estas mismas cuestiones, pero cuando le pidieron que probara su poder como Hijo de Dios a través del comportamiento relevante de transformar las piedras en pan, él se apegó a su misión de proclamar la palabra, y dijo: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".

Uno de los principales sufrimientos experimentados por aquellos que están en el ministerio se llama baja autoestima. Muchos sacerdotes y ministros sienten hoy cada vez más, que logran causar muy poco impacto. Están muy ocupados, pero no ven mucho efecto. Parece que sus esfuerzos son infructuosos. Enfrentan un número decreciente de personas en las reuniones de la iglesia, y descubren que psicólogos, psicoterapeutas, consejeros matrimoniales y médicos son, frecuentemente, dignos de mayor crédito que ellos. Uno de los hechos más dolorosos para muchos líderes cristianos es ver que los jóvenes se sienten cada vez menos atraídos a seguir sus pasos. Parece que en los días actuales dedicar la vida al sacerdocio o a ser ministro no vale más la pena. Además de esto, hay poca alabanza y mucha crítica dirigida a la iglesia, ¿y quien puede vivir mucho tiempo en un clima así sin caer en algún tipo de depresión? El mundo secular, al lado nuestro dice en alta voz: "Nosotros podemos cuidar de nosotros mismos. No necesitamos de Dios, ni de la iglesia o de un sacerdote, Nosotros estamos en el control. Y si todavía no lo logramos, debemos trabajar aún más para retomar el control. El problema no es la falta de fe, sino la falta de competencia. Si estás enfermo, necesitas un médico competente; si eres pobre, necesitas políticos competentes; si hay problemas técnicos, necesitas ingenieros competentes; si hay guerras, necesitas negociadores competentes. Dios, la Iglesia, y los ministros han sido usados por sig1os para llenar los baches de la incompetencia, pero hoy esas baches están siendo llenados de otras maneras y nosotros ya no necesitamos respuestas espirituales para cuestiones prácticas".

En este clima de secularización, los líderes cristianos se sienten cada vez menos relevantes y cada vez más marginados. Muchos comienzan a preguntarse por qué deberían permanecer en el rninisterio. Y frecuentemente lo dejan para desarrollar una nueva aptitud; se unen a sus contemporáneos en sus intentos de contribuir relevantemente para un mundo mejor.

Pero hay una historia completamente diferente que tiene que ser contada. Detrás de todas las grandes realizaciones de nuestro tiempo, hay una profunda corriente de desesperación. Mientras la eficiencia y el control son las grandes aspiraciones de nuestra sociedad, la soledad, el aislamiento, las relaciones arruinadas, el tedio, la sensación de vacío, la depresión, y una profunda sensación de inutilidad llenan los corazones de millones de personas en éste, nuestro mundo, que tiene como norte el éxito.

El romance de Bret Easton Elli "Menos del cero" ("Menos do que Zero") ofrece una descripción muy buena de la pobreza moral y espiritual que hay detrás de la fachada contemporánea de la riqueza, del éxito, de la popularidad y del poder. De manera bastante dramática y conmovedora, él describe la vida de sexo, drogas y violencia de los hijos adolescentes de los conductores ultra-ricos de Los Ángeles. Y el clamor que se yergue detrás de toda esa decadencia es claro y fuerte: "¿Hay alguien que me ame?" "¿Hay alguien que realmente se preocupe por mi?" "¿Hay alguien que quiera quedarse en casa para cuidarme?” "¿Hay alguien que quiera estar conmigo cuando yo me descontrolo o cuanto tengo ganas de llorar?" "¿Hay alguien que me pueda sustentar, que me dé la sensación de que formo parte de alguna cosa?"

Sentirse irrelevante es una experiencia mucho más común de lo que imaginamos cuando miramos a nuestra sociedad aparentemente segura de sí misma. La tecnología médica y el trágico aumento de abortos, pueden, hasta disminuir radicalmente el número de deficientes mentales en nuestra sociedad, pero ya es visible que más y más personas están sufriendo de profundas deficiencias morales y espirituales sin tener idea de dónde pueden buscar cura.

Es aquí donde la necesidad de encontrar un nuevo liderazgo cristiano se torna clara. El líder del futuro será aquel que ose afirmar su irrelevancia en et mundo contemporáneo como una vocación divina que permite que él o ella esté en profunda solidaridad con la angustia que está detrás de todo aquel esplendor del éxito y que lleve la luz de Jesús para brillar allí.


LA PREGUNTA: "¿ME AMAS?"

Antes que Jesús comisionara a Pedro para ser un pastor, le preguntó: "¿Simón, hijo de Jonás, me amas más que éstos7” Después le preguntó nuevamente: "¿Me arnas?" Y aún le preguntó una tercera vez: “¿Me amas?" Esta pregunta tiene que ser el centro de todo nuestro ministerio cristiano porque es la pregunta que permite que seamos, al mismo tiempo, irrelevantes y que tengamos verdaderamente auto-confianza.

Mira a Jesús. El mundo no le prestó ninguna atención. Fue crucificado y retirado de la escena. Su mensaje de amor fue rechazado por un mundo que busca poder, eficiencia y dominio. Pero allá estaba él, apareciendo con heridas en su cuerpo glorificado a los pocos amigos que tenían ojos para ver, oídos para oír y corazones para entender. Este Jesús rechazado, desconocido y herido, simplemente preguntó: "¿Me amas?"

La pregunta no es: ¿Cuántas personas lo toman en serio? ¿Cuánto puedes hacer? ¿Puedes mostrar algún resultado o fruto de tu vida? Antes bien, es: ¿Estás apasionado por Jesús? Tal vez otra manera de exponer esta pregunta seria: ¿Conoces al Dios encarnado? En nuestro mundo de soledad y desesperación hay una enorme necesidad de hombres y mujeres que conozcan el corazón de Dios, un corazón que perdona, que cuida, que extiende la mano y que quiere curar. En este corazón no hay desconfianza, ni venganza, ni resentimiento, ni siquiera un poco de odio. Es un corazón que sólo quiere dar amor y recibir amor a cambio. Es un corazón que sufre inmensamente porque ve la magnitud del dolor humano y la gran resistencia de confiar en el corazón de Dios que quiere ofrecer consuelo y esperanza.

El líder cristiano del futuro es aquel que ’verdaderamente conoce el corazón de Dios que es el corazón que se transformó en carne, "un corazón de carne" en Jesús. Conocer el corazón de Dios significa anunciar y revelar conciente, radical y concretamente que Dios es amor y sólo amor, y que cada vez que el miedo, el aislamiento, o la desesperación comienzan a invadir el alma humana, esto no proviene de Dios. Esto parece muy simple, y hasta banal, pero poquísimas personas saben que son amadas en cualquier condición o límite. Este amor incondicional e ilimitado es el que Juan, el evangelista, llama: el primer amor de Dios. "Nosotros le amamos", el dice, "porque él nos amó primero" (1a Juan 4.19). El amor que frecuentemente nos deja inseguros, frustrados, sangrantes y resentidos, es el segundo amor, o sea, la afirmación, la afección, la simpatía, el incentivo y apoyo que recibimos de nuestros padres, profesores, cónyuges y amigos. Todos nosotros sabemos cuan limitado, insuficiente, frágil es este amor. Detrás de las muchas expresiones de este segundo amor está siempre la posibilidad de que haya rechazo, retracción, castigo, chantaje, violencia y hasta odio.

Muchas películas y obras de teatro contemporáneas retratan las ambigüedades y ambivalencias de las relaciones humanas, y no hay amistades, casamientos o comunidades en las cuales las tensiones y presiones del segundo amor no sean fuertemente sentidas. Frecuentemente parece que detrás de todas las cortesías de la vida diaria hay muchas heridas abiertas que tienen nombres como: abandono, traición, rechazo, rompimiento y pérdida. 'Todos estos son aspectos del lado sombrío del segundo amor y revelan las tinieblas que nunca dejan completamente al corazón humano.

Las buenas nuevas radicales son que el segundo amor es sólo un reflejo distorsionado del primer amor, y que el primer amor nos es ofrecido por un Dios en el que no hay sombras. El corazón de Jesús es la encarnación del primer amor de Dios que no tiene sombra alguna. De este corazón fluyen ríos de agua viva.

Él clama en alta voz: "Sé que sois descendientes de Abraham; pero procuráis matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros" (Juan 8:37), y "Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas". (Mt. 11:20-29).

De este corazón vienen las palabras: "¿Me amas?" Conocer el corazón de Jesús y amarlo es la misma cosa. Conocer el corazón de Jesús es conocer el corazón del hombre. Y cuando vivimos en un mundo con este conocimiento nosotros no podemos hacer otra cosa sino traer cura, reconciliación, vida nueva y esperanza, adonde quiera que estemos.

El deseo de ser relevante y exitoso desaparecerá gradualmente, y nuestro único deseo será decir, con todo nuestro ser, a nuestros hermanos y hermanas de la raza humana: "Ustedes son amados. No hay razón para que tengan miedo. En amor Dios creó tus entrañas y te formó en el vientre de tu madre." (ver Sal. 139:13).


LA DISCIPLINA: ORACIÓN CONTEMPLATIVA

Para vivir una vida que no sea dominada por el deseo de ser relevante, sino que, por el contrario, esté firmemente anclada en el conocimiento del primer amor de Dios, tenemos que ser místicos. Un místico es una persona cuya identidad está profundamente fundada en el primer amor de Dios.

Si existe un área donde el líder cristiano del futuro necesitará poner atención, es la disciplina de habitar en presencia de aquel que está siempre preguntando: "¿Me amas?" Es la disciplina de la oración contemplativa, A través de la oración contemplativa evitamos ser dominados por una cuestión urgente detrás de otra y dejamos de ser extraños para nuestro propio corazón y para el corazón de Dios.

La oración contemplativa nos mantiene, en casa, fundamentados y seguros, aun cuando estamos en la calle, moviéndonos de un lado a otro, y frecuentemente cercados por sonidos de violencia y guerra. La oración contemplativa profundiza en nosotros el conocimiento de que ya somos libres, que encontramos un 1ugar para habitar, y que pertenecemos a Dios, aún cuando todo y todos a nuestro alrededor nos digan lo contrario.

No es suficiente para los sacerdotes y ministros del futuro ser personas morales, bien entrenadas, ansiosas de ayudar a sus compañeros humanos, y capaces de responder creativamente las cuestiones polémicas de su tiempo. Todo esto es muy valioso e importante, pero no es el corazón del liderazgo cristiano. La cuestión central es: ¿son los líderes del futuro verdaderamente, hombres y mujeres de Dios, personas con un deseo ardiente de habitar en la presencia de Dios, de oír la voz de Dios, de mirar la belleza de Dios y de probar plenamente la bondad infinita de Dios?

El significado original de la palabra "teología" era "unión con Dios en oración". Hoy la teología es sólo una disciplina académica entre muchas otras, y frecuentemente los teólogos tienen dificultades para orar. Pero para el futuro del liderazgo cristiano es de vital importancia retomar el aspecto místico de la teología para que toda palabra pronunciada, todo consejo dado y toda estrategia llevada adelante, pueda salir de un corazón que conoce a Dios íntimamente.

Tengo la impresión de que muchos de los debates en la iglesia que involucran cuestiones como el papado, la ordenación de mujeres, el casamiento de sacerdotes, la homosexualidad, el control de la natalidad, el aborto y la eutanasia, ocurren en el nivel moral, principalmente. En este nivel, diferentes fracciones pelean sobre lo correcto y lo equivocado. Pero esta disputa es, frecuentemente, apartada de la experiencia del primer amor de Dios, que está en el fundamento de todas las relaciones humanas. Palabras como "de derecha", "reaccionario", "conservador", "liberal", y "de izquierda" son usadas para describir las opiniones de las personas, y muchas discusiones, entonces, parecen más batallas políticas por el poder que una búsqueda espiritual de la verdad.

Los líderes cristianos no pueden, simplemente, ser personas que tienen opiniones bien formadas sobre las cuestiones polémicas de nuestro tiempo. Su liderazgo debe estar fundamentado en la relación permanente e intima con el Verbo encarnado, Jesús, y es allí donde deben encontrar la fuente de sus palabras, consejos y direcciones. A través de la disciplina de la oración contemplativa, los líderes cristianos deben aprender a oír vez tras vez la voz del amor, y a encontrar allí la sabiduría y el coraje para tratar cualquier cuestión que les surja.

Tratar cuestiones polémicas, sin estar fundamentado en una profunda relación personal con Dios, fácilmente lleva a la división, porque cuando menos lo esperamos, nuestro ego se mezcla con nuestra opinión sobre un determinado tema. Pero cuando estamos firmemente fundamentados en una intimidad personal con la fuente de la vida, es posible permanecer flexible sin ser relativista, convencido sin ser rígido, confrontar sin ofender, ser gentil y perdonador sin ser un flojo, ser un testimonio fiel sin ser manipulador.

Si el liderazgo cristiano quiere ser verdaderamente fructífero en el futuro, tendrá que dejar el campo estrictamente moral y pasarse al místico.

II. DE LA POPULARIDAD AL MINISTERIO

LA TENTACIÓN DE SER ESPECTACULAR



Quiero contarles otra experiencia que me sucedió a raíz de mi mudanza de Harvard a L’Arche. Fue la experiencia de compartir mi ministerio con otros. Yo fui educado en un seminario que me hizo creer que el ministerio era esencialmente un asunto individual. Yo tenía que ser bien entrenado y bien formado, y después de seis años de entrenamiento y formación, yo era considerado como alguien bien equipado para predicar, administrar los sacramentos, aconsejar y dirigir una parroquia.

Me hicieron sentir como un hombre en un caminata muy larga, con una enorme mochila que contenía todo lo necesario para ayudar a las personas que encontrase por el camino. Las preguntas tendrían respuestas, los problemas tendrían soluciones y los dolores tendrían remedios. Sólo era cuestión de estar seguro con cuál de los tres estaba lidiando.

Con el pasar de los años, comprendí que las cosas no eran asi de simples, pero a pesar de eso, mi método básico de individualismo en el ministerio no cambió.

Cuando me convertí en profesor, tomé aún más coraje para hacer las cosas que yo quería del modo en que yo quería hacerlas. Yo tenía derecho de escoger mi propia materia, mi propio método, y algunas veces, hasta a mis propios alumnos. Nadie cuestionaba mi manera de hacer las cosas. Y cuando yo salía de la clase, estaba completamente libre para hacer aquello que creyera mejor. ¡A final de cuentas, todo el mundo tiene derecho de vivir su vida particular sin interferencia!

Cuando fui a L'Arche, sin embargo, este individualismo fue desafiado radicalmente. Allá yo era una más de entre las tantas personas que intentaban vivir con fidelidad entre los deficientes mentales, y el hecho de ser sacerdote no me daba libertad para hacer las cosas a mi propia manera.

De repente, todos querían saber mi paradero a cada hora, y yo podía ser llamado para rendir cuentas de cada movimiento o acción que hiciera. Un miembro de la comunidad fue designado para acompañarme; se formó un pequeño grupo para ayudarme a decidir cuáles invitaciones tenía que aceptar y cuáles rechazar; y la pregunta más común que me hacían los deficientes mentales era: "¿Vas a estar en casa esta noche?" Una vez viajé sin despedirme de Trevor, uno de los deficientes mentales con quien yo vivo. Al llegar a mi destino, la primer llamada telefónica que recibí fue la de él. Con la voz quebrada me dijo: "Henri, ¿por qué nos dejaste? Te extrañamos tanto, por favor regresa."

Viviendo en una comunidad con personas tan heridas, descubrí que yo había pasado la mayor parte de mi vida como trapecista, intentando caminar en tas alturas, en una cuerda floja, para alcanzar el otro lado, esperando siempre los aplausos cuando no me caía y me quebraba las piernas.

La segunda tentación a la cual Jesús fue expuesto fue precisamente la tentación de hacer algo espectacular, algo que pudiese rendirle grandes aplausos: "Échate de aquí abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden. En sus manos te sostendrán". Pero Jesús rehusó ser un superhombre. El no vino para mostrarse. El no vino para caminar sobre brasas incandescentes, para tragar fuego o para poner su mano en la boca del león para demostrar el gran valor que tenia al decir “No tentarás al Señor tu Dios”.

Cuando uno mira a la iglesia de hoy, es fácil ver el predominio del individualismo entre ministros y sacerdotes. No hay muchos entre nosotros que posean vastos repertorios de talentos para enorgullecerse, pero aún así la mayoría siente que si tiene algo positivo para mostrar en su vida, lo consiguió solo. Puede decirse que la mayoría de nosotros se siente como el trapecista fracasado, que descubrió que no tenía poder para atraer multitudes, que no lograba hacer muchas conversiones, que no tenia talento para crear bellas liturgias, que no era tan popular entre los jóvenes, los adultos, o los ancianos como esperaba, y que no era tan capaz de atender las necesidades del pueblo como quería. Al mismo tiempo la mayoría siente que debería haber sido capaz de hacer todo esto, y de hacerlo con éxito. La ambición de ser una estrella o un héroe individual, que es tan común en nuestra sociedad competitiva, tampoco es un sentimiento extraño en la iglesia. Allí también la imagen dominante es la del hombre o la mujer que consiguió éxito sin ayuda de nadie, o de aquel que puede hacer todo solo.


LA TAREA: "APACIENTA MIS OVEJAS"

Después de haberle preguntado a Pedro tres veces: "¿me amas?", Jesús dijo: "Apacienta mis corderos ... pastorea mis ovejas ... apacienta mis ovejas". Estando seguro del amor de Pedro, Jesús le da la tarea de ministrar. En el contexto de nuestra propia cultura, podemos entender esto de una manera individualista como si Pedro, estuviese, ahora, siendo enviado a una misión heroica. Pero cuando Jesús habla de pastorear, él no quiere que pensemos en un pastor valiente e individualista que cuida un gran rebaño de ovejas obedientes. De muchas maneras diferentes, Jesús muestra que ministrar es una experiencia colectiva y mutua.

En primer lugar, Jesús envía a los doce para que salgan de a pares (Mc. 6:7). Nosotros siempre nos olvidamos que somos enviados de dos en dos. No podemos llevar las buenas nuevas solos. Fuimos llamados para proclamar el Evangelio juntos, en comunidad. Existe una sabiduría divina aquí. "Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos." (Mt 18:19,20).

Tal vez usted ya haya descubierto por sí mismo la radical diferencia que existe entre viajar solo y viajar acompañado. Descubro cada vez más qué difícil es ser enteramente fiel a Jesús cuando estoy solo. Necesito a mis hermanos y hermanas para que oren conmigo, para que hablen conmigo sobre la próxima tarea espiritual y para que me desafíen a permanecer puro en mi mente, en mi corazón y en mi cuerpo. Pero lo más importante es que es Jesús quien cura, no yo; es Jesús quien dice palabras de verdad, no yo; es Jesús quien es el Señor, y no yo. Esto queda claramente visible cuando proclamamos juntos el poder redentor de Dios. En verdad, donde quiera que ministremos juntos, es más fácil que las personas reconozcan que no vivimos en nuestro propio nombre, sino en el nombre del Señor Jesús que nos envió.

En el pasado yo viajaba mucho, predicando y hablando en retiros, dando discursos de apertura del año lectivo, o en ocasiones especiales. Pero iba siempre solo. Ahora, sin embargo, cada vez que soy enviado por la comunidad para hablar en algún lugar, la comunidad trata de enviarme acompañado. Estar aquí con Bill es una expresión concreta de la visión de que no solamente debemos vivir en comunidad, sino también ministrar en comunidad. Bill y yo fuimos enviados a ustedes por nuestra comunidad con la convicción de que el mismo Señor que nos unió en amor también se revelará a nosotros y a los otros mientras caminemos juntos.

Pero hay más, ministrar no es solamente una experiencia colectiva, es también una experiencia mutua. Jesús, hablando sobre su propio ministerio pastoral dice: "Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, asi como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas." (Jn. 10:14). Así como Jesús ministra, él quiere que nosotros rninistremos igualmente. El quería que Pedro apacentase y cuidase su rebaño, no como un "profesional" quo conoce los problemas de sus clientes y los resuelve, sino como un hermano o una hermana vulnerable que conoce y es conocido, que cuida y recibe cuidado, que perdona y es perdonado, que ama y es amado. Por alguna razón nosotros hemos creído que un buen liderazgo requiere una distancia entre nosotros y aquellos a los que fuimos llamados a liderar,

La medicina, la psiquiatría y el servicio social, nos ofrecen modelos en los que el "ministerio" ocurre sólo en un sentido. Alguien sirve y otro es servido, y mucho cuidado con invertir los papeles. Entonces, ¿cómo alguien puede dar su vida por otras personas si él mismo no se abre a una relación personal con ellas? Dar la vida significa ofrecer su propia fe y duda, su esperanza y desesperación, su alegría y tristeza, su coraje y miedo, para que otros encuentren asi formas de entrar en contacto con el Señor de la vida.

Nosotros no somos los sanadores, no somos los reconciliadores, no somos los dadores de vida. Antes bien somos pecadores, personas quebradas, vulnerables que necesitan tanto cuidado como cualquiera de nuestras ovejas. El misterio de ministrar es que fuimos escogidos para hacer de nuestro propio amor, muchas veces limitado y condicional, una puerta al amor ilimitado e incondicional de Dios. Por eso, el verdadero ministerio debe ser mutuo. Cuando los miembros de una comunidad de fe no pueden conocer y amar verdaderamente a su pastor, el pastorado rápidamente se transforma en una manera sutil de ejercer el poder, y comienza a mostrar señales de autoritarismo y dictadura. El mundo en que vivimos, un mundo de eficiencia y control, no tiene modelos para ofrecer a aquellos que quieren ser pastores semejantes a Jesús. Aún las llamadas "profesiones asistenciales" han sido tan completamente secularizadas que sólo ven en una mutualidad, una debilidad y una forma peligrosa de invertir los papeles. El liderazgo del que Jesús habla es un tipo radicalmente diferente del ofrecido por el mundo. Es un liderazgo de siervo, para usar el término de Robert Greenlaf, en el cual el líder es un siervo vulnerable que necesita a las personas tanto como ellas necesitan de él.

De todo lo dicho, está claro que es necesario un tipo totalmente nuevo de liderazgo para la Iglesia del mañana, un liderazgo que no es modelado según las juegos de poder de este mundo, sino según el siervo-líder, Jesús, que vino para dar su vida para la salvación de muchos.



LA DISCIPLINA: CONFESIÓN Y PERDÓN

Habiendo dicho esto, nos encontramos frente a una cuestión: ¿Qué disciplina es necesaria para que el futuro líder venza la tentación del heroísmo individual? A mi me gustaría proponer la disciplina de la confesión y perdón. Así como los futuros líderes deben ser místicos, profundamente embebidos en la oración contemplativa, también deben estar siempre dispuestos a confesar su fragilidad y a pedir perdón a aquellos a quienes ministran.

La confesión y et perdón son las formas concretas por las cuales nosotros, los pecadores, nos amamos los unos a los otros. Frecuentemente, tengo la impresión de que en la comunidad cristiana, los sacerdotes y ministros son las personas que menos confiesan sus errores. El sacramento de la confesión, con frecuencia se ha transformado en una manera de ocultar nuestra propia vulnerabilidad a la comunidad. La persona enumera sus pecados y oye el rito del perdón, pero raramente encuentra la presencia reconciliadora y curadora de Jesús de forma real y personal. Hay tanto miedo, las personas están tan distantes, generalizan tanto, oyen, hablan y perdonan con tan poca profundidad, que no se puede esperar mucha realidad en este tipo de confesión.

¿Cómo pueden los sacerdotes y ministros sentirse realmente amados y seguros cuando han de esconder sus propios pecados y faltas de las personas a las que ministran, y se refugian en un extraño distante a fin de recibir un poco de confortación y consolación? ¿Cómo pueden las personas cuidar verdaderamente de sus pastores y mantenerlos fieles a su tarea sagrada, cuando ni siquiera los conocen y por lo tanto no pueden amarlos profundamente? Yo no me sorprendo ni siquiera un poco de que tantos ministros y sacerdotes sufran de profunda soledad emocional, ni de que frecuentemente sientan una gran necesidad de afecto e intimidad, ni de que algunas veces pasen por sentimientos profundos de culpa y vergüenza delante de su propio pueblo. Frecuentemente parecen estar diciendo: "¿Qué pasaría si mi pueblo supiera cómo me siento realmente, si supiese cómo pienso y sueño, o por dónde anda mi mente cuando estoy sentado solo en mi escritorio?" Precisamente los hombres y las mujeres más dedicados al liderazgo espiritual son los más vulnerables a la carnalidad más intensa. La razón de esto es que no saben cómo vivir la verdad de la encarnación. Se separan de su propia comunidad física, intentan dominar sus necesidades ignorándolas o satisfaciéndolas en lugares distantes y anónimos, y entonces experimentan una división creciente entre su propio mundo interior particular y las buenas nuevas que están anunciando.

Cuando la espiritualidad se convierte en espiritualización, la vida en el cuerpo se hace carnal. Cuando los ministros y sacerdotes viven sus ministerios principalmente en la esfera mental, y consideran al Evangelio como un conjunto de ideas valiosas para ser anunciadas, el cuerpo rápidamente se venga, clamando fuertemente por afecto e intimidad. Los líderes cristianos son llamados a vivir la encarnación, esto es vivir en el cuerpo, no solamente en sus propios cuerpos, sino también en el cuerpo colectivo de la comunidad, para descubrir allí la presencia del Espíritu Santo.

Y es precisamente por las disciplinas de la confesión y del perdón que se puede evitar la espiritualización y la carnalidad, y se puede vivir la verdadera encarnación. A través de la confesión, los poderes de las tinieblas son arrancados de su aislamiento carnal y traídos a la luz y a las manifestaciones de la comunidad, A través del perdón, los poderes de las tinieblas son desarmados y disipados, y una nueva integración entre el cuerpo y el espíritu se vuelve posible.

Todo esto puede parecer muy irreal, pero cualquier persona que haya tenido experiencias con comunidades de recuperación como Alcohólicos Anónimos o Hijos Adultos de Alcohólicos ya presenció, sin duda, el poder de cura de estas disciplinas.

Innumerables cristianos, inclusive sacerdotes y ministros, han descubierto el significado más profundo de la encarnación, no en sus iglesias, sino en los doce pasos de los Alcohólicos Anónimos e Hijos de los Alcohólicos, y experimentaron la presencia sanadora de Dios en una comunidad formada por personas que tienen el coraje de buscar la cura a través de la confesión mutua.

Esto no significa que ministros y sacerdotes deban explícitamente confesar sus propios pecados o fallas desde el púlpito o en sus ministraciones diarias. Esto seria enfermizo e imprudente, y no sería de ninguna manera el camino para transformarse en un siervo-líder. Lo que estarnos diciendo es que ministros y sacerdotes también son llamados a ser miembros completos de sus comunidades, deben rendir cuentas a ellas, y necesitan de su cariño y apoyo. Son llamados a ministrar con todo su ser, inclusive con sus propias heridas.

Estoy convencido de que sacerdotes y ministros, especialmente aquellos que se relacionan con muchas personas angustiadas, necesitan un lugar realmente seguro para si mismos. Necesitan un lugar donde puedan compartir sus dolores y sus luchas profundas con las personas que no necesitan de ellos, sino que puedan guiarlos cada vez más adelante en el profundo misterio del amor de Dios.

Yo, personalmente, fui muy afortunado en haber encontrado ese tipo de lugar en L'Arche, con un grupo de amigos que atienden mis propios dolores, frecuentemente escondidos, y me mantienen fiel a mi vocación con sus críticas gentiles y su apoyo amoroso. ¡Quién pudiera darles a todos los sacerdotes y ministros un lugar seguro para si mismos como ése!

III. DE LÍDER A LIDERADO

LA TENTACIÓN: SER PODEROSO


Quiero contar ahora una tercera experiencia relacionada con mi cambio de Harvard a L'Arche. Fue claramente un cambio de líder a liderado. De algún modo, yo tenía la idea de que ser más anciano y más maduro significaba ser cada vez más capaz de liderar. De hecho, me convertí en alguien que confiaba cada vez más en si mismo a través de los años. Sentí que sabía bastante, y que tenía la capacidad de expresar lo que sabía y de ser oído. En este sentido yo me sentía cada vez más capaz para dirigir mi propia vida.

Pero cuando ingresé en esta comunidad de personas deficientes mentales y sus asistentes, perdí todo mi sentido de dirección, y descubrí una vida donde cada momento estaba lleno de sorpresas, frecuentemente sorpresas para las cuales yo no estaba preparado. ¡Cuando Bill estaba de acuerdo o en desacuerdo con mi sermón, él no esperaba que la misa terminara para decírmelo! Las ideas lógicas no recibían respuestas lógicas. Frecuentemente las personas respondían de lo profundo de su interior, mostrándome que aquello que yo estaba diciendo o haciendo tenia poco o nada que ver con lo que ellos estaban viviendo. Los sentimientos y emociones del momento no podían ser puestos en jaque por bellas palabras y argumentos convincentes.

Cuando las personas tienen poca capacidad intelectual, permiten que sus corazones (sus corazones amorosos, sus corazones irritados, sus corazones ansiosos) hablen sin rodeos o adornos. Y asi lo perciben las personas con las que me fui a vivir, me mostraron que el liderazgo todavía era para mi un deseo de controlar situaciones complejas, emociones confusas y mentes ansiosas. Me llevó mucho tiempo sentirme seguro en este clima imprevisible, y todavía tengo momentos en que me pongo duro y le digo a todos que se callen la boca, que entren en línea, y me oigan y crean en lo que digo. Pero también estoy comenzando a comprender el misterio de que ser líder significa en gran parte ser liderado. Comienzo a darme cuenta de que estoy aprendiendo muchas cosas nuevas, no sólo sobre los dolores y luchas de las personas heridas, sino también sobre los dones y gracias especiales. Ellos me enseñan sobre la alegría, la paz, el amor, el celo y la oración, cosas que yo jamás podría haber aprendido en cualquier instituto. También me enseñan lo que nadie jamás me podría haber enseñado sobre la amargura y la violencia, el miedo y la indiferencia. Sobre todo me hacen vislumbrar el primer amor de Dios, en los momentos en que comienzo a sentirme deprimido y desilusionado.

Todos saben cuál fue la tercera tentación de Jesús. Fue la tentación del poder, "le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares". Cuando me pregunto cuál es la principal razón por la que tantas personas han dejado la iglesia durante las últimas décadas en Francia, Alemania, Holanda, en Canadá y también en América, la palabra "poder" enseguida viene a mi mente.

Una de las mayores ironías de la historia del cristianismo es que sus lideres constantemente cayeron ante la tentación del poder -poder político, poder militar, poder económico, o poder moral y espiritual- aunque continuaran hablando en nombre de Jesús, que no se apegó a su poder divino, sino que se humilló a si mismo y se hizo como uno de nosotros. La mayor tentación de todas es considerar el poder como un instrumento apto para la proclamación del Evangelio.

Estamos oyendo siempre a otros, y diciéndonos a nosotros mismos que tener poder (si lo usamos en el servicio a Dios y en favor de los seres humanos) es una cosa buena. Pero fue con ese mismo razonamiento que se realizaron las cruzadas, se instituyeron las inquisiciones, los indios fueron esclavizados, fueron codiciadas posiciones de gran influencia; fueron construidos los palacios episcopales, las catedrales espléndidas, y los opulentos seminarios; y fue usada mucha manipulación de conciencia. Cada vez que vemos una gran crisis en la historia de la iglesia, como el Gran Cisma del siglo XI, la Reforma del siglo XVI, o la inmensa secularización del siglo XX, notamos que la mayor causa de división es siempre el poder ejercido por aquellos que dicen ser seguidores del pobre y despojado Jesús.

¿Qué es lo que convierte a la tentación por el poder en algo aparentemente irresistible? Tal vez sea que el poder ofrece un fácil sustituto para la difícil tarea de amar. Parece más fácil ser Dios que amar a Dios, controlar a las personas que amarlas, ser dueño de la vida que amar la vida. Jesús pregunta: "¿Me amas?" Nosotros preguntamos: "¿podemos sentarnos a tu derecha y a tu izquierda en tu reino?" (Mt. 20:21). Desde que la serpiente dijo: "el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal" (Gn 3:5), somos tentados a sustituir el amor por el poder. Jesús vivió esta tentación de la manera más agonizantemente posible, del desierto hasta la cruz. La larga y dolorosa historia de la iglesia es la historia de las personas que vez tras vez fueron tentadas a escoger el poder en lugar del amor, para controlar en vez de aceptar la cruz, para ser un líder en vez de ser liderado. Aquellos que resistieron esta tentación hasta el fin, dándonos así la esperanza de hacer lo mismo, son los verdaderos santos.

Una cosa está bien clara para mí: la tentación del poder es mayor cuando la intimidad representa una amenaza. La mayor parte del liderazgo cristiano es ejercido por personas que no saben desarrollar relaciones sanas e íntimas, por eso optan por el poder y et dominio. Muchos cristianos que construyeron imperios para si fueron personas incapaces de dar y recibir amor.


EL DESAFÍO: “OTRO TE CONDUCIRÁ”

Volvamos ahora a Jesús. Después de preguntarle a Pedro tres veces si lo amaba más que los otros, y después de comisionarlo tres veces para ser un pastor de sus ovejas, de manera muy enfática le dice:

"De cierta, de cierto te digo: cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras".

Estas fueron las palabras que abrieron el camino para mudarme de Harvard a L’Arche. Tocan la esencia del liderazgo cristiano, y fueron dichas a fin de ofrecer maneras siempre nuevas de abandonar el poder y seguir el humilde camino de Jesús.

El mundo dice: "Cuando ustedes eran jóvenes, eran dependientes y no podían ir a donde querían, pero cuando se hagan más viejos, serán capaces de tomar sus propias decisiones, tomar sus propios caminos y controlar sus propios destinos". Pero Jesús nos da una visión completamente diferente de madurez: es la habilidad y la disposición para ser guiado hacia donde preferiríamos no ir. Inmediatamente después de que Pedro fue comisionado para ser un líder de su rebaño, Jesús lo confronta con la dura realidad de que el líder-siervo es el líder que es guiado hacia lugares desconocidos, indeseables y dolorosos. El camino del líder cristiano no es el camino de ascenso en el que et mundo actual insiste tanto. Es el camino descendente que termina en la cruz. Esto puede sonar medio mórbido o masoquista, pero para aquellos que oyeron la voz del primer amor y respondieron "si", el camino descendente de Jesús es el camino hacia la alegría y la paz de Dios, una alegría y una paz que no son de este mundo.

Aquí llegamos a la cualidad más importante del liderazgo cristiano del futuro. No es un liderazgo de poder y dominio, sino un liderazgo de franqueza y humildad, a través del cual el siervo sufridor de Dios, Jesucristo, se manifiesta. Obviamente, no estoy hablando sobre un liderazgo psicológicamente débil, en el cual el líder cristiano es simplemente la victima pasiva de las manipulaciones de su medio. No, estoy hablando de un liderazgo en el cual el poder es constantemente abandonado en favor del amor. Es un verdadero liderazgo espiritual. La franqueza y la humildad en la vida espiritual no significa ser una persona sin fibra, que deja que los otros tomen las decisiones en su lugar. Sino que son las características de personas que están tan apasionadas por Jesús que se disponen a seguirlo por donde quiera que él los guíe, siempre creyendo que, con Jesús encontrarán vida y vida en abundancia. El líder cristiano del futuro necesita ser radicalmente pobre, viajando sin nada, a no ser un cayado ("ni pan, ni dinero en el cinto, sino que calzasen sandalias y no vistiesen dos túnicas", Mr. 6:8). ¿Qué tiene de bueno ser pobre? Nada, excepto que esto nos ofrece la posibilidad de ejercer el liderazgo, dejando que otros nos lideren. Pasamos a depender de las repuestas positivas o negativas de aquellos a quienes somos enviados, y de esa forma seremos realmente conducidos hacia donde el Espíritu de Jesús nos quiere guiar. La abundancia y la riqueza nos impiden discernir realmente el camino de Jesús.

Pablo le escribe a Timoteo: "Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición", (1a Tim. 6:9). Si hay alguna esperanza para la iglesia en el futuro, será la esperanza de una iglesia pobre, que tiene líderes dispuestos a ser liderados.


LA DISCIPLINA: REFLEXIÓN TEOLÓGICA

¿Cuál es la disciplina necesaria para un líder que desea ser guiado, "con las manos extendidas"? Quiero proponer aquí la disciplina de la intensa reflexión teológica.

Asi como la oración nos mantiene ligados al primer amor, y la confesión y el perdón hacen nuestro ministerio más comunitario y recíproco, la intensa reflexión teológica, igualmente, nos hará discernir con sentido crítico, hacia dónde estamos siendo guiados.

Pocos ministros y sacerdotes piensan teológicamente. La mayoría fue educada en un clima en que las ciencias del comportamiento, tales como la psicología y la sociología, dominan tanto el currículum educacional, que ha sido enseñada muy poca teología. La mayoría de los lideres cristianos de hoy abordan cuestiones psicológicas o sociológicas, sin embargo las expresan en terminología bíblica. La verdadera reflexión teológica, que significa pensar con la mente de Cristo, es muy difícil de encontrar en la práctica del ministerio. Sin una sólida reflexión teológica, los futuros líderes serán poco más que los pseudopsicólogos, pseudosociólogos y pseudoasistentes sociales.

Se consideran a si mismos como asistentes, capaces de resolver los problemas de los otros o de ofrecer un modelo a seguir, como figuras de padre o madre, o como hermanos o hermanas más crecidos, y asi se sumarán a la innumerable cantidad de hombres y mujeres que se ganan la vida intentando ayudar al prójimo a enfrentar con éxito las presiones y tensiones de la vida cotidiana.

Pero todo esto tiene poco que ver con el liderazgo cristiano, pues el líder cristiano debe pensar, hablar y actuar en nombre de Jesús, que vino a libertar a la humanidad del poder de la muerte y a abrir el camino hacia la vida eterna.

Para ser un líder así, es esencial saber discernir, momento a momento, cómo Dios está actuando en la historia humana, y cómo los eventos personales, comunitarios, nacionales e internacionales que ocurren durante nuestra vida pueden sensibilizarnos cada vez más hacia el camino que nos conduce a la cruz, y a través de la cruz, a la resurrección.

La tarea de los futuros líderes cristianos no es hacer una pequeña contribución a la solución de los dolores y tribulaciones de su época, sino identificar y anunciar las formas en que Jesús está guiando al pueblo de Dios fuera de la esclavitud y a través del desierto, hacia una nueva tierra de libertad. Los líderes cristianos tienen la ardua tarea de responder a las luchas personales, a los conflictos familiares, a las calamidades nacionales y a las tensiones internacionales con una fe clara y declarada en la presencia real de Dios. Es preciso que digan "no” a toda forma de fatalismo, derrota, casualidad o eventualidad que haga que las personas crean que las estadísticas reflejan la verdadera realidad. Es preciso decir "no" a toda forma de desesperación que ve la vida humana como una mera cuestión de buena o mala suerte. Es necesario decir "no" a los intentos sentimentales de crear en las personas un espíritu de resignación o indiferencia estoica delante de la inevitabilidad del dolor, del sufrimiento o de la muerte. En síntesis, es necesario decir "no" al mundo secular y proclamar en términos bien claros que la encarnación de la Palabra de Dios, por la cual todas las cosas existen, y que hace que hasta el menor acontecimiento de la historia humana sea un "Kairós", o sea, una oportunidad de ser conducido hacia una mayor profundidad en el corazón de Jesús. Los líderes cristianos del futuro tienen que ser teólogos, personas que conocen el corazón de Dios y son entrenadas -a través de la oración, del estudio, y del análisis detallado- para manifestar la suprema acción de la obra redentora de Dios en medio de los innumerables eventos aparentemente casuales de su época.

Reflexión teológica es reflexionar sobre las dolorosas realidades de todos los días y sobre las positivas, también, con la mente de Jesús para despertar, así, la conciencia humana para la percepción de la suave orientación de Dios en nuestro interior. Esta disciplina no es muy fácil, pues la presencia de Dios frecuentemente es una presencia oculta, una presencia que tiene que ser descubierta. Los altos y turbulentos ruidos del mundo nos dejan sordos ante la voz suave, mansa y amorosa de Dios. Un líder cristiano está llamado a ayudar a las personas a oír esta voz y ser asi, confortadas y consoladas.

Al pensar sobre el futuro del liderazgo cristiano, estoy convencido de que tiene que ser un liderazgo teológico. Para que esto ocurra, muchas cosas tienen que suceder en los seminarios e institutos de teología. Tienen que transformarse en centros donde las personas son entrenadas en el verdadero discernimiento de las señales de su época. Este entrenamiento no puede ser simplemente intelectual. Requiere una profunda formación espiritual, involucrando a la persona en su todo, o sea, su cuerpo, mente y corazón. Creo que no logramos percibir hasta qué punto las escuelas teológicas se convirtieron en instituciones seculares. La mayoría de los seminarios tienen poco que ver con la formación de la mente de Cristo, que no se apegó al poder sino que se humilló a sí mismo tomando forma de siervo. En nuestro mundo competitivo y ambicioso todo milita contra esta actitud. Pero sólo en la medida en que se busque y se encuentre esta formación, puede haber esperanza para la iglesia del próximo siglo.


CONCLUSIÓN

Resumiendo. Mi cambio de Harvard a L'Arche me concientizó de una forma nueva de cómo mi propia manera de pensar sobre el liderazgo cristiano fue afectada por el deseo de ser relevante, por el deseo de ser popular y por el deseo de tener poder.

¡Cuántas veces consideré la relevancia, la popularidad y el poder como ingredientes de un ministerio eficaz! La verdad, sin embargo, es que estas cosas no son vocaciones sino tentaciones. Jesús nos pregunta: "¿Me amas?" Jesús nos veía como pastores y nos promete una vida en la que, cada vez más, tendremos que extender nuestras manos para ser guiados a lugares donde preferiríamos no ir.

Él nos pide que cambiemos nuestra preocupación por la relevancia por una vida de oración; nuestro apego a la popularidad por un ministerio comunitario y reciproco, un liderazgo edificado sobre le poder por un liderazgo en que discernamos críticamente hacia dónde Dios nos está guiando, tanto a nosotros como a nuestro pueblo.

Las personas de L’Arche me están mostrando nuevos caminos. Confieso que soy un alumno muy lento. Los viejos patrones que demostraron ser muy eficaces en el pasado no son fáciles de abandonar. Pero cuando pienso sobre el líder cristiano del próximo siglo, yo realmente creo que las personas de quienes yo menos esperaba aprender me están enseñando el camino. Mi esperanza y oración es que estas lecciones que estoy recibiendo en mi nueva vida no sean provechosas sólo para mí, sino que los ayuden también a ustedes a ganar una nueva visión del líder cristiano del futuro.

Esto que escribí aquí obviamente no es nada nuevo, pero espero y oro para que ustedes perciban que la visión más antigua y tradicional del liderazgo cristiano continua siendo una visión que aguarda para el futuro su verdadera realización.

Quiero dejar con ustedes la imagen de un líder con las manos extendidas, que optó por una vida de movimiento descendente. Es la imagen del líder de oración, del líder vulnerable y del líder confiado (en Dios). Que esta imagen llene sus corazones de esperanza, coraje y confianza mientras esperan con expectativa el próximo siglo.


EPÍLOGO

Escribir estas reflexiones fue una cosa, pero presentarlas en Washington D.C. fue otra completamente diferente. Cuando Bill y yo llegamos al aeropuerto de Washington, fuimos llevados al Hotel Clarendon en la Crystal City (Ciudad de Cristal), un conjunto de predios altos y modernos, que parecen totalmente de vidrio, del mismo lado del río Potomac que el aeropuerto. Bill y yo nos quedamos bastante impresionados por la atmósfera esplendorosa del hotel. Recibimos cuartos espaciosos, con camas de dos plazas, baños privados con muchas toallas, y televisión por cable. En la mesa del cuarto de Bill, había una cesta con frutas y una botella de vino. A Bill le encantó. Siendo un telespectador experimentado, él se acomodó confortablemente en su enorme cama y sintonizó en secuencia todos los canales con su control remoto.

Luego llegó la hora de presentar nuestras buenas noticias juntos. Después de una deliciosa cena en uno de los salones de baile lleno de estatuas doradas y pequeñas fuentes de agua, Vicent Dwyer me presentó a la audiencia. En aquel momento yo todavía no entendía lo que significaría hacer mi ministerio "junto con Bill". Inicié mi charla diciendo que no había venido solo y que estaba feliz de que Bill hubiera venido conmigo. Tomé mi texto, todo escrito a mano, y comencé mi discurso. Pero en ese momento exacto, noté que Bill había salido de su lugar y estaba viniendo a la plataforma. El subió y se instaló bien detrás mío. Él tenia una idea mucho más clara y concreta sobre el significado de "hacer todo juntos" que yo. Cada vez que yo terminaba de leer una página, él la tomaba y la colocaba sobre una pequeña mesa que estaba al lado. Me sentí muy a gusto con eso y comencé a sentir la presencia de él conmigo como un apoyo.

Pero Bill tenía en mente algo más que esto. Cuando comencé a hablar sobre la tentación de transformar las piedras en pan como la tentación de ser relevante, él me interrumpió y dijo bien fuerte para que todos lo oyeran: "Yo ya oí esto antes". En verdad ya lo había oído, pero él sólo quería que los sacerdotes y ministros que estaban allí supiesen que él me conocía muy bien y que estaba familiarizado con las mismas ideas. Para mí, sin embargo, vino a ser como un suave y amoroso recordatorio de que mis pensamientos no eran tan nuevos como yo quería que mi audiencia lo creyera. La intervención de Bill creó una nueva atmósfera en el salón de conferencias: más leve, más fácil y más alegre. De alguna manera, Bill había desechado la seriedad de la ocasión y traído una normalidad más informal o casera, A medida que continuaba mi exposición, yo sentía que estábamos "ministrando juntos" cada vez más, y eso me gustaba.

Cuando llegué a la segunda parte, y leía las palabras: "la pregunta más común que los deficientes mentales me hacen es si estaré en casa o no a la noche", Bill me interrumpió otra vez y dijo: "Es verdad, esto es lo que John Smeltzer siempre pregunta". Nuevamente, con esto descontracturó el ambiente con su observación. Bill conocía a John Smeltzer muy bien después de vivir en la misma casa por varios años. El quería que las personas supieran algo sobre su amigo. Era como si él estuviera atrayendo la audiencia hacia nosotros, invitándola a entrar en la intimidad de nuestra vida en común.

Después de terminar mi discurso, y de que las personas me hubieron demostrado su gratitud, Btll me dijo: “Henri, ¿podré decir algo ahora?” Mi primera reacción fue: “¿Cómo voy a afrontar esta situación? Puede ser que el comience a divagar y cree asi una situación embarazosa”. Pero luego discerní mi propia presunción pensando que él no tendría nada importante para decir, y entonces le dije a la audiencia: “Tomen asiento por favor. Bill quisiera decirles unas palabras”.

Bill tomó el micrófono y dijo, con todas las dificultades que él tiene para hablar: “La última vez, cuando Henri fue a Boston, el llevó a John Smeltzer. Esta vez, el me llamó para venir con él a Washington, y estoy muy contento de estar aquí con ustedes. Muchas gracias." Fue solamente eso, y todos se levantaron y le dieron un caluroso aplauso.

Cuando descendíamos de la plataforma, Bill me dijo: "Henri, ¿te gustó lo que dije?", "Mucho", yo respondí, "todos quedaron realmente felices con lo que dijiste". Bill quedó muy satisfecho. Cuando las personas se reunieron después para el lunch, él estaba más suelto que nunca. Fue persona por persona, presentándose y preguntando si les había gustado la palabra. Contó una cantidad de historias sobre su vida en la Comunidad Daybreak. Yo no lo vi por más de una hora. El estaba por demás ocupado conociendo a todo el mundo.

A la mañana siguiente, en el desayuno, antes de salir, Bill pasó mesa por mesa con la cuchara de café en la mano despidiéndose de todos aquellos que había conocido la noche anterior. Estaba claro que él había hecho muchas amistades y que se sentía muy a gusto en ese ambiente tan fuera de lo común para él.

En el viaje de vuelta a Toronto, Bill sacó los ojos de su libro de palabras cruzadas que lleva a todo lugar que va, y me dijo: "Henri, ¿te gustó nuestro viaje?" "Oh, sí", respondí, "fue un viaje maravilloso y estoy muy contento porque estás conmigo". Bill me miró atentamente y dijo: "Y nosotros lo hicimos juntos, ¿no es cierto?"

Entonces, ahí, comprendí de forma más completa las palabras de Jesús: "Donde están dos o tres congregados en mi nombres, allí estoy yo en medio de ellos." (Mt 18:20). En el pasado, di conferencias, sermones, palabras, y discursos solo. Y siempre me pregunté a mi mismo cuánto de lo dicho sería recordado, pero el hecho de que Bill y yo hayamos hecho todo juntos no seria fácilmente olvidado. Mi oración y esperanza era que el mismo Jesús que nos había enviado juntos y que estuvo con nosotros durante todo el viaje, hubiera hecho de su presencia una realidad para todos aquellos que se reunieran en el Hotel Clarendon en Crystal City.

Cuando nuestro avión aterrizó, yo miré Bill y le dije: "Bill, muchas gracias por haber venido conmigo. Fue un viaje maravilloso, y todo lo que hicimos, lo hicimos juntos en el nombre de Jesús". Y esto lo dije de corazón.

1 comentario:

  1. Hermosa experiencia de la presencia de Dios entre nosotros. Así se manifiesta Dios en comunidad. Qué difícil es dejar de ser egoístas y dar cabida al otro, a los otros.
    Bendiciones. José Luis

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