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martes, 11 de septiembre de 2007

Felicidad y madurez / Autor: Lanza del Vasto


¿Dónde se encuentra la dicha?
«Os extrañará que los hombres que se pasan la vida divirtiéndose y
cuyo único fin es distraerse sean hombres devorados por el hastío,
perseguidos por el hastío hasta en su lecho de muerte. ¿Qué es el
hastío? Es el vacío que el distraído encuentra cuando por desdicha o
descuido echa una ojeada sobre sí mismo. Todo se ha vaciado en
sus actividades útiles o fútiles (pues la mayoría de las actividades
consideradas útiles son distracciones disfrazadas)...
Pero aún más molesto que el alborozo para la vida interior es la
tristeza. No hay frase más profunda y justa que ésta: «no hay santos
tristes». Más molesto aún que el alborozo y la tristeza es el hastío,
pues el hastío es la muerte, la nada de la vida interior. Hemos visto
además que cada uno de ellos está íntimamente vinculado con el
otro, ya que cuanto más alborozo buscamos, más tristeza
encontramos; cuanto más buscamos la diversión, más encontramos el
hastío; cuanto más placer buscamos, más caemos en el dolor...
¿Cuál es entonces la actitud justa? Ni tristeza ni alborozo:
serenidad. Buscad la densidad interior. Haced lo contrario a
distraeros, a divertiros. Convertíos. Convertirse es volverse hacia el
interior. Arrepentíos, deteneos en la pendiente que conduce a la
dispersión y a la muerte...
El hombre que se ejercita en llevar sus sentidos hacia el interior,
que busca su presencia en lugar de huir, ese hombre no se hastía
nunca; ese hombre nunca está triste; ese hombre nunca es
desdichado. Aunque lo encierren en un calabozo profundo y lo
carguen de cadenas, permanece dichoso y libre en la luz. Cuando se
alcanza esa densidad, nace una tercera cosa que no es alborozo ni
tristeza; esa tercera cosa se llama gozo. Y el gozo, debéis saberlo,
nunca se expresa con risas. Ni siquiera los grandes gozos naturales.
Recuerdo que cuando estaba enamorado, mi único placer era el
subirme a la rama más alta de un árbol y pasarme allí todo el día,
completamente solo, soñando en mis amores. Y volvía tan pálido y
con los ojos hundidos, que mis amigos se acercaban y me decian:
Querido, ¿qué te pasa?; ¿estás enfermo? -No. Era feliz...
El hombre espiritual se reconoce en eso: en que está
constantemente relajado, libre y sencillo. Es sereno, y la serenidad es
siempre sonriente, afable, amante y amable; o bien grave y
majestuosa, sin nada de arrogante y de soberbia... Puede
conmoverse, pero no disturbarse... Los chinos dicen: El sabio tiene
tres aspectos: de lejos parece grave, de cerca parece amable, a
quien lo escucha le parece inflexible.

LANZA DEL VASTO
Umbral de la vida interior, 133-34

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