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miércoles, 19 de septiembre de 2007

Actitudes del evangelizador / Autor: Carlo M. Martini


ANUNCIAR EL EVANGELIO HOY
A propósito de la «nueva evangelización»


Al enunciar nuestro punto de vista sobre la "nueva
evangelización", queremos resaltar lo que nos parecen algunas de
las condiciones para un anuncio eficaz de la Buena Nueva aquí y
ahora. Queremos, sobre todo, compartir una esperanza con todos
aquellos y aquellas que desean irradiar el Evangelio. No es
cuestión, en nuestro caso, de hablar como especialistas de la
animación cristiana: la misión pertenece al conjunto de los
creyentes; es a todo el Pueblo de Dios al que ha sido confiada
esta responsabilidad.

1. Para evangelizar, salir de las fronteras del «mundo católico»

La llamada que nos ha sido hecha habla de "nueva
evangelización". Pero es preciso no privar a la palabra de su
fuerza. Evangelizar es hacer de manera que el Evangelio sea una
buena noticia allí donde ya no está, o no está todavía, y
transforme el espíritu y la vida de quienes lo reciben.

No se trata únicamente, por tanto, de asegurar más firmemente
nuestra identidad católica ni de devolver su consistencia a una
cultura cristiana en vías de extinción. No se trata de unirse a
quienes, en el tropel de las actuales tendencias a la restauración,
pretenden "volver a poner a la Iglesia en medio de la ciudad", ni se
trata de recuperar una audiencia perdida.

¿No conviene, por el contrario, levantar acta, con toda
franqueza, del pluralismo de nuestra sociedad y procurar descubrir
en ella la acción. del Espíritu de Dios y entregarnos a esa acción?
Esta búsqueda implica un compromiso con el mundo muy
concreto de nuestro país para descubrir en su interior, entrando
en su juego -un juego en el que nosotros no hemos dictado todas
las reglas-, las semillas de vida, los nuevos valores que podrán
contribuir a anunciar la Buena Nueva.

Un camino semejante, hecho de interpelaciones y de cuestiones
que nosotros todavía no hemos resuelto, nos conducirá a perder
un poco de nuestras seguridades y a tomar la medida de la poca
eficacia de nuestras respuestas o, al menos, de nuestras maneras
de responder hasta aquí.

Con relación a las posiciones actuales de nuestro catolicismo,
esta actitud comporta riesgo e incertidumbre, entrar en una suerte
de "vacío" (una "kénosis", como dicen los teólogos)
Para muchos de entre nosotros (para todos en cierta medida) y,
sin duda, para nuestras instituciones, esta llamada a evangelizar
resuena como una invitación a un cambio profundo, incluso a una
conversión. Lo que se pide es ciertamente reconocer nuestras
mediocridades espirituales, pero también ponernos a buscar lo
que Dios espera de nosotros, en el mundo tal como es.

2. Confesar nuestra fe en Ia cultura contemporánea

Este mundo donde el Espíritu obra escapa a nuestro dominio:
nos trastorna. No solamente a los cristianos. De cara a las
cuestiones inéditas que suscitan las transformaciones sociales
actuales, todos estamos obligados a vivir en medio de problemas
no resueltos y a buscar continuamente resolverlos. Vivimos, sin
embargo, en esta cultura que no nos es extraña, puesto que
nosotros la hacemos. Es en ella donde nos es preciso reconocer y
confesar a Jesucristo.

Sin duda, a veces es fuerte la tentación de reservarnos enclaves
o de volverlos a crear. Sin duda, hay también espacios en nuestra
vida que están ya evangelizados. Pero a lo que no estamos
invitados es a rendirnos, si no queremos quitar su valor a la
palabra "evangelizar".

Todos no están llamados a hacer la misma cosa. Pero es
esencial al cristiano vivir con esperanza la cultura de su tiempo.
Es importante que algunos de nosotros se comprometan -como
lo han hecho nuestros predecesores- en las prácticas culturales
contemporáneas, para mejor descubrir en ellas las promesas y las
esperanzas, para conocer también sus ambigüedades y aporías.

El desafío ¿no es al mismo tiempo hacerse capaz de interrogar la
cultura a partir de nuestra fe y ponerse en situación de recibir de
esta cultura algo que renueve nuestra exposición cristiana?
Ciertamente, las respuestas que podremos proponer no tendrán
una evidencia tal que puedan convencer a todos los espíritus, ni
siquiera serán plenamente satisfactorias para nosotros. Pero la fe
no avanza sin renovaciones permanentes y sin búsquedas.

Evangelizar no puede ser simplemente repetir las verdades
conocidas con las fórmulas inmutables debidamente
autentificadas. Por la libertad que da el Evangelio, ¿no tenemos
que inventar nuevos lenguajes, manifestar aperturas, indicar
alternativas inéditas, abrir caminos no señalados? La fe en
Jesucristo, lejos de encerrarnos en un cuadro de soluciones
hechas, debe darnos dinamismo para esta búsqueda..

En una sociedad masivamente tecnificada, la fe cristiana ha
dejado de ser un elemento central y organizador: se presenta
como una opción entre otras.

No somos nostálgicos de la cristiandad. Tomar parte en este
pluralismo no es, a nuestros ojos, un abandono. Aquí también nos
es preciso escuchar "lo que el Espíritu dice a las Iglesias".
No se presenta el Evangelio como la única vía. Esto es una
suerte para que resplandezca en su trascendencia y en su
gratuidad. Si el Evangelio puede tener un impacto en el seno de
nuestra cultura, es porque será seductor para ayudar a vivirla a
aquellos que se dejen seducir.

Pero ¿qué seducción sería posible si no se nos ve
comprometidos en las tareas y los problemas de nuestro tiempo,
con todos los otros ciertamente, pero animados por esta Presencia
que da sentido a lo que vivimos, "prontos a dar cuenta de la
esperanza que nos invade"?

La insistencia en la seducción no debe, sin embargo, velar todo
el carácter "racional" del trabajo molesto y de la cultura
contemporánea; la indagación del sentido en las mediaciones,
entre otras, de las disciplinas científicas que buscan captar los
elementos de esta cultura, deja un camino en el cual la seducción
se enunciará quizás en términos de coherencia, pero no podrá ser
el camino sin salida de un trabajo a menudo austero sobre tierras
áridas.

3. Escuchar al otro

Una característica de nuestro catolicismo es, sin duda, la
multitud de sus instituciones. Esta riqueza nos hace a veces más
difícil escuchar al "otro". Para evangelizar en el sentido que hemos
dicho, el primer paso es quizás el cambio de costumbres.
Para desestabilizarnos en el interior de nuestras confianzas nos
es preciso comenzar por escuchar lo que dicen los hombres y las
mujeres de nuestro tiempo. La mayor parte, por lo demás, no
esperan al principio una palabra, sino que se les escuche. Para
hablar diez minutos, decía uno de nosotros, es preciso saber
escuchar tres horas con "simpatía".

Escuchar al otro, al diferente, cualquiera que sea su estatura, su
prestigio o su habilidad, no es cosa natural. Es alcanzar de este
lado (¿o del otro lado?) lo que pueda decir de sí mismo. Es
acercarse a él como Jesús a la Samaritana o a los discípulos de
Emaús, con una pregunta que no es de pura pedagogía -¡Dios nos
libre de ese género de estrategia!-: ¿Dónde estás tú? ¿Qué dices
tú de ti? ¿Cuál es tu esperanza y tu sufrimiento?

Nosotros no tenemos influencia sobre la Palabra revelada; es la
Palabra la que se revela a nuestra escucha: nosotros discernimos
su marcha en los corazones y en la historia. "Contemplativos en la
acción": esta bella fórmula de la tradición ignaciana no designa
poca cosa. Quiere decir "en nuestras diversas tareas". Sean
propiamente ministeriales o, más ampliamente, sociales, políticas,
culturales, científicas. Contemplativos de la acción del Espíritu en
nuestro mundo. Buscadores de Dios en la modernidad. Antes de
hablar, dejarnos evangelizar por este Espíritu que "hace nuevas
todas las cosas".

4. Los jóvenes y la novedad del mundo

Los jóvenes a menudo nos despistan. Aparte de su diversidad,
aparecen en su conjunto como muy diferentes a nosotros. Algunos
de sus problemas son también, sin duda, los nuestros. Pero ellos
se los proponen de otra manera. Como reacción, a veces, contra
nuestros modos de vivir o de pensar, rechazan nuestros análisis.
Su modo de conocimiento y razonamiento está formado tanto por
las asociaciones de imágenes como por las conexiones lógicas. La
informática está a punto de modificar su aprendizaje y su manera
de reaccionar.

Se puede observar que, en general, su marcha hacia la edad
adulta es inversa a la nuestra. Nosotros hemos empezado siendo
miembros de una familia, habitantes de un pueblo, de un país.
Ellos son de todas partes, asaltados por mil doctrinas y mil
imágenes. Hijos de la cerrada red de las comunicaciones. Mientras
que nosotros, muchas veces, hemos debido dejar las células
protectoras de la familia o del grupo, ellos aparecen a menudo a la
búsqueda de una red próxima, afectiva, donde puedan ser
reconocidos en lo que tienen de propio.

Sin duda, sus aspiraciones son en parte parecidas a las de
todos los jóvenes de la historia, pero su voluntad de integración en
el conjunto del grupo social es diferente de la nuestra. Se oponen
a ser catalogados con referencia a valores o instituciones que les
parecen anticuados.

Aspiran a ser los amos de su propio destino y comparten a
menudo el sentimiento de impotencia de muchos adultos de cara a
la complejidad del mundo que les rodea. Experimentan a veces la
necesidad de verse acompañados en este aprendizaje de un
mundo cuya herencia no pueden rechazar. En este sentido,
desean poder compartir no sólo un "savoir-faire", sino también una
experiencia de vida. Volveremos sobre esto.

Estos rasgos no pretenden tanto trazar un retrato de los jóvenes
cuanto esbozar el contenido de su novedad. Los jóvenes son la
novedad del mundo. Destinados a vivir en un mundo muy diferente
del de nuestra juventud, constituyen el futuro del mundo.
Pero lo que ellos nos aportan y nos enseñan no es solamente
"el mundo de los jóvenes", es "el joven mundo" de la eclosión, a la
vez amenazado y prometedor. Lo que nosotros tenemos que hacer
es quizás, antes de nada, reconocer lo que en él se busca de Dios
y del Reino. Lo que nosotros podemos aportarles es, sin duda,
ante todo, este reconocimiento, esta otra visión.

5. Leer positivamente la nueva cultura

No queremos más que indicar una actitud, sugerir una dimensión
esencial de la tarea evangelizadora. Hablar de la juventud es
abordar, lo hemos dicho, un mundo que cambia y que
desconcierta. Todo cambio comporta, ciertamente, su parte de
ambigüedad y de error. Y a este propósito, es sin duda demasiado
fácil denunciar, una vez más, la droga, la violencia o, a la inversa,
el nuevo conformismo de una juventud fascinada por el éxito
económico. Adoptar una actitud semejante es intentar ratificarse a
bajo costo o justificarse sin entrar en la cuestión. Lo que importa
hacer es, más bien, ayudar a los jóvenes a discernir la parte
positiva y la parte negativa de sus experiencias, comenzando por
reconocer que están llenas de promesas.

Buscar signos de esperanza. ¿Cómo? En principio, no sólo en
las nuevas comunidades donde los jóvenes se encuentran
descubriendo con asombro el frescor del Evangelio. No sólo en
esos nuevos lugares de meditación donde la hospitalidad hindú se
une a la tradición contemplativa o cristiana y donde algunos optan
por echar mano de todo. Estos índices, que tienen su valor, son
demasiado limitados para que se pueda hablar de "signos de los
tiempos". No; es en lo que marca la "nueva cultura" donde hemos
de leer la esperanza: en este mundo brillante, sobreinformado,
planetario, en este mundo del pensamiento asociativo, en este
mundo de la red [o en-redado].

Leer la esperanza allí donde están los jóvenes.
En su ausencia de raíces y su olvido de la historia, leer la aptitud
para reinventar las reglas del vivir juntos, de recomenzar de
nuevo, de responder a las llamadas inéditas del Espíritu.
En su gusto por el consumo inmediato y su negativa a acumular,
leer la disponibilidad a vivir con poco, a preferir la calidad de la
vida aquí y ahora, a ser como "los lirios de los campos y los
pájaros del cielo".

En su búsqueda de relaciones humanas más cálidas y sin
barreras, leer la preocupación de acoger a cada uno por lo que es
él en sí mismo y no solamente a partir de lo que hace o de lo que
gana.

En las distancias tomadas con relación a la institución del
matrimonio, leer la fe en la inventiva del amor.
El el "nunca más eso" de los jóvenes parisinos después de la
muerte de Malik Oussekine, percibir el rechazo de Dios de cara a
nuestras violencias.

En las muchedumbres de jóvenes que se manifiestan contra la
carrera de armamentos, ver la lucha del Dios de Jesucristo contra
las fuerzas de muerte operantes en la historia.
Sin duda, este primer tiempo de lectura no dispensa de análisis
más complejos, por ejemplo para estudiar y combatir las causas de
la violencia.

Pero no es preciso rechazar esta etapa de la lectura favorable
en busca de signos de esperanza. Sería falta de sabiduría
condenar demasiado pronto sin tomarse la molestia de buscar la
significación de los acontecimientos y los comportamientos. Creer
en la Buena Nueva invita a sobrepasar esta lógica del buen
sentido, de corta vista y de mirada superficial.

6. Hablar, en primer lugar, por nuestros actos

Leer nuestro tiempo como el hoy de Dios no puede bastar.
Nuestra misión es también decir el Evangelio. ¿Cómo hablar sin
actuar? La primera palabra es, evidentemente, el testimonio de
nuestras comunidades y los compromisos de cada uno.
Soñemos. Soñemos con todo un Pueblo de Dios constituido por
comunidades alegres, dinámicas, acogedoras -¡las hay!-.
Soñemos con una Iglesia que no fuera tanto "cuerpo constituido" y
sí un poco más fermento de fraternidad y de reconciliación,
testimonio de un entendimiento posible en nuestras diferencias,
aprovechando todas las ocasiones para anunciar por nuestros
actos que un entendimiento es posible.

Que se nos reconozca nuestra pasión por la apertura al otro, al
diferente.

Que se nos reconozca nuestra resolución de luchar contra todo
lo que aliena al ser humano, lo que prejuzga sistemáticamente;
como en el Evangelio, que nos hace ver la realidad con los ojos de
las víctimas, de los abandonados a su suerte, de los que el
Evangelio llama los "pobres", los "pequeños", los "insignificantes",
los "pecadores" (a los ojos de los prudentes).

Que se nos reconozca nuestra solidaridad frente al miedo de los
jóvenes ante el paro, nuestra insistencia en reclamar y buscar
tareas sensatas -no es que falte el trabajo en términos de
necesidades sociales.

Que se nos reconozca nuestro no conformismo en el uso del
dinero...

Soñemos aún. Soñemos ver multiplicarse entre nosotros los
lugares, aunque pequeños, donde este estilo evangélico pueda a
la vez vivirse y decirse: esos lugares de experiencia sin los cuales
una palabra del Evangelio o una catequesis, incluso válida en sí,
corre el peligro de seguir siendo inoperante durante mucho
tiempo.

7. Hablar es también decir lo que nos hace vivir

.... pues ¿cómo vivir sin decir también lo que nos hace vivir? No
hablar de un Dios venido del exterior de nuestra experiencia del
mundo, sino del de nuestra "contemplación en la acción". El que
da un nombre a lo que nosotros vivimos, el que nos da el don de
creer, de esperar, de amar, allí donde nosotros amamos, creemos,
esperamos verdaderamente. El que nos seduce.

Seducción: es la palabra que vuelve una vez más. Seducción,
lenguaje de amor. Uno habla, y la palabra resuena en el otro
dejándole su libertad, despertando su libertad. Uno habla por
amor. Por amor del Otro y de los otros.

Decir es proponer, no imponer. Incluso en la educación. Es dejar
trabajar a la Palabra. Es abrir el camino al reconocimiento de la
acción de Dios en Jesucristo, con la conciencia viva de que "nadie
viene a El si el Padre no lo atrae".

Evangelizar es relatar la experiencia de Jesús. La vivida por
Juan, por Pablo, por la comunidad de Mateo o de Lucas. Y también
por las comunidades de nuestras ciudades y de hoy. Es relatarla
de tal suerte que aquellos y aquellas que están ya "atraídos por el
Padre" vengan a Jesucristo. Es hacer de manera que lo que hay
de mejor en ellos se reconozca en el rostro de Jesucristo. Fuera
de eso, decir que Jesús es Hijo de Dios tiene el peligro de que no
tenga casi sentido para las personas a quienes se habla.

Decir la Buena Nueva es ponerse al servicio del Espíritu, es una
"diaconía del Espíritu". Sin ingenuidad. La palabra que anuncia la
esperanza, más allá de la ambigüedad de las situaciones vividas
en nuestro país, en nuestra época, no desconoce los riesgos.
Riesgos de errar, de compromisos con el espíritu del tiempo, de
ver con el espíritu del mal, hábil para tomar las apariencias de
espíritu de luz. Tarea de discernimiento, pues, para la cual
nuestra tradición jesuítica nos ha formado, pero que es una
herencia de la Iglesia. Es allí donde Dios actúa, allí donde nos
llama a actuar, a evangelizar.

8. Evangelizar, por tanto, aquí y ahora...es salir de nuestras fronteras y arriesgarnos en terreno descubierto;

-es ir allí donde se presentan las cuestiones cruciales de
nuestro tiempo, de las cuales no tenemos todavía las soluciones;

-es renunciar a presentarnos como los únicos poseedores de la
verdad y levantar acta, tranquilamente, alegremente, del
pluralismo de nuestra sociedad;

-es tratar de comprender lo que dicen los "otros", los no
cristianos, por quienes Dios nos habla también;
-es creer en el mundo de los jóvenes y en la juventud del
mundo;

-es leer la esperanza en el corazón de la cultura en gestación;
-es creer verdaderamente que el Evangelio es Buena Nueva y
contemplar los signos de la venida del Reino de Dios, y es decir
nuestra contemplación;

-es también proponer sin imponer, lo cual supone discernir, más
que condenar; y anunciar, más que denunciar;

-es dejar que obre en nosotros, alrededor de nosotros, de
nuestras comunidades, en nuestras ciudades, la seducción del
Evangelio, porque primero nos ha ganado el corazón a nosotros.

¿Qué se entiende por evangelizador?

Con el término "evangelizador" me refiero a ese don particular
edificativo del Cuerpo de Cristo al que se refiere la carta a los
Efesios (/Ef/04/11), en donde se habla de los dones de Jesús
subido al cielo. Estos dones hacen a algunos apóstoles, a otros
profetas, a otros evangelistas, a otros pastores, a otros doctores.
Son cinco dones que San Pablo enumera como constructivos de la
comunidad cristiana para la edificación del Cuerpo de Cristo.
Sabemos que no son los únicos dones, porque en otras cartas de
Pablo encontramos señalados otros carismas; pero en este
versículo de la carta a los Efesios el Apóstol piensa
específicamente en la construcción de la Iglesia. El apóstol es el
que pone el primer fundamento de una comunidad y la sostiene; el
profeta interpreta los designios de Dios para el momento actual
de la comunidad; el evangelista proclama el kerigma, la buena
noticia, y por tanto agrega a la comunidad nuevos fieles que son
atraídos por la palabra de salvación; el pastor protege y conduce
el rebaño que se ha creado; el doctor profundiza, por medio de la
catequesis, la doctrina y la teología, todo lo que forma el cuerpo
de la comunidad. Una comunidad sana, bien fundada, es la que
desarrolla todos estos carismas que, en la historia de la Iglesia, se
han manifestado de diversas maneras: los fundadores de
comunidad es, es decir, los apóstoles y los profetas que
interpretan para el propio tiempo la palabra de salvación, han
pasado luego a otros oficios, a otros servicios eclesiales y, hoy, les
corresponde a los Obispos desempeñar el oficio de apoyo para la
unidad de la comunidad y el compromiso de interpretar para la
comunidad los designios de Dios sobre el presente. Es la acción
magisterial y unificadora del Obispo.

Los dos carismas siguientes, evangelistas y pastores, aunque
son también propios del Obispo, se refieren en particular a los que
tienen el cuidado específico de varios miembros y situaciones de la
comunidad. Concretamente y para buena parte la Iglesia confía
hoy a sus presbíteros la doble tarea de evangelistas y de
pastores; incluso, sobre todo la tarea de evangelistas no está
-como nos lo demuestra el Nuevo Testamento- ligada
exclusivamente a los miembros de la jerarquía y se puede
extender, bajo su guía, a los laicos, como sucede hoy.

Pero la función principal, la responsabilidad fundamental del
evangelizar y pastorear es la que los Obispos condividen con los
presbíteros y que los presbíteros ejercen en cada lugar y en cada
comunidad. La Iglesia vive, si mantiene en sí estos dos dones de
evangelizar y de pastorear en un equilibrio que, evidentemente,
puede variar según las circunstancias y las situaciones. Cuando el
equilibrio se rompe y una Iglesia, por ejemplo, se vuelve solamente
evangelizadora sin pensar en guiar y sostener las comunidades,
tenemos entonces ese tipo de Iglesias entusiastas, en las que
dominan únicamente las fuerzas de ataque, pero no se construye.
Cuando, en cambio, todo el peso se lleva sobre la acción pastoral,
entonces la Iglesia se pastorea a sí misma indefinidamente y
pierde ese punto de expansión que la hace ser Iglesia.

He aquí la importancia de estos dos carismas unidos,
evangelizadores y pastores.

En los evangelizadores prevalece, en cierto sentido, la iniciativa,
el agarre, el ataque, la capacidad de afrontar situaciones diversas,
de captar el mundo que piensa diversamente, de interpretar las
necesidades de los que parecen lejanos, de entrar en el deseo
profundo de verdad, de justicia, de Dios, que hay en cada uno y
hacerlo explícito. Es una actividad que va, en vez de esperar; que
se mueve, en vez de hacer la torre a la que hay que entrar.

Esta actividad se encuentra especificada aquí y allí en el Nuevo
Testamento, pero sobre todo es muy clara en la figura de Felipe.
Felipe es el evangelista, el que representa este tipo de acción. En
Hechos 8, 40 evangeliza varias ciudades corriendo de una a otra;
está presente cerca del carro del eunuco etíope, y luego lo
volvemos a encontrar en otra parte de Palestina, con el ánimo
atento a las nuevas necesidades de la gente. Felipe se atreve a
afrontar al hombre que va leyendo sobre la carroza, y sin esperar
que le pregunten le suscita la pregunta, se la aclara interiormente.
Se le dice, pues, evangelizador al que tiene este don de
euangelistés (Ef 4, 1 1), llamado luego nuevamente en Hechos
21, 8 en referencia a Hechos 8, 40, en donde se describe así su
actividad: "Felipe... recorria evangelizando todas las ciudades". He
aquí una idea concreta de este tipo de carisma que tiene cierta
capacidad para entrar en el ánimo de los demás, para descubrir
las necesidades aunque no expresadas por la gente, para
encontrarse en situaciones en donde parece que hay alejamiento
del Evangelio, para ayudar a recorrer un camino de conversión
descubriendo los gérmenes de la gracia, etc.

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